En un país privado por la cuarentena de su pasión nacional: el futbol y con sus habitantes cansados de la prisión domiciliaria en que viven desde hace 180 días, los argentinos han creado un placebo adecuado para su frustración.
Un domingo cada tanto o uno de los muchos días feriados, los argentinos toman sus banderas celestes y blancas, sus ruidosas cacerolas, alguna pancarta casera y se lanzan a llenar las principales plazas y avenidas del país para cantar el himno nacional y expresarse en contra de la diarquía gobernante formada por el presidente Alberto Fernández y su vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.
Se trata de ciudadanos autoconvocados por las redes sociales sin distintivos partidarios ni líderes o aparatos políticos de encuadramiento que se movilizan por propia iniciativa, sin recibir ningún tipo de compensación o estímulo, que expresan su descontento pacíficamente y en muchos casos en tono festivo. Los políticos opositores que asisten a las marchas lo hacen a título personal y no partidario.
Motivos para el desencanto social, espoloneado por la cuarentena y la recesión económica, no faltan y cuando escasean el gobierno kirchnerista se encarga inmediatamente de producir otros nuevos.
En general, los descontentos son ciudadanos provenientes de la castigada clase media que expresa su rechazo a un gobierno que apelando a una supuesta “solidaridad social” los hostiga permanentemente con incrementos en los impuestos, restricciones a las libertades individuales, incrementando la inseguridad con liberaciones de presos peligrosos y permitiendo con su inacción que cualquiera de apropie de sus propiedades y bienes.
Estos opositores descontentos que llenan las calles constituyen un electorado muy distinto de la clientela política que suele movilizar el peronismo empleando una sofisticada estructura partidaria conformada por los sindicatos y el aparato de los intendentes bonaerenses en los barrios populares donde la población sobrevive a duras penas gracias a los subsidios a la pobreza y los alimentos distribuidos diariamente en los “comedores populares” y los bolsones de comida repartidos por las intendencias. Así, el que no va a las marchas oficiales no come.
Para verificar las diferencias entre las movilizaciones oficiales y las opositoras es suficiente con observar que en las primeras los manifestantes son trasladados por una flota de transportes escolares y buses alquilados ploteados con emblemas de las distintas intendencias. Los asistentes son encuadrados por los violentos muchachos de las “barras bravas” que actúan como grupos de choque y suelen distribuir elementos para elevar el ánimo de algunos asistentes y entonar los cánticos y consignas más agresivas. Nunca faltan ni incidentes ni violencia en las concentraciones peronistas.
Tampoco faltan esos manifestantes humildemente vestidos, con rostros un tanto aburridos e indiferentes que avanzan arrastrando los pies, muchas veces empujando los cochecitos en que transportan a sus niños (sin van con sus hijos cobran un importante plus monetario adicional) hacia el lugar del acto. Todo ello conformando un curioso cuadro sub realista.
BAJAR AL “PELADO”
El 27 de octubre de 2019, en la segunda ronda de las elecciones presidenciales, la dupla Fernández y Fernández se impuso por el 48,24% al 40,28% que obtuviera el entonces presidente Mauricio Macri. Hoy, después de que el presidente Alberto Fernández perdiera en el último mes quince puntos en su imagen positiva, todas las encuestas preelectorales privadas -las únicas que se realizan en el país- indican que los número de 2019 se han invertido.
El Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el macrista Horacio Rodríguez Larreta, “el Pelado”, el opositor mejor situado en las encuestas nacionales supera a cualquier político oficialista incluidos el presidente Fernández y su vice Cristina Fernández de Kirchner.
Es por lo que Cristina, la Jefa, ha ordenado a través de su hijo, el diputado Máximo Kirchner abrir fuego contra él. “Al Pelado hay que pisarlo. Ni un café habría que tomar en la Ciudad. Encima le chupa las medias a Alberto”, habría transmitido en tono académico el hijo vicepresidencial al resto de los diputados oficialistas. Las huestes peronistas no dudaron ni un segundo en cumplir las órdenes de su Jefa.
La semana pasada, una huelga de la Policía de la Provincia de Buenos en reclamo de aumento salarial y otras mejoras sirvió de excusa para que el presidente Alberto Fernández en decidiera autoritaria, inconsulta y anticonstitucional modificar por un Decreto de Necesidad y Urgencia del Poder Ejecutivo modificar la Ley de Coparticipación Federal reduciendo la cuota que recibe la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, del 3,50% a 2,32%. Un recorte de 45.000 millones, que representa reducir el presupuesto de la ciudad casi un 10% para el 2020 cuando debe hacer frente a las mayores exigencias impuestas por la pandemia.
El mismo decreto traspasa los fondos sustraídos a la ciudad de Buenos Aires, gobernada por la oposición, a la provincia de Buenos Aires administrada por el gobernador kirchnerista Axel Kicillof.
La respuesta de la gente no se hizo esperar en las soleada tarde del domingo 13 de septiembre nuevamente ciudadanos descontentos llenaron plazas y calles para repudiar la media contra la ciudad porteña implementada por el gobierno nacional.
LA “OPULENTA” BUENOS AIRES
Pero la guerra contra el distrito opositor y sus dirigentes está muy lejos de haber concluido. El kirchnerismo amenaza con nuevos recortes a la coparticipación federal para llevar al 1,4% que recibía cuando era administrada por el Poder Ejecutivo como distrito federal.
El gobierno nacional también amenaza con reducir el número de diputados nacionales que se eligen en el distrito aduciendo que debido a que muchos porteños han trasladado su residencia al Gran Buenos Aires aunque siguen trabajando en la ciudad. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene una población de tres millones y medio de residentes, pero su población se incrementa a siete millones y medio los días y horas laborables debido a las personas que concurren para trabajar, realizar gestiones en organismos federales, recibir atención médica en centros de alta complejidad que solo existen allí, estudiar en escuelas, colegios secundarios y universidades o simplemente por actividades turísticas.
Por último, el Servicio Penitenciario Federal ha decidido unilateralmente no recibir más personas detenidas por la Policía Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires. Desde 1997, la ciudad de Buenos Aires dejó de ser un distrito federal para transformarse en una ciudad autónoma que funciona como una provincia más. Esta transformación obligó al gobierno de la ciudad a asumir nuevas funciones educativas, sanitarias y de seguridad. Así debió crear su propia policía en un proceso político largo y traumático. Pero en ese proceso no generó su propio servicio penitenciario, al igual que otras provincias, contrató ese servicio a la Nación.
Ahora la Nación, que tiene importantes instalaciones carcelarias dentro del territorio de la ciudad, como la Unidad 2, conocida como “Cárcel de Devoto”, por encontrarse situada en el barrio porteño de Villa Devoto, se niega a recibir a los presos que abarrotan las comisarias y la Alcaidía de la Ciudad de Buenos Aires.
De persistir este conflicto, Rodríguez Larreta deberá elegir entre pagar a la Nación por cada detenido en las cárceles federales o, si no logra un acuerdo, construir en plena pandemia y con un fuerte recorte presupuestario sus propias instalaciones carcelarias y contratar personal para control penitenciario.
La guerra que el gobierno de Alberto Fernández ha desatado contra el principal distrito gobernado por la oposición, y en el cual el peronismo nunca pudo hacer pie, no es una táctica nueva.
El kirchnerismo al carecer de un plan de gobierno para sacar al país de la profunda crisis socioeconómica y soló pretende aplicar un modelo de “pobreza distributiva”. Como no tiene riqueza que repartir, distribuye la pobreza buscando que los argentinos que no pueden ser ricos sean todos igualmente pobres. Para ello necesita distraer a la opinión pública con una artificial confrontación entre gobierno y oposición.
Como todo populismo autoritario, el kirchnerismo necesita, para mantener la cohesión de sus filas e imponerse a la sociedad, de un enemigo. Como el tema de responsabilizar al “imperialismo yanqui” de todos los males del país se encuentra algo trillado, Cristina Kirchner prefiere embestir contra el macrismo a quien responsabiliza por los juicios contra ella y sus hijos Máximo y Florencia por evasión impositiva, enriquecimiento ilícito y otros delitos económicos.
De allí la necesidad de combatir a su principal rival, el pelado Horacio Rodríguez Larreta y sus huestes de opulentos porteños que viven en una ostentosa riqueza. “En la Ciudad todos tienen agua potable, todos tienen luz y gas, todos tienen cloacas, todos tienen acceso al transporte público. Cuando uno va para allá quién no quisiera vivir allí. Donde hasta los helechos tienen luz y agua. Donde te rompen la vereda y ponen baldosas cada vez más brillantes”. […] “Todo mientras en el conurbano tenemos a los bonaerenses chapoteando en el agua y el barro”, dijo Cristina Kirchner sin recordar que la provincia de Buenos Aires fue gobernada durante 29 de los 37 últimos años por el peronismo y 13 años durante los gobiernos de su esposo y de ella.
Sin mencionar que, tanto el presidente Alberto Fernández como ella residen en lujosos pisos de los exclusivos barrios porteños de Recoleta y Puerto Madero donde el metro cuadrado de edificación se cotiza más alto que en cualquier otro lugar del país. Cómo dice el refrán no hay ciego que el que no quiere ver, y el “relato populista” no necesita ser cierto o real para ser útil al autócrata de turno.