Conocí a Cristina Bajo -en realidad, una de sus obras, a ella tuve la suerte de verla y visitarla en su casa un tiempo después- por una entrevista que casualmente encontré en una revista en la sala de espera de mi odontólogo. Y la leí, y eso no fue por casualidad. La leí porque había algo allí que me gustó.
Había algo que contaba la entrevistada que era como mi espejo. Cristina hablaba de su forma de escribir: de a fragmentos, en papelitos sueltos que iba guardando esperando el momento precioso y preciso para la escritura definitiva. Ese era justo, el método (para llamarlo de alguna manera) que yo empleaba. No por extravagancia sino por falta de tiempo.
(A mí me hubiera gustado tener ese ritual de la escritora nocturna cuya disciplina es el cigarrillo, la música, alguna vela y la copa de vino… sumergida en la pura palabra, en su vértigo… en fin: el imaginario de la escritura… pero estaban los chicos, la casa, el trabajo y mis ritos de escritura eran bien otros que, por suerte, me enteraba gracias a la entrevista, compartía con Cristina Bajo).
La idea del tiempo que trato de sostener para mi doméstico rito de la escritura es la noción de un tiempo plural capaz de ser optimizado: puedo atender la casa y a los chicos mientras escribo. En papelitos, en fragmentos dejar que la idea anotada descanse, decante y se acomode… mientras, sigo haciendo lo que los chicos y la casa dictan, pero mi cabeza sigue pensando hasta que la historia anida y comienza a crecer. Pensándolo bien, es un trabajo de concepción, mi otro trabajo de concepción. Es como un embarazo pero no en un sentido metonímico, quiero decir que la maternidad y la escritura literaria no se conectan por una relación de contigüidad. No, porque los textos son mis textos; no los vivo ni los siento ni me emocionan como mis hijos; tampoco se me parecen. Me refiero a un sentido metafórico, de semejanza. Como revela y confirma Hélène Cixous: nuestro cuerpo es plural y parimos también a las palabras, porque cuando la idea ya está madura, ahí la escribo; en ese tiempo que ahora es todo mío.
Me gustó lo que leí, me gustó lo que contaba Cristina, me vi en su espejo, reflejada. No me llevé la hoja de la revista, me dio vergüenza, no sé por qué pero siempre pienso que a eso, se sigue una acción punitiva. Lo que hice, en cambio, fue llevarme en la memoria -utilizando el mismo y antiguo método que ponía en práctica cuando de chica me mandaban a hacer alguna compra al almacén: lo repetía lo repetía lo repetía- el título de su último libro hasta ese momento. Y así salí del consultorio repitiendo, repitiendo, repitiendo: "Tú, que te escondes"… y fui directo a la librería para comprarlo.
"TÚ, QUE TE ESCONDES"…
Esa cosa íntima, secreta que se plantea en el título me atraía como el 'no se puede'. ¿Quién se esconde? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Dónde? "Tú, que te escondes"
En la contratapa del libro estaba una cita de "El Cantar de los Cantares": "Paloma mía, tú, que anidas en las grietas de las peñas/ que te escondes en los rincones oscuros de las escaleras/ muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz en mis oídos/ pues tu voz es muy dulce y muy bello tu rostro."
Había leído hacía poco Historias de amor de Julia Kristeva, allí la idea del amor, del yo y de la construcción del sujeto se explican muy bellamente y en relación con ese otro texto también bello, "El Cantar de los Cantares". Me gustó la relación que intuí: una serie de relatos históricos que ponen en primer plano a las mujeres como sujetos donde el imaginario del amor les permite llegar al símbolo y 'decir el amor' y así, 'decir-se'; una teoría filosófico-feminista que hace foco en el amor como símbolo y un hipo texto cargado de sensualidad.
(Además, "El Cantar de los Cantares" había sido el poema que elegí como salmo para mi boda y ahora estaba latiendo en el texto que Bajo ofrecía en ese libro suyo, tan provocador.) No pude dejar de desear esas historias.
Bajo recrea en sus novelas -Como vivido cien veces, En tiempos de Laura Osorio, El jardín de los venenos y también Territorio de penumbras, así como en los cuentos de Tú, que te escondes-, el lugar definido por las mujeres; se trata del cuerpo como signo en el que el tiempo y el espacio son transformados en palabras que adquieren nuevas significaciones. Así, Cristina Bajo, además cuestiona la historia y el lugar que en el discurso histórico han ocupado las mujeres.
La necesidad de revisar la historia para plasmarla ficcionalmente permite observar la intención de la autora de investigar y conoce y dar a conocer la impronta femenina en los siglos pasado y los modos en los que la historiografía la anuló, siendo consciente, además que se trata de mujeres reales, de carne y hueso, que vivieron en ese período, como Mariquita Sánchez, Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti.
LA PALABRA
Bajo modifica la tradicional voz de la Historia; invierte y subvierte la hegemonía verbal. La palabra es representación pero depende de un nivel de expresión distinto porque está “expresada al menos con un lenguaje interior”. La palabra es símbolo –femenino y mágico- porque instala la ‘terceridad’, enunciación en su totalidad, tanto en los enunciados, como en los protagonistas y en las circunstancias de producción. La relectura de la Historia produce la escritura de una nueva Historia, y entonces, las mujeres que siempre han (hemos) estado en la trama de la Historia; es decir, siempre ‘dentro del texto’; empiezan –empezamos- a tener voz. La escritura que es descubierta por la escritura de Cristina Bajo inaugura un nuevo discurso al que puedo llamar ‘historiográfico’ pero donde los significados son ‘revueltos’ (Y me refiero al sentido que Julia Kristeva le da a la palabra ‘revuelta’; es decir “…una impugnación de normas, valores y poderes establecidos […] La revuelta, entonces, como retorno-inversión-desplazamiento-cambio […] la interrogación y el desplazamiento del pasado…”
Las relaciones sociales determinan, ya lo hemos dicho muchas veces pero no está de más recodarlo aquí, las prácticas sociales y también las sexuales y las discursivas. Esto quiere decir que los sujetos se constituyen en tales tanto por la relación con su cuerpo -entidad sexuada- como por ese cuerpo ubicado en un tiempo y en un espacio que lo definen y que, a la vez, son definidos por la sexuación del sujeto y su potencialidad de enunciar/se. Así, las teorías de Michael Foucault y Jaques Lacan permiten pensar el orden de la sexualidad como poder y la sexualidad como discurso.
En “Como vivido cien veces”, la primera novela de Cristina Bajo, y por la cual la autora alcanza popularidad en un vasto sector del público lector, se propone un resquebrajamiento de la linealidad temporal. La idea de la repetición -cien veces- transforma a ese en un tiempo circular y mítico. Entonces, el tempo es el tempo de amor consolidado en un relato configurado por las pasiones.
Lo mismo sucede en los otros textos y con los otros personajes: constituyen un tiempo y un espacio y relaciones que son propios: el libro, la salamandra, el altillo, la cocina, el convento, el silencio.
Todas protagonistas, todas mujeres que aman y que actúan a partir de ese estado, llevan adelante el recorrido que la pasión les indica. Por eso se sublevan, se oponen y son contrarias al régimen (político, religioso, familiar) aunque sus conductas no tienen una implicancia directa en la vida pública.
Por la construcción de ese espacio íntimo ellas se vuelven sujetos. Las percepciones íntimas y “el mundo exterior” se articulan y en esa articulación se genera el “pathos”, la pasión. Esta pasión inscripta en la tensión entre lo interior y lo exterior ubica al cuerpo en el lugar central, se vuelve centro de la referencia. Por el cuerpo se percibe y se siente y, al hacerlo, ese cuerpo se apropia del mundo y puede simbolizar(lo), nombrarlo(lo).