Según un estudio divulgado esta semana por Naciones Unidas, como consecuencia de la crisis económica generada por la pandemia del Covid 19 en el mundo habrá 270 millones de personas más viviendo por debajo de la línea de pobreza extrema, de los cuáles 4,5 millones serán argentinos, según señala el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina.
En esta forma, en 2021, unos 1.060 millones de personas de los 7.800 millones que componen la población mundial, el 13% del total, pasará a vivir en la pobreza extrema.
La mitad de esos pobres residirá en los 47 países económicamente más atrasados del planeta, cuyas economías suman tan sólo el 1,3% del PBI mundial.
En 2019, el PIB per cápita promedio de esas naciones fue de apenas U$S 1.088 dólares estadounidenses, en comparación con la media mundial de U$S 11.371 de la misma moneda.
Cabe señalar, que para el Banco Mundial y otros organismos financieros internacionales la barrera de la pobreza extrema se sitúa para las personas que deben sobrevivir con menos de U$S 1,90 al día.
Ahora bien, como el haber jubilatorio mínimo, con el último aumento (01/12/2020) se sitúa en $16.864 pesos y el dólar paralelo o “blue” (que suele ser el parámetro económico real en Argentina) se cotiza en el orden de los $150 pesos por dólar.
En realidad, un jubilado que “cobra la mínima” percibe en mano unos U$S113 dólares estadounidenses y debe vivir pagando con esa suma alimentos, indumentaria, medicamentos, energía eléctrica, gas, telefonía, alquiler, expensas, internet, impuestos, etc. con tan sólo U$S3,8 por día.
En síntesis, los jubilados argentinos no viven en la pobreza extrema según el Banco Mundial, pero están muy cerca de ella.
Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social, al dar a conocer los datos de su informe aclaró que la pandemia agravó una situación social y laboral que se fue agudizando a lo largo de toda la década.
“La evidencias presentadas en este informe confirman que bajo el escenario de crisis Covid 19, las capacidades monetarias de los hogares experimentaron un deterioro abrupto y pronunciado, con efectos regresivos sobre la pobreza y la indigencia. El nuevo escenario paralizó aún más la inversión, los consumos y la demanda de empleo en la economía formal, a la vez que frenó toda expectativa de reactivación, afectando especialmente a la pequeña y mediana empresa, profundizando la relación entre informalidad económica, pobreza y exclusión social.”
Todo ello en un país que, tal como decían nuestros abuelos, los precios van en ascensor y los salarios en escalera.