Las elecciones de medio término en Argentina, en este año 2017, parecen desarrollarse por intermedio de una “campaña sucia” llena de denuncias, conflictos sociales y apelaciones a la violencia por parte de la oposición kirchnerista.
En el arsenal de trucos sucios que apelan los militantes de la agrupación La Cámpora y su mentora la ex presidente de la nación Cristina Fernández de Kirchner ocupa un lugar central en el empleo continuo del escrache.
Militantes kirchneristas suelen hostigar a los candidatos oficialistas y a los funcionarios gubernamentales en sus presentaciones públicas. El blanco principal de estos ataques son el presidente de la Nación el Ingeniero Mauricio Macri y la gobernadora de la provincia de Buenos Aires la Politóloga María Eugenia Vidal, aunque no son las únicas víctimas de estas técnicas intimidatorias.
¿Pero, que son los escraches, como funcionan y quienes suelen emplearlos?
Escrachar es un término que proviene de la lengua romance como “escrachar” que en dialecto lemosín (lengua provenzal)simbolizaba popularmente “pelar” o “descascarillar” refiriéndose a frutos secos como la nuez, figurativamente “romper”.
En el siglo XVI, el término pasa al idioma francés como cracher “escupir” o “crachar” que significaba el acto de “reprochar con malos modos” luego a principios del siglo XIX significo “afrentar”, “hacer burla y escarnio”, “escracho” y a mediados de siglo se tradujo al español como “sorrostrada”, “insolencia”, “descaro” verbalmente significaba decir oprobios, echar en cara algo que dé pesadumbre. Siendo en síntesis ésta la definición más cercana a los eventos que en la actualidad se conocen como escrache.
En la región del Río de la Plata y en el Reino de España se suele denominar como “escrache” a un acto político de hostigamiento o repudio, más o menos violento, llevado a cabo por activistas contra un opositor, su domicilio particular o su lugar de trabajo. Se trata de una palabra de la jerga política empleada para referirse a un método de protesta basado en la acción directa, que tiene como fin que los reclamos se hagan conocidos a la opinión pública.
Según la Academia Argentina de Letras, el vocablo "escrache" es el resultado del cruce de las voces "escracho" (en su acepción de "fotografía de una persona") y "escrachar" (en su acepción de "romper, destruir, aplastar").
En España, la delegada del Gobierno Español en Madrid, Cristina Cifuentes, afirmo que los escraches son "incompatibles con la democracia", en ellos se ejerce "la amenaza y la coacción y la intimidación organizada". La secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, ha calificado los escraches como "nazismo puro" y reflejo de "un espíritu totalitario y sectario" propio de la década de los treinta y de los años previos a la Guerra Civil Española y supone un intento de "tratar de violentar el voto" y las reglas de la representatividad democrática. La Asociación de Jueces y Magistrados Francisco de Victoria considera que "es delito intimidar en el domicilio a una persona o a sus familiares, o hacer una concentración en el domicilio. Eso es una coacción" y aprecia "indicios delictivos" en los escraches. Según algunos juristas españoles, las imputaciones realizadas contra los políticos durante los escraches serían constitutivas de delitos contra el honor o la dignidad personales o posibilitarían una demanda de protección civil del honor.
El periodista Fabricio Moschettoni remarco que los escraches, no importan de donde procedan, son una metodología propia del fascismo que nada tiene que ver con un sistema democrático. El escrache es un procedimiento de un autoritarismo cruel, despiadado y colmado de violencia" ampliando que "esta metodología era propia de los peores regímenes totalitarios, quienes “escrachaban” a sus víctimas, las “marcaban” para denigrarlas y atormentarlas. En la historia más reciente, los escraches se utilizaron en España, durante la guerra civil y la dictadura del militar Francisco Franco Bahamonde. Allí, los fascistas marcaban a los republicanos. También en plena época del nazismo alemán, en donde se escrachaban primero a los judíos, luego con el andar del tiempo se extendió a homosexuales, gitanos, lesbianas, mendigos, entre otros integrantes de la sociedad “rechazados” por los seguidores del dictador alemán Adolf Hitler.
También el periodista Rogelio Alanís se expreso contra el escrache formulando que es la versión politizada de la “patota”, ya que la patota y el patotero son dos versiones canallas de la vida cotidiana, con la sutil diferencia de que los patoteros en este caso se justifican invocando una razón política. El patotero y el que escracha no son diferentes en el ejercicio de la violencia alevosa y cobarde. Lo que distingue a uno de otro es la retórica disfrazada de ideología. Sin dudas, desde cualquier punto de vista, la actitud cobarde de juntar fuerzas para insultar a alguien en situación de vulnerabilidad, en su hogar, debe ser repudiada. El patotero supone que sus acciones no tienen nada que ver con la política; el que escracha se justifica a sí mismo invocando argumentos políticos que transformarían un acto cobarde y miserable en una causa justa. Desde el punto de vista estrictamente político, el que escracha es más peligroso que el patotero porque uno viola el Código Penal mientras el otro atenta contra la convivencia social.
Esta metodología política violenta en las elecciones legislativas es utilizada por la oposición kirchnerista para tratar de impedir que los miembros del partido gobernante realicen propaganda política en la provincia de Buenos Aires. Pero estos métodos de hostigamiento también se ha extendido a todo el territorio nacional. Como, por ejemplo, el escrache sufrido por el actual ministro del Interior Obras Públicas y Vivienda de la Nación, el Economista Rogelio Frigerio acompañado por el candidato a Senador de Cambiemos, Julio Martínez (actual ministro de defensa de la Nación), cuando hablaba en un acto en la provincia de la Rioja en ocasión de una entrega de viviendas en compañía del gobernador de la provincia, Sergio Casas (kirchnerista), quien no tuvo más remedio que salir en su defensa.
Al emplear el escrache y apelar a la violencia política, el kirchnerismo no hace proselitismo sino apología de la violencia. El escrache se origina en el reino autoritario de lo imaginario. Se basa en una falsificación de la realidad y se monta en un sistema de descalificación, apuntando al actual gobierno y sus candidatos.
Los escrachadores niegan la verdad. Distribuyen burlas a todos los que no piensan como ellos, invadiendo todo los lugares con pancartas con el rostro de los maldecidos, descalificándolos, difundiendo eslóganes, canticos y representando actos amonestantes contra cualquiera que no se someta al pretendido poder de su palabra mentirosa.
Estos hechos de amedrentar con pedagogía del terror que paraliza el habla son imperdonables rasgos autoritarios contra las expresiones libres del más amplio arco de opiniones y contra el respeto al disenso en la vida republicana. Estas tácticas políticas violentas utilizadas para el proselitismo deberían despertar el repudio del electorado y ser poco a poco desterradas por los propios ciudadanos que ejercen democráticamente su voto en democracia.