NOTA DE LA REDACCIÓN
Por razones de extensión la anterior publicación salió incompleta. Por lo tanto hemos fraccionado el mismo artículo en dos partes publicadas consecutivamente. Mil disculpas a nuestros lectores
LA ARGENTINA DE LA DEMOCRACIA
La Argentina es uno de los países latinoamericanos que más ha sufrido problemas de gobernabilidad y hechos de protesta social en las últimas décadas, en especial a partir del gobierno del presidente Fernando de la Rúa.
En mayo de 1989, el presidente radical Raúl R. Alfonsín debió renunciar seis meses antes de cumplir su mandato constitucional de seis años. La renuncia de Alfonsín fue la única forma de detener los saqueos a supermercados y comercios en los barrios más pobres del Gran Buenos Aires, Rosario y otros centros urbanos. Estos fueron protagonizados por pobladores afectados por el aumento desmedido en los precios de los alimentos y productos de primera necesidad. El índice inflacionario había registrado un incremento del 200% ese mes. Los incidentes dejaron 14 muertos y decenas de heridos.[i]
El gobierno de la Unión Cívica Radical había sucedido a una prolongada dictadura militar (1976 / 1983) signada por sus violaciones a los derechos humanos y por la derrota en la guerra de Malvinas (1982). Alfonsín debió soportar alzamientos militares en la Semana Santa de 1987 y en dos oportunidades durante 1988. El verano de 1988 / 89, se inició, en Argentina, con una veda parcial en el suministro energético a la población. Para colmo de males, el 23 de enero de 1989, un grupo terrorista con 46 hombres perteneciente al “Movimiento Todos por la Patria”, formado por exmiembros del Partido Revolucionario de los Trabajadores / Ejército Revolucionario del Pueblo, atacó el cuartel del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, sito en la localidad bonaerense de La Tablada. El ataque terrorista se saldó con la muerte de 33 atacantes y once miembros del Ejército (5 oficiales y suboficiales, 4 soldados conscriptos de 18 años que cumplían con el Servicio Militar Obligatorio y 2 miembros de la Policía Bonaerense), dos civiles muertos y 53 heridos, entre ellos 2 civiles.
Los trece sobrevivientes enjuiciados y otros siete terroristas detenidos después fueron enjuiciados. Los líderes del grupo Enrique Gorriarán Merlo y su esposa Ana María Sívori fueron detenidos en México, donde se habían refugiado, y extraditados a Argentina. Los veinte atacantes encarcelados recibieron la conmutación de sus penas por parte del presidente Fernando de la Rúa. Sívori y Gorriarán Merlo fueron indultados en 2003 por el presidente Eduardo Duhalde.
En el mes de febrero la crisis económica se agudizó. Una fuerte depreciación del austral[ii] con relación al dólar despertó un profundo malestar en bancos y empresas contra el gobierno. En el mes de mayo, tras el triunfo del candidato peronista Carlos Menem en las elecciones presidenciales, el gobierno radical fue incapaz de controlar el país. Estallaron entonces, en diversas localidades del país, múltiples saqueos e incidentes entre manifestantes y propietarios, guardias privados de seguridad y fuerzas de policiales.
La población argentina, tras nueve años de dictadura militar, debió ver con dolor como el primer presidente democrático no era capaz de cumplir su mandato constitucional.
Carlos Saúl Menem, era hijo de inmigrantes sirios que se habían radicado a principios del siglo XX en la provincia andina de La Rioja donde prosperaron en el comercio y la actividad vitivinícola. Aunque se graduó de abogado en la prestigiosa universidad argentina de Córdoba, Menem se dedicó casi con exclusividad a la actividad política en las filas del Partido Justicialista.
Elegido gobernador de su provincia natal en 1973, durante el tercer gobierno del general Juan D. Perón, tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976 debió enfrentar largos años de cárcel y destierro interior.
En los comicios de 1983, aunque el Partido Justicialista perdió la elección nacional, Carlos Menem fue nuevamente elegido gobernador de La Rioja. En 1987, fue reelecto en el cargo.
Pese a su evidente popularidad en la pequeña, despoblada y pobre provincia de La Rioja, Carlos Menem carecía de inserción en la política argentina. La población en general lo veía como una figura un tanto exótica aún para los parámetros latinoamericanos. Usaba el cabello largo y grandes patillas al estilo de los caudillos provinciales del siglo XIX. Menem era más conocido por sus escándalos conyugales, sus amoríos con celebres artistas del espectáculo y por su pasión por el automovilismo que por su capacidad como dirigente político.
Para sorpresa de la mayoría de los observadores y analistas políticos, derrotó al gobernador de la poderosa provincia de Buenos Aires, el veterano caudillo justicialista Antonio Cafiero, en la elección interna de su partido. Después se impuso ampliamente en la elección presidencial al candidato de la Unión Cívica Radical, el gobernador de la provincia de Córdoba, Eduardo Angeloz, su antiguo condiscípulo en la universidad.
Aunque Menem tenía el típico perfil del político populista latinoamericano una vez en el gobierno sorprendió nuevamente tanto a sus propios partidarios como a sus opositores. Inmediatamente abandonó sus promesas electorales de implementar el “salariazo” y la “revolución productiva”. También renunció a los principios estatistas y dirigistas que durante décadas había sido la base ideológica del peronismo. Menem demostró ser realista y pragmático al adherir a los principios del “Consenso de Washington”, que por entonces era el modelo político dominante.
Menem fue uno de los primeros presidentes latinoamericanos en percibir los futuros efectos del fin de la guerra fría, la globalización y el predominio de los Estados Unidos sobre el sistema internacional y operó en consecuencia.
Se alineo con la potencia hegemónica, abrió la economía argentina, privatizó las deficitarias empresas estatales, refinanció la deuda externa y dio al país un período de estabilidad y crecimiento del que no había gozado en décadas.
En 1994, la prosperidad económica le permitió reformar la constitución argentina para poder ser reelecto en 1995. Así alcanzó varios récords en la historia argentina. Fue el presidente argentino que gobernó más tiempo seguido al país. También fue el único presidente civil que completó dos periodos presidenciales consecutivos. Por último, fue el primer presidente argentino que completó su mandato presidencial desde que Juan D. Perón completó el suyo en 1952.
Pero, el modelo menemista tenía otra cara menos feliz. Muchas de las privatizaciones fueron realizadas con “desprolijidades” y corrupción. Se vendió a precio vil el patrimonio de los argentinos y se entregó al control extranjero sectores claves de la economía argentina. La industria nacional fue prácticamente arrasada por la competencia de productos extranjeros subsidiados.
La política exterior se convirtió en “relaciones carnales” con los Estados Unidos. Argentina participó de la Guerra del Golfo –1991-, restableció relaciones con el Reino Unido y reforzó sus vínculos económicos con Brasil en el marco del MERCOSUR.
Mientras una parte de la población vivía la “fiesta menemista”, creyendo que ingresaba al “primer mundo”, aprovechaba el “dólar barato” para viajar por el mundo practicando el “deme dos”, crecieron los excluidos del sistema económico. Argentina acentuó su perfil de país exportador de materias primas con escaso valor agregado y la desocupación se incrementó aceleradamente.
El Dr. Ricardo ARONSKIND nos presenta una visión crítica de la economía durante el menemismo: “Se ha señalado al tipo de cambio artificialmente revaluado como la causa de los enormes desequilibrios del período, ya que estimuló fuertemente la importaciones (destruyendo la industria local), hizo perder competitividad a las exportaciones (reduciendo el margen de ganancia, o haciéndolas desaparecer), propició las actividades especulativas y llevó a un enorme endeudamiento público y privado que derivó en la incapacidad de la economía de obtener los créditos necesarios para pagar sus compromisos externos. Pero la revaluación cambiaria no fue más que una parte del conjunto de las políticas implementadas en ese período de fundamentalismo neoliberal.
“Según esa visión ideológica, el Estado debía crear un “clima de negocios” que propiciara la inversión privada. En la práctica, eso significó la total subordinación de las políticas públicas a las necesidades y demandas de las diversas fracciones empresarias. Sin embargo, la sumatoria de favores a diversos intereses particulares no constituye una política productiva. Las políticas de apertura importadora, privatización a precio vil de las empresas públicas y la desregulación a favor de intereses privados, no tuvo otra meta que la de otorgar rentas en condiciones privilegiadas a determinados actores locales y extranjeros. El tipo de cambio artificialmente sostenido con endeudamiento externo fue parte de esas medidas: favoreció la concesión de una gran masa de créditos al país, muy útiles para los financistas internacionales y los comisionistas locales que necesitaban colocar fondos en economías periféricas; favoreció la importación de todo tipo de bienes de consumo, provenientes de firmas extranjeras, lo que le proporcionó a la población la sensación (ficticia) de progreso y de “acceso” a la modernidad; favoreció la remisión de utilidades mucho más elevadas en dólares de las firmas extranjeras a sus casas matrices, ya que podían obtener muchos más dólares gracias a la baratura de los mismos debido al “1 a 1”; favoreció la ilusión de estabilidad de precios, ya que la brutal disrupción de la producción local y la enorme masa de desempleados que se fue acumulando a lo largo de esos años, presionó hacia la baja el salario nominal.
El desempleo, que llegó al 18% -con un subempleo semejante- a mediados de la década, fue un aspecto relevante del “modelo”, ya que permitía un fuerte disciplinamiento laboral, y fue un antecedente social directo de las jornadas de diciembre de 2001.”[iii]
Comenzaron a surgir las organizaciones de trabajadores desocupados y jubilados pauperizados por el congelamiento de sus pensiones, así nacieron los “piqueteros”, identificados en primer lugar por una forma novedosa de protesta: el corte de ruta. Lo piqueteros hicieron su aparición en 1996, en Cutral Có, en la provincia de Neuquén, y de más contundente poco después en Tartagal y General Mosconi en Salta.
Los piqueteros cortaron rutas, incendiaron neumáticos, organizaron ollas populares y reunieron además a jóvenes que nunca pudieron trabajar, a sus familiares y amigos, dispuestos a enfrentar a pecho descubierto, con piedras y palos, a las fuerzas de seguridad. Era la movilización de los desocupados, violenta y a la vez reacia a cualquier tipo de acción organizada. El gobierno a veces reprimió, otras veces negoció, entregando ayuda en alimentos y ropa, y sobre todo contratos de empleo, los “planes trabajar”, transitorios y siempre insuficientes; con ellos lograba un alivio momentáneo del conflicto, pero a la vez generaba nuevos reclamos.[iv] Habían llegado para nunca desaparecer los “planes sociales” que se multiplicarían en los años siguientes.
No obstante, sentir los crujidos del sistema que había creado, Carlos Menem fue capaz de terminar su mandato en medio de escándalos de corrupción por la venta de armas a Croacia y Ecuador. Años después muchos funcionarios de su gobierno y el mismo deberían transitar los juzgados y aún enfrentar la cárcel para responder a las acusaciones de corrupción, malversación de fondos públicos y enriquecimiento ilícito.
Una alianza de centro izquierda, entre la Unión Cívica Radical, el FREPASO y el socialismo, logró una amplia victoria sobre el justicialismo y llevó a la presidencia al veterano dirigente radical Fernando de la Rúa.
Fernando De la Rúa era ciertamente un hombre de paradojas. Era, sin lugar a duda, el político con mejores antecedentes académicos, profesionales y legislativos que llegó al sillón de Rivadavia en el siglo XX.
Había nacido en 1937, en la mediterránea provincia de Córdoba pero su base electoral estaba en la ciudad de Buenos Aires. Se trataba de un abogado y profesor universitario con sólido prestigio intelectual y profesional pero su vocación era la política. Recogía la tradición de “sabattinismo” del radicalismo cordobés, a la vez que se asentaba a nivel nacional junto al balbinismo.
Había cursado estudios secundarios en el Liceo Militar llegando a ser el abanderado de su promoción. A los 21 años se recibió con honores de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba. Tenía vinculaciones familiares y sociales con el ámbito castrense –su esposa pertenecía a la familia Pertiné integrada por prestigiosos militares- pero militaba en el partido político más antiguo de la Argentina: la Unión Cívica Radical.
Su esposa Inés Pertiné era nieta, sobrina y hermana de militares, hombres bendecidos con cargos ministeriales, diplomáticos, casi todos ellos en regímenes de facto. Su padre el general Basilio Pertiné fue presidente del Círculo Militar e integró el Tribunal Honor que despojó al general Juan D. Perón de su grado y uso de uniforme, durante la Revolución Libertadora. Se casaron el 15 de diciembre de 1970 en la iglesia del Pilar. Agustina, Antonio y Fernando fueron los hijos del matrimonio.
El joven “Chupete” De la Rúa comenzó su carrera política en 1973, cuando contra todo pronóstico derrotó al candidato justicialista, el nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo, -hijo de un ministro de Interior del general José Félix Uriburu, de connotaciones fascistas-, y creador del semanario Azul y Blanco, de notable difusión en la década del sesenta. En una disputada segunda vuelta electoral por el cargo de senador nacional por la ciudad de Buenos Aires obtuvo el 54%, casi un millón de votos. Fue la única victoria radical en todo el país.
De la Rúa a los 35 años, dice Marcelo Larraquy[v], se destacaba como un dirigente moderno entre aquellos radicales formados en la lucha contra el peronismo, que trasegarían durante décadas en la historia del partido. Junto a hombres de la “vieja guardia” de la Línea Nacional, como Juan Carlos Pugliese, Carlos Perette, Antonio Tróccoli, César García Puente o Carlos Contín, al joven De la Rúa se lo caracterizaba como el “John Kennedy argentino”, a favor de su indubitable proyección política.
De la Rúa no tenía la exaltación ni la estética de aquellos jóvenes radicales de la Junta Coordinadora Nacional aunados detrás del liderazgo de Alfonsín, pero frente a las voluntades conservadoras –y en, muchos casos, de visible ADN antiperonista- de la Línea Nacional era claramente una figura renovadora.
Era moderado y prudente, lo cual significaba una antítesis para la época, pero tampoco al punto de repudiar la ola en favor de la “liberación nacional” que acompañaba la mayoría del pueblo argentino con el voto al peronismo.
Aún más: en la noche de su victoria de abril, prometió que ejercería desde el Senado un control democrático, pero no obstaculizaría los proyectos populares que llegaran del Ejecutivo.
Esto se advirtió en la madrugada del 27 de mayo de 1973: De la Rúa votó por la liberación de los presos políticos. Había sido su promesa de campaña y la cumplió.
Su buena estrella electoral hizo que Balbín lo subiera a su fórmula presidencial pocos meses después, cuando debió enfrentar a Perón y a su esposa Isabel. La de la UCR fue casi una fórmula testimonial. La fórmula del FREJULI, Perón – Perón venció con el 62% de los votos.
Su mandato legislativo quedó interrumpido en 1976 por el golpe de Estado. Pero, él no fue molestado por los militares –en ese entonces tenía un cuñado almirante: Basilio Pertiné, bien situado en el poder- y pudo desarrollar su actividad como abogado sin ningún inconveniente e incluso cobrar su “jubilación” como senador. Su estudio jurídico tenía clientes importantes como el Grupo Bunge & Born o el Banco de Crédito Argentino.
Muerto Balbín en 1981, emergió como referente protagónico de la Línea Nacional, pero después de la derrota de Malvinas el alfonsinismo fue construyendo un fenómeno político, que fue imparable no sólo para él sino para el propio peronismo, al que derrotaría por primera vez en elecciones libres, sin proscripciones.
De la Rúa no pudo heredar el liderazgo de Balbín. La época no lo acompañó. Si bien había entendido y representado los intereses tanto de la franja conservadora moderada como de sectores de la clase media progresista, el electorado buscaba un líder con un carácter más definido y expresivo para salir de la dictadura militar; que pudiera demostrar firmeza tanto frente a los militares como frente al peronismo que había desparramado la violencia interna en su precedente período de gobierno. Y ese hombre fue Raúl Alfonsín.
El linaje militar de su familia política y sus vínculos sociales no ayudaba a Fernando de la Rúa para un discurso más enérgico frente a los militares que cedían el poder tras la contienda bélica. El apellido Pertiné le había resultado una coraza para atravesar sin sobresaltos los años del régimen de facto, pero no resultaba confiable para los nuevos tiempos.
Las críticas de De la Rúa a los militares habían sido moderadas, de tono bajo, casi inaudibles, frente a las violaciones de los derechos humanos. Ser un hombre de centro, en este caso, no lo favoreció en la apertura democrática.
Alfonsín le ganó la interna radical con facilidad, distrito a distrito, una interna que además lo proyectó como candidato presidencial.
La posibilidad de una fórmula Alfonsín – De la Rúa no prosperó en las negociaciones iniciales. Cada uno construyó su propio sendero en la historia del radicalismo, y los dos llegaron a la Presidencia, con finales dramáticos, pero la rivalidad histórica entre ambos, durante tres décadas, se mantendría inalterable, afirma Marcelo Larraquy.
De la Rúa volvió al Senado en 1983 y respetó disciplinadamente cada proyecto del Partido. Negoció, buscó acuerdos con la oposición en designaciones de jueces y ascensos de militares, y apoyó, no podía ser de otro modo, la ley de Punto Final y Obediencia Debida impulsada por Raúl Alfonsín.
En un país derrumbado por la crisis de la deuda externa y la hiperinflación, no se proyectó para una elección presidencial. Ningún radical tendría posibilidades de triunfo en la Argentina del '89. Pero, como todo el partido, apoyó a Eduardo Angeloz, que fue derrotado por Menem.
La alianza de la UCEDE y el PJ en el Colegio Electoral lo privaron de continuar en el Senado en 1989, pero volvería al Congreso como diputado dos años más tarde.
En ese momento, De la Rúa ya era titular del Comité Capital, con un perfil bien diferenciado de la Coordinadora radical que encabezaban hombres como Enrique “Coty” Nosiglia, Leopoldo Moreau, Marcelo Stubrin, Federico Storani o Facundo Suárez Lastra. Tenía un electorado consolidado entre los porteños. Fue electo senador otra vez en 1993 y luego presentó su oposición al Pacto de Olivos, se enfrentó decididamente a Raúl Alfonsín y a la reforma constitucional que, con la cláusula reeleccionista, permitiría otro mandato de Menem. La UCR ya perdía terreno frente a la emergencia del FREPASO. Y De la Rúa se sumó a las voces que reclamaron la renuncia de Alfonsín a la conducción del partido, finalmente consumada, que inauguró un período de anarquía para la UCR.
Con la reforma constitucional de 1994, Buenos Aires logró su autonomía como distrito federal, y De la Rúa quedó como el candidato mejor proyectado para ganar la Ciudad. Ahora tenía que enfrentar a una fuerza nacional progresista, consolidada como la primera oposición al menemismo: el FREPASO, que venía avanzado con victorias consecutivas. El nuevo hombre de los porteños era el peronista disidente Chacho Álvarez.
Pero en la batalla electoral por la Ciudad de Buenos Aires no habría obstáculos para De la Rúa. En los comicios alcanzó el 40% de los votos emitidos, Un porcentaje suficiente para superar el 26% obtenido por el candidato socialista del FREPASO Norberto La Porta. Fue su primer cargo Ejecutivo. Jefe de Gobierno casi a los 60 años.
La Jefatura de Porteña se convirtió pronto en un lugar especialmente apto para él. De la Rúa podía acompañar la ola opositora contra el menemismo y a la vez distinguirse, pero no excluirse, del movimiento transversal que urdían frepasistas y radicales en los orígenes de la Alianza, cuando se presentaron por primera vez en un acuerdo en la histórica confitería porteña de “El Molino”.
La pretensión de unir a progresistas del peronismo y el radicalismo, más sectores de izquierda independiente, para presentarse como una opción política alternativa y viable frente al menemismo, no encandiló a De la Rúa.
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mejor dicho, su jefatura de gobierno sostenía su propio capital político. Sin embargo, cuando la unidad progresó y se consolidó como tal, con una foto en la casa de Raúl Alfonsín, en agosto de 1997, apareció junto a Chacho Álvarez, Graciela Fernández Meijide y Rodolfo Terragno. Así nació la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación. Todavía no se podía prever cuál de los Cinco Fundadores emergería como líder de un futuro gobierno. Los unía el mismo enemigo: Carlos Menem.
El caudillo riojano fue reelecto en 1995, su segunda presidencia presentaba muchos flancos abiertos. La revelación de casos de corrupción, mafias políticas apañadas por el Estado, el crimen del fotógrafo José Luis Cabezas y los múltiples funcionarios procesados –aún con la protección de jueces federales- le hicieron perder credibilidad a su gobierno.
La unidad entre la UCR y el FREPASO parecía un bloque electoral difícil de romper. La UCR ofrecía el territorio, los caudillos, las parroquias, una maquinaria electoral aceitada. El FREPASO ofrecía el discurso renovador, la alternativa al “hastío moral” gestado por el menemismo, con las privatizaciones, la desocupación, y el estancamiento económico.
La imagen de De la Rúa estaba asentada en el contraste del exhibicionismo de la “pizza con champán” que irradiaba el menemismo. La austeridad, la moderación y la transparencia ahora eran cualidades valoradas. Pero antes faltaba ganar la competencia interna en la Alianza. Y aquí el radicalismo aprovechó su despliegue territorial.
De la Rúa, que triunfó de forma sencilla frente a Rodolfo Terragno en la interna radical, luego enfrentó a Graciela Fernández Meijide, que venía de vencer al duhaldismo en la provincia de Buenos Aires en 1997. Fernández Meijide era la figura política del año.
Sin embargo, pasados los meses, en noviembre de 1998, la victoria de De la Rúa fue de tal magnitud que prefirieron abandonar el conteo para dar imagen de “unidad” a la Alianza, y no erosionar a Fernández Meijide, ahora proyectada para la gobernación de Buenos Aires en 1999.
En la campaña por la Presidencia, la Alianza había logrado reunir el apoyo de una alquimia de personalidades que encontraban en la oposición a Menem su punto de equilibrio: Patricia Bullrich, Diana Conti, Hernán Lombardi, Torcuato Di Tella, Nilda Garré, Darío Lopérfido, Beatriz Sarlo… marcaban el pulso, la necesidad del cambio.
Menem estiró la posibilidad de una nueva reelección, tensó la interpretación de la Constitución Nacional y el escenario político; sólo parecía interesado en presentar obstáculos a la fórmula de peronista integrada por el gobernador bonaerense Eduardo Duhalde y el canta autor Palito Ortega, en ese entonces gobernador de Tucumán. El peronismo, diferenciado del menemismo, no logró conformar una propuesta electoral confiable.
La Alianza ganó sin sobresaltos. Obtuvo el 48,5% de los votos. La fórmula mostraba a los dos vencedores de la Alianza. La autoridad de De la Rúa y el progresismo de Chacho Álvarez, el arquitecto de la coalición política. De la Rúa pretendía integrar la fórmula presidencial con la moderada y dialoguista Fernández Meijide, pero el presidente de la UCR, Raúl Alfonsín impuso al más combativo y maquiavélico Carlos “Chacho” Álvarez, un hombre más afín a sus ideas socialdemócratas.
Para De la Rúa significaba llegar a la cima tras casi cuarenta años de carrera política, como senador, diputado y jefe de gobierno. El 10 de diciembre de 1999 juró como Presidente. Había llegado su hora. Aquel “Kennedy argentino” de los sesenta llegaba al poder al filo del siglo XXI. Era la promesa del cambio. La expectativa era alta, porque también el desencanto con el menemismo lo era.
Pero la paciente carrera del candidato se convirtió pronto en impaciencia. Ya en el verano del 2000 comenzó a advertirse que la moderación y la prudencia que había guiado su vida política, ahora se asociaba a la indecisión, la inacción, incluso la apatía. Como si el poder le resultara ajeno, o pesara, y lo condujera a recluirse a un sistema de decisiones lento, cerrado a su familia y a su círculo íntimo.
Los semanarios políticos quizá prematuramente, expresaron su queja por la forma de gestionar sus primeros dos meses de gobierno. Con el título “Basta de siesta”, Noticias mostraba un Photoshop de De la Rúa en pijama, durmiendo sobre una almohada, y La Primera, con su tapa “El país paralizado”, mostraba a un Presidente también falto de energía.
La realidad argentina era mucho más compleja que las promesas electorales de austeridad o la pretensión marketinera de mostrar al Presidente como un hombre común que llegaba al poder del Estado, con un camino lineal y legítimo.
Respecto de la extraña conducta que presento Fernando de la Rúa como presidente, Juan Bautista “Tata” Yofre aclara: “En esos días un conocido columnista sentenció: “Los argentinos descubrieron que detrás del respetable tribuno se encontraba un hombre inseguro, quien, por lo tanto, desconfía de medio mundo, manejado por un curiosos entorno integrado por muchachos que le reclaman dureza para ejercer su autoridad y familiares que lo impulsan a ver enemigos por todas partes.”
“A este relato le faltaba un detalle poco conocido pero importante. Quienes conocieron a De la Rúa desde sus tiempos de senador nacional en 1973 sabían que había tenido a su lado a un secretario privado brillante a quien el legislador escuchaba con atención. Era Fernando Madero, el que no hubiera permitido ciertos desbordes juveniles en su entorno. Tenía la autoridad necesaria porque era como de la familia, pero Madero ya no estaba porque un cáncer lo había derrotado tempranamente.
“Por su parte, con la simpleza de su estilo, el expresidente Carlos Menem dijo: “No hay liderazgo y por más que se enoje mi amigo De la Rúa cuando no hay liderazgo no hay gobernabilidad.”
“Era evidente que algo pasaba con la imagen presidencial porque se prestó a un reportaje grabado con el periodista Mariano Grondona y golpeó la mesa para demostrar su “firmeza”. Nadie dudaba de su honorabilidad sino de su carácter y clarividencia para enfrentar los retos del momento.”[vi]
Envuelta en un clima exasperante la Argentina entró en diciembre de 2001 con toda una serie de problemas acumulados e irresueltos. Daba la sensación de un país parado. Ni que hablar del cierre de negocios en el Barrio Norte. Por algo el radicalismo había sacado tan pocos votos en octubre.
Desde su nacimiento la Alianza era una coalición inestable destinada al fracaso. El primer incidente se produjo en torno a la votación en la OEA con respecto a las violaciones de derechos humanos en Cuba. Pronto fue evidente que dentro del gobierno se libraba una sórdida puja por el poder y el modelo a seguir.
Diez meses más tarde, el vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez renunció a su cargo después de una controversia que involucraba a miembros de su propio gobierno – el ministro de Trabajo, el frepasista Alberto Flamarique y el Secretario de Inteligencia Fernando de Santibáñez- en el pago de sobornos a senadores peronistas para que aprobaran una polémica ley laboral.
Tras el alejamiento de Álvarez el gobierno quedó herido de muerte, la economía, que se encontraba en recesión, se tornó incontrolable. De la Rúa se proponía reducir el gasto público tal como le solicitaban los organismos financieros internacionales. Para ello aumentó la presión impositiva sobre los sectores medios y populares que conformaban su base lectoral. Al tiempo que reducía en un 13% los sueldos de los empleados públicos y los haberes de jubilados y pensionados. El resultado fue un acelerado incremento de la recesión que aumento el desempleo y empobreció a extensas capas de la sociedad argentina. De nada sirvió que el presidente abandonando sus reparos ideológicos y convocase al economista liberal Domingo Cavallo otorgándole poderes especiales. El padre de la convertibilidad, en tiempos de Carlos Menem, no pudo sacar al país de la crisis económica. Sólo fue capaz de incrementar astronómicamente el endeudamiento externo. Cuando De la Rúa asumió la presencia, la deuda externa era de 115.000 millones de dólares, al momento de su renuncia era de 225.000 millones.[vii]
Debido a la crisis económica y a la falta de respuestas por parte del gobierno, el radicalismo sufrió un duro revés en las elecciones legislativas de octubre del 2001, que ganó el peronismo, pero que registraron un nivel inédito de votos en blanco e impugnados[viii].
La imagen del Presidente había caído al 21%, según la encuestadora de Hugo Haime y Asociados, mientras que la de “Chacho” Álvarez, su exvicepresidente, lindaba el 42%. En esas elecciones habían sido electos senadores nacionales Eduardo Duhalde y Raúl Ricardo Alfonsín. El primero duplico fácilmente al segundo que solo obtuvo 15%, lo suficiente para entrar al Parlamento en nombre de la minoría.
Con los sufragios nacionales el Partido Justicialista obtuvo la mayoría en la Cámara Alta y ya imaginaba presidirla luego de desplazar al misionero y radical Mario Losada y reemplazarlo por otro misionero: Ramón Puerta[ix] quien quedó situado en la línea de sucesión presidencial debido a que el país carecía de vicepresidente.
Dice Ceferino Reato: “Pero, al finalizar la primera semana de diciembre de 2001, el ingrediente que haría detonar ese cocktail explosivo todavía pasaba desapercibido para la mayoría de los políticos, los empresarios y los medios: la furia que iba invadiendo a los estratos medios porteños contra De la Rúa y Cavallo por el “corralito” en el que habían quedado atrapados todos los depósitos bancarios, incluidos los sueldos.
“Desde el lunes 3 de diciembre, los depositantes solo podían sacar mil pesos/dólares por mes, 250 por semana. Esa medida tomó por sorpresa a la gente, que se sintió traicionada, estafada, con el “corralito”, una palabra inventada por el periodista Antonio Laje, que, además, anticipó esa medida.
“Los números lo demuestran: en 2001, la fuga de ahorros bancarios alcanzó a más de 15 mil millones de pesos/dólares, el 18,7 por ciento del total de depósitos. Pero, la caída fue mucho mayor en los depósitos en pesos que en dólares, 37,3 por ciento contra 8,3 por ciento; eso indica que los ahorristas temían mucho más a la devaluación que al bloqueo de sus fondos.
“Por eso, la bronca de los depositantes, que crecía a medida que tomaban nota de todas las molestias e incertidumbres que les provocaba el inesperado “corralito”. Pertenecían a la clase media, que nunca había imaginado que un gobierno al que consideraba propio la perjudicaría de esa manera.
“No alcanzaba con que De la Rúa y Cavallo le explicaran que podían pagar sus gastos con la tarjeta de débito o de crédito y también movilizar sus depósitos dentro del sistema bancario, ni que le aseguraran que era una medida temporaria —por noventa días— hasta que el gobierno terminara la reestructuración de la deuda. La bronca de los depositantes, que crecía a medida que tomaban nota de todas las molestias e incertidumbres que les provocaba el inesperado “corralito”. Pertenecían a la clase media, que nunca había imaginado que un gobierno al que consideraba propio la perjudicaría de esa manera.
“Para De la Rúa y Cavallo la prioridad era salvar a los bancos de la corrida desatada en noviembre, en especial durante la última semana de ese mes, cuando a las declaraciones de funcionarios del Fondo y de Estados Unidos que anticipaban una devaluación, la cesación de pagos o medidas para restringir la devolución de dólares en los bancos, se sumaron las versiones de que algunas entidades bancarias de primera línea se quedaban sin liquidez.
“En total, en noviembre se fugaron 2.917 millones de pesos/dólares.
“Cavallo recuerda que los bancos más afectados por esta nueva fuga de depósitos fueron “los que más dinero habían prestado a los gobiernos provinciales. Entre los cuales estaban el Banco Provincia, el Banco Nación y el Banco de Córdoba, pero también el Galicia, un banco privado nacional. También habían prestado el Banco Francés, el Banco Santander y el Citibank, pero de ellos no se retiraban tantos depósitos porque se pensaba que sus casas centrales los asistirían”.
“No era que al corralito —afirma Cavallo— lo vinieran a pedir Carlos Ruckauf, José Manuel De la Sota o Escasany (el dueño del Galicia) porque ellos, además, no sabían cómo se resolvían estos temas. El problema de ellos era que sus bancos se habían quedado sin liquidez: la gente quería retirar sus dólares, pero ya no tenían billetes para devolvérselos. Algunos dicen que tendríamos que haber cerrado los bancos en problemas; es decir el Banco Provincia, el Banco de Córdoba, el Banco Nación, el Galicia y algunos otros bancos privados. Ahora, si nosotros llegábamos a cerrar todos esos bancos ¿qué le íbamos a decir a la gente? ¿Qué perdieron los depósitos que tenían en esos bancos? Además, cuando la gente viera que se cerraban todos estos bancos, ¿por qué no iban a pensar que se iba a terminar cerrando a los otros bancos también? No había otra alternativa; el corralito era absolutamente imprescindible”.
“Según el banquero que no quiere que su nombre sea revelado, “en la corrida también hubo mucho fly to quality (vuelo a la calidad): depósitos que salían de algunos bancos, pero quedaban en el sistema porque se iban a los bancos extranjeros creyendo que allí estarían a salvo porque las casas matrices garantizarían en cualquier caso la devolución de los ahorros en el dinero en el que habían sido depositados”.
“El Galicia —añade— tenía muchos bonos provinciales, pero no porque los había elegido sino porque había sido poco menos que obligado a comprarlos. Su dueño, Eduardo Escassany, llegó a sospechar que la corrida se debía a una operación nuestra, de los bancos extranjeros, y me lo dijo. ´Me estás jodiendo: sería como pegarse un tiro en los pies´, le contesté. Es que esa avalancha de depósitos aumentaba drásticamente nuestro riesgo crediticio”.
“Quienes en lugar de un “vuelo a la calidad” prefirieron retirar directamente sus dineros de los bancos fueron las AFJP —las empresas privadas que administraban los fondos aportados por los asalariados para sus jubilaciones— “y otros grandes depositantes”, afirma Cavallo. Empresas y particulares que tenían mejor información y más medios para proteger sus dólares.
“Es decir que el corralito atrapó principalmente a los medianos y pequeños ahorristas. Perdieron, pero salieron a las calles de la Capital y le dieron el golpe de gracia a De la Rúa y al gobierno que habían ayudado a elegir, hacía apenas dos años y diez días, cuando el futuro parecía seguro y próspero.”[x]
EL ESTALLIDO
El repudio de la población, frustrada por la pérdida de sus ahorros y por la alternativa de quedarse sin dinero para las vacaciones de verano, pronto se hizo sentir, con “cacerolazos” y marchas de protesta. Ante el incremento de las protestas y la violencia, la noche del 19 de diciembre, el presidente De la Rúa habló por televisión en cadena nacional para anunciar que había impuesto por decreto el Estado de Sitio, suspendiendo las garantías constitucionales. Una medida claramente inconstitucional porque la Constitución Nacional establece que la declaración del Estado de sitio es una función exclusiva del Congreso de la Nación cuando se encuentra en período de sesiones (art. 75, inc. 29).?
Ante el agravamiento de la situación el Regimiento de Granaderos a Caballo, a cargo de la seguridad presidencial y de la Residencia de Olivos y la Casa Rosada, desplegó sus efectivos conforme a su rol de combate y con municiones de guerra. Incluso situó armas automáticas pesadas en los accesos de ambas instalaciones.
Inmediatamente después de terminado el anuncio del estado de sitio, miles de personas en todo el país empezaron a hacer sonar cacerolas desde sus casas y muchas salieron a las calles dando inició a lo que se conoció como “El cacerolazo”. Una multitud se congregó pacíficamente en la Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada pese a la intensa lluvia de verano exigiendo la renuncia del presidente De la Rúa y comenzando a corear una consigna que caracterizaría al movimiento: “Qué se vayan todos”.
El presidente que siguió los hechos a través del canal “Todo Noticias”, del Grupo Clarín, comprendió inmediatamente que la difusión de las protestas por los medios de comunicación no hacía más que incrementar el efecto contagio e incitar a nuevas protestas y saqueos. Por lo que, durante la tarde del 19 ordenó solicitar al Comité Federal de Radiodifusión que interfiriera la señal del canal. ?Pro no encontró apoyo para concretar la medida.
Se sucedieron también protestas durante la madrugada del 20 de diciembre, frente a la casa del Ministro de Economía Domingo Cavallo y en Plaza de Mayo, que fueron duramente reprimidas. A pesar del estado de sitio decretado por De la Rúa, las calles del centro porteño y de otras ciudades del país se llenaron de protestas dando lugar a la renuncia del ministro Cavallo presentada por la noche del día 19, y aceptada a las 3 de la mañana del día siguiente. El ministro también solicitó garantías a su seguridad personal. ?
En la mañana del 20 quedaban unos pocos manifestantes entre los que se encontraban oficinistas, empleados, amas de casa y niños; comenzaron a arribar miembros de organizaciones políticas. Entre los integrantes de estas organizaciones políticas que marcharon a la Plaza de Mayo se encontraban, entre otros, las Madres de Plaza de Mayo y grupos de piqueteros pertenecientes a la agrupación Movimiento de Liberación Quebracho y activistas de otros grupos de izquierda que potenciaron el accionar violento de los manifestantes quemando tachos plásticos de residuos.?
En el lugar también estaba presente la jueza federal María Romilda Servini, quien intentó sin éxito frenar la represión policial, siendo también afectada por los gases lacrimógenos lanzados por las unidades antimotines de la Policía Federal Argentina, que tenían orden de desalojar a los manifestantes de la Plaza de Mayo. ?
Esta represión, que se transmitió por todos los canales de televisión y radio, e incluso por emisoras internacionales, en directo durante todo el día, generó que más grupos políticos y manifestantes ocasionales se acercaran a la Plaza. Con el correr de las horas los incidentes fueron creciendo en intensidad y se produjeron víctimas fatales en todo el país. ?
Mientras tanto, la noche del 19 de diciembre, y tras el pedido de renuncia de Cavallo, el resto del gabinete también puso sus renuncias a disposición del Presidente.33? El ministro del Interior, Ramón Mestre, de quien dependía la Policía Federal, vació su despacho tras renunciar en la mañana del día 20. Por la tarde le siguió el ministro de Justicia y hermano del presidente, Jorge de la Rúa. En esta forma el Presidente se quedó sin la asistencia de dos colaboradores claves para contener la crisis.
A las 16:00, De la Rúa anunciaba por cadena nacional que no renunciaría a la presidencia e instaba a la oposición y otros sectores a dialogar. Se presentó ante las cámaras con solo tres de sus ministros y el vocero presidencial Juan Pablo Baylac.? El pedido fracasó. En su mensaje (que duró unos 11 minutos), ofreció al Partido Justicialista la conformación de un gobierno bipartidista de unidad, convocó a un acuerdo para reformar la Constitución y “efectuar todos las variantes políticas que sean necesarias para mejorar la situación del país”.
También comunicó el desdoblamiento del ministerio de Economía, creando el ministerio de Producción (que hubiese integrado las áreas de industria e infraestructura) a cargo del economista radical Nicolás Gallo y el pase a la Jefatura de Gabinete de las secretarías de Hacienda, Finanzas e Impuestos. ?
A las 19:37, De la Rúa renunció luego de que fracasaran sus intentos políticos de salvar al Gobierno. Previamente, el ministro de Relaciones Exteriores Adalberto Rodríguez Giavarini solicitó una hoja con membrete presidencial, donde el mandatario escribió su renuncia de puño y letra, dirigiéndose al senador Ramón Puerta, presidente provisional del Senado. Luego en el despacho presidencial, firmó su último decreto: 1682/2001, “para regularizar las acciones de la Policía y enmarcarlas dentro del contexto de conmoción interior”. También se comunicó con el jefe del bloque de senadores radicales, Carlos Maestro, quien le comunicó que el partido radical consideraba que su renuncia era la única salida a la crisis.
El contenido de su carta de renuncia fue el siguiente:?
20 de diciembre de 2001
Al señor presidente provisional del Honorable Senado, ingeniero Ramón Puerta:
Me dirijo a usted para presentar mi renuncia como Presidente de la Nación. Mi mensaje de hoy para asegurar la gobernabilidad y constituir un Gobierno de unidad fue rechazado por líderes parlamentarios.
Confío que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República. Pido por eso al Honorable Congreso que tenga a bien aceptarla.
Lo saludo con mi más alta consideración y estima y pido a Dios por la ventura de mi Patria.
Fernando de la Rúa.
Tras ello fue en ascensor a la azotea de la Casa Rosada aproximadamente a las 20.00 horas, para dirigirse en un helicóptero de la VII Brigada de Morón rumbo a la Residencia Presidencial de Olivos junto con su edecán. La opción de utilizar la vía aérea para retirarse de la Casa de Gobierno había sido tomada durante la mañana de ese día por el jefe de la Casa Militar debido a las manifestaciones en las calles aledañas, pese al temor de que el uso del viejo helipuerto afectara la estructura del edificio (de hecho, el helicóptero se mantuvo en vuelo estacionario por ese motivo, apenas apoyando sobre el edificio).?
A las 19.52 el suboficial de la Fuerza Aérea José Luis Orazi abrió la puerta del helicóptero Sikorsky S76B. Todo transcurrió en un minuto, según el registro oficial de vuelo. De allí en más enfilaron hacia la Residencia Presidencial de Olivos, aunque llegaron a manejar dos opciones más: Campo de Mayo o Uruguay, si el peligro aumentaba. El entonces jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, puso a disposición de la familia presidencial las guarniciones militares del país.
Ya en las últimos momentos del día 20, se retiró de la Casa Rosada el secretario general de presidencia Nicolás Gallo (pasadas las 20:20), quedando solo el jefe de Gabinete Chrystian Colombo quien durante las horas siguientes, se hizo cargo de “la seguridad y la administración mínima del Estado”.?
Como la Asamblea Legislativa aún no había considerado su renuncia, De la Rúa regresó a la Casa de Gobierno la mañana del 21 de diciembre, se reunió con el expresidente de Gobierno de España Felipe González -quien venía a hacer lobby por la seguridad financiera de las empresas y bancos españoles en Argentina- y firmó un decreto que derogó el Estado de sitio.?
[i] AMBITO FINANCIERO: “La democracia tolera la caída de los gobiernos”. Artículo publicado en su edición del 27/10/03. El artículo periodístico resume un trabajo realizado por el Centro de Estudios Nueva Mayoría.
[ii] AUSTRAL: Durante el gobierno de Raúl Alfonsín se implementó un plan económico denominado “Plan Austral”, que cambió la denominación de la moneda argentina, el “peso”, por la de “austral”. Años más tarde durante la presidencia del Carlos Menem, el ministro de Economía Domingo Caballo aplicó otro plan económico que restauró la denominación de “peso” para la moneda argentina y estableció su paridad con el dólar estadounidense.
[iii] ARONSKIND, Ricardo: Argentina y 10 años del “Corralito”. Universidad Nacional de General Sarmiento – Universidad de Buenos Aires. Consultado en https://www.unicen.edu.ar/content/las-causas-de-la-crisis-de-2001.
[iv] ROMERO, Luis Alberto: 1916 – 2021 Breve historia contemporánea de la Argentina. Ed. Fondo de Cultura Económica. Bs. As. 2017. P. 333
[v] LARRAQUY, Marcelo: Fernando De la Rúa, la joven promesa radical que llegó a la Casa Rosada con expectativas de cambio y enunció en medio de una profunda crisis. Infobae.com Bs. As. 09/07/2019. Citado en https://www.infobae.com/politica/2019/07/09/fernando-de-la-rua-la-joven-promesa-radical-que-llego-a-la-casa-rosada-con-expectativas-de-cambio-y-renuncio-en-medio-de-una-profunda-crisis/
[vi] YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Los últimos días de Fernando De la Rúa como presidente: elecciones perdidas, dudas, traiciones y el adiós en helicóptero. Infobae.com. 19 de Septiembre de 2021. Consultado en https://www.infobae.com/sociedad/2021/09/19/los-ultimos-dias-de-fernando-de-la-rua-como-presidente-elecciones-perdidas-dudas-traiciones-y-el-adios-en-helicoptero/
[vii] ROSALES, Lucía: “Crisis y nuevas formas de sociabilidad en Argentina”. Artículo publicado en http://www.inisoc.org/lucia.htm. Iniciativa Socialista, verano de 2004. Pág. 1 a 8. Pág.4.
[viii] VOTOS EN BLANCO E IMPUGNADOS: La legislación electoral argentina considera “voto en blanco2 cuando dentro del sobre de votación falta la boleta con la nómina de los candidatos. En tanto, que “voto impugnado” es aquel en que hay más de una boleta electoral, la boleta electoral registra inscripciones, tachaduras o está intencionalmente rota. En esa elección se registraron todas esas anomalías. En algunos casos, los votantes incluso colocaban dentro del sobre papeles con inscripciones obscenas o caricaturas recortadas de la prensa.
[ix] YOFRE, Juan Bautista “Tata”: Op. Cit. Citado en https://www.infobae.com/politica/2019/07/09/fernando-de-la-rua-la-joven-promesa-radical-que-llego-a-la-casa-rosada-con-expectativas-de-cambio-y-renuncio-en-medio-de-una-profunda-crisis/
[x] REATO, Ceferino: Doce Noches. 2001. El fracaso de la Alianza. El golpe peronista. El origen del kirchnerismo. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2015. P. 143 a 145.