El Presidente de Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, ha enmascarado en una reestructuración de su gabinete de ministros, que ha denominado un “gobierno de recuperación”, la salida de su ministra de Asuntos Exteriores ante la falta de una solución a la crisis con Marruecos que hoy cumple siete meses.
La crisis se inició el 10 de diciembre de 2020 cuando el presidente estadounidense Donald Trump reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara sepultando de un solo golpe las nostálgicas aspiraciones de España de seguir ejerciendo una presencia poscolonial a través de un hipotético estado títere saharaui sujeto totalmente a los dictados de Madrid y Argel.
También despertó en la Península los temores de que las reivindicaciones territoriales marroquíes, luego de recuperado el Sáhara, se dirigieran hacia las colonias españolas de Ceuta y Melilla en territorio marroquí.
Ante la falta de apoyo español a la decisión estadounidense, Rabat replicó suspendiendo la Reunión Bilateral de Alto Nivel con España que debía realizarse en diciembre de 2020.
La crisis escaló peligrosamente, el pasado 18 de abril, cuando España recibió clandestinamente al terrorista polisario Brahim Ghali para darle tratamiento sanitario bajo un nombre falso y sin darle aviso a Marruecos.
El hecho derivó en el retiro “para consultas” de la embajadora marroquí Karima Benyaich, el relajamiento de los controles en la frontera con Ceuta que permitió el paso de miles migrantes subsaharianos y la exclusión de los puertos españoles de la Operación Paso del Estrecho que todos los años lleva de regreso a su patria para las vacaciones a los miles de residentes marroquíes en la Unión Europea. La medida causó un grave perjuicio económico al sector turístico español.
Pedro Sánchez ha descargado toda la responsabilidad de la crisis marroquí en González Laya, pero lo cierto es que la ministro no ha tomado estas decisiones en solitario y sin consultar, sino con el pleno conocimiento y aprobación del Jefe de Gobierno y de los partidos miembros de la coalición gobernante.
Curioso caso el Arancha González Laya, muy similar al de la ministro argentina de Relaciones Exteriores durante los primeros años de la presidencia de Mauricio Macri, Susana Malcorra. Ambas mujeres habían alcanzado importantes posiciones de responsabilidad en la burocracia de Naciones Unidas y desde allí se proyectaron para conducir la diplomacia de su país. Ambas llegaron al cargo por decisión del Jefe de Estado, sin vínculos con la política o el cuerpo diplomático local que debían conducir.
Ambas fracasaron estrepitosamente y cuando partieron nadie las extraño.
González Laya será reemplazada por un diplomático de carrera, el hasta ahora embajador español en Paris, José Manuel Albares, un hombre cercano al Pedro Sánchez, que fuera Secretario General de Asuntos Exteriores en los primeros meses del gobierno socialista en 2018.
Pero, si Pedro Sánchez cree que con cambiar el rostro de quién conduce la diplomacia española es suficiente para poner fina a la crisis con Marruecos se equivoca totalmente.
La recomposición de las relaciones hispano – marroquíes requiere que La Moncloa modifique y actualice su política respecto de Marruecos y, especialmente, del Sáhara.
Marruecos es hoy una potencia en África. La única nación estable y en crecimiento del Magreb que extiende su influencia sobre toda el África Occidental.
Es también un aliado esencial para el control de los flujos migratorios en la región (como lo ha demostrado el referido incidente en Ceuta) y un socio fundamental en la lucha contra el terrorismo de etiología yihadista y el control de la actividad de las mafias que operan en el Sahel.
Además, cuenta con un asociación estratégica con los Estados Unidos, miembro permanente con derecho a veto del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, líder de la OTAN y la primera potencia global del planeta. Una nación que reconoce la soberanía marroquí en el Sáhara.
En conclusión, han pasado para Madrid los tiempos en que podía proclamar su amistad con Rabat, pescar en aguas marroquíes y hacer buenos negocios en Marruecos mientras sus periódicos atacaban despiadadamente a Marruecos, ofendían al Rey y el gobierno alentaba bajo cuerda los delirios separatistas del Polisario.
España debe comprender que no le es posible estar bien con Dios y con el diablo en el Norte de África. Hasta que no asuma este hecho y obre en consecuencia no solucionará su cris bilateral con Marruecos.