El presidente Alberto Fernández nunca miente. Lo que ocurre es que cambia de idea con mucha frecuencia. Durante diez años, por ejemplo, después de dejar la jefatura de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner recorrió cuanto canal y programa televisivo lo convocó criticando a su antigua jefa. Pero, en 2019, cambio de idea, se dio cuenta de que estaba equivocado y aceptó ocupar la presidencia a pedido de Cristina Kirchner.
Durante la campaña electoral, Alberto Fernández se presentó como un político moderado y conciliador con la oposición y la prensa. Eso cambio cuando llegó a la presidencia. Para estar más a tono con los sectores kirchneristas duros que reclaman la implementación de una “Conadep del Periodismo”, Alberto Fernández ha adoptado una amenazante agresividad con la prensa cuando se lo contradice. Periodistas como Jonatan Viale, Cristina Pérez, Mercedes Ninci y Diego Leuco han padecido el escarnio presidencial cuando lo hicieron. El presidente suele tratar a los periodistas críticos como ignorantes y los envía a leer la constitución nacional o las leyes. Incluso se burló de Diego Leuco a través de un twitter intolerante con memes de guantes de box y sonido de golpes.
Esa actitud muestra una suerte de “censura previa”. Una advertencia a los periodistas de cual es el riesgo de formular preguntas audaces o realizar molestos cuestionamientos.
Como broche de oro de esta nueva actitud intolerante, el presidente Fernández, en el discurso del 9 de julio, Día de la Independencia, ha prometido terminar con los “odiadores seriales”, aunque nunca identificó a quienes se refería.
El presidente Fernández también insiste que Cristina y él son la misma cosa, que piensan los mismo y que están en permanente contacto. Mientras tanto, Cristina Kirchner se mantiene en silencio con respecto a su relación con Alberto.
Si se observa con cuidado, se percibe que el Presidente y su vicepresidente no aparecen juntos desde la famosa reunión del 5 de mayo en la residencia presidencial de Olivos.
Recordemos que en ese encuentro, se llevó a cabo con el mismo ceremonial de una cumbre presidencial con un mandatario extranjero. Ambos dirigentes deliberaron a solas durante tres horas. Al término de la reunión no hubo ni foto sonrientes, no se dijo que temas trataron durante tanto tiempo. Tampoco hubo conferencia de prensa o declaración final.
Cristina Kirchner ingresó a la Residencia de Olivos tensa y con rostro serio. Al retirarse tres horas más tarde su gesto era aún más adusto y se negó a efectuar declaraciones al periodismo que la esperaba en la puerta.
Como nadie conoce con certeza que temas se trataron en esa alta cumbre de Estado secreta entre el presidente y su vicepresidente inmediatamente surgieron las especulaciones y versiones de todo tipo.
La versión de lo ocurrido que más adeptos tiene señala que “la jefa” habría exigido la remoción de varios ministros y altos funcionarios que componen el círculo íntimo del presidente. Entre los supuestamente cuestionados por Cristina estaría el jefe de Gabinete Santiago Cafiero, la ministra de Justicia Marcela Losardo y la Secretaria Legal y Técnica Vilma Ibarra entre otros.
Según la misma versión, el presidente se habría negado a realizar cambios en el Gabinete de Ministro mientras dure la pandemia y este pendiente de negociación la deuda externa.
Lo concreto es que el presidente y su vice no aparecen juntos desde hace más de sesenta días, que la vicepresidente solo participa de actividades políticas públicas en el Senado de la Nación, que nunca ha hecho declaraciones o aceptado reportajes con respecto a la pandemia del Covid 19, el aislamiento social prolongado o la forma en que el gobierno ha encarado la emergencia.
Esto lleva a pensar que en el gobierno coexisten dos agendas diferentes. La del presidente preocupado por negociar la deuda externa, reducir el impacto del coronavirus Covid 19 sobre el país y encontrar la forma de reactivar la economía en la pospandemia cuando esta llegue.
La agenda de Cristina Kirchner parece ser muy distinta. El primer tema y más urgente en resolver son los problemas judiciales, que ella y sus hijos enfrentan y alteran su tranquilidad. En este sentido era esencial para ella influir sobre los jueces y lograr la liberación y el alivio judicial de sus colaboradores presos por corrupción.
Estos personajes, a quienes el kirchnerismo considera perseguidos y presos políticos y no funcionarios corruptos, son depositarios de muchos secretos que podrían complicar aún más la situación de la expresidenta. De allí la urgencia por liberarlos y solucionarles a ellos también sus problemas con la justicia.
La urgencia de Cristina Kirchner por resolver los temas judiciales propios y de sus excolaboradores, se debe especialmente porque ahora cuenta con claras mayorías en ambas Cámaras del Congreso Nacional algo que podría cambiar después del 10 de diciembre de 2021. En especial, si el electorado responsabiliza al Gobierno por la prolongada cuarentena, el quebranto de la economía del país y el elevado nivel de desocupación.
El segundo tema en la agenda del kirchnerismo podría ser el controlar las áreas claves del gobierno: el aparato de seguridad e inteligencia y las “cajas” que manejan los recursos del Estado en previsión de una confrontación con Alberto Fernández.
Si algo caracterizó siempre a Néstor y Cristina Kirchner fue su patológica desconfianza y su afán desmedido por “hacer caja” para construir política. Es decir, la corrupción y el enriquecimiento ilícito.
Hay algunas evidencias que indican que Néstor Kirchner incluso habría ocultado algunos de los “negocios” que llevaba a cabo desde el poder, a su esposa e hijos.
Los Kirchner tenían muy en claro que el poder es personal y no se comparte. Por eso, lo primero que hicieron al llegar a la presidencia fue eliminar a sus antiguos mentores. A aquellas personas que los habían ayudado llegar a las posiciones que ocupaban. A Carlos Menem a quien debían su acceso a la gobernación de Santa Cruz por primer vez y a Eduardo Duhalde que lo convirtió en presidente de la Nación.
Cristina Fernández de Kirchner sigue la misma escuela. Sabe que necesitó de Alberto Fernández para volver al poder, pero no le gusta ser segunda en nada. Por eso evita asistir a los actos públicos donde aparecería en un plano subordinado y cediendo el protagonismo a esa suerte de “delegado” que ella puso al frente del Estado.
Como teme sufrir el mismo destino de Eduardo Duhalde, en 2005, no corre riesgos. No sabe si Alberto Fernández proyecta jubilarla del poder, pero no esta dispuesta a darle la más mínima oportunidad de hacerlo. Ya se distanciaron seriamente en una ocasión (2008) y Cristina conoce como cambia de opinión Alberto. Por ello no parece dispuesta a correr ningún riesgo.
La expresidenta se aferra al control de ciertos resortes del poder que solo delega en funcionarios de segundo orden, carentes de peso político propio y cuyo único poder político proviene de la emanación que reciben por su cercanía con “la Jefa”.
No podemos saber con certeza si está planeando desplazar a Alberto Fernández para asumir ella la presidencia, pero es evidente que no está dispuesta a ser marginada u obstaculizada en el logro de los objetivos que le importan.
Mientras tanto, el Presidente maniobra y negocia permanentemente con todos los sectores, especialmente con aquellos dentro del peronismo más reacios a aceptar el liderazgo autocrático de Cristina Kirchner, para conservar y si es posible incrementar su base de sustentación política mientras debe atender el día a día del gobierno, con la economía quebrada, con protestas cada vez más frecuentes en las calles, y el hostigamiento del kirchnerismo duro, en medio de la mayor crisis internacional de la Historia.
Es por eso, que la gente ha comenzado a preguntarse si el kirchnerismo (es decir Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner) será capaz de completar su periodo de cuatro años en la Casa Rosada. Incluso el intendente de José C. Paz, Mario Ishii, un “peronista de paladar negro” se animó a decir: “Para fines de agosto, vamos a estar como en 2001”, trayendo a la memoria de los argentinos el fantasma del “corralito” bancario y el presidente Fernando de la Rúa dejando la Casa Rosada -y su cargo- en un helicóptero.
Aunque, por el momento al menos, parece demasiado peligroso formular esta pregunta en voz alta. Tal como descubrió, demasiado tarde, la imprudente anfitriona televisiva Juanita Viale que padeció junto a su hermano y producto el hostigamiento kirchnerista.