Alexis de Tocqueville tiene en su Democracia en América una acertada cita intemporal: “En política, a veces lo más difícil de apreciar y comprender es lo que sucede frente a nuestros ojos”.
Dejar la carpeta ordenada el viernes con los asuntos que van a ocupar la semana es un esfuerzo inútil, poner post-its de colores sobre los papeles distinguiendo lo urgente de lo importante, lo del lunes o lo del miércoles, saber qué hacer al día siguiente, hoy mismo puede quedar desbaratado en un instante, pues todo va tan rápido y en tantas direcciones al mismo tiempo, que tener perspectiva de qué es lo mejor o lo menos malo requiere de una inteligencia de la cual puede que en este momento no estemos dotados.
No es excusa de nadie, ni de nada, pero que estamos caminando por un campo de minas empieza a ser un dato cierto. Por ello, sí que debe exigirse a todos aquellos que tienen la obligación de dirigir desde distintas posiciones los destinos de la sociedad, un esfuerzo por la generación de certidumbres y coherencia, por lo menos ¡durante una semana!
En España, ya que estos días estamos celebrando los cuarenta años de Constitución, no estaría de más hacer una cierta reflexión con sosiego, para precisamente recuperar el sosiego y la perspectiva que tuvieron los políticos de la época y tras ellos los ciudadanos.
En Francia llevan varias semanas en una escalada de protestas que ya ha terminado en violencia; Bélgica ya ha sufrido el contagio, cuánto tardará en llegar a Alemania, España y quizás a Italia, aunque esté gobernada por los populistas que parecen ser los que animan políticamente este cotarro.
Un fantasma recorre Europa: el fantasma de la ultraderecha, la xenofobia, el populismo liberal y el anti-europeísmo. Pero esta vez todas las fuerzas de la vieja Europa no se han unido en santa cruzada.
Cualquier signo de normalidad institucional, de claridad en las propuestas y explicación detallada de las mismas es sin duda una muestra de fortaleza para combatir esta espiral que se nos presenta como despropósitos encadenados, por políticas del día siguiente y que burla burlando nos puede llevar a la barbarie…primero de lo que se dice y después ya veremos.
Los políticos deben ser conscientes de que avivar pasiones y apostar por posiciones maximalistas no son tan fáciles de conducir como antaño.
Las declaraciones que estamos oyendo al hilo de las elecciones andaluzas, encogerse de hombros ante la posibilidad de que un grupo ultra facilite y con ello condicione un gobierno, oír a un ex presidente del gobierno como aviva y justifica este dislate es para temblar.
Lo complejo es saber qué hacer, qué es lo importante y urgente; qué poner delante y detrás y cuándo.
El crecimiento de VOX tiene a bote pronto causas que van mucho más lejos de ser éxitos merecidos del propio grupúsculo: los políticos han pensado que la creación de expectativas ilimitadas aseguraba un vivero de votos, cuando estas se ven frustradas y no se explican el por qué los ciudadanos están dispuestos a comprar políticamente cualquier cosa. La sociedad del riesgo libera de muchos miedos y entre ellos votar a aquellos que más riesgo pueden suponer, por ello, amedrentar con que vienen que vienen es reconocer su fortaleza y posibilidades y cuando se entra en el juego del tifosi, grupos como VOX tienen todo ganado.
El PP y Cs están ante la encrucijada, no solo de legitimar su proyecto en el contexto español y europeo, sino también el de sus líderes. Valls ha lanzado un fuerte envite a Rivera y, por su parte, Casado puede encontrar un punto de ruptura en la parte de su partido que está más por recuperar el consenso constitucional que en echarse al monte, el discurso de la Presidenta del Congreso en la conmemoración de la aprobación de la Constitución es un buen ejemplo de ello.
Podemos se encuentra en un difícil momento con un discurso y un liderazgo con amplias muestras de agotamiento. La candidatura de Madrid es un verdadero avispero basado en presunciones más que en hechos reales. El resultado de Andalucía es más que una llamada de atención y buscar cobijo en introducir con calzador en ese momento el debate entre monarquía y república parece una mera fuga hacia adelante. Su apoyo tibio al Gobierno, a pesar del acuerdo presupuestario, y su deseo a una inmediata convocatoria electoral como salvación les coloca en tierra de nadie.
La pertinencia de los independentistas catalanes que no terminan de romper el monolitismo de su bloque, prefiriendo mantener en alza su república de papel antes que preocuparse por la situación de los catalanes, y sin alterarse porque la calle vaya sustituyendo a las instituciones en su derrotada demanda, hace imposible contar con ellos para cualquier proyecto para España y para Europa.
El PSOE se encuentra en la dificultad entre interpretar lo sucedido en Andalucía de forma certera y cómo esto puede proyectarse en unas futuras elecciones ya sean locales, autonómicas o nacionales. Las encuestas, con polémica o sin ella, nos despejan el camino. Si el malestar ciudadano europeo se extendiera le estallaría en la cara y gobernando lo cual no aventura nada bueno en sus expectativas a futuro pese a sus esfuerzos por intentar normalizar el país. Y todo en franca minoría parlamentaria que le impide sacar adelante los proyectos enunciados.
Así las cosas, toma cuerpo la propuesta del Presidente del Gobierno de presentar los presupuestos en enero. Más allá del deber constitucional de hacerlo, el Presidente tiene la baza de hacer retratarse a todos los grupos de la Cámara, hacerles mostrar cuál son realmente sus intenciones y derivas más que las declaraciones pomposas a las que nos tienen acostumbrados. Una demostración de que es en el Parlamento y en el debate presupuestario, el más esencial, donde la política comprende lo que está pasando. La derrota en su votación y una consecutiva convocatoria electoral tal vez sea el inicio de una victoria y mucho más que electoral.