España ha vivido conmocionada por el trágico hecho de la desaparición y muerte de un niño. Ha ocupado la primera página de periódicos, radios y televisiones de manera profusa. Han dedicado mucho tiempo, e incluso horas, a contarnos todos los pormenores del hecho al minuto. Con una gran carga de sensacionalismo, totalmente reprobable en algunos por el morbo y el recreo en las inmundicias humanas. Este asunto, ha supuesto además, la postergación de otras noticias que estaban sobre la mesa como el malestar en la calle de los jubilados por las pensiones; las andanzas de Puigdemont el aventurero por Europa; la sinrazón de los partidos independentistas catalanes por encontrar la gobernabilidad de su Comunidad; la elección a perpetuidad del dirigente chino; la cita a ciegas de Kim y Trump; el asesinato de un ex espía ruso en Londres o como se van pasando los días y España se sigue hundiendo un poco más en el sin gobierno, por no tener presupuestos que impulsen la vida ciudadana.
No hay nada que justifique la muerte de un niño, menos si es violenta y cruel, propio de un cuento “gore”. No hay ni siquiera una revolución que merezca el llanto de un niño, decía Pio Baroja. Ahora bien, como sociedad debíamos hacer alguna reflexión más allá del desgraciado hecho, pues una cuestión nos lleva a otra y ahora nos metemos en si la prisión permanente revisable es la solución a estos problemas, si unos partidos políticos aciertan y otros se equivocan con su aceptación, o su rechazo. A buen seguro, se están equivocando todos: los partidos políticos y la sociedad en su conjunto.
Vivir todo en vivo y directo, hasta tener la sensación de estar en la escena y participar en la misma, es una cuestión tecnológica que pronto se implantará; psicológica y sociológicamente ya está dentro de nosotros. Participamos por el campo en la búsqueda, contemplamos desde el balcón la detención, incluso nos sentamos junto a la Vicepresidenta en el “funeral de Estado” y formamos parte de la guardia de honor que rinde honores a la víctima, para posteriormente ir a la puerta de la comisaria a pedir la pena de muerte de la asesina confesa.
Como decía más arriba sería bueno hacer alguna reflexión sobre cómo es nuestra forma de vida y cómo la estamos viviendo. Pero no hay tiempo… pronto llegará la próxima que nos haga cambiar el prisma y poner el foco en otra dirección para entrar en un nuevo reality show en el que participar.
En España hay denunciadas 4.164 desapariciones de personas, de ellos más de 1.300 son menores, más los aproximadamente 300 homicidios o asesinatos que se producen al año pueden dar para mucho. Ello por no contar otra serie de desafueros que también tienen la suficiente escabrosidad para poder hacernos centrar en ello nuestro interés exclusivo y no dispersarnos en otras “tonterías”.
Lo más llamativo es que, como ciudadanos, llegamos a pensar una cosa y lo contrario al mismo tiempo (me refiero a ciudadanos como españoles). Nos dejamos llevar por los medios a pronunciarnos a favor de la cadena perpetua y a continuación clamamos al cielo cuando tenemos noticia de errores judiciales, que como obra humana también se producen. Ahora bien, no reflexionamos que, construyendo otro modelo de sociedad donde lo importante sean las personas en humano y no en plasma, todas las cosas adquieran otro sentido y diferentes vías para solucionar los problemas. Estamos tratando sin rigor, sin aval científico ni técnico cuestiones que determinan la sociedad.
La delincuencia debe ser perseguida y castigada con la dureza y rigor necesario para que la sociedad no piense que, saltarse la ley, hacer daño a otros, es gratis pero no hay que olvidar que la prevención comienza creando condiciones de vida dignas y justas que no genere necesidades económicas, reales, ni psicológicas. Pero también creando pedagógicamente modelos de referencia en positivo, eso que se decía antes de “un ejemplo para todos”. No mostrando a diario el regocijo de contemplar cómo deambula por el mundo la excrecencia humana.
En esta tarea son muchos los llamados a colaborar, no solo la política aunque a ella hay que atribuirle el liderazgo, hay otros operadores sociales, educativos, culturales y mediáticos que tendrían que asumir el propósito de hacer una sociedad mejor. El único problema es que en ello tampoco puede haber consensos suficientes. Hay que sumar los intereses económicos que este caminar hacia la simplicidad esconde, a los políticos, de quienes quieren una sociedad que renuncie a la rebeldía y prefieren que viva en la mediocridad de lo insustancial, inmediato y mediático.
La racionalidad tiene que regresar a la política y de ahí a la vida pública y a la propia ciudadanía. Antes de recuperar los consensos, o para recuperarlos, es necesario restablecer previamente la racionalidad que debe llevar a la solución de los problemas; no se puede construir la convivencia colectiva desde los sentimientos y las pasiones. Lo emocional es consustancial al ser humano pero no nos podemos dejar llevar por la teatralidad emocional para afrontar cuestiones esenciales de la convivencia pues ese camino, tarde o temprano, nos termina llevando a un destino no muy esperanzador. El liderazgo sirve para hacer pedagogía de lo que nos sucede. Aunque bien es cierto que los discursos templados y reflexivos, las palabras escritas o dichas para hacernos pensar hacia dónde vamos y hacia dónde queremos ir, no son en estos momentos canciones que estén de moda.