LA DESAPARICIÓN DEL CADÁVER
Después del velatorio oficial y durante los poco más de tres años posteriores el cadáver de Eva Perón permaneció en el segundo piso del local de la C.G.T. Custodiado por su conservador el Dr. Ara y bajo protección de personal de la Policía Federal. Producida la Revolución Libertadora, el General Eduardo Lonardi no definió que aptitud adoptar con respecto al cuerpo, se limitó en hacer constar que el cuerpo realmente existía sin resolver como disponer del mismo pese a las indicaciones tanto del Dr. Ara como de la madre y hermanas de Evitas que le solicitaban un entierro cristiano.
Antes que se adoptará una decisión, Lonardi fue desplazado por Aramburu y el régimen militar se endureció contra todo lo que se vinculase con el peronismo y la C.G.T. fue intervenida. Los militares antiperonistas temían que el cuerpo fuera utilizado para alentar la resistencia de los obreros y militantes peronistas aprovechando el fervor que siempre despertó Evita entre los humildes.
Pero los nuevos gobernantes militares desconfiaban de que aquel cuerpo fuera realmente el de Eva Perón llegaron a pensar que era una muñeca de cera, de hecho corría el rumor que existían varias estatuas de cera con la imagen de Evita. Los doctores Nerio Rojas, catedrático de Medicina Legal; Julio César Lascano González, eminente patólogo; y Osvaldo Fustinoni, profesor titular de Semiología y Clínica Propedéutica; fueron elegidos para constituir la comisión médica que analizaría el cuerpo. Sin ningún respeto hacia el trabajo de Ara y, sobre todo, hacia la fallecida, cortaron un dedo de la momia para obtener su huella digital, tomaron una muestra de tejido de la oreja izquierda para los exámenes histológicos, y completaron el reconocimiento con placas de Rayos X. El dictamen fue concluyente, se trataba de los restos mortales de Eva Perón, pero el fragmento de dedo amputado nunca se encontró.
El coronel Cabanillas, que fue jefe del temido Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) en aquella época, en una entrevista a un documental de 1997, declaró lo siguiente: “El cadáver era prácticamente una muñeca, estaba intacto, no parecía una momificación. El trabajo que hizo el doctor Ara era tan perfecto que el cuerpo tenía todos sus movimientos. La carne, al tacto, era como si estuviera viva. Parecía una muñeca, no de cera, de carne y hueso”.[i]
Con la certeza de que se trataba del cadáver de Eva Perón surgieron dos posiciones con respecto al cadáver. Los sectores más cerradamente antiperonistas, en especial la Armada, eran partidarios de destruir el cuerpo por cremación, o por cualquier otro medio. Los sectores más moderados, en especial los miembros del Ejército, movido por una actitud más piadosa proponían su entierro. Finalmente, como veremos, se llegó a una solución de compromiso entre ambas posiciones, el cadáver fue hecho desaparecer, pero se le dio cristiana sepultura.
Lo que ocurrió con el cadáver fue un misterio durante mucho tiempo, incluso después de su restitución a Perón. La más acertada reconstrucción de derrotero seguido por el cuerpo de Evita fue realizada por un equipo de periodistas del Diario Clarín y publicado por ese matutino el 21 de diciembre de 1997, en su segunda sección, bajo el título general de “Evita, entre la espada y la cruz”. La descripción que sigue se ha basado fundamentalmente en una síntesis de dicha investigación.[ii]
El 24 de noviembre de 1955 el cuerpo de Eva Perón pasó a custodia del teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe a cargo del Servicio de Inteligencia del Ejército por enfermedad de su titular el Coronel Héctor Cabanillas, tal como testimonia el mismo Dr. Ara.[iii] Moori Koenig ordenó el traslado del cuerpo, pero como no disponía de un lugar seguro donde guardarlo, el transporte militar que guardaba los restos peregrinó por diversas instalaciones militares. Los militares no podían ocultar su nerviosismo debido a que, misteriosamente, allí donde se estacionaba el cadáver aparecían al pie flores y velas que indicaban que grupos peronistas estaban al tanto de su ubicación. En su celo –dice Clarín- Moori Koenig la guardó algún tiempo en la casa del mayor Eduardo Arandía, sita en la Avenida general Paz 542.
Obsesionado por seguridad del encargo, Arandía[iv] mató de tres balazos a su mujer embarazada a fines de noviembre de 1955, la crónica policial asegura que fue al confundirla con un ladrón.
Desde ese momento el cadáver inició un periplo macabro, a falta de un lugar seguro Moori Köenig guardo el féretro en una camioneta y lo mantuvo en su interior durante varios meses estacionándolo en distintas calles de Buenos Aires, en garajes y playones de regimientos.
Finalmente, no tuvo mejor idea que guardarlo en una pequeña habitación dentro del edificio sede del Servicio de Inteligencia del Ejército sito en la calle Viamonte 1816, en la esquina con la Avenida Callao.15 Mucho se ha hablado de la obsesión (incluso sexual) que habría tenido el militar con el cuerpo de Eva Perón, pero este es difícil de comprobar. Los cierto es que en una ocasión, al parecer con propósitos románticos y para impresionar a la cineasta María Luisa Bemberg le habría exhibido el cadáver desnudo de Evita. La mujer ciertamente quedó impresionada, mejor dicho horrorizada. Al punto que huyo protamente del lugar e informó a un amigo suyo el influyente Jefe de la Casa Militar, capitán de navío Francisco “Paco“ Manrique quien informó al presidente Pedro E. Aramburu.
Inmediatamente, Moori Köening fue apartado del cargo, sancionado con arresto que debió cumplir en la lejana localidad de Comodoro Rivadavia.
Desde agosto de 1956, una vez bajo la competencia del Héctor Cabanillas, quien decidió despersonalizar esa cosa, fue rotando entre el edificio de Obras Sanitarias en la avenida Córdoba y el cine Rialto, en la esquina de Córdoba y Lavalleja, hoy demolido, donde la guardaron detrás de la pantalla. Por último, fue depositado en una casa de la calle Sucre, que por entonces alquilaba el SIE, mientras se ultimaban los detalles del viaje oceánico.[v]
Cuando Aramburu enterado de la precaria situación en que se encontraba el cuerpo, encomendó al Coronel Cabanillas que en colaboración con un sector de la Iglesia Católica, representado por el capellán militar Francisco Rotger, un sacerdote español perteneciente a la Compañía de san Pablo –muy vinculado al entonces jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo Teniente Coronel Alejandro A. Lanusse- encontrara la forma de dar cristiana sepultura a los restos fuera del país y en condiciones de absoluta seguridad.
El 23 de abril de 1957, el cadáver es embarcado en el buque “Conte Biancano”, rumbo a Génova, bajo el falso nombre de María Maggi de Magistris, mujer nacida en Dálmine, Bérgamo, difunta a raíz de un accidente automovilístico. Durante el traslado el cadáver fue custodiado por dos miembros del Servicio de Inteligencia del Ejército: el mayor Hamilton Alberto Días quién simulaba ser el viudo de la difunta, Giorgio Magistris y el suboficial Manuel Sorolla, en el papel de hermano de la víctima Carlo Maggi.
A su arribo a Italia el cuerpo fue enterrado, el 13 de mayo de 1957, con ese nombre en el cementerio Maggiore de la ciudad de Milán, bajo el cuidado y protección de la Compañía de San Pablo con la aprobación del Superior General de la Compañía San Pablo cuya intervención fue crucial en ese proceso.
Mientras el cadáver estuvo enterrado en Milán (tombino 41 del campo 86) en un área abierta y arbolada del cementerio, la tumba de la supuesta María Maggi de Magistris fue cuidada por catorce años por una seglar de la Compañía de San Pablo, Giussepina Airoldi, quien ignoraba la verdadera identidad de la muerta, pero mantuvo su tumba arreglada y con flores.
El cadáver reposó en esa tumba anónima hasta 1971. Por ese entonces el teniente general Alejandro A. Lanusse presidía el país en la etapa final de la llamada “Revolución Argentina”. Lanusse trataba de llegar a un entendimiento con Perón para asegurar una transición a la democracia en orden, atemperando el accionar terrorista que se efectuaba en nombre del peronismo.
Como muestra de la seriedad de sus intenciones de pacificar el país, permitir al peronismo intervenir en la vida política y eventualmente obtener el apoyo de Perón a su propia candidatura presidencial a partir de lo que denominó “El Gran Acuerdo Nacional”, decidió restituir al general Perón los restos de su esposa.
El brigadier Jorge Rojas Silveyra, por entonces embajador argentino en España fue uno de los encargados de efectuar la devolución de los restos con la colaboración del coronel Cabanillas y del suboficial Sorolla, quienes para ese entonces estaban retirados del Ejército. Se trataba del mismo equipo que trasladaran el cuerpo catorce años antes. Con el beneplácito del Papa Pablo VI, del nuevo superior de los paulatinos Giulio Madurini y la colaboración de los gobiernos italiano y francés y del régimen franquista que gobernaba en España, el cadáver fue desenterrado y trasladado en automóvil con los servicios de la funeraria Fusetti hasta Madrid.
El cadáver fue retirado del cementerio el 1 de septiembre de 1971. Debido a que el féretro de madera estaba muy deteriorado por el tiempo y la humedad de la tumba, el cuerpo fue trasladado a otro con tapa de zinc.
El 3 de septiembre de 1971 Rojas Silveyra entregó los restos en la residencia “17 de Octubre” del barrio madrileño de Puerta de Hierro. Junto a Perón, en ese momento, se encontraban la tercera esposa del líder Justicialista María Estela Martínez Carta, el delegado personal del General, Jorge Daniel Paladino, José López Rega, tres sacerdotes y otro personal de la quinta. Al día siguiente Perón convocó al Dr. Ara para que reconociera fehacientemente el cadáver y reparara algunos daños sufridos por el traslado y el tiempo en que estuvo enterrado.
Perón había reconocido el cadáver por una antigua lesión que Eva Duarte tenía en el lóbulo de su oreja izquierda debido a un accidente ocurrido con un aro durante su infancia. Pero, fue el Dr. Ara quién aportó la certeza final por una marca secreta que había colocado en el cuerpo.
El cadáver permaneció en la residencia “17 de octubre” aún después del traslado de Perón a la Argentina.17 Finalmente, después de la muerte de líder justicialista, el 15 de octubre de 1974, la organización terrorista “Montoneros” secuestró los restos del teniente general Pedro Eugenio Aramburu enterrados en el cementerio de la Recoleta, exigiendo que se trajeran los restos de Evita al país. Dos días más tarde el cuerpo viajó de Madrid a la quinta presidencial de Olivos, trasladado por el ministro de Bienestar Social, José López Rega y recibido por la presidente María Estela Martínez de Perón. Fue depositado en una cripta de la capilla Nuestra Señora de Luján, junto al féretro de Perón.
Es decir, que, desde el 17 de octubre de 1974 al 24 de marzo de 1976, en que fue derrocada por el golpe de Estado efectuado por las Fuerzas Armadas, la presidente María Estela Martínez Carta de Perón convivió en la Quinta Presidencial de Olivos con los cadáveres de su esposo y de su segunda mujer.
El 26 de octubre de 1976, por orden del nuevo habitante de la Quinta de Olivos, el teniente general Jorge Rafael Videla, unos minutos antes del cierre del Cementerio de la Recoleta, una ambulancia se introdujo en la necrópolis llevando un féretro. Con una sencilla ceremonia, seguida por un pequeño grupo de familiares y un discreto servicio de seguridad, se dio sepultura al cuerpo de Eva Perón en el panteón de la familia Duarte en el cementerio de la Recoleta, bajo una gruesa plancha de acero, a seis metros de profundidad.[vi] Recién entonces el cadáver de Eva Perón encontró reposo.
REFLEXIONES FINALES
Eva Perón era una pieza clave del régimen peronista y resultaba evidente que ni su propia desaparición física podía alterar esta realidad. Tras un primer intento de ocultar su enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de su muerte se buscó la forma de realizar el mayor aprovechamiento político de este hecho inevitable. Si Evita viva era un centro de poder político autónomo que cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro de la estructura del Estado, al morir debía convertirse en un icono del movimiento peronista.
En las futuras elecciones y otras contiendas políticas, Evita convertida en mito popular, como una suerte de Rodrigo Díaz de Vivar, el mítico Cid Campeador, ganaría batallas después de muerta.
Esto es precisamente lo que temían los antiperonistas y fue el hecho que determino toda la manipulación que se realizó con el cadáver de Evita después de 1955.
A setenta años de su muerte, Eva Duarte de Perón se ha convertido en un mito popular sin perder su perfil controversial. Despierta pasiones encontradas un amor profundo y un odio igualmente fanático.
Como una suerte de posdata, quiero mencionar que cuando hablo de Eva Perón con mis alumnos, muchos suelen preguntarme si Juan Perón realmente quería a si esposa o su relación era más bien política. Nunca sé bien que responder a esta pregunta. Pero, la trasmito al lector con esta última reflexión. ¿Si ustedes amasen profundamente a una persona, momificarían su cadáver para exhibirlo a la curiosidad de la gente?
[i] CORIA, Javier: Las peripecias del cadáver de Evita. Artículo publicado en el portal LQS en https://loquesomos.org/las-peripecias-del-cadaver-de-evita/ Bs. As. 2 de septiembre de 2018
[ii] DIARIO CLARIN: Los periodistas que firman los diversos artículos que componen el suplemento Evita, entre la espada y la cruz, fueron María SEOANE, Matilde SANCHEZ, Jorge BRISABOA, Alberto AMATO, Julio ALGAÑARAZ, Sergio RUBIN y Daniel URI.
[iii] ARA, Pedro: Op. Cit. Pág. 259.
[iv] Eduardo Antonio Arandía: se retiró del Ejército con el grado de teniente coronel. Al producirse el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 fue detenido y puesto a disposición del P.E.N. en el buque ARA 33 Orientales. Finalmente fue destituido el 13/7/1977 por Decreto S 2053/77 con retroactividad al 15/6/1976. No pude encontrar las causas de esa destitución ni más datos sobre el destino posterior del exmilitar.
[v] DIARIO CLARIN: Op. Cit. 2da. Sección Pág. 6.
[vi] DIARIO CLARÍN: Ob. Cit. 2da. Sección. P. 6