Por Adalberto C. Agozino
Mañana la Argentina vivirá una fiesta democrática. Por primera vez desde la aparición del peronismo en 1946, un gobierno no peronista habrá completado su mandato constitucional. También se restablecerá el tradicional traspaso de un gobierno a otro aunque posiblemente con algunos matices particulares. Estos dos hechos constituyen una gran victoria para quienes aspiran a restablecer la tradición republicana en el país.
Finalmente, el pasado viernes 6 de diciembre el presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, tras arduas negociaciones con su vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, presentó su gabinete de gobierno conformado por 21 ministros que sumirá el martes 10 del corriente.
Aunque a lo largo de las últimas semanas algunos nombres habían trascendido y muchos otros de los mencionados finalmente fueron descartados. Conocidos los nombres de quienes acompañaran al nuevo presidente en la difícil tarea de sacar al país de la profunda crisis que viene atravesando desde hace varios años.
Las condiciones en que el nuevo gobierno deberá afrontar su gestión mueven a ciertas reflexiones.
Comencemos por señalar que un gabinete con 21 ministros de distinto origen ideológico y político resultará difícil de coordinar, pero en el resultado inevitable de llegar al poder con una coalición de gobierno más que con una coalición electoral como la que llevó al poder a Mauricio Macri hace cuatro años.
Alberto Fernández debió cumplir con innumerables compromisos de campaña, donde para mantener al peronismo y a la izquierda populista unidos en un mismo frente, el candidato ofreció en forma indiscriminada cargos de todo tipo. Un gabinete de solo ocho ministros, como tenía el presidente Mauricio Macri, constituía una estructura demasiado pequeña para cumplir con todos ellos. Especialmente, porque algunos socios mayoritarios, como Cristina Kirchner y Sergio Massa, reclamaban porciones cada vez más jugosas para su vez recompensar a sus fieles.
En esta forma termina por confirmarse una coalición de gobierno compuesta por sectores políticos e ideológicos con sus propios programas y objetivos que no siempre serán compatibles.
Por otra, parte la mayoría de los funcionarios no se conocen entre sí, carecen experiencia en la función pública o hace muchos años que dejaron de ser funcionarios.
El propio presidente Alberto Fernández ejerció como jefe de Gabinete durante cinco años, pero no desempeña ningún cargo público desde 2008. Algo similar ocurre con los funcionarios más veteranos y con mayor experiencia del gabinete: Felipe Sola, Ginés Mario González García o Marcela Lozardo.
Los más jóvenes sólo desempeñaron cargos de segundo nivel o directamente carecen de toda experiencia en la administración pública, como el flamante ministro de Economía, Martín Guzmán, quien con tan sólo 37 años, llega al cargo sin vivir en la Argentina en los últimos doce años.
La mayoría de los ministros no se conocían antes del anuncio de que compartirían gabinete. Algunos incluso se presentaban a sí mismos a sus colegas e intercambiaban tarjetas de visita.
Esto indica que el nuevo gobierno no llega a la Casa Rosada con planes de gestión elaborados previamente y es muy probable que los nuevos ministros también carezcan de un acabado conocimiento de las áreas de gobierno que les ha tocado en suerte gestionar, porque se habían preparado para otra.
No olvidemos que algunas designaciones surgieron como producto de las negociaciones llevadas a cabo entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, por necesidad de despejar ciertas posiciones de poder para la vicepresidenta y su hijo y sucesor Máximo Kirchner, o cumplir con los referidos compromisos electorales.
Por lo tanto, deberán emplear los próximos meses para ambientarse, completar sus equipos designando a sus hombres de confianza en los cargos medios de sus respectivos ministerios, reunir información del funcionamiento de estos y diseñar las medidas de fondos que desea llevar a cabo.
Siempre suponiendo que el funcionario designado tenga ideas propias sobre que hacer en ese cargo en cuestión.
Por lo tanto, el proceso de reacomodo, ajuste y diseño del plan de gobierno insumirá los primeros doce meses y para entonces, 2021, la Argentina entrará en un nuevo año electoral.
Elecciones de medio término donde el nuevo gobierno será puesto a prueba y deberá revalidar su importante victoria electoral de octubre de 2019.
Para ese entonces probablemente, la oposición liberada de sus responsabilidades de gobierno, si hace bien sus deberes podrá ejercer con toda la fuerza sus críticas, reorganizar sus cuadros y militantes, reconstruir sus alianzas explotando el peso político del 40% de los votos obtenidos y el poder de convocatoria con que hoy deja el gobierno.
Pero la principal incógnita reside en saber si la sociedad argentina está en condiciones de esperar tanto por las soluciones que tanto necesita en medio de la emergencia.
Argentina s encuentra en una situación inédita, dada la complejidad y la simultaneidad de los conflictos económicos y sociales que presenta el país. Pobreza de más del 40%, deterioro en la calidad y cantidad de empleo, inflación anualizada del 70%, recesión en siete de últimos ocho años y falta de financiamiento, son los principales problemas que enfrenta el nuevo gobierno.
Los Fernández malgastaron en disputas y pujas la mayor parte de los 45 días de que disponían para la transición para organizar sus equipos y planes de gobierno. No lograron definir el futuro gobierno hasta cinco días antes de la asunción del nuevo presidente.
Por el momento, Alberto Fernández parece incurrir en algunos de los mismos errores que Mauricio Macri durante la primera etapa de su gestión.
El nuevo presidente centra su interés tan sólo en resolver las urgencias económicas y perfilar su política exterior dejando para una segunda etapa o la libre iniciativa de los ministros del área respectiva la instrumentación de medidas en materia de seguridad, educación, salud, defensa, medio ambiente, etc.
Al igual que Macri, tanto Alberto Fernández como Cristina Fernández de Kirchner desconfían de los políticos experimentados y con peso político propio que puedan generar liderazgos alternativos. Así han relegado a las figuras del peronismo con mayor experiencia y prestigio, salvo algunos incondicionales: como Gustavo Béliz, Daniel Scioli, Felipe Solá, Vilma Ibarra, etc., en el albertismo y Carlos Zannini, Agustín Rosi o Sergio Berni por parte de Cristina.
Las medidas que prepara el nuevo presidente y que han trascendido hablan de mayor emisión monetaria para cubrir aumentos de las jubilaciones mínimas, un bono de 7.000 pesos (U$S 100.-) para los salarios más bajos y congelamientos en las tarifas de la electricidad, combustibles, transporte y productos de primera necesidad.
Mientras, espera que milagrosamente se reactive el consumo y el país salga de la prolongada recesión, descarga el peso de la crisis nuevamente sobre la atribulada clase media y las pequeñas y medianas empresas con nuevos incrementos en los impuestos. Es decir, el mismo plan de Mauricio Macri con leves modificaciones como las restricciones a la compra de dólares y tasas de interés más bajas.
Alberto Fernández olvida que fue precisamente la castigada clase media quien, al dar la espalda al macrismo, permitió el retorno del kirchnerismo al poder.
Algo que también comparten los Fernández con Macri es la tendencia a rodearse de dirigentes sub-cuarenta para cubrir los cargos más relevantes. Se trata en la mayoría de los casos de jóvenes con buena formación académica pero sin experiencia de gestión, apoyos políticos ni “territorio” propio. Es decir, nadie que pueda alentar demasiadas expectativas de crecimiento político independiente y cuya carrera política estará condicionada a un absoluto acatamiento de las directivas recibidas desde la presidencia.
Al hacer esta elección, los Fernández están marginando a toda una generación de políticos, exfuncionarios, intelectuales y periodistas que inmediatamente se convertirán en duros críticos de todas las medidas que implemente el nuevo gobierno.
Por último, el nuevo presidente llega al poder en un escenario internacional totalmente distinto al clima de optimismo que rodeó a Macri en sus primeros días. Macri se presentaba como el político que había vencido al populismo corrupto de los Kirchner y que prometía abrir el país al mundo.
Alberto Fernández por el contrario es visto como un dirigentes que llega a la presidencia para brindar cobertura política a la auténtica dueña de los votos Cristina Fernández de Kirchner, una dirigente populista con más de una docena de procesamientos judiciales por corrupción.
Alberto Fernández parece un virtual aliado del dictador Nicolás Maduro, del condenado Luis Inacio “Lula” da Silva y del renunciado presidente indigenista Evo Morales. En Washington y la Europa Comunitaria se observa con preocupación sus vínculos con Rusia, China, Cuba e Irán.
Un claro indicador del aislamiento internacional con que asume el nuevo gobierno es el hecho de que tan sólo asistirán al traspaso de mando cuatro presidentes. Todos ellos de la región: los primeros mandatarios de Chile, Paraguay y Uruguay además del cuestionado presidente de Cuba.
Brasil el principal socio comercial de Argentina, motor económico del Mercosur y líder regional no enviará ninguna representación diplomática al acto. Otro tanto hará Israel, país que tiene una colectividad local grande e influyente en el país, que teme por los vínculos que el nuevo gobierno mantendrá con Irán. En especial, por el retiro de la calificación de grupo terrorista para la organización Hezbollah.
El 10 de diciembre, la mitad de la Argentina celebrará el retorno del kirchnerismo al poder. La otra mitad mirará al futuro con incertidumbre preparándose para tiempos aún más duros de los que ha vivido en los últimos cuatro años.