Imaginemos la escena a través de la mirada del añorado Forges. Náufragos en la isla, sentados en el suelo; todos hombres, unos con la barba “afeitada a la piedra” otros con ella; unos a lo hípster otros a lo tercio de Flandes…a elegir. De una hoja de la palmera cuelga una sardina, una mitad con carne y la otra ya es raspa… a lo lejos se atisba una cola de tiburón.
Es incuestionable la intensidad con que estamos viviendo la política, mucho exceso, tensión y falta de perspectiva. Es un camino que puede conducirnos al hartazgo y al desinterés de los electores. ¡Ojo!, pues puede que finalmente estos, empiecen a buscar soluciones a los problemas colectivos, entre los que, utilizando el sistema, practican la negación de la democracia.
Las elecciones pasadas han demostrado que la sociedad española no está aquejada de desafección política, los porcentajes de participación lo evidencian y el extremismo político está presente, pero no en la proporción que cabría esperar.
Ahora bien, la sensación de perpetua casilla de salida puede tener un coste imprevisible en el sistema de representación. La proclamada transversalidad de la nueva política es un espejismo que ha desaparecido antes de llegar. Hay derecha e izquierda política, como siempre. No hay nada nuevo, solo una diferente agregación de intereses. El miedo electoral no parece preocupar mucho a los votantes. Ni el coco de la izquierda, ni la hidra de la extrema derecha lleva a concentrar el voto en un partido concreto. La variedad partidaria en la agregación de intereses hace urgente revisar los sistemas institucionales de gobernabilidad, pues la capacidad del diálogo político inter partidario es más bien nula. El ser el más votado con un sistema de partidos como el actual te convierte en blanco de todos los demás. La estrategia no es gobernar, es que no gobierne el otro pues eso significa un desgaste excesivo al que se queda fuera del poder. Una curiosa manera de entender la democracia.
El juego de los intereses partidarios es legítimo, es la base del pluralismo político. Cuando no tienen fundamento la cuestión es más grave. Los partidos se erigen en defensores e intérpretes de sus electores, e incluso de los que no les han votado, en una suerte de interpretaciones sorprendentes. Los ciudadanos piden gobiernos “de centro derecha liberal” o “gobiernos de coalición” o solo de “cooperación”. El respeto a los ciudadanos y no abusar de su credulidad es también parte esencial del procedimiento democrático.
Los partidos han dejado de servir a la formación de la voluntad popular, ofrecer alternativas de soluciones, seleccionar responsables cualificados para la gestión de lo público, ser ejemplo de democracia. Hoy se asemejan más a clubs de fans en torno a un líder, de un liderazgo con fecha de caducidad como la vida misma. Están lejos de ser instrumento fundamental para la participación política, como reza nuestra Constitución. No vale engañarse. Son meras “plataformas de proyección personal” donde las propuestas políticas quedan subsumidas en estrategias de ocupación del poder. Esto no sabemos si es acertado para la regeneración democrática. Los líderes de hoy día llevan tras de sí, sobre todo, la mochila de sus intereses personales. Han perdido el sentido patriótico y desinteresado de antaño, son tiempos de supervivencia.
La pregunta del millón si esto es así: ¿se puede hacer algo en este momento por convertir los problemas y desencuentros en soluciones sin tener que convocar nuevas elecciones de resultado igualmente incierto?
Sánchez lo tienen complicado. Para evitar el naufragio necesita a otros.
La única tabla de salvación personal que le queda a Iglesias, es entrar en el Consejo de Ministros, o eso piensa él. Ha dilapidado con su actitud personal un importante capital político. El chantaje no es la vía, fue un error en el 2016 y ahora no ha cambiado. Unos nuevos comicios le abrasarían. España necesita urgentemente un gobierno que ponga orden en la agenda política y que cierre el ruido tremebundo de que la estabilidad política tiene una gran vía de agua. Hay que dejar de jugar a estrategas y negociadores en la Play-station, no está la cosa para ponerse estupendos. Y él, tras el descalabro, menos.
Rivera camina a ser el líder de una nueva extrema derecha, si no puede serlo de la derecha. Cada día pierde más sus complejos. Ha convertido su partido en el más “leninista” de la escena política española y “si a alguno no le gusta, que forme otro partido”. Las palabras de Aguado sonaron más reaccionarias en la Asamblea de Madrid que las de Monasterio. Son capaces de perder cualquier atisbo de ética política, incluso prevaricar, con tal de impedir una votación de investidura con candidato socialista. Un terrorífico miedo a la deserción les invade. Son preocupantes los discursos frentistas y guerracivilistas que buscan la provocación callejera por parte de Cs. Es un importante salto cualitativo.
Que en Madrid gobierne la extrema derecha debería ser una preocupación generalizada para todos, que lo haga en connivencia con los llamados liberales o conservadores, no es entendible ni asumible en ninguna democracia europea.
Hubiera sido necesaria una mayor presión para hacer ver la gravedad de un gobierno directo o indirecto de extrema derecha en Madrid. A los socialistas se les puede reprochar cierta tibieza para evidenciar ante los diferentes operadores sociales, económicos y culturales que el abrir la vía a la extrema derecha, no es inocuo. Todos terminan siendo perdedores.
En la formación del Gobierno de la Nación y en el de Madrid estamos depositando nuestro futuro. España no puede ser otra vez diferente dando por bueno el crecimiento de planteamientos radicales en la gobernabilidad. Por ello no nos equivoquemos, el extremismo está en la complacencia con la inestabilidad, el antipatriotismo también.
Si los egos nos llevan a un callejón sin salida, la isla se llenará de náufragos.