LA PRESERVACIÓN DEL CÁDAVER
A los efectos de preservar los restos mortales de Eva Perón, el Gobierno convocó al doctor Pedro Ara Sarría, un médico español, por ese entonces catedrático de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba. El doctor Ara era una autoridad mundial en materia de preservación de restos humanos. Sus particulares métodos de conservación, cuyo secreto se llevó a la tumba, mejoraban considerablemente la parafinización que había ideado Leo Frederiq en 1876, y permitían mantener todos los órganos del cuerpo, preservando su apariencia en vida, y su tarea se distinguía, especialmente, por sus cualidades estéticas. Era capaz de convertir a la escultura funeraria del cuerpo humano y dar a la muerte la apariencia de un sueño convertido en arte.
El doctor Ara trabajo en un taller construido especialmente según sus instrucciones en el segundo piso del edificio de la C.G.T. Un año después el médico informaba por escrito a la Comisión Nacional Monumento a Eva Perón, Ley 14.124 el estado de su trabajo en la siguiente forma: “… el cadáver de la Excma. Señora Doña María Eva Duarte de Perón, impregnado de sustancias solidificables, puede estar permanentemente en contacto del aire, sin más precauciones que las de protegerlo contra los agentes perturbadores mecánicos, químicos o térmicos, tanto artificiales como de origen atmosférico.- No fue abierta ninguna cavidad del cuerpo. Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por actos quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en cualquier tiempo un análisis microscópico con técnica adecuada al caso. No le ha sido extirpada ni la menor partícula de piel ni de ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin más mutilaciones que dos pequeñas incisiones superficiales ahora ocultas por las sustancias de impregnación. […] Los elementales cuidados que en lo sucesivo deben prodigarse son, entre otros obvios, los siguientes: Primero, evitar que en el local donde sea depositado suba la temperatura a más de 25º C. Segundo, mantener fuera de la acción de los rayos solares la vitrina que contiene el cuerpo”.[i]
El secreto en que fueron realizados los trabajos de preservación del cadáver dio lugar a todo tipo de especulaciones y fantasías. La oposición creía que el cadáver había sido destruido y reemplazado por una réplica. Estas creencias darían lugar posteriormente a macabras comprobaciones sobre la autenticidad del cuerpo.
SANTA EVITA
Eva Perón era una pieza clave del régimen peronista y resultaba evidente que ni su propia desaparición física podía alterar esta realidad. Tras un primer intento de ocultar su enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de su muerte se buscó la forma de realizar el mayor aprovechamiento político de este hecho inevitable. Si Evita viva era un centro de poder político autónomo que cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro de la estructura del Estado, al morir debía convertirse en un icono del movimiento peronista. En esta forma su figura alcanzaría la dimensión de un mito popular.[ii] El régimen propició la construcción de un gran monumento recordatorio donde reposarían sus restos mortales. Inspirándose, posiblemente, en el tratamiento dado al cadáver de Lenin en la Unión Soviética, que, tras su momificación, fue encerrado en un monumento funerario situado en el centro de la Plaza Roja de Moscú. El mausoleo de Lenin fue convertido en un “centro de peregrinación” donde debían concurrir a rendir su homenaje desde los escolares a los visitantes extranjeros ilustres que visitaban la “patria del socialismo”.
A principios de julio de 1952, el Congreso modificó una ley, aprobada en 1946, que disponía la erección de un monumento al descamisado y por Ley 14.124 creó la “Comisión Nacional Monumento a Eva Perón”. El monumento a Eva Perón, sería realizado conforme un proyecto presentado por el escultor italiano León Tomassi y debía ser más alto que la Estatua de la Libertad. El monumento se emplazaría en los jardines de Palermo y una réplica de este se erigiría en cada capital de provincia. Para financiarlo, se descontarían a todos los trabajadores en relación de dependencia el jornal del 22 de agosto de 1952, correspondientes al primer aniversario del “Día del Renunciamiento”.
La construcción del mito de Evita comenzó desde el momento mismo de su muerte con un apoteótico entierro oficial preparado como un gran acto de masas donde el dolor popular de la gente más humilde se mezclaba con la espectacularidad propia de los fastos del régimen peronista. Se cuidaron todos los detalles. Comenzó con un velatorio de quince días en el Ministerio de Trabajo y Previsión, que en ese momento funcionaba en el edificio que hoy ocupa la legislatura porteña. Era allí donde diariamente Eva Perón había trabajado desde 1947. Actualmente, en el salón que lleva su nombre se conserva su escritorio y un sillón de aquella época.
El domingo 27, a las 11 de una mañana lluviosa, se habilitó la capilla ardiente en el Hall de Honor, en el primer piso, donde las ofrendas florales se contaban por centenares. Al lado, en el Salón Dorado, permanecía su marido. El gobierno había dispuesto las medidas de duelo oficial, que se extendería por treinta días.
Ya antes de la medianoche, se anunció la suspensión de actividades oficiales por dos días; los comercios, bares y restaurantes debieron cerrar por tres días, y no hubo ni diarios ni taxis. De la misma manera, la Asociación del Fútbol Argentino suspendió el torno por tres fechas y solicitaron a las iglesias que sus campanas doblasen cinco minutos todos los días. Se impuso la cinta negra de luto que debían usar en forma obligatoria en la manga de los sacos todos los empleados públicos e incluso el personal de la Policía Federal Argentina en sus uniformes. Asimismo, se decretó que todos los 26 de julio sería una jornada de duelo.
La CGT la declaró “Mártir del Trabajo”. El 8 de agosto la legislatura bonaerense aprobó un proyecto para cambiarle el nombre a la ciudad de La Plata por el de la difunta. Hubo un proyecto similar que se discutió en el Concejo Deliberante de Quilmes. Ya a fines del año anterior La Pampa, hasta entonces territorio nacional, se convertía en provincia, a la que habían bautizado con el nombre de Eva Perón. El mismo proceso sufrió el Chaco, provincia que adoptaría el nombre de presidente Perón.
El Vaticano recibió una insólita petición del gremio de la Alimentación: pedía la canonización de Eva Perón. La comparaban con Santa Teresa, y la ponían por encima de Juana de Arco. Posteriormente, el Papa Pío XII recibiría 26.000 peticiones para que Evita fuera canonizada.
Se la veló hasta el 11 de agosto y en muchas localidades del interior del país se armaron capillas ardientes presididas por el retrato de Eva Perón. Fue un incesante desfile de gente que formaban largas e interminables colas de hasta tres kilómetros de personas esperando más de 10 horas, para dar su último adiós. Se dispusieron ambulancias para asistir a los que pacientemente aguardaban bajo la lluvia y el frío, y la Fundación Eva Perón y la Cruz Roja repartieron comida y bebidas calientes. Cuando los alimentos se agotaron, se pidió auxilio al Ejército, que colaboró con sus cocinas de campaña. No obstante, se produjeron cientos de desmayos e indisposiciones y cuatro muertos durante el velatorio.
Finalmente, el 11 de agosto se realizaron los funerales. Un lento cortejo que comenzó a las 15.00 horas, fue primero al Congreso Nacional. De allí el cadáver se trasladó a la sede de la CGT, donde quedaría depositada para que el doctor Ara pudiese terminar con su trabajo de conservación. La cureña que transportaba el féretro era arrastrada por un grupo de trabajadores, vestidos con camisas claras. Esa misma cureña se emplearía en 1974 para trasladar el cuerpo del teniente general Juan D. Perón, presidente de la Nación, fallecido el 1º de julio, solo que fue tirado por un vehículo militar.
Detrás del ataúd iban Perón, la madre y los hermanos de Evita, funcionarios y amigos de la difunta. A caga lado, el cortejo una triple fila constituida por un trabajador de la CGT, un cadete del Colegio Militar de la Nación o de la Escuela Naval y una voluntaria de la Fundación Eva Perón custodiaba la cureña donde reposaba el féretro y rendía a la “Jefa Espiritual de la Nación” su postrer homenaje, en una procesión multitudinaria que la acompaño hasta lo que debía ser su morada provisoria, el local de la C.G.T en la calle Azopardo.
Para ello, el gobierno supo utilizar muy bien el fervor popular que despertaba la figura de Evita, que de todas maneras hubiera ocupado un lugar destacado en el corazón de los argentinos, como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá o la Difunta Correa, para alentar una suerte de culto a “Santa Evita”. Este culto comenzó con intentos de canonizar a Evita por parte de algunos, pero alcanzó su verdadera dimensión en los humildes hogares peronistas que levantaron toscos altares para rezarle a Evita. El razonamiento era sencillo, si Evita había hecho tanto por los pobres, ahora que estaba junto a Dios como no iba a concederles un favor a ellos.
Convertida Evita en un símbolo y bandera de lucha del régimen, su cadáver adquirió un especial valor político que lo llevaría a desempeñar un papel singular en la historia política del país. Este papel comenzó desde el mismo momento en que se encomendó al doctor Pedro Ara su preservación y embalsamamiento para convertirlo en un imperecedero objeto de culto para los peronistas y por consiguiente en blanco del odio de los antiperonistas. Ambos sectores pujarían macabramente por la posesión de ese cadáver durante los veinte años siguientes a su muerte.
Próxima entrega: La Desaparición del Cadáver
[i] ARA, Pedro: El caso Eva Perón. Ed. CVS. Madrid. 1974. Pág. 120
[ii] SANTA EVITA: Un proceso similar de “culto al héroe revolucionario” fue implementado en Cuba por el régimen castrista con respecto a la figura de Ernesto “Che” Guevara. Tanto el Che como Evita trascendieron, se convirtieron en mitos que sirvieron y aún sirven de inspiración a los revolucionarios latinoamericanos y a jóvenes inconformistas del mundo entero, que en muchos casos desconocen los aspectos más elementales de su vida y de su verdadero pensamiento político.