Por el Lic. Rodolfo Miraglia Succi
En el sur del continente de Nunca Jamás, existe la República de Peronia (que se refunda cada tantos años, en ciclos asincrónicos, como corresponde a toda contradicción). En esa república, también existe un cuasi estado independiente, como un medioeval estado papal, la Ciudad Libre y no Amurallada de la Virgen Nuestra Señora del Buen Aire. Los “No Peronios Portadores de la Esperanza” organizados en un partido político luego de intensas luchas electorales logran desplazar del poder a los peronios, a los semi peronios, a los filo peronios y a los cuasi peronios y adláteres. Bajo una consigna ideológica de conducta pía y modernosa eficiencia empresarial (para evitar la improvisación), en la gestión de la política de gobierno, los No Peronios Portadores de la Esperanza (NPPE), se lanzaron a transformar a la ciudad estado ribereña con obras profundamente pensadas para el beneplácito de moradores y transeúntes aluvionales, en su mayoría peronios del conurbano, que diariamente trabajan en su territorio. Obras como por ejemplo las bici sendas, tan mal interpretadas por críticos insensibles al bienestar y salud física de los disnómicos ciclistas usuarios, más allá que sus erróneas trazas bloquen la circulación y/o acceso para ambulancias o camiones de bomberos. Otra interesante obra complementaria fue la creación de coloridas estaciones con bicicletas, hoy vacías de ellas (esfumadas misteriosamente), limitando la libertad de trabajo y de circulación de extranjeros indocumentados que las usaban para hacer repartos de comida a domicilio. Realmente otra obra incomprendida, lograda con el aporte dilapidado de los habitantes de la ciudad.
¡Y qué decir de la gestión! Con funcionarios que forman un equipo de amigos ya que todos se tratan por el nombre, y si está cortado da una mejor imagen, como cuando aparecen en actos públicos de gobierno vestidos modernamente como burgueses que disfrutan un día en el club de campo, o que cumplen sus actividades de paso, antes de ir al gimnasio. Realmente una imagen fresca con una tendencia en la moda de neo cuasi peronio popular, pero con prendas de marca original y/o mejor calidad, naturalmente no comprada en los locales de La Salada, como la mayoría de sus vecinos allende la Avenida General Paz o habitantes de algunos enclaves periféricos dentro de la ciudad no amurallada.
Entre los logros con los funcionarios elegidos (recordar la declamada eficiencia profesional del NPPE, por favor no confundir con el gobierno de científicos nacionales de Peronia), basta un ejemplo pues la ciudad cuenta con un ministro de Educación, una mujer que nunca fue docente y por lo tanto jamás al frente de alumnos. Su mayor logro desarrollar una incólume fidelidad al Señor Gobernante de Turno de la ciudad, hoy el gran Horatius.
Con esta introducción al relato, nos permitió llegar y así entender mejor los logros del Gran Jefe de la ciudad en tiempos de crisis por la pandemia. Para ello sólo hablaremos de unos pocos.
Al comienzo de la pandemia, cuando el Pro Cónsul Electo de la República de Peronia Alberto, delfín de la Arquitecta Egipcia Kristina (la niña de Tolosa), convoca a todos sus prefectos y señores, el Gran Horatius inmediatamente se pone a su lado, como corresponde a un ciudadano de bien, aunque sean opuestos en ideas de gobierno.
Pero para el Gran Horatius, no todo va tan bien. En principio, para no ser menos y al igual que le sucedió a Alberto, hace pocos días, una compra de barbijos profesionales analizada por un censor mal intencionado descubrió que habían sido pagados con exorbitante sobreprecio, que aún no fue justificada ni por Horatius ni sus amigos colaboradores del gobierno, quienes con pía indiferencia no comentan el caso y miran distraídamente hacia otro lado cuando algún insolente periodista se atreve preguntar. Siguiendo el obsecuente ejemplo de su Jefe, tal como hizo en una de las últimas conferencias de prensa.
Pero lo mejor de todo, digno de una novela de elfos y duendes. Fue que en las últimas horas del día 16 de abril comienzan a circular rumores y deliberados adelantos, que se confirman al siguiente con una impactante noticia por el estupor creado: por cuanto y debido a la pandemia de COVID19, desde el lunes 20 de abril las personas mayores de 70 años deben solicitar un permiso para circular por la calle. Medida que el Gran Jefe de la ciudad decide, basada en el acertado descubrimiento que los mayores de edad conforman un gran grupo de riesgo, y porque aún no se sabe si muchos de ellos (sobrevivientes), podrán volver a soportar horas de colas a la intemperie para cobrar sus magras jubilaciones, tal como sucedió el pasado jueves 2 de abril; en un probable experimento de exterminación digno de los mayores malévolos de la Historia.
Pero sucedió, como en los últimos tiempos, que la inapropiada pero sesudamente pensada (aunque parezca contradictorio), les trajo más confusión a esos desagradecidos rebeldes mayores encaprichados en ejercer sus derechos constitucionales principalmente por el artículo 14 de la CN de la Republica Argentina, que sirve de modelo tanto a la de Peronia como la para la Ciudad Libre No Amurallada.
Como siempre, surgieron críticos y censores a tal limitación de circulación desde todos los niveles de la sociedad de la ciudad ribereña, quienes no tuvieron la grandeza intelectual de interpretar la piadosa tutela a los mayores, ejercida por Horatius. Él con la claridad y grandeza que lo caracteriza prestamente salió hacerle frente a los que no entienden ni comparten sus ideas, para convencerlos que la inmensa sabiduría que encarna nos mejora la vida. Una vez más sobrevuela sobre los citadinos la sentencia “Roma lucuta, causa finita”, locución importante para los católicos pues significa que la palabra y sentencia del Papa no se discute y es infalible. Sin duda los porteños desagradecidos y especialmente los redomados mayores de 70 años, católicos incluidos deberían aplicarla a las sentencias del Gran Horatius.
A la angustia generalizada, sin duda una vez más se suman resoluciones confusas y violentas, pero como triste consuelo se escuchan las palabras cantadas desde su ventana por un juglar improvisado representante puro del ácido humor porteño, que dicen: “no hay peor acción en las crisis que sobreactuarse y ser obsecuente ante cualquiera”.