LA ENFERMEDAD DE EVA PERÓN
El día 9 de enero de 1950 mientras presenciaba la inauguración de un local sindical en Dock Sud, Evita sufrió un desmayo. No hubo información oficial sobre el hecho ni pareció preocupante, dado el intenso calor de la jornada. Tres días más tarde, Evita era internada en el Instituto del Diagnóstico y operada de apendicitis; poco después retornaba a sus actividades habituales, sin mostrar huellas aparentes del episodio.
Sin embargo, la versión que años después brindó el cirujano que la operó, establecía que fue en ese momento, a través de los diversos análisis efectuados, cuando se evidenció la existencia de un quiste probablemente canceroso en la matriz de la enferma. El médico era el doctor Oscar Ivanissevich, eminente cirujano y, además, en ese momento, ministro de Educación. Pero, la sola sugerencia de que debía someterse a una revisión más prolija y, eventualmente, operarse de nuevo, chocó la férrea negativa de Evita.
Es probable que, de haber sido intervenida en esa oportunidad habría podido continuar su vida sin mayores consecuencias. La madre de Evita había padecido el mismo mal años atrás, y una oportuna extracción quirúrgica terminó con su problema. De todas maneras esto no ocurrió y la enfermedad siguió su desarrollo.
Durante 1950 Evita desarrolló una incasable actividad al frente de la Fundación Eva Perón y de la “rama femenina” del peronismo. Evita se encontraba en el cenit de su popularidad y de su influencia política. Estaba rodeada por un grupo de incondicionales, como Héctor J. Cámpora, Atilio Renzi, José Freire, y los dirigentes de la cúpula de la C.G.T., José Espejo, Isaías Santín y otros. También solía frecuentar un grupo de poetas y escritores con los que cenaba a veces.
Por ese entonces, su aspecto personal sufrió una gran transformación, la sobriedad en sus peinados y vestidos inauguró un estilo despojado, al mismo tiempo desaparecían las joyas con que se adornaba. Su piel, que siempre había sido hermosa, tomó un leve tono nacarado que subrayaba la línea de los pómulos y le agrandaba los ojos. Su imagen ganó distinción y fragilidad…
El lunes 24, de septiembre, los médicos informaron a Perón que Evita “padecía un cáncer de útero, muy desarrollado y con peligrosas consecuencias marginales”. El padre Hernán Benítez, que estaba presente cuando le dieron la noticia a Perón, dijo: “Este fue el mayor impacto jamás recibido por Perón. Su vida quedó alterada por completo. Supo exactamente lo que le aguardaba en el mismo momento en que le dieron la noticia, pues su primera esposa, Aurelia, había sufrido la misma enfermedad, y tras haber intentado todo tipo de tratamiento sin el menor éxito, murió entre grandes dolores que le afectaron más a él que a ella”.[1]
Durante 1951 pese a los intentos de ocultar el estado de salud de Evita por parte del gobierno se hizo evidente que algo ocurría. El 24 septiembre Evita debió guardar cama y se le practicó una transfusión de sangre. Su estado de salud era tan delicado que no pudo participar de la campaña electoral.
LA CANDIDATURA DE EVITA
Hacia fines de 1947, se convirtió en un tema recurrente entre los peronistas la idea de reformar la Constitución Nacional, divulgada antes de las elecciones y apoyada por la prédica nacionalista y antiliberal, pero también conforme con quienes postulaban cambios técnicos o la incorporación a su texto del Decálogo del Trabajador y los Derechos de la Ancianidad. Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue la reelección presidencial. A principios de 1948 se habían formado ligas, grupos y organizaciones de toda especie para proclamar la necesidad de que Perón siguiese en el poder. Su mandato expiraba en 1952, de acuerdo con el Art. 77 de la Constitución Nacional, y la modificación de esa cláusula fue el objetivo aglutinante del peronismo. Aun cuando faltaban tres años para los comicios del 51, era evidente que el peronismo no aceptaba otra conducción que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus elites.
Con la sanción de la reforma constitucional del 11 de marzo de 1949 y la posibilidad de la reelección, se originó dentro del movimiento peronista –en especial entre los sectores sindicales- un grupo que impulsaba la candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia de la nación. Hugo Gambini atribuye la idea de la candidatura de Eva Perón a Serafín Román Yustine, un caudillo barrial conocido como “El Perón de la 13°”, quien la promocionó a través de un periódico parroquial denominado “Monserrat”. Otros dirigentes lo imitaron, hasta que la CGT tomó la iniciativa y la apadrinó.[2]
La candidatura de Eva Perón fue un hecho político muy particular. Movilizó muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación: “El Cabildo Abierto del Justicialismo” convocada por la C.G.T., el 22 de agosto de 1951, que proclamó la vicepresidencia para la “compañera Evita”.
La C.G.T., conducida por José Espejo, un incondicional de Evita había trabajado duramente organizando una multitudinaria peregrinación a Buenos Aires desde los más apartados rincones del país, proporcionando a los asistentes transporte, alojamiento y alimentos gratuitos. Finalmente se declaró una huelga general para facilitar la concurrencia a la convocatoria. Su objetivo era reunir una multitud de dos millones de personas. En consecuencia, el lugar de la concentración fue la Avenida 9 de Julio, en un escenario montado frente al Ministerio de Obras Públicas.
El acto se inició con la exclusiva presencia de Perón, a los efectos de permitir a la multitud reclamar la presencia de Evita. El propósito del encuentro era la consagración de la fórmula Perón – Eva Perón, tal como lo señalaba la convocatoria y los carteles que decoraban el escenario. A las cinco de la tarde Eva Perón se hizo presente y dirigiéndose a la multitud señaló que estando Perón al frente del gobierno el cargo de vicepresidente era tan sólo honorífico y que el único honor al que ella esperaba era el cariño de su pueblo. Ante la insistencia de la multitud, Evita pidió cuatro días para dar una respuesta definitiva. Pero, debido a la presión ejercida por Espejo, incitando a los asistentes al acto a no desconcentrarse hasta que la “abanderada de los humildes” diera una respuesta, a las diez de la noche, finalmente Evita consintió en hacer lo que pueblo le pidiera.
No obstante, no estaba dicha la última palabra al respecto. En un discurso radial difundido el 31 de agosto Evita comunicó su irrevocable decisión de no presentarse como candidata a la vicepresidencia. “No renuncio a la tarea –dijo Evita con voz desgarrada-, sino solamente a los honores. […] No tengo… más que una sola y grande ambición personal: que de mí se diga… que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo, y que a esa mujer el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita”.[3]
Desde comienzos de 1950, aunque la gente lo ignoraba, Evita se encontraba enferma de cáncer. No se había atendido a tiempo, desechando el consejo de los médicos. Cuando finalmente aceptó operarse fue demasiado tarde. Eva Perón moriría tan solo once meses después el 26 de julio de 1952.
La candidatura de Eva Perón tuvo profundas implicancias tanto dentro como fuera del movimiento peronista. En las filas peronistas significó el alejamiento del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Coronel Domingo Mercante, un hombre de absoluta confianza de Perón y uno de los artífices del 17 de octubre de 1945, quien era el candidato natural a la vicepresidencia. Fuera del peronismo provocó una fuerte conmoción en las Fuerzas Armadas que se negaban a aceptar la posibilidad de que una mujer pudiera acceder a la presidencia de la Nación y por consiguiente a la Jefatura de las Fuerzas Armadas.
LA INTENTONA DE MENÉNDEZ
En septiembre de 1951, como una reacción de un sector militar contra la candidatura a vicepresidenta de María Eva Duarte de Perón se produjo un intento de golpe de Estado encabezado por el general retirado Benjamín Menéndez que le costaría la carrera a unos doscientos oficiales. Aunque la casi totalidad de ellos fueron reincorporados después del derrocamiento de Juan D. Perón en 1955.
El 1 de agosto de 1951 estallaron bombas en varias estaciones ferroviarias cercanas a Buenos Aires y se cometieron algunos actos de sabotaje en las vías, sin mayores consecuencias. Los responsables eran algunos ferroviarios que no se resignaban a la violenta ocupación de “La Fraternidad” por elementos peronistas, y jóvenes universitarios de la FUBA vinculados al radicalismo, algunos de cuyos dirigentes, como Miguel A. Zabala Ortiz, participaban también de la conspiración de Menéndez y habían realizado los atentados para crear el clima de inquietud necesario para posibilitar el éxito del movimiento militar.
Menéndez consiguió el apoyo de varios dirigentes políticos: Arturo Frondizi y Miguel A. Zabala Ortiz de la UCR, Américo Ghioldi por el socialismo, Reynaldo Pastor por los demócratas nacionales, y Horacio Thedy, de los demócratas progresistas, quienes se comprometieron de diversa forma en los trabajos conspirativos.
El levantamiento del 28 de septiembre de 1951 fracasó por su inadecuada planificación y por su deficiente ejecución. El movimiento fue escaso en cuanto a su alcance geográfico, su carácter y su duración. Sus objetivos principales eran las instalaciones de la Aeronáutica y la Marina situadas al noroeste de la Capital y la base aeronaval de Punta Indio. Sólo en Campo de Mayo hubo algunas víctimas, y su escasa importancia indica que ese movimiento no estaba resulto a persistir hasta las últimas consecuencias, sino que era un intento de explotar la presunta disconformidad de los oficiales.
EL FINAL
Sin embargo, el 17 de octubre, el Día de la Lealtad se festejó en honor de Evita, haciendo un supremo esfuerzo la “abanderada de los humildes” se hizo presente en el balcón de la Rosada para pronunciar un desgarrador discurso, que concluía diciendo: “Mis descamisados yo quisiera decirles muchas cosas, pero los médicos me han prohibido hablar. Yo les dejo mi corazón y les digo que estoy segura, como es mi deseo, que pronto estaré en la lucha, con más fuerza y más amor, para luchar por este pueblo al que tanto amo, como lo amo a Perón… Pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden al general, sigan fieles a Perón como hasta ahora, porque eso es estar con la Patria y con ustedes mismos”.[4]
La salud de Evita empeoró tras la aparición en público y se decidió que, a pesar de su debilidad física, no podía demorarse más una intervención quirúrgica. Veinte días después era internada en el Policlínico Presidente Perón, perteneciente a la Fundación, ubicado en la localidad de Avellaneda. No se dio ninguna información, pero la noticia corrió de boca en boca, y en la calle del hospital se congregaron una veinte mil personas, algunas de las cuales permanecieron allí todo el tiempo que Evita estuvo en el hospital.
Evita fue operada por un médico norteamericano, el doctor George Pack, cirujano del Memorial Sloane –Kettering Center de Nueva York ayudado por profesor argentino, Jorge Albertelli. El doctor Pack aceptó realizar la operación en total secreto e incluso no cobró honorarios por la misma. Tanto para Evita como para el resto del país la operación fue realizada por el doctor Ricardo Finochietto, el prestigiosos cirujano director del hospital Presidente Perón.
El 9 de noviembre de 1951, desde su cama en el hospital, Evita -y otro 2,2 millones de mujeres argentinas- votó por primera vez. Las fotografías tomadas en la oportunidad muestran los estragos que la enfermedad había producido en su organismo.
La habitación de la Residencia en la que Evita se recuperaba tenía cortinas de terciopelo rojo, alfombras de color rosa, un sofá tapizado en rosa y una cama de estilo. Evita, al verla, habría dicho: “pensar que tengo que morir para tener una habitación como está”.[5]
Durante algún tiempo, mientras se recuperaba de la operación, a Evita le parecía que podría volver a iniciar alguna de sus actividades. Ya fuera por el dolor o por la medicación, o simplemente porque sabía que se estaba muriendo y le quedaba poco tiempo, los discursos de Evita se hicieron más y más violentos. Afectada por el intento de golpe de Estado del general Menéndez compró armas para la C.G.T. a fin de que los obreros pudieran defender a Perón. Mientras que efectuaba frecuentes amenazas contra los opositores y referencias mesiánicas a la otra vida. Posteriormente, algunos historiadores y políticos interpretaron que tales expresiones evidenciaban el carácter revolucionario del pensamiento y acción de Evita. Dos décadas después las palabras de Evita al borde de la muerte servirían a una generación distinta de peronistas -los partidarios de la “patria socialista”, jóvenes revolucionarios como los Montoneros-, para justificar el empleo de la violencia política.
Sin embargo, las palabras de Evita no eran más que desgarradoras expresiones de dolor e impotencia. El 1º de mayo de 1952, Evita, estaba tan debilitada que sólo pudo aparecer en el balcón de la Rosada sostenida por Perón. Allí y en esas condiciones pronunció uno de sus más violentos discursos. Después de defender a Perón como el “auténtico líder del pueblo” y atacó a sus enemigos ferozmente diciendo: “Si es necesario ejecutaremos la justicia con nuestras manos. Pido a Dios que no permita que esos insensatos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general, ¡yo saldré con el pueblo trabajador, con las mujeres del pueblo, con los descamisados de la Patria para no dejar ni un ladrillo que no sea peronista!”.[6] Ese sería su último discurso.
Estas palabras, como resulta lógico, incrementaron el odio de los opositores contra Evita. Ni la inminencia de su muerte podía atemperar el rechazo que Evita generaba en algunos sectores. En las paredes de la ciudad de Buenos Aires aparecían inscripciones diciendo: “Viva el cáncer”. También circulaban los rumores más disparatados se decía –por ejemplo- que en los hospitales se les sacaba clandestinamente sangre a los niños porque Evita necesitaba “sangre joven y fresca”.
El 4 de junio de 1952, Perón asumió la presidencia de la Nación por segunda vez y Evita acumuló sus últimas fuerzas para ser parte de las ceremonias, pese a la oposición de Perón. Gracias a un armazón de yeso y alambre y a una abundante dosis de sedantes, Evita pudo asistir de pie a la ceremonia de jura ante la Asamblea Legislativa y luego recorrer la Avenida de Mayo desde el Congreso a la Casa Rosada al lado del Presidente en un automóvil descapotable, saludando a la multitud enfervorizada. Evita estaba –como dice Luna- más hermosa que nunca pero con el perfil de la muerte marcando su rostro. Por ese entonces, después de diez meses enfermedad pesaba tan solo treinta ocho kilos, y seguía perdiendo peso…[7]
Ante la inminencia de la desaparición de Evita sus partidarios se lanzaron a realizar toda suerte de homenajes y misas. En tanto que los funcionarios del régimen peronista comenzaron una suerte de competencia, donde los tributos más sinceros se mezclaban con la obsecuencia más aberrante. El Congreso Nacional resolvió denominar “Período Legislativo Eva Perón” al de ese año y, por iniciativa del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor J. Cámpora, se le otorgó el título de “Jefa Espiritual de la Nación”; para no descompensar las cosas, el previsor diputado incluyó en su proyecto el título de “Libertador de la República” para el propio presidente… A mediados de junio, Cámpora presentó otro proyecto, aprobado inmediatamente, para conceder a Evita el gran collar de la Orden del Libertador General San Martín, una preciada obra de joyería que –según Fraser y Navarro- contenía 753 piedras preciosas y seis distintas reproducciones emblemáticas: el escudo peronista, la bandera nacional, una corona de laurel, un cóndor, los escudos de las catorce provincias y, por supuesto, el emblema nacional, realizado en oro, platino, diamantes y esmaltes.[8] La nueva provincia de La Pampa se llamaría Eva Perón; la ciudad de Quilmes había cambiado su nombre colonial por el Eva Perón; escuelas, hospitales, barrios, buques, calles, plazas, etc. se bautizaban con su nombre; mismo tiempo se multiplicaban las misas y procesiones pidiendo por su salud.
El 26 de julio de 1952, un desapacible día de invierno a las veinte y veinticinco de la noche María Eva Duarte de Perón falleció, y nació el mito de Evita.
A los efectos de preservar los restos mortales de Eva Perón, el Gobierno convocó al doctor Pedro Ara, un médico español, por ese entonces catedrático de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba. El doctor Ara era una autoridad mundial en materia de preservación de restos humanos. Sus particulares métodos de conservación permitían conservar todos los órganos del cuerpo y preservar su apariencia en vida. Su tarea se distinguía, especialmente, por sus cualidades estéticas. Era capaz de convertir a la escultura funeraria del cuerpo humano y dar a la muerte la apariencia de un sueño convertido en arte.
El doctor Ara trabajo en un taller construido especialmente según sus instrucciones en el segundo piso del edificio de la C.G.T. Un año después el médico informaba por escrito a la Comisión Nacional Monumento a Eva Perón, Ley 14.124 el estado de su trabajo en la siguiente forma: “… el cadáver de la Excma. Señora Doña María Eva Duarte de Perón, impregnado de sustancias solidificables, puede estar permanentemente en contacto del aire, sin más precauciones que las de protegerlo contra los agentes perturbadores mecánicos, químicos o térmicos, tanto artificiales como de origen atmosférico.- No fue abierta ninguna cavidad del cuerpo. Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por actos quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en cualquier tiempo un análisis microscópico con técnica adecuada al caso.- No le ha sido extirpada ni la menor partícula de piel ni de ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin más mutilaciones que dos pequeñas incisiones superficiales ahora ocultas por las sustancias de impregnación. […] Los elementales cuidados que en lo sucesivo deben prodigarse son, entre otros obvios, los siguientes: Primero, evitar que en el local donde sea depositado suba la temperatura a más de 25º C. Segundo, mantener fuera de la acción de los rayos solares la vitrina que contiene el cuerpo”.[9]
El secreto en que fueron realizados los trabajos de preservación del cadáver dieron lugar a todo tipo de especulaciones y fantasías. La oposición creía que el cadáver había sido destruido y reemplazado por una réplica. Estas creencias darían lugar posteriormente a macabras comprobaciones sobre la autenticidad del cuerpo.
SANTA EVITA
Eva Perón era una pieza clave del régimen peronista y resultaba evidente que ni su propia desaparición física podía alterar esta realidad. Tras un primer intento de ocultar su enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de su muerte se buscó la forma de realizar el mayor aprovechamiento político de este hecho inevitable. Si Evita viva era un centro de poder político autónomo que cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro de la estructura del Estado, al morir debía convertirse en un icono del movimiento peronista. En esta forma su figura alcanzaría la dimensión de un mito popular.[10] El régimen propició la construcción de un gran monumento recordatorio donde reposarían sus restos mortales. Inspirándose, posiblemente, en el tratamiento dado al cadáver de Lenin en la Unión Soviética, que tras su momificación, fue encerrado en un monumento funerario situado en el centro de la Plaza Roja de Moscú. El mausoleo de Lenin fue convertido en un “centro de peregrinación” donde debían concurrir a rendir su homenaje desde los escolares a los visitantes extranjeros ilustres que visitaban la “patria del socialismo”.
A principios de julio de 1952, el Congreso modificó una ley, aprobada en 1946, que disponía la erección de un monumento al descamisado y por Ley 14.124 creó la “Comisión Nacional Monumento a Eva Perón”. El monumento a Eva Perón sería realizado conforme un proyecto presentado por el escultor italiano León Tomassi y debía ser más alto que la Estatua de la Libertad. El monumento se emplazaría en los jardines de Palermo y una réplica se erigiría en cada capital de provincia.
La construcción del mito de Evita comenzó desde el momento mismo de su muerte con un apoteótico entierro oficial preparado como un gran acto de masas donde el dolor popular de la gente más humilde se mezclaba con la espectacularidad propia de los fastos del régimen peronista. Se cuidaron todos los detalles. Comenzó con un velatorio de quince días en el Ministerio de Trabajo, luego los restos fueron trasladados al Congreso Nacional donde se exhibieron otros dos días. La comunidad organizada en pleno –los trabajadores de la C.G.T., los cadetes de las escuelas militares y las voluntarias de la Fundación Eva Perón- custodiaba la cureña donde reposaba el féretro y que era arrastrada por miembros de la C.G.T. y rendía a la “Jefa Espiritual de la Nación” su postrer homenaje, en una procesión multitudinaria que la acompaño hasta lo que debía ser su morada provisoria, el local de la C.G.T., el 11 de agosto.
Para ello, el gobierno supo utilizar muy bien el fervor popular que despertaba la figura de Evita, que de todas maneras hubiera ocupado un lugar destacado en el corazón de los argentinos, como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá o la Difunta Correa, para alentar una suerte de culto a “Santa Evita”. Este culto comenzó con intentos de canonizar a Evita por parte de algunos, creció con la imposición de luto obligatorio a obreros y empleados públicos, pero alcanzó su verdadera dimensión en los humildes hogares peronistas que levantaron toscos altares para rezarle a Evita. El razonamiento era sencillo, si Evita había hecho tanto por los pobres, ahora que estaba junto a Dios como no iba a concederles un favor a ellos.
Convertida Evita en un símbolo y bandera de lucha del régimen, su cadáver adquirió un especial valor político que lo llevaría a desempeñar un papel singular en la historia política del país. Este papel comenzó desde el mismo momento en que se encomendó al doctor Pedro Ara su preservación y embalsamamiento para convertirlo en un imperecedero objeto de culto para los peronistas y por consiguiente en blanco del odio de los antiperonistas. Ambos sectores pujarían macabramente por la posesión de ese cadáver durante los veinte años siguientes a su muerte.
LA DESPARICIÓN DEL CADÁVER
Después del velatorio oficial y durante los poco más de tres años posteriores el cadáver de Eva Perón permaneció en el segundo piso del local de la C.G.T. Custodiado por su conservador el Dr. Ara y bajo protección de personal de la Policía Federal. Producida la Revolución Libertadora, el General Eduardo Lonardi no definió que aptitud adoptar con respecto al cuerpo, se limitó en hacer constar que el cuerpo realmente existía sin resolver como disponer del mismo pese a las indicaciones tanto del Dr. Ara como de la madre y hermanas de Evitas que le solicitaban un entierro cristiano.
Antes que se adoptará una decisión, Lonardi fue desplazado por Aramburu y el régimen militar se endureció contra todo lo que se vinculase con el peronismo y la C.G.T. fue intervenida. Los militares antiperonistas temían que el cuerpo fuera utilizado para alentar la resistencia de los obreros y militantes peronistas aprovechando el fervor que siempre despertó Evita entre los humildes. Así surgieron dos posiciones con respecto al cadáver. Los sectores más cerradamente antiperonistas, en especial la Armada, eran partidarios de destruir el cuerpo por cremación, o por cualquier otro medio. Los sectores más moderados, en especial los miembros del Ejército, movido por una actitud más piadosa proponían su entierro. Finalmente, como veremos, se llegó a una solución de compromiso entre ambas posiciones, el cadáver fue hecho desaparecer pero se le dio cristiana sepultura.
Lo que ocurrió con el cadáver fue un misterio durante mucho tiempo, incluso después de su restitución a Perón. La más acertada reconstrucción de derrotero seguido por el cuerpo de Evita fue realizada por un equipo de periodistas del Diario Clarín y publicado por ese matutino el 21 de diciembre de 1997, en su segunda sección, bajo el título general de “Evita, entre la espada y la cruz”. La descripción que sigue se ha basado fundamentalmente en una síntesis de dicha investigación.[11]
El 24 de noviembre de 1955 el cuerpo de Eva Perón pasó a custodia del Teniente Coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe a cargo del Servicio de Inteligencia del Ejército por enfermedad de su titular el Coronel Héctor Cabanillas, tal como testimonia el mismo Dr. Ara.[12] Moori Koenig dispuso el traslado del cuerpo, pero como no disponía de un lugar seguro donde guardarlo, el transporte militar que guardaba los restos peregrinó por diversas instalaciones militares. Los militares no podían ocultar su nerviosismo debido a que, misteriosamente, allí donde se estacionaba el cadáver aparecían al pie flores y velas que indicaban que grupos peronistas estaban al tanto de su ubicación. “En su celo –dice Clarín- Moori Koenig la guardó algún tiempo en la casa del mayor Eduardo Arandía. Obsesionado por seguridad del encargo, Arandía mató de tres balazos a su mujer embarazada a fines de noviembre de 1955, la crónica policial asegura que fue al confundirla con un ladrón. Desde agosto de 1956, una vez bajo la competencia del Héctor Cabanillas, quien decidió despersonalizar esa cosa, fue rotando entre el edificio de Obras Sanitarias en la avenida Córdoba y el cine Rialto, en la esquina de Córdoba y Lavalleja, hoy demolido, donde la guardaron detrás de la pantalla. Por último fue depositado en una casa de la calle Sucre, que por entonces alquilaba el Servicio de Informaciones de Ejército, mientras se ultimaban los detalles del viaje oceánico.”[13]
Cuando Aramburu enterado de la precaria situación en que se encontraba el cuerpo, encomendó al Coronel Cabanillas que en colaboración con un sector de la Iglesia Católica, representado por el capellán militar Francisco Rotger, un sacerdote español perteneciente a la Compañía de San Pablo –muy vinculado al entonces jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo Teniente Coronel Alejandro A. Lanusse- encontrara la forma de dar cristiana sepultura a los restos fuera del país y en condiciones de absoluta seguridad.
El 23 de abril de 1957, el cadáver es embarcado en el buque “Conte Biancano”, rumbo a Génova, bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris, mujer nacida en Dálmine, Bérgamo, difunta a raíz de un accidente automovilístico. A su arribo a Italia el cuerpo fue enterrado, el 13 de mayo de 1957, con ese nombre en el cementerio Maggiore de la ciudad de Milán, bajo el cuidado y protección de la Compañía de San Pablo.
El cadáver reposó en esa tumba anónima hasta 1971. Por ese entonces el Teniente General Alejandro A. Lanusse presidía el país en la etapa final de la llamada “Revolución Argentina”. Lanusse trataba de llegar a un entendimiento con Perón para asegurar una transición a la democracia en orden, atemperando el accionar terrorista que se efectuaba en nombre del peronismo. Como muestra de la seriedad de sus intenciones de pacificar el país y permitir al peronismo intervenir en la vida política, decidió restituir al general Perón los restos de su esposa.
El brigadier Jorge Rojas Silveyra, por entonces embajador argentino en España fue uno de los encargados de efectuar la devolución de los restos con la colaboración del coronel Cabanillas y el mismo equipo que trasladaran el cuerpo catorce años antes. Con la colaboración del gobierno italiano y del régimen franquista que gobernaba en España, el cadáver fue desenterrado y trasladado en automóvil hasta Madrid.
El 3 de septiembre de 1971 Rojas Silveyra entregó los restos en la residencia “17 de Octubre” del barrio madrileño de Puerta de Hierro. Junto a Perón, en ese momento, se encontraban la tercera esposa del líder Justicialista María Estela Martínez Carta, el delegado personal del general Jorge Daniel Paladino y tres sacerdotes. Al día siguiente Perón convocó al Dr. Ara para que reconociera fehacientemente el cadáver y reparara algunos daños sufridos por el traslado y el tiempo en que estuvo enterrado.
El cadáver permaneció en la residencia “17 de octubre” aún después del traslado de Perón a la Argentina.[14] Finalmente, después de la muerte de líder justicialista, el 15 de octubre de 1974, la organización terrorista “Montoneros” secuestró los restos del Teniente General Pedro Eugenio Aramburu enterrados en el cementerio de la Recoleta, exigiendo que se trajeran los restos de Evita al país. Dos días más tarde el cuerpo viajó de Madrid a la quinta presidencial de Olivos, trasladado por el ministro de Bienestar Social, José López Rega y recibido por la presidente María Estela Martínez de Perón. Fue depositado en una cripta de la capilla, junto al féretro de Perón. Desde el 22 de julio de 1976 el cuerpo de Evita descansa en la bóveda de la familia Duarte en el cementerio de la Recoleta, bajo una gruesa plancha de acero, a seis metros de profundidad.[15]
Hasta hoy los argentinos siguen debatiendo sobre cuál fue el real papel de Eva Perón en la historia del país y como artífice de las pasiones que setenta años después aún los enfrentan.
[1] FRASER, Nicholas y Marysa NAVARRO: Eva Perón. Ed. Bruguera. Bs. As. 1982. Pág. 245.
[2] GAMBINI, Hugo: Ob. Cit. p. 18
[3] CRAWLEY, Eduardo: Una casa dividida: Argentina 1880 – 1980. Ed. Alianza. Bs. As. 1989. Pág. 150.
[4] LUNA, Félix: Eva Perón ha muerto. Historia de la Argentina. Ed. Crónica e Hyspamérica. Bs. As. 1992. Pág. 22.
[5] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 254.
[6] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 256.
[7] LUNA, Félix: Op. Cit. Pág. 33.
[8] FRASER, Nicholas y Maryssa NAVARRO: Op. Cit. Pág. 261.
[9] ARA, Pedro: El caso Eva Perón. Ed. CVS. Madrid. 1974. Pág. 120
[10] SANTA EVITA: Un proceso similar de “culto al héroe revolucionario” fue implementado en Cuba por el régimen castrista con respecto a la figura de Ernesto “Che” Guevara. Tanto el Che como Evita trascendieron, se convirtieron en mitos que sirvieron y aún sirven de inspiración a los revolucionarios latinoamericanos y a jóvenes inconformistas del mundo entero, que en muchos casos desconocen los aspectos más elementales de su vida y de su verdadero pensamiento político.
[11] DIARIO CLARIN: Los periodistas que firman los diversos artículos que componen el suplemento Evita, entre la espada y la cruz, fueron María SEOANE, Matilde SANCHEZ, Jorge BRISABOA, Alberto AMATO, Julio ALGAÑARAZ, Sergio RUBIN y Daniel URI.
[12] ARA, Pedro: Op. Cit. Pág. 259.
[13] DIARIO CLARIN: Op. Cit. 2da. Sección Pág. 6.
[14] Sin embargo, las penurias del cadáver de Evita no habían concluido. Según ciertas versiones José López Rega efectuaba rituales con el cuerpo de Evita para que los fluidos vitales de la muerta se encarnaran en la nueva espesa del general. Las versiones indican que López Rega hacía acostar a Isabelita sobre el ataúd que guardaba los restos de Evita mientras hacía ciertos ritos y pases mágicos.
[15] DIARIO CLARIN: Op. Cit. Pág. 8.