LA CASA MONTONERA
El clima de anarquía, que imperó entre el 25 de mayo de 1973 y el 24 de marzo de 1976, comenzó en el mismo acto de traspaso del gobierno a las autoridades electas. En la Casa Rosada -bautizada por los manifestantes como “Casa Montonera”-, donde la ceremonia de asunción del presidente Héctor J. Cámpora se realizó en un marco cargado de tensión. En la Plaza de Mayo se produjeron incidentes entre las autoridades militares salientes y los manifestantes peronistas que arrojaron varios muertos, cinco automóviles particulares, una motocicleta y un camión celular de la Policía Federal volcados e incendiados.
Desde el día anterior grupos de manifestantes juveniles acamparon y encendieron fogatas en la Plaza de Mayo. Enormes banderas y las fotos de los terroristas muertos en Trelew anunciaban la presencia de las “formaciones especiales”: FAP, FAR y Montoneros. Los manifestantes alborozados entonaban cánticos contra los militares: “Se van, se van y nunca volverán”. Otras consignas anunciaban la llegada de la utopía al poder: “Que lindo, que lindo, que lindo que va a ser, el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”.
Héctor J. Cámpora era un dirigente histórico del peronismo que había sido presidente de la Cámara de Diputados durante la primera presidencia de Juan D. Perón. Su principal mérito, además del hecho de haber sido compañero de salidas nocturnas del malogrado hermano de Evita, Juan Duarte, era la fidelidad perruna que sentía por Perón. Muchos recordaban la frase desafortunada con que Cámpora respondió a Perón cuando en una ocasión le preguntó la hora. “La que usted quiera general, la que usted quiera” fue la respuesta del odontólogo devenido en político.
En 1971, Perón lo designó “Delegado Personal” para representarlo en las negociaciones con la Junta Militar. Cámpora reemplazó a Daniel Paladino que había caído bajo la influencia del general Alejandro A. Lanusse. Luego lo convirtió en candidato presidencial del FREJULI pese a la oposición de la dirigencia sindical y de la mayoría del sector político del movimiento peronista. Sólo los sectores juveniles veían con simpatía al antiguo odontólogo al que denominaban cariñosamente: “El tío”.
El día de la asunción del nuevo gobierno, una verdadera alfombra humana cubría la Plaza de Mayo y la avenida homónima, desde la casa Rosada hasta el edificio del Congreso Nacional. Para muchos esta era la posibilidad de ver un verdadero acto peronista, el primero desde agosto de 1955. Un acontecimiento que sólo conocían por referencias de sus mayores. La euforia popular y la curiosidad fueron más convocantes que la ideología política. Todos querían sumarse a la fiesta ciudadana y saludar al nuevo gobierno democrático. Parejas jóvenes concurrían con sus hijos de corta edad esgrimiendo banderas argentinas. Hombres maduros, que habían acompañado a Perón en los días de 1945, volvían al escenario de tantas convocatorias populares anhelando que la magia hiciera resurgir la prosperidad de antaño.
Entre la multitud, ese día en la Plaza, no faltaron personalidades de la farándula como los actores Soledad Silveyra, Juan Carlos Gené –nombrado pocos días después director general del Canal 7 de televisión-, la modelo Chunchuna Villafañe, Irma Roy y su marido el periodista Osvaldo Papaleo, el cantante Piero, mezclados con intelectuales como Arturo Jauretche, sacerdotes tercermundistas como Carlos Múgica, o incluso el cardiocirujano Miguel Ángel Bellizi. Pero, poco faltó para que la fiesta terminara en tragedia.
CÁMPORA EN EL CONGRESO
Siguiendo la tradición, Cámpora concurrió al Congreso Nacional para jurar su cargo ante la Asamblea Legislativa formada por ambas cámaras de legislatura. El odontólogo de San Andrés de Giles leyó un extenso y tedioso discurso durante tres horas y media. En el cual propuso un ambicioso programa de gobierno que no lograría cumplir en los escasos 49 días que duraría su presidencia.
En la alocución no faltaron los reiterados elogios a Perón y Evita y un encendido tributo a “una juventud maravillosa [que] supo responder a la violencia con la violencia”, pero dio la seguridad a los asistentes de que “la violencia decaerá. La paz prevalecerá”.
Cámpora, para remarcar la orientación que seguiría su gobierno dijo: “No vacilo en proclamarlo: ¡es la hora de Perón! Y sé que interpreto el sentimiento que anida en los hombres y mujeres de Patria”. […] “¡Por decreto del 31 de octubre de 1955 quienes utilizaban sus armas contra el pueblo privaban de su grado al Teniente General don Juan Perón!” […] “Como Presidente de los argentinos e interpretando su asentimiento prácticamente unánime he de hacer todo lo que sea necesario para el reintegro formal del grado al General don Juan Perón.”
La extensa alocución concluía diciendo: “La Revolución pacífica que vamos a realizar mediante un conjunto de medidas de gobierno que irán directamente a la raíz de nuestros males, exige también su desarme de los ánimos, que ha estado siempre en nuestro temperamento y en nuestra intención”.
“La Revolución no es para nosotros una gimnasia ni una profesión. Es una conducta. Desde hace treinta años, desde 1943, los hombres que hoy tenemos la responsabilidad de gobernar vivimos en Revolución”.
“Quienes se suman hoy a nuestra marcha tienen que aceptar que el ritmo, el procedimiento y los objetivos, los fijamos nosotros, los que conocemos el punto de partida y las acechanzas del camino. Los que hemos recorrido este largo sendero que, si en algunos momentos fue de gloria y alegría, también supo ser de negación, de sangre y de dolor. Y lo hemos transitado sin perder nunca el rumbo y sin traicionar jamás la fe depositada en nuestras manos”.
“Nuestra posición doctrinaría es la que ha definido el general Perón. Ni más acá ni más allá de nuestra doctrina”.
“Con total acatamiento a lo que el pueblo quiere, porque el pueblo identificó una conducta y un programa en nosotros, a través de la figura de Perón y de la doctrina justicialista que levantamos como bandera”.
“Esta es la lealtad esencial que el pueblo espera de quienes fuimos elegidos por sus votos: No alterar. No adulterar. No traicionar. Ser esencialmente fieles a la voluntad popular”.
VIOLENCIA EN LA PLAZA
Terminada la ceremonia en Congreso de la Nación el presidente intentó trasladarse en automóvil a la Casa Rosada. La gran multitud y el fervor de la gente impido que Cámpora hiciera el trayecto en automóvil tal como estaba previsto. Debió trasladarse en helicóptero.
Tampoco pudo realizarse el desfile militar. En la zona de Plaza de Mayo, en especial en la intersección de la Avenida de Mayo con la calle Perú, se produjeron una serie de incidentes violentos entre manifestantes y militares. En especial con el destacamento perteneciente a la Escuela de Mecánica de la Armada. La Armada concitaba, especialmente, el odio de los manifestantes, los peronistas ortodoxos la responsabilizaban por los bombardeos de la Plaza de Mayo en junio de 1955, en tanto que la Juventud Peronista los culpaba de la ejecución de dieciséis guerrilleros, presos en una base naval, durante la llamada “Masacre de Trelew”, ocurrida el 22 de agosto de 1972.
Otros manifestantes habían impedido a las ocho de la mañana que el intendente municipal Saturnino Montero Ruiz, acompañado de tres oficiales de las fuerzas armadas cumpliera con la tradicional ceremonia de izar el pabellón nacional en el mástil de la Plaza de Mayo.
En general, los militares eran hostigados con la consigna: “Se van, se van / y ya nunca volverán”, “Ya van a ver / ya van a ver / cuando venguemos / los muertos de Trelew o la más truculenta de “Duro, Duro, Duro / Aquí están los Montoneros / que mataron a Aramburu”.
A las diez y media de la mañana, la Plaza de Mayo resultaba chica para la multitud que presionaban, en oleadas sucesivas, sobre el palco oficial y la propia Casa Rosada. Los manifestantes invadieron también el palco oficial que pasó a convertirse en “Palco del Pueblo”. Había gente en los balcones del Cabildo, en la terraza de la vieja Curia, quemada en junio de 1955, sobre el techo de la Catedral formando un gigantesco símbolo de “Perón Vuelve” para que los vieran desde el aire. La gente se había subido a los árboles, las columnas del alumbrado público e incluso a fachada de la Casa Rosada que por ese entonces carecía de vallado protector.
Las puertas de la Casa Rosada debieron ser fuertemente cerradas para impedir que grupos de exaltados manifestantes ingresaran al recinto donde debía efectuarse la transición del mando presidencial. Los insultos y escupitajos empezaron a llover sobre oficiales del Ejército y el cardenal arzobispo de Buenos Aires cuando se aproximaron al edificio. Algunos jefes militares debieron apelar a las armas para preservar su integridad de la furia de los manifestantes, tal lo ocurrido con los custodios del Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Carlos Guido Natal Coda, que dispararon contra la multitud para impedir que agredieran a su jefe provocando una decena de heridos. El personal policial que custodiaba la zona era agredido, algunos perdieron sus gorras y sus armas, otros debieron de aceptar pasivamente que grupos de la Juventud Peronista pintaran con aerosoles la “V” y la “P” sobre sus uniformes.
Por momentos, los efectivos policiales de la Guardia de Infantería reprimían a la multitud para contenerla, el aire se tornaba irrespirable por los gases lacrimógenos, los proyectiles de goma y las corridas provocaban heridos y desmayados. Finalmente, grupos de activistas de la Juventud Peronista tomaron el control del acto y comenzaron a establecer cierto orden. A lo largo de la Avenida de Mayo se rompieron vidrieras y algunos negocios fueron saqueados por los manifestantes, entre ellos el local de la emblemática sastrería Modart, sito en la esquina de Avenida de Mayo y Perú. Se incendiaron varios vehículos que no pudieron ser retirados a tiempo por la policía. El saldo de víctimas de la jornada nunca se dio a conocer, pero un centenar de personas recibieron heridas de armas de fuego, pisotones y apretujones.
LOS COMPAÑEROS PRESIDENTES
Dentro de la Casa Rosada, los militares trataban de sobrellevar con estoicismo las diversas humillaciones a que eran sometidos. No parecían poder creer lo que sucedía. Los asistentes entonaban las estrofas de la marcha peronista y levantaba los brazos haciendo la “V” de la victoria mientras el presidente Cámpora recibía la banda y el bastón presidenciales. El presidente de facto saliente, Alejandro A. Lanusse escuchó los cánticos, firme como una estaca, con una sonrisa apenas insinuada y desafiante.
A su lado, en un lugar de preferencia, fueron ubicados los invitados especiales: el presidente socialista de Chile, Salvador Allende y el presidente comunista de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado, a quienes la izquierda peronista saludaba alborozada como “compañeros presidentes”.
Según lo planeado, Héctor J. Cámpora juró como primer presidente peronista, dieciocho años después del derrocamiento de Perón. En un hecho inédito, el acta de asunción del flamante presidente democrático fue rubricada por los presidentes Allende y Dorticós, más tarde también lo haría el presidente del Uruguay Juan María Bordaberry a quien los manifestantes impidieron su ingreso a la Casa Rosada. También estuvo presente el primer ministro del Perú, Edgardo Mercado Jarrin.
Los miembros de la saliente Junta Militar debieron retirarse del edificio en helicóptero para evitar nuevos incidentes con los exaltados manifestantes. El único que partió en automóvil fue el Teniente General Lanusse, quien con un gesto personal de indudable coraje y ánimo provocador dijo: “Yo no me ando escapando de nadie. Me iré por donde vine”. Contra todas las previsiones, pudo salir en su vehículo sin ser molestado mayormente por la multitud.
Después de asumir el cargo, Cámpora habló al pueblo desde el histórico balcón de la Casa Rosada en el cual tantas veces había acompañado a Perón, instando a la calma. Junto a él se encontraban además de sus ministros los siete delegados de las Regionales de la Juventud Peronista. El nuevo presidente hizo referencia a grupos que “han querido provocar y distorsionar esta fiesta” y terminó solicitando “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Luego, en un mensaje difundido por radio y televisión, reiteró sus recomendaciones ante el cariz violento que asumían los hechos, exhortando a la calma “a los compañeros y a las fuerzas de seguridad”.
EL DEVOTAZO
Pero, el 25 de mayo de 1973 no ha terminado aún. Finalizados los festejos por el traspaso del mando en la Casa Rosada y los incidentes en la Plaza de Mayo, tanto la Juventud Peronista como las distintas organizaciones terroristas convocaron a trasladarse a la cárcel de Devoto para “liberar a los compañeros presos” bajo una de las consignas más coreadas en los actos peronistas: “El Tío Presidente libertad a los combatientes”.
Al anochecer, varias columnas de manifestantes provenientes del centro de la ciudad convergían hacia el barrio de Villa Devoto. Unas treinta mil personas se congregaron rodeando los muros exteriores de la cárcel, exigiendo la libertad de los presos políticos, muchos de ellos terroristas condenados. “Minuto a minuto –relata Bonasso- llegaba más camiones y ómnibus y más caravanas a pie, con una consigna muy clara: ‘No moverse hasta que salga el último compañero’.”
Dentro del penal, desde las primeras horas del día 25 de mayo, los miembros de las organizaciones terroristas allí detenidos habían tomado los pabellones donde estaban alojados, protagonizando episodios de violencia con el personal del Servicio Penitenciario Federal que, sin embargo, retuvo el control de los patios internos y del perímetro de seguridad. Los reclusos respondían al comando de Fred Ernest, por parte de los Montoneros y Pedro Cazes Camarero por el PRT – ERP y controlaban también la central telefónica.
En el Congreso Nacional, la flamante Cámara de Diputados, presidida por Raúl Lastiri, había formado una comisión integrada por una docena de legisladores para conocer la situación de los detenidos políticos en las cárceles porteñas. Los miembros de esta comisión se trasladaron de inmediato a los penales porque existían versiones de que se encontraban tomados por los presos.
El Secretario General del Partido Justicialista, Juan Manuel Abal Medina, a pedido del diputado Julio Mera Figueroa, se trasladó al penal de Devoto donde después de varias horas cargadas de tensión se encargó de gestionar la liberación de los presos políticos.
EL 25 EN LA CALLE, EL 26 EN LA TRINCHERA
Debemos recordar que cuando comenzó a generalizarse la violencia terrorista, durante el gobierno de la llamada “Revolución Argentina”, el presidente Lanusse y su ministro de Justicia, el doctor Jaime Perraiaux, crearon, el 15 de julio de 1971, la Cámara Federal en lo Penal.
Un tribunal con jurisdicción en todo el país para combatir con la ley los hechos de terrorismo. Al 25 de mayo de 1973 –según señala el doctor Jaime Smart-, la Cámara había dictado 600 sentencias condenatorias y se encontraban a la espera de su juzgamiento otros 500 terroristas.
Muchos de estos terroristas se encontraban detenidos en la Unidad Nº 2 del Servicio Penitenciario Federal, cita en el barrio porteño de Villa Devoto. Entre ellos Rodolfo Alsina Bea, Manuel Ponce de León y Sigfrido De Benedetti, todos ellos procesados por el secuestro y posterior muerte del presidente de la Fiat, Oberdán Sallustro; Roberto Montoya y Julio Roqué, por el asesinato del General Juan Carlos Sánchez; Alberto Carlos Maguid, por el asesinato del Teniente General Pedro Eugenio Aramburu, y María Antonia Berger, Ricardo René Haidar, y Alberto Camps, sobrevivientes de la Masacre de Trelew.
Apelaremos al testimonio de Juan Manuel Abal Medina –recogido por Ernesto Jauretche- para obtener una versión de cómo se desarrollaron los hechos en el penal de Devoto: “Yo no ocupaba ningún cargo público, era Secretario del Movimiento. Ese 25 de mayo todo se precipitó a un ritmo imposible. Sobre ese asunto yo le comenté al doctor Cámpora, que veía difícil demorar las definiciones hasta el momento en que se aprobara la ley de amnistía, como estaba previsto. Me parecía un imposible político: era muy peligros. Estábamos hablando de miles de presos por todo el país en una situación política terriblemente fluida… Y allí perdimos contacto con el doctor Cámpora durante las tres o cuatro horas siguientes porque el protocolo lo bloqueó. Teníamos la visita de muchos jefes de Estado extranjeros y había toda una secuencia de hechos a los que prestar atención. Entonces tuve que definirme ahí mismo, definir las cosas un poco por mi cuenta”.
“Sabíamos que en Devoto este tema se vivía de una manera explosiva. Julio Mera estaba informándome, y me dijo que la situación era insostenible, que podía haber violencia en cualquier momento. Por ese motivo me fui hasta allí. Cuando llegué a Villa Devoto ya el problema se había extendido, porque había más de 300 presos comunes fuera de sus celdas y de sus zonas. Incluso muchos de ellos estaban bastante drogados y alcoholizados. Indudablemente que eso amenazaba convertirse en un desastre en el primer día de gobierno. Y allí realmente… bajo mi responsabilidad, acompañado de tres diputados (Julio Mera, Santiago Díaz Ortiz y creo Diego Muñiz Barreto), ordené al director de la cárcel que abriera las puertas y soltara a la gente.”
“Esto no tenía, obviamente, legalidad, pero sí teníamos poder político para hacerlo, y creo que en el momento con esa decisión se evitó un hecho más grave. Esto ha sido muy criticado después; pero yo no veo qué otra solución podría haber tenido la situación que se había creado. Se llegaba a la violencia en cualquier momento. Sobre todo, porque había una columna del ERP, sumamente agresiva y armada, justo en la puerta del penal. En ese sentido esto no tenía otra solución. Pero, por otra parte, nosotros habíamos hecho una consigna de campaña aprobada por el General que decía ‘Ni un solo día de gobierno peronista con presos políticos’. Y bueno, debíamos cumplir.”
“El doctor Cámpora actuó a la altura de las circunstancias. Podría haberse sentido molesto de que yo hubiera adoptado esa actitud. No hubo absolutamente nada de eso. Al contrario. En la noche, ya muy tarde, se instrumentó el indulto que firmó el Presidente, para que al día siguiente salieran los presos de las demás cárceles.”
La amnistía del 25 de mayo de 1973 liberó a unos 1.500 terroristas junto con presos políticos y delincuentes comunes sin que se exigiera a las organizaciones terroristas ninguna contrapartida. Ni un alto el fuego, ni la entrega del armamento que habían robado de diversas instalaciones militares, ni siquiera que liberaran al contralmirante Alemán secuestrado por un comando del PRT-ERP.
Del penal de Devoto fueron liberados 371 detenidos. Otros 173 detenidos llegaron por vía aérea a Buenos Aires, desde Rawson, el día 26 de mayo. En el aeropuerto de Ezeiza se produjeron nuevos incidentes, ataques a las autoridades y depredaciones. Las paredes de la estación aérea y hasta algunos aviones quedaron cubiertos por leyendas de las organizaciones terroristas pintadas por jóvenes encapuchados que recibieron con euforia la llegada de los liberados.
En alguna pared olvidada de la ciudad de Buenos Aires, una pintada, mezcla de consigna política y programa político, advertía premonitoriamente: “el 25 en la calle, el 26 en la trinchera”. Pronto, la sociedad argentina comprendería que el gobierno constitucional no generaría automáticamente la pacificación de los espíritus ni la tan ansiada paz social.
Muchos de los liberados morirán años después en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad o en el monte tucumano, otros integrarán las listas de desparecidos, solo los más afortunados lograrían huir al extranjero. Los exilados retornaron al país en 1983 y se reciclarán como políticos democráticos.
Pocos días después de la asunción de las autoridades constitucionales, los miembros de la Cámara Federal comenzaron a sufrir amenazas de muerte. Al mismo tiempo, recibieron presiones desde diversas instancias gubernamentales. Cuando el cadáver del terrorista, del “ERP – 22 de Agosto”, Víctor J. Fernández Palmeiro, asesino del contralmirante Hermes Quijada ingresó a la morgue, el coronel Alberto Cáceres informó a la Cámara Federal que “por orden de Cámpora debía suspenderse la autopsia”. La situación se hizo insostenible para los camaristas que retiraron sus efectos antes de la disolución del Cuerpo. Días antes del cambio de gobierno, los miembros de la Cámara Federal, enviaron a la Armada el armamento secuestrado a los terroristas y fotocopia de los expedientes elaborados por el cuerpo.
Posteriormente, cuatro de los miembros de ese tribunal sufrieron atentados, entre ellos el que costó la vida al doctor Quiroga. Los que no murieron debieron exilarse y todos los empleados fueron dejados cesantes sin indemnización alguna, degradados y perseguidos.
Este fue el comienzo de una época trágica que algunos vivimos, otros han convertido en un “relato” y los más jóvenes sólo conocen por referencias interesadas que pretenden presentar unos tiempos trágicos como si de una epopeya se tratara.