El propio cuerpo se impuso como una especie de interferencia carnal, que no solo complicaba la relación del sujeto con el mundo generando cierto ruido entre uno y otro, sino que además era capaz de producir por sí mismo ciertas imágenes.
Paula Sibilia
La dramaturgia con voz propia.
La palabra de las dramaturgas estuvo vedada durante más tiempo y de un modo más contundente que en las otras manifestaciones literarias producidas por las mujeres porque la mujer en escena ponía en evidencia el desprestigio del cuerpo femenino exhibido públicamente; y ello determina la distancia insoslayable respecto de la buena mujer de familia. Explica María Claudia André en Dramaturgas argentinas de los años 20 que “La participación de la mujer en el ámbito teatral se limitó casi desde sus orígenes al trabajo actoral, mientras que la escritura y producción dramática propiamente dicha quedó bajo el exclusivo dominio del hombre. Beatriz Seibel atribuye el casi inexistente desempeño de la mujer en la dramaturgia a dos factores determinantes; por un lado, a la falta de acceso a la lectura y la escritura […] y por otro, al estigma social que hasta entonces se atribuía a las mujeres que participaban en el mundo del espectáculo y/o del teatro.”
Patricia Zangaro es una dramaturga argentina contemporánea. Comienza a publicar a mediados de la década del ochenta y ya desde sus primeras obras elige espacio de la acción dramática un territorio marginal poblado por seres marginales.
Hoy debuta la finada (1988), Pascua rea (1991), Por un reino (1993), Auto de fe… entre bambalinas (1996), Advientos (1996), La boca amordazada (1999) son algunos de sus títulos; a los que se suma una gran cantidad de traducciones y adaptaciones de obras clásicas así como también ensayos sobre el género.
A partir del 2000 la dramaturgia de Zangaro se compromete abiertamente con la lucha por el respeto de los Derechos Humanos y, en particular, con la causa de las Abuelas de Plaza de Mayo e integra el movimiento cultural de Teatro por la identidad. De esa etapa son A propósito de la duda (2000), Tiempo de aguas (2000); Las razones del bosque (2002), Una estirpe de petisas (2002), Secretos a cuatro voces (2004), Mujeres, raíces de tango (2005).
Zangaro está interesada en la creación de historias a partir de la reconsideración de la identidad de los sujetos y en la reconstrucción discursiva de esos sujetos como actantes dramáticos, portadores de los signos del nuevo teatro. Para ello, opera con acciones experimentales que promueven rupturas genéricas e indaga sobre las cuestiones propias del texto dramático, es decir, los personajes y sus representaciones y, fundamentalmente, el material lingüístico que es la única herramienta con la que cuenta el escritor teatral para poner en evidencia la identidad subjetiva (y/o actancial) y, también, la verbal y la textual.
En una charla que Patricia Zangaro dio en la Universidad de Morón (Argentina) el 6 de noviembre de 2010 dijo que una vez que encuentra la voz del personaje, una vez que logra escucharlo, el personaje, y la acción aparecen. Es así como, sujeto y texto saben quiénes son y para qué están, por eso pueden “representar” a partir del empoderamiento de su voz, de su palabra. Y por otro lado, el texto como representación, es la “representación” en escena de esos sujetos: cuerpos, voces, identidades. Y también como el signo que está allí, en lugar de otra cosa según lo entiende la sociedad que lo produce; es decir un texto que es “representación” en tanto que por mediación del lenguaje articula los procesos de subjetividad a través de formas culturales y relaciones sociales.
A partir de las innovaciones propuestas se puede pensar en una suerte de segunda etapa de la escritura de Zangaro donde los espacios y personajes marginales (tan emparentados con el tango como una razón ontológica: La dramaturgia de Patricia Zangaro, en esta necesidad de plantear la identidad como un tópico, busca en el tango sus justificaciones. Como ella misma lo ha dicho, la figura de Discépolo (uno de los compositores rioplatenses más reconocidos) se constituye en su referente más claro tanto respecto a los temas como a la composición dramática que le interesa trabajar. El aspecto fundamental que Zangaro toma del tango es la situación de marginalidad que este desarrolla ya sea por el espacio donde se ubican las acciones como por el “tipo tanguero:” asocial, solitario, abandonado, despechado. Por otra parte, en el tango es posible reconocer una marcada cristalización de los roles socio-sexuales: el varón = macho; la mujer = “la hembra pérfida” y madre. Finalmente, el tango representa la cultura rioplatense y de allí, la identidad nacional.) determinan una especulación acerca de las voces desoídas en las formas marginales que promueven una necesidad, un deseo: saber quiénes son. Muchas de esas obras son trabajadas desde lo no dicho (los presupuestos discursivos) y los estereotipos sociales que se muestran en su lugar de fisura (los presupuestos sociales). El género y las representaciones femeninas resultan ser tópicos que se avienen para expresar en lo formal los elementos del contenido de su dramaturgia: la tensión, el conflicto y una obstinada manera de buscar las formas de expresión lingüística que es la única que le corresponde a la dramaturgia ya que los elementos semióticos de la puesta en escena (texto espectacular) no pueden estar escritos, previstos o predichos en el texto dramático.
Identidades nómades.
En Última luna y Tiempo de aguas, por ejemplo, es posible revisar el modo en el que las representaciones sexuales se vuelven figuraciones femeninas en los textos. En estas piezas hay una serie de elementos que al repetirse pueden considerarse isotópicos. Los personajes protagónicos son las mujeres. El teatro –que es representación- recurre a los personajes femeninos y, a partir de ellos genera una representación de las mujeres dentro de la sociedad –y la familia- porque esos personajes son la abuela, la nieta, la suegra, la nuera, la madre, la esposa, la hija. En los textos, los personajes encarnan estas distintas representaciones de los roles familiares y aportan los sentidos que las representaciones socio-sexuales tienen en el marco de la cultura. Esas representaciones, no solo subrayan lo tensivo de las representaciones respecto de la impronta social que determinan sino que configuran un espacio de conflicto imprescindible en la escena teatral.
A través de estas representaciones, la autora indaga las formas de resquebrajar el discurso dramático; es decir el eje de representación, e impone intersticios donde se producen otros sentidos y así, las figuraciones. Es así como las mujeres se desplazan en sus sentidos tradicionales y generan un nuevo signo, una nueva representación que pone de manifiesto esa búsqueda de la dramaturgia de Zangaro.
Las mujeres de estas obras, lejos de ser ‘la madre’ o ‘la hija’, ‘la suegra’ o ‘la nuera’ por ejemplo, según las determinaciones cristalizadas del régimen patriarcal, son ‘la cautiva’. Tal representación que pronto deviene figuración tanto existencial como discursiva, le sirve a Zangaro para señalar, nuevamente, ese lugar de intermitencia legal y social que caracteriza a los márgenes, el territorio nómade, variable y fluctuante que permite la existencia también fluctuante, nómade y variable. La imagen de la cautiva problematiza tanto la letra –patriarcal- escrita de la civilización (de la cultura o de la sociedad) como el cuerpo de la mujer (oscilante, vacilante, ambiguo o abyecto) y asimismo, la letra –voz pronunciada- de ese cuerpo que se hace corpus textual.
La cautividad es en la dramaturgia de Patricia Zangaro signo de inestabilidad de los regímenes sociales, corporales, simbólicos. La cautividad deconstruye los estatutos fijados y legitimados y muestra el revés: lo móvil y lo ilegítimo. Lo que permanece impermeable es el deseo de identidad que, como tal, cuenta con el requisito de no satisfacerse nunca.
Ese lugar de búsqueda de identidad que subyace en el cuerpo sexuado de la cautiva se imprime en la indagación y necesidad de reconstruir el corpus textual. Así, los tópicos quedan expuestos: personajes femeninos representantes de la cautividad; esta como la condición de marginalidad fluctuante entre el ser y el no ser, que devela una naturaleza metafórica desde la cual la identidad es una construcción simbólica, pura figuración.
Este sujeto femenino se sabe predeterminado por los roles y conductas impuestos por los mandatos de la sociedad; es decir, que sabe que su identidad está cruzada por las representaciones ajenas y las pretende transformar. Las mujeres representadas en el texto ‘son’ el desierto y ‘son’ el deseo; y ello les otorga un poder que resquebraja el lugar de los varones. Ese signo vacío –fronterizo– que es la mujer, según lo entiende Zangaro, aporta el silencio y calla la voz de los poderosos.