Había estado caminando por el sendero que lleva a la playa y tenía los pies doloridos al clavarme las puntas de las afiladas piedras. Comenzaba a refrescar a la par que el sol se iba con el día, un precioso atardecer con un color rojizo intenso que creo solo propio de estas tierras, aunque a decir verdad todos los crepúsculos son siempre bellos.
Decidí sentarme en una gran roca negra de formas redondas que estaba a pocos metros del agua del océano y desde allí contemplar como el sol se iba ocultando lentamente entre las, cada vez, más intensas olas. Al sentarme comprobé que llevaba en el bolsillo de la chaqueta un libro que había guardado por si encontraba un lugar apropiado para relajarme con la lectura. Ya no había suficiente luz para ello y pensé que siempre termino acarreando mil cosas que finalmente no uso y con alto riesgo de extraviarlo. Me encontraba en esa banal discusión conmigo mismo cuando se acercó un hombre vestido con ropa deportiva pero con buena presencia, propio de la zona.
Estaba ojeando el libro cuando directamente se dirigió a mí diciendo lo que yo ya había averiguado ya hay poca luz para la lectura.
– La verdad es que sólo hojeaba pues merece más la pena contemplar esta belleza de la naturaleza, en este momento, que leer.
– Siempre es un buen momento para leer aunque sin lugar a dudas tienen Usted razón es lindo ver cómo el océano se come al sol. ¿Es español?
– Si, español.
– ¿Conocía usted este lugar?
– Si he estado aquí en un par de ocasiones más. Almorzando en “El Chiringuito”.
– ¡Regio!, exclamó hiperbólico. Yo siempre que puedo me escapó de Santiago para venir aquí a respirar y a contemplar este inmenso Océano.
– Es un privilegio. Le dije.
– A mí nunca me extraño que “el Poeta” situara su cama frente al ventanal y escribiera entre las sabanas y que decidirá permanecer allí hasta la eternidad. ¿Conoce Usted la Casa de Isla Negra?, la de Neruda, me refiero.
-La conozco. Hace años, en mi primer viaje a Chile, la visite, luego siempre que he podido he llevado a mis compatriotas para que la vieran.
– Era de un marino español cuando la compró y la fue decorando a su desordenado capricho. A mí me gusta que cuando los comunistas se mueran dejen en herencia tres casas, los acerca en alguna cosa a mí.
-¿Lo sabía?
Asentí.
– La Chascona en el Barrio de Bellavista en Santiago y La Sebastiana en “Valpo”, Valparaíso me refiero. Pero la Casa de Isla Negra es la más nerudiana sin duda, una evocación al mar desde muchos prismas, las botellas, los mascarones, los caparazones de los crustáceos y sobre todo, la vista al horizonte. Don Pablo era un vividor que sólo pensaba en “pisarse a alguna mina“, eso sí que escribía como los propios ángeles aunque un “momio” como yo no puede decir esto entre sus amistades sin levantar polvo, aunque sin lugar a dudas es un personaje prototipo de nuestra identidad patria.
De manera espontánea comenzamos a caminar juntos por el sendero pedregoso que llevaba a la playa. La conversación discurrió por los derroteros habituales de este tipo de encuentros. El consabido: ¿Cuánto tiempo llevas en Chile? ¿A qué te dedicas, donde vives, te gusta el país, estas aquí con la familia, como nos ves a los chilenos? un continuo torrente de preguntas que sólo buscaba respuestas rápidas. Comprobé enseguida que no sólo era un ameno conversador sino que disfrutaba de la conversación.
El sol había caído y empezaba refrescar, el ruido de las olas empezaba a ser más persistente y fuerte. El Pacífico Océano se mostraba ahora mucho más bravo.
Cuando quise darme cuenta me encontraba sentado frente a él, en un restaurante junto a la playa. Restaurante Cesar, creó que se llama, y bajo una luz de penumbra teníamos entre nosotros una botella de vino blanco: un Sauvignon Blanc Reserva Viña Amaral del Valle de Colchagua un vino excepcional dijo varias veces pomposamente y que él garzón puso sobre la mesa sin siquiera preguntar completando la comanda con media docena de las típicas empanadillas de pino y queso con camarón que degustábamos lentamente mientras seguía haciéndome la ficha. Costumbre muy chilena para conocer al interlocutor y analizar si es sujeto digno de confianza.
Él, sin pregunta alguna por mi parte, me informó que era casado, su mujer había organizado en su casa una comida a las ocho de la noche que, como no podía ser de otro modo, iba a consistir en un asado de carne. Parecía no sentirse obligado a participar activamente, ya lo haría ella con la nana y su suegra, a la que no parecía adorar por un par de expresiones que dejo caer. No tenía especial interés por estar a su hora, todos lo harán tarde, son chilenos, es costumbre no escrita . Haciendo gala de un alto grado de suficiencia y cinismo comentó: si llego con las conversaciones ya iniciadas tampoco tendré que mostrar desagrado por sus huevadas.
Parecía un tipo extraño, soberbio, interesante, contradictorio. Ocupado, por parte de padre a los negocios, como buen chileno de clase alta, y por parte de madre paradójicamente profesor de Derecho en la Universidad y amante de la lectura.
Creí por un momento que me sugeriría acompañarle a su casa ya que le dije que estaba sólo y hospedado en el Hotel Isla Seca, lo que era para él una prueba de nivel. Pero una de dos; o yo no le parecía una persona adecuada para la velada familiar, o bien consideró que era prematuro realizar una invitación de ese tipo a alguien que había conocido fortuitamente en la playa apenas hacia una hora. La verdad que el deseo era mío, después de tan agradable compañía no me apetecía volver a mi voluntaria soledad.
Intercaló una conversación con otra atropelladamente. Habló de Zapallar, la comuna en la que estábamos. Se había convertido en un lugar de vacaciones de “los cuicos” y que había sido el propio Pinochet el que, indirectamente, la había impulsado creando una nueva clase alta adinerada que eligió este precioso lugar costero como zona exclusiva de vacaciones, aunque era ya un lugar de reposo de las clases acomodadas desde los primeros años del siglo veinte y fueron estos los que gestaron la actual fisonomía de la comuna veraniega. Un lucrativo negocio inmobiliario que dió una envidiable configuración a la zona producto de una intensiva reforestación y la construcción de numerosas casas de lujo rodeadas de preciosa vegetación de corte mediterráneo.
Mientras esto me contaba apoyó las dos manos sobre la mesa e incorporándose pidió la cuenta diciendo: -Mi amigo, no agotemos hoy todas las conversas posibles. Aquí tiene mi tarjeta con el número del celular y mi mail, estemos en contacto y quedemos en vernos en Santiago.
-Perfecto, respondí no sin cierta sorpresa por tan súbita despedida. Debió recordar el dueto que podían formar mujer y suegra con la excesiva tardanza. Con paso rápido inició su caminar hacia los coches mientras le observaba. Paró en seco y se giró diciendo fuerte con su voz atiplada:
-Si quiere mañana a las once le espero aquí mismo a tomar un café y le enseño la zona.
Hice un gesto afirmativo con la cabeza a la par que daba un sorbo al último vino que quedaba en mi copa.
Aparqué en el único sitio libre que quedaba en la entrada del hotel. El pequeño estacionamiento se había llenado con opulentos coches con la llegada de nuevos huéspedes. Más que opulentos pensé que eran verdaderamente caros, modelos americanos y europeos. El recepcionista me advirtió que la cocina cerraría pronto; que si iba hacer uso del servicio de restaurante no me demorara mucho. Le respondí que no; que tan sólo tomaría una copa en el bar.
-No hay problema señor el servicio de tragos permanece abierto hasta las 12.
Me senté ante una mesa baja en la parte superior y pedí un “gin-tonic”. Una “gin” con tónica el trago de los españoles dijo el camarero elegantemente vestido. Asentí afirmativamente pues no iba a entrar a discutir con él que es una bebida británica, inusual en América del Sur y que parece que sólo pedimos los españoles o por lo menos los que más la bebemos.
En la mesa cercana había tres parejas cuarentonas que mantenían una animada charla, tan bulliciosa como indescifrable para mí por su dicción rápida y un hablar castellano mitad palabras desconocidas y mitad perdiendo silabas en el camino.
El sueño producto del largo paseo y en mayor medida al vino y la ginebra me aconsejaron retirarme a dormir, me esperaba una amplia cama en una bella habitación decorada en un abigarrado estilo inglés. Deje abierto el balcón para así poder escuchar el golpear de las olas contra las rocas. Abrí las páginas de un libro de cuentos de Álvaro Mutis y comencé a leer con una tenue luz de la mesilla. En la quinta línea, Morfeo salto sobre mí y me condujo a un reparador sueño.
El día abrió pronto con una luz intensa y el copioso desayuno me animó a disfrutar de un paseo recorriendo la carretera hasta llegar a la playa. Comenzaba a estar muy concurrida con unas tumbonas rayadas que eran ocupadas por familias que configuraban círculos bulliciosos con niños gritones que jugaban con el típico desafuero infantil que los convierte en seres agotadores. Era curioso comprobar que, por diferencia a las calles de Santiago, todos eran étnicamente blancos, estilizadas mujeres y muchos pelos lisos. No hay duda que el bronceado solar en esta zona es de “mejor categoría”. Estaban a punto de dar las once y me dirigí donde había quedado con mi nuevo amigo cuyo nombre adiviné por la tarjeta, Alfonso. Alfonso Larraín Errazuri como en España apellidos que marcan y te colocan en el estante del armario social que te corresponde. Este estaba en los de más arriba donde el polvo no importa y se les ve desde lejos.
Me esperaba con una copa en la mesa. Ni me dejó tomarme el ansiado café.
-¿Amigo dispuesto? Vamos al auto, le enseñaré la zona.
Me hizo un recorrido exhaustivo visitando encrespadas calles. Mostrándome lujosas y bellas casas y palacetes realzados con hermosos jardines llenos de plantas, arboles y flores. Acompañó, cada minuto del tour, con una animada explicación de la historia del lugar desde la fundación en la época de la colonia, el desarrollo como puerto de embarque de los productos del fundo cercano y la creación del balneario, exclusivo de la alta burguesía, en los años veinte del pasado siglo. Lo bueno que tiene un viejo profesor de Historia del Derecho, esa era su especialidad, es la cantidad de relatos que te puede llegar a contar sobre cualquier cuestión o acontecimiento que pasa ante tus narices.
Me llevó al balneario de Cachagua, colindante con Zapallar, con una gran playa de varios kilómetros y enfrente una preciosa isla, del mismo nombre, protegida como paraje natural por el Gobierno Chileno.
– ¿Almorzamos en mi casa? Ofreció. Invitación que, lamentablemente, tuve que rechazar ya que el motivo de mi estancia en Zapallar, no era sólo ocio, también tenía un cometido profesional, obviando dar más explicaciones me excusé y agradecí.
Pasamos a recoger unas tortas que había encargado para el almuerzo y para llevar a Santiago en una, al parecer, prestigiosa repostería las tortas de Tocas son muy exclusivas . Nunca pensé que un pastel o una tarta pudieran tener el marchamo de exclusividad. El recorrido terminó en El Chiringuitodonde tenía mi cita para almorzar. Conseguir una mesa junto al mar, no fue problema para él saltándonos a todos los que esperaban. Desde la mesa pude observar como unos delfines jugaban a lo lejos, cormoranes, gaviotas y algún que otro león marino ofrecían una fotografía de la naturaleza difícil de contemplar con tanta paz y relajo. Quedaba tiempo para el almuerzo de ambos, no se resistió a pedir una copa de vino.
-Paisaje este muy parecido a las costas mediterráneas, apunté, aunque evidentemente la fauna es muy distinta. Pero podría ser cualquier cala de Mallorca o de la Costa Brava.
-Sí, es parecido, lo conozco. Maravillosos lugares, también. Aunque, tiene razón amigo la fauna es muy distinta y más aún si tenemos en cuenta a nuestras especies no catalogadas.
-¿A qué se refiere?
– Chile esta recorrido de norte a sur de mitos y leyendas de extraños seres y animales que alguien siempre relata haberse topado o conocer a otro que lo hizo. Por ejemplo aquí junto al mar puede aparecernos La Pincoya
-¿La Pincoya?, pregunte con curiosidad. ¿Qué es?
-Qué es o quién es. La Pincoya no se sabe si es una o más de una. No sabemos si es un animal o un ser mitológico, si es producto de la fantasía y la imaginación del pueblo o realmente existe. Es el mito de la fertilidad del mar y de las playas de Chile. Tiene forma de mujer, de una bella mujer conquistadora de hombres como una sirena pero sin cola de pescado.
La Pincoya danza desnuda por la playa con su hermoso pelo negro, para unos rubio, para otros al viento. Se embute en una larga túnica blanca a tomar el sol sobre las rocas. Cuando aparece sobre ellas mirando al mar, los pescadores se sienten dichosos, se esperan jornadas de pesca abundante, si da la espalda al mar es señal de que las redes subirán vacías a la barca. En muchas ocasiones se hace acompañar de El Pincoy un cercano familiar, según algunos hermano, para otros su amante o ambas cosas a la vez. La Pincoya para los pobladores es un ser maravilloso que da felicidad y placer a quien le otorga su amistad. La forma de atraerla es organizar alegres fiestas de música y vino. Si se consigue llamar su atención ella vendrá de forma intempestiva en la noche trayendo tras de sí mariscos y pescado en grandes cantidades. Los hombres desearan ser poseídos por ella, asumiendo el riego de morir entre sus amorosos y delicados brazos y piernas, pues no olvidemos, no es una mujer aunque lo parezca.
Aunque nunca he sido dado a misterios le animé a seguir.
¿Mito o realidad? Mi amigo Lescornez, narra que su padre Marcelo era patrón de un barco pesquero cuyo codueño era un español, un vasco que se exilió en el Winnipeg, el barco que fletó Neruda con más de dos mil refugiados de su Guerra Civil. El barco hizo una primera escala en Arica en el Norte, en la frontera con Perú y luego terminó su viaje en Valparaíso. Desde ahí las familias iniciaron un recorrido por el país asentándose en diferentes lugares y hoy aún se reúnen sus descendientes. Con el tiempo comprobaron que su exilio fue el más lejano de todos con ello el más certero, encontraron paz y prosperidad pero se siguen sintiendo profundamente españoles incluso dos generaciones después. No hay como estar lejos de tu tierra para empezar a amarla de verdad. Vamos a lo nuestro una de esas familias que procedía del País Vasco, como yo, encontró su forma de vida en lo que habían hecho siempre, en la pesca. Del rugiente Cantábrico al no menos Pacifico para conseguir de igual forma merluza. Hizo sociedad con el viejo Lescornez hombre noble pero más reposado que Peio el Vasco que así le llamaban. Yo le conocí en sus últimos años; compraron un barco al que llamaron LAN, trabajo en euskera creo, ambos trabajaron duro para sacar adelante a los muchos cabros que los dos tenían. Se turnaban en el gobierno del barco y en la venta de los frutos de la pesca. Una vez, a finales de febrero, viajaban ambos en el barco, se levantó una gran tempestad durante días. Con la bodega llena decidieron regresar al Puerto de San Antonio, quedaba apenas un día de navegación para llegar a tierra; en lo más recio de la borrasca el Lan no aguantó el embate de las olas y partió en medio de la noche en dos mitades. Llevaban una pequeña chalupa en donde, a duras penas, cabía toda la tripulación. Contaba Lescornez que el Milton Moya, un araucano cruel y sin escrúpulos, que se había enrolado recientemente dicen que huyendo de sus prácticas como médico dedicado a realizar abortos clandestinos y a estafar a los ciudadanos de Temuco con caros y falsos remedios, tiró por la borda a varios de sus compañeros para asegurar que la pequeña embarcación no zozobrara. Peio se revolvió contra él y lo golpeó con fuerza con un remo hasta que perdió el sentido y lo tiro al agua. A continuación hizo lo mismo con el socio del Vasco quedando sólo en la barca. El padre de mi amigo Marcelo se vio morir pero agarró a su amigo, al que le quedaba tan solo un hilo de vida, por el golpe y el agua tragado, intentando llegar a un tablón que flotaba a la deriva. Las fuerzas le faltaban, la dificultad en respirar unido al agotamiento de los aletazos de ahogado le dejo sin fuerzas para soportar el peso del Vasco que ya estaba camino del más allá. Encomendándose a la Virgen del Carmen, rogando por sus hijos, su amada esposa y por una dama de Pichilemu a la que entregaba sus favores decidió soltar el cuerpo que sostenía con fuerza, con los dedos hincados en el saco, emprendiendo viaje con la parca al destino cierto de la muerte.
Fue, en ese preciso instante, cuando sintió que alguien le sujetaba por detrás y tiraba de él con fuerza, lo giró y sintió un beso prolongado en su gran boca abierta que le llenaba de aire cálido, revivificador, los pulmones. Se vio arrastrado hacia la orilla con la intensidad de una vela desplegada al viento, en su avanzar la espuma de la cresta de las olas le deja ver el rostro yerto de su amigo del que veía entrar y salir borbotones sanguinolentos llenos de espumarajos. No acertó a ver qué era lo impulsaba, él iba pegado a unas suaves manos que lo arrastraban con fuerza y un bello rostro, como de mujer, con ojos brillantes como los faros que le indicaban en las noches cerradas de mar cual era el camino cierto. Perdió el sentido tras unos minutos, no lo recuperó hasta que unos chiquillos en la playa arrastraron su cuerpo para depositarlo en un lugar seguro lejos de la orilla. Junto a él yacía el cuerpo sin vida de Peio, el Vasco, no tenía ni fuerza para llorar, tan sólo para recordar que el mar se había llevado la vida de ese hombre que le había contado ciento y una aventura de cuando luchaba contra Franco en el sitio de Bilbao. Su guerra civil no pudo y la boleta se la dio nuestro pacifico mar.
Le interrumpí diciendo que la Guerra Civil fue de mis abuelos que para mí era una historia lejana.
-Mire amigo, respondió rápido, cuando un pueblo padece una guerra civil es de todos los nacionales por varias generaciones. Sé de que hablo; en Chile vivimos una latente guerra civil con el gobierno de la Unidad Popular y con el posterior gobierno militar del General y cuarenta años después sigue latente en nuestras vidas. Sobre su guerra he leído mucho y los decriteriados que la provocaron, de un color y de otro, deberían aun revolverse en sus tumbas. La política nunca puede llevar a hombres y mujeres a morir o matar por ella.
-Alfonso, ¿seguro que es la política?, ¿o el ansia de poder y de dinero?. La libertad hay que defenderla y el pan de los hijos también.
-Cierto, pero a quien elegimos para gobernar no es para hacer cagadas en nuestro nombre y llevarse la plata. Para esos no hay desierto suficientemente grande para dejarlos con las serpientes, aunque lo lamentaría por las serpientes. Favor, no hablemos de política, dijo cortante con gesto adusto. -O por lo menos hoy.
-Lo siento, de acuerdo, asentí.-He cortado su relato con una tontería, continúe por favor.
-El viejo Lescornez fue llevado a una cabaña de pescadores cercana donde recuperó alma y cuerpo. Contó a sus rescatadores lo sucedido, según iba volviendo la memoria a su ser. Todos, unánimemente, le dieron explicación lógica a lo sucedido. Había sido traído sano y salvo a tierra por La Pincoya. Ella con sus delicados pero fuertes brazos le había traído de nuevo a este mundo y El Pincoy remolcó el cadáver de su amigo para que descansara en camposanto y fuera llorado por los suyos. También le dieron cuenta de que entre las rocas encontraron restos de tablones procedentes de una pequeña barca unidos a restos dispersos de un cuerpo flácido desbaratado, un gurruño de vísceras que había sido mordisqueado por los peces. Enseguida estuvo consciente de que era el cuerpo del traidor Moya.
Una vieja mujer que lo contemplaba, tumbada en un andrajoso lecho y tapada con una frazada vieja le dijo: -“Sería un viejo culeao carirraja al que La Pincoya lo largó, como por un tubo, a echar la corta al infierno”. Lo cual le dejó feliz. Que el asesino de su socio y del resto de la tripulación, a los cuales conocía desde que eran cabros chicos, hubiera sido fruto de cruel ajusticiamiento designio del bello y mágico ser, capaz de impartir bondad y justicia aunque fuera de formas tan extremas. Pues hay justicias que no son humanas ni divinas, pero que a veces se imparten cuando la necesitamos.
– Sin lugar a dudas.
-Esa es, amigo español, La Pincoya. Ande con cuidado, pues frecuenta estos lugares. Terminó esbozando una gran sonrisa.
Al marcharse le prometí que en la semana siguiente aceptaría su invitación a almorzar o cenar y así poder conocer a su esposa.
-Ok. Pero mientras, cuídese de La Pincoya- dijo con sorna y reiteración.
Su marcha coincidió con la llegada de mi cita. Almorzamos rico pescado y marisco y bebimos abundante vino. La conversación fue, desde el inicio, por derroteros estrictamente profesionales. A pesar de que mi objetivo era obtener de él la mayor información posible, haciéndolo de manera sinuosa, que requiere un alto nivel de concentración y empatía fue un acto fallido. No conseguí sacar de mi cabeza todo lo que me había relatado Alfonso y especialmente la historia de La Pincoya.
Decidí regresar caminando al Hotel subiendo la empinada cuesta para intentar diluir la copiosa comida y bebida a un ritmo rápido más que nada porque el tiempo estaba cambiando y el sol se había tornado en grandes nubarrones que amenazaban lluvia y viento. Llegado a la habitación me tumbe en la cama cansado y con sopor, abrí el libro esperando superar la quinta línea.
Sueño del fraile
Transitaba por un corredor y al cruzar una puerta volvía a transitar el mismo corredor con algunos breves detalles que lo hacían distinto. Pensaba que el corredor anterior lo había soñado v que éste sí era real. Volvía a trasponer una nueva puerta y entraba a otro corredor con nuevos detalles que lo distinguían del anterior y entonces pensaba que aquél también era soñado y éste era real. Así sucesivamente cruzaba nuevas puertas que lo llevaban a corredores, cada uno de los cuales era para él, en el momento de transitarlo, el único existente. Ascendió brevemente a la vigilia y pensó: “También ésta puede ser una forma de rezar el rosario”.
Desperté con sopor y dude entre darme una fría ducha o bajarme al bar a tomar un café. Como siempre opte por la tercera opción, la no contemplada, ponerme a responder los múltiples e-mails que se acumulaban en mi correo del ordenador. La verdad es que la facilidad de comunicación ahorra un gran tiempo y facilita mucho poder mantener contacto a gran distancia, espero que llegue algún día la aplicación que sola discrimine los mensajes que deben ser respondidos, incluso el contenido de la respuesta. El tiempo que consumimos en dar explicaciones innecesarias de montones de cosas inútiles lo podemos dedicar a cosas más gratificantes.
Tras leer unas páginas más de mi libro, la opción de la ducha tomo sentido para terminar de despertarme. Se oía música de guitarra en la lejanía. En la oscuridad de la noche se atisbaba que, a distancia, se estaba celebrando alguna fiesta. Luces de colores y una nube de humo que subía hacia el cielo me hicieron aventurar que estaban preparándose para un típico asado de fin de semana con “chori panes”, “prietas” y carnes varias, mucho vino y pisco con Coca-Cola. Me embutí en los jeans y con una camisa limpia pensé en sustituir la opción del café por cenar en el coqueto restaurante del hotel.
Durante toda la tarde, incluso durante la profunda siesta, no se me había quitado de la cabeza el mito, la realidad o lo que fuera de La Pincoya.
Me vino al recuerdo el poema XXXV del Libro de la Preguntas de Neruda
No será nuestra vida un túnel entre dos vagas claridades?
O no será una claridad entre dos triángulos oscuros?
O no será la vida un pezpreparado para ser pájaro?
La muerte será de no ser o de sustancias peligrosas?
Un personaje que nunca existió, ni existirá pero que desearías que existiese, como para los pescadores. Un mito con buena onda. De esos que hacen que la vida tenga ilusiones a pesar de la desesperanza cotidiana, que te embriague los sueños y te permita creer que tras la realidad hay otra cosa; que no es sólo contemplar la vida como una carrera de obstáculos que vencer y que tras el último hay otro y una vez superado no hay nada. Algo que te deje el recuerdo del instante.
Las mesas estaban medio llenas y busqué lugar en una mesa pequeña que había junto al ventanal. Enseguida me ofrecieron la carta y un pisco sour de bienvenida.
En una mesa cercana estaba el grupo de matrimonios de la noche anterior y deberían llevar ya un buen tiempo, a juzgar por la cantidad de botellas, que a medio consumir, tenían en una mesa auxiliar. Pude comprobar que los hombres estaban enfrascados en una sesuda polémica sobre cuál de las botellas descorchadas contenía el mejor vino. Las mujeres, elegantemente ataviadas, bebían de forma estilosa vino espumante.
Las puertas que daban al jardín estaban entre abiertas y por ellas entraba el sonido de las guitarras y una melancólica voz de hombre que cantaba y que en ocasiones era superado por los gritos de los participantes. Mucho jaleo para un simple asado. ¡La curiosidad mató al gato!. Pregunté al camarero el porqué de la música que se oía, si era alguna verbena de final del estío.
-No señor, no es eso. Es una fiesta popular por la botadura de un nuevo barco de pescadores celebrando en una campa que hay junto al mar, para atraer peces y mariscos en abundancia, la botadura la hicieron en la mañana y ahora bailaran y cantaran hasta el amanecer, bueno hasta que todos terminen “curados“.
Terminada la cena me acerque para ver la fiesta pero la oscuridad y la dificultad para llegar me hizo volver de inmediato sobre mis pasos y recalar en el bar pidiendo de nuevo un gin-tonic. En la mesa de al lado estaba una de las comensales del grupo de matrimonios en solitario. Era una mujer de unos cuarenta y tantos años de penetrantes ojos verdes en una bella y luminosa cara. Lucía un largo y vaporoso vestido de tirante que dejaba entrever un portentoso busto, unas lindas manos perfectamente arregladas que sostenía una copa de espumante que bebía con elegancia a pequeños sorbos.
-¿Es Usted español? me preguntó rompiendo el silencio.
-Sí, la respondí escuetamente, arrebatado de que se hubiera dirigido a mí quizás por la mirada descarada que sostenía hacia ella,
-Lo dice por el trago que pedí.
-No, lo digo por su tono de voz, son ustedes inconfundibles tienen una voz tan linda pero tremendamente dura. Nuestros hombres hablan con voz aflautada que parece que no les van a salir las palabras.
-Bueno, sonreí, -el español, mejor dicho el castellano suena diferente de un lugar a otro, ya sea en América o en la propia España, de una región a otra las tonalidades y las expresiones también son diferentes es la riqueza de nuestra lengua que compartimos cientos de millones de personas.
-Cuatrocientos millones, dijo, -Casi 420, precisó. -Soy profesora de Lengua Castellana, bueno era, ahora me dedico a regentar un negocio familiar de importación de salmón.
-¡Que cambio, de lingüista a empresaria!.
-Verte obligada. En este país los negocios mandan sobre cualquier otra cosa, los hermanos varones tenían otra pega; cuando mi padre enfermó me correspondió hacerme pescadera, mandando salmón chileno a China y a los gringos.
Para ese momento ya estaba sentado junto a ella en animada charla lo cual compensaba haber estado sólo durante toda la tarde.
-¿Y sus acompañantes?, pregunte.
-Unos cuñados y unos amigos, marcharon a Marbella a una fiesta que teníamos en casa de conocidos.
-¿Y Usted?
-Yo, aquí de estatua. Mi amado esposo, para no variar a su costumbre habitual de todos los fines de semana, tomó cien tragos en el almuerzo, 150 en la tarde y 250 en la comida y se encabezonado en ir así a la fiesta y le dije que yo en ese estado no iba. Se fue al auto y me han dicho mis amigos que allí está dormido.
No puede dejar de escapar una sonrisa de la cual me arrepentí al instante pero me dijo que por ella no lo hiciera que hacía mucho tiempo que tenía la sensación de ser una ridícula.
-No por Dios, Usted como va ser ridícula, linda y se ve que muy inteligente.
-Lo que quiera pero ridícula, por no dejarle por nuestros maravillosos hijos, por no dejarle por sentirme amenazada cuando está curado y no hacerle frente y ridícula por encima de todo quererle y tener pena de él.
Puse ojos como de entender su situación, lo que la dió pie a continuar.
Un insensato capaz de arruinar todo lo que le rodea: familia, trabajo, amistades, todo. Un tipo que antes de operar ha de ponerse oxigeno para que no le tiemblen las manos y no le entre “tuto” mientras tiene las vísceras de sus pacientes a ras de su bisturí. Que después para celebrar ira a almorzar “pollito al velador“ con su enfermera y que para celebrar lo bien que se la ha tirado se tomara diez tragos antes de llegar a casa y ser un trucho con sus hijos que no los merece.
Mientras esto decía vi como sus ojos se iban llenando de humedad que le daban un brillo más extraordinario a sus ojos.
Había que cambiar de formar urgente el rumbo de la conversación, la hice reparar en el sonido de la fiesta que se colaba por los ventanales abiertos.
-Me ha dicho el garzón que es la celebración de la botadura de un barco de pescadores. Deben de estar invocando a La Pincoya, dije en un gesto absurdo de arrogancia.
-No me haga reír españolito ¿Usted sabe quién es La Pincoya?.
-Si un amigo reciente me ilustró sobre ella y la leyenda.
-¡Ah que bueno!. La Pincoya no es una leyenda. Chile está llena de leyendas, como toda Sudamérica, pero la Pincoya es un ser mítico, es parte de nuestra mitología. Una Ninfa, una Diana, una Isis pero sudaca que dirían en su país. Como todo en Chile tiene una versión oficial, otra la del pueblo y luego la realidad. Como las estadísticas, como los datos de la OCDE con los que mi esposo machaca a todos sus conocidos.
– ¿De la OCDE?, dije sonriendo y sorprendido, ¿No es doctor?
-Sí, doctor inversionista por tradición patria. Que se tiraba a una economista del BID y a la mina como no le gustaba fumar entre polvo y polvo, o mientras y tanto le debía recitar los listados estadísticos de la OCDE. Con ello encontró un filón para parecer que tenía razón en todas las conversas: “No es verdad eso. Los datos de la OCDE, dicen bla, bla. ”No quiero hablar de ese “cufifo“.-Borracho, me aclaró.
– Continuo con La Pincoya que me parece más linda. La versión oficial dice que fecunda la playa o un sitio de pesca o marisco. Llega bailando y desnuda su cuerpo de la túnica blanca que la cubre, su cabellera vuela suelta al viento, esto es del mito versión erótica, con sus hermosas líneas femeninas que la convierten en un sueño sexual de los lugareños, para olvidar que deben dormir con sus mujeres de gordas pechugas y más grande poto. Según la versión oficial, a diferencia de la Sirena no posee cola de pescado, la erótica dice que tiene unas bellas piernas de joven adolescente y una suave piel que provoca a aquellos que la logran tocar.
Paró para seguir bebiendo y la animé a que continuara.
-Los marinos chilenos que han navegado por el mundo, cuando sus barcos naufragan, esperan que La Pincoya aparezca a salvarles y si no puede hacerlo confían en que lleve sus cuerpos hasta la orilla para que sus familiares los recojan y puedan tener cristiana sepultura.
La dije que eso lo sabía y que incluso me habían contado una historia al respecto de un tipo que la había visto.
-Bueno es la versión oficial. En realidad yo pienso que es lo que cuentan a sus mujeres cuando estas se enteran que han embarcado prostitutas recalando en algún puerto.
-Muy dura con sus mitos me parece.
No sé si “cachaís”, perdón, entendéis, aquí la religión fue impuesta a sangre y fuego a golpes de espada y crucifijo, aquí y en todo el mundo. Por todo ello es parte del sincretismo religioso y no religioso que recorre América, desde Tejas hasta Tierra del Fuego. Es una apariencia de rebeldía teñida de conciencia social llena de contradicciones que llega hasta nuestros días. Nos penetra en todo, somos defensores de los indígenas, hacemos leyes que les protegen y suspendemos una obra para traer energía o agua a los pobladores por no hacerlo en un territorio que tiene dos metros de huellas de carro de los originarios habitantes. “Güevones” tendrán huellas pero no agua, ni luz y lo peor nadie señalizará el hallazgo histórico. No sé cómo piensan que aquellos que en su vida han tenido interés sobre aimaras, quechuas, atacameños, kollas, yámanas, caucahués y todos los demás pueblos con su lengua, cultura y tradiciones vengan ahora en masa a ver los recuerdos de los abuelos y lo importante dejar pesitos de los que viva la población sin hincharles las pelotas.
-El relato y la información prodigiosa. Ahora… la veo muy descreída de todo y de la protección del indigenismo que actualmente es tan importante y tiene tantos seguidores.
-Mira españolito, prefiero ser descreída que boba. En un mundo global, Sudamérica también se ha globalizado para hacernos cada vez más parecidos a los güevones mundiales. Hemos confundido la justicia social en cómo hacernos todos cada vez con más plata que nos conduzca de cabeza a ser unos asopados y desubicados que nos creemos que somos lo que no somos.
-¿Pero, porque decía que era una especie de rebeldía?
Pidió al camarero otra copa de espumante y me ofreció si quería otra copa. Lo descarté pues ya tenía bastante pero entendí, con la propuesta, que estaba dispuesta a seguir con la charla sin siquiera mirar el reloj que lucía en su bella muñeca.
-Rebeldía contra la verdad absoluta; la fe rebelada. Contra la ortodoxia perfecta y segura. Esa ortodoxia estaba en el S.XVI y ahora mismo. ¿O usted no lo cree?-. Asentí con la cabeza.
– Su Rey Felipe II se creía “la raja” como libre pensador. Mire… le decía a su Embajador en Londres Guzmán de Silva, que hiciera ver a Isabel I y a los seguidores del anglicanismo que recientemente había sido promulgada como religión suprema de los ingleses, que tuvieran buena onda con otras religiones que hasta el Turco permitía servir a Dios siguiendo el “modelo Sinatra”, ya sabe cada uno a su manera.
Solté una gran carcajada que se le contagió. La pedí, por favor, que continuara con esa visión de la historia tan aguda.
-¿Aguda una simple pescadera?, ¿una mujer vulgar?. Bueno pues “Felipito” mientras esto decía, calentaba España con hogueras, carbonizaban a judíos, moriscos y protestantes. Por ello los pobrecitos sólo tenían una forma de rebelarse; de encontrarse consigo mismos y con sus creencias, no con las que les imponían a golpe de hacha y escapulario, que no era otra que tener sus mitos. Leyendas igual que el imaginario religioso, la necesidad de crear algo para creer en algo. Seres más poderosos que un simple mortal desvalido y flojo que es capaz de superar la adversidad y la sin razón humana. América está, como le decía, recorrida de estos seres. Todos ellos esconden una respuesta a la opresión desde el Nemequene hasta el Che Guevara. Un paliativo a la secular intolerancia.
No se aflija amigo español, no me ponga esa cara, los gringos hacían lo mismo con aquellos que no creyeran en Dios o en la Santísima Trinidad. Eso si, aplicando lo que les salía del “poto” que lo llamaban Acta de Tolerancia. Bueno, los rusos soviéticos atenuaban la vida a los que si creían en Dios o practicaban una religión. ¡La cosa va así!. Estamos en Guerra Santa desde el Paleolítico. En Europa se está librando desde hace años una terrible guerra de religión que, como todas, esta embardunada de espurios intereses económicos. Es la gran cagada del siglo XXI en la cual todos supieron como entrar pero ninguno como salir. ¡Vaya joda!, pues al final del día quien sufren son personas. La cosa no ha variado mucho, ver las noticias del televisor cualquier día: negro, cristiano, indio, musulmán, mujer, homosexual que más da… Güevón ¿eres diferente a mí?, ¿piensas distinto? …malo, malo, malo. Para el que manda somos unos “pelotudos” y las iglesias, todas, nos “rayan la papa” con esto no se puede, esto no se debe, bla, bla… y ellos a lo suyo.
-La verdad es que es usted una mujer muy interesante. Es difícil mantener estas conversaciones con muchos de sus compatriotas.
– De chica, me gustaba mucho preguntarme el porqué de las cosas: averiguar, investigar, leer. Nunca lo deje, y poner “oreja de chancho” para estudiar y procurar entender todo lo que pasa. En la universidad estudie y escribí muchas páginas sobre estas cosas. Mis estudios de doctorado en España, un magister en Londres y luego un matrimonio y una secuencia de embarazos. Ahora todo eso ha quedado en paginas inconexas, documentos conseguidos aquí y allí, escaneados para que no amarilleen, todo guardadito en un bonito “pen drive” en forma de llavero que miro cuando me deprimo diciéndome que valgo para algo mas aunque todo me huele a salmón, a alcohol o a la marihuana que fuman mis hijos.
-No se castigue tanto. Insisto ¡es usted una mujer excepcional!: con unos bellos y maravillosos ojos, una figura extraordinaria y una cultura que empequeñece a cualquiera, pasaría horas escuchándola. ¡Interesante es poco!.
– Es Usted lindo y caballero. Soy muy interesante salvo para mi borracho del cual solo soy mujer y madre. De mis hijos madre y de mis conocidos la mujer del Doctor de la Concha de su Madre. Haga Usted una prueba hable Usted de dinero y de cómo poder ganar más dinero y vera como todos están dispuestos a la conversa y ponen gran interés. En chileno coloquialmente diríamos algo así como que los chilenos somos güitres que parece que siempre andan pato, más o menos avariciosos que se muestran como si no tuvieran para comer, es el poso que ha quedado de la historia de escasez de este pueblo, las otras cosas no tienen importancia.
– En España estamos ya desde hace años en las mismas. Todo el mundo gira en torno al dinero, “cuanto tengo y como puede conseguir más”. Eso nos …-. De golpe se levantó y me dejó con la palabra en la boca; parecía que no quería oír esa noche mi opinión.
-Bueno amigo español estoy destrozada, me ha encantado la conversa. Ahora voy a ver al wachaca si sigue en el auto o las patas le han dado para subir a la pieza y ahora me lo encuentro con un terrible hachazo [13]y uitriando por el piso como es habitual.
Reí y ella respondió con una mirada recelosa.
– Es que la verdad que hay muchas palabras que no las entiendo y me hacen gracia.
– Bienvenido a Chile. Deberá aprender. Me encanta soltar localismos, soy lingüista salmonera, que vive como una “cuica“ y cuya única forma de rebelarse es hablar en términos vulgares, coloquiales y con garabatos.
– Bueno pues ya me los ira traduciendo, le dije a la par que le daba una tarjeta con mi numero de móvil y mi correo como queriendo indicarla que no fuera, por favor, un único encuentro. -Mi numero de celular.
– Gracias, ¿celular? ¡va aprendiendo!. Bueno me voy a ver a mi Mylodón, ese es otro mito que ya le contaré. Y por cierto, no espere a La Pincoya, es del Sur de Chiloé, nunca se la vió tan al Norte y menos en zonas de gente con plata, o con “pasta” como dicen Ustedes.
Se aproximó hacia mí y me dio un único beso en la mejilla acompañado de un apretado abrazo que me hizo sentir la dureza de su pecho. Yo gire mi cabeza sobre la suya esperando recibir el segundo beso español, nuestros labios se rozaron y tuve que apretar mis manos para no abalanzarme sobre su cuerpo, ella sonrío y su mano gesticulo un Chao, Chao.
La verdad, quedé impresionado de la conversación con aquella bella mujer. Era una señora tremendamente interesante. Sensual y desgarrador lo que me había relatado sobre su vida, una dureza extrema, una gran fortaleza, aunque sólo fuera aparentemente.
Subí a la habitación con la cabeza completamente llena y me había dejado la copa igualmente llena ensimismado por la charla. Bajé rápido a por ella, pero ya había desaparecido. El camarero se apresto a ponerme otra “al tiro”; le pedí que me la cargara bien para así poder tener un profundo sueño. Me la lleve a la cama ante cualquier otra mejor opción y la consumí mientras leía, aunque no tenía mucha concentración para ello y cada tres líneas mi cabeza volaba hacia otro lado. Que me perdone el bueno de Álvaro Mutis
Cerré el ventanal pues se había levantado viento y con el océano cercano era frío; estaba comenzando a llover. Pocos minutos después, el sueño fue ocupando su lugar, bien tapado con la sabana me dormí con una armoniosa música de fondo que ya no pertenecía a la fiesta sino que salía de alguna habitación cercana.
Debí dejarme puesta la calefacción; comencé a sudar entre las sabanas, una vez pasado el primer sueño estaba molesto, pegajoso. Miré el reloj, no había pasado tanto tiempo aunque había dormido profundamente. No quedaba más remedio que levantarse, fui al cuarto de baño, abrí la ventana, regrese a encamarme. La brisa que entraba por el balcón era fresca y húmeda de intensa lluvia, no fría, olía profundamente a mar. La habitación bajó rápido varios grados y mi cuerpo también. El olor intenso, agradable a sal mojada, me llegó al cerebro como si fuera un perfume caro.
La luz de la mesilla, que tenía encendida, primero disminuyó, creció, se apagó. Al irse la luz dentro y fuera del hotel todo quedo en una total oscuridad y silencio salvo la sinfonía del viento y el mar. A los pocos minutos una ráfaga de aire cálido, como el que sale de las bocas del metro pero con un olor parecido al eucalipto, entró en el cuarto e hizo bambolear las ventanas tintineando desgarradamente los cristales. No tenía frío, me daba pereza levantarme de nuevo. Tapé la cabeza con la sábana empotrando mis narices en la almohada y me dispuse a dormir de nuevo.
Pasados unos minutos note gotas húmedas en mis pies y una de sudor recorrió mi espalda; algo suave y ligeramente mojado comenzaba de abajo a arriba a recorrer mis piernas. Sentí miedo en volverme y además no quise romper una suerte de placer que me estaba generando. Las pinceladas de extraño rocío sobre mi cuerpo se tornaron en delicados besos que siguieron avanzando hasta mi cuello. A continuación mis orejas se embebieron y mi cabello se fue encrespando por unas caricias que lo mesaban como con un peine mágico que identifique con delgados dedos que iban avanzando hasta introducirse uno de ellos entre mis labios. La lentitud con la cual se iba produciendo cambió bruscamente de ritmo e intensidad. Los dedos agarraron con fuerza mis hombros y giraron mi cuerpo hasta ponerlo boca arriba, sujetándolo a derecha e izquierda. Mis ojos estaban abiertos en toda su amplitud e intentaban ver en la oscuridad sin que ello fuera posible pues tan solo alcanzaba a contemplar una silueta. Una cabellera larga, parecía oscura y densa, ahora ya erizada. Mis manos pasaron a ser el lazarillo en ese momento. La sujeción provenía de dos estilizadas y suaves piernas que recorrí con mis manos. Continué la escalada hasta unos hombros redondeados y angulosos, descubiertos, cruzados por unas tiras de gasa que sostenían una túnica luminosa, quizás blanca, lo único que parecía tener luz propia en la estancia. Convencido de encontrarme en un sueño erótico decidí dejarme llevar por aquellas manos que jugaban con mi cuerpo y trasladar el miedo, a lo incontrolable del momento, al que me podía producir poder despertarme en aquel instante. Todos los actos oníricos eróticos terminan con un súbito despertar frustrante. Agarre con fuerza las sabanas pero con la misma fuerza que las manos misteriosas las asieron y las colocaron sobre sus pechos duros, redondos y lo suficientemente generosos para sentir la tentación de poder recorrerlos con las yemas de los dedos. El aire de su cuerpo y el dulce sabor a mar entró en mí a través de su boca. El cabello mojado caía sobre mi cara refrescando el sudor que empezaba a emerger del mío. Incorporarme era imposible pues se aposentaba con gravedad sobre mi estomago y poco a poco fue bajando hasta estar fundidos de forma pétrea los dos cuerpos. Era el sueño más real y placentero que había tenido nunca, a ello me aferraba a la par que oía rechinar los engarces de la cama y el movimiento constante del somier inglés. Un gozo infinito para pensar que era un sueño, que cansino tener siempre que pensar, mejor dejar llevarse por los instintos. Si finalmente el extraño ser con forma de mujer de olor a mar y rocío de la mañana decidía terminar con mi vida no sé me ocurre mejor forma de morir, de todas las situaciones de riego vividas en las que he podido perecer, sin dudas, esta era la que merecía más la pena que fuera el fin. Lo único grave sería no poder contar a nadie como había fenecido.
De forma repentina sus movimientos fueron más compulsivos y el silencio fue roto primero por unos susurros provenientes de las entrañas tornando en aullidos que retumbaban en los cristales rebotando hacia mi haciendo escasear el aire de los pulmones. Una descarga eléctrica recorrió el cuerpo cuando un estrepitoso alarido dejo en silencio absoluto el cuarto. Cerré los ojos inhalando la mayor cantidad de oxigeno que pude pero al intentar relajarme el marfil de dientes y la esponja de labios de aquel ser paseaba nuevamente por la piel desnuda estacionándose con parsimonia en distintos lugares objeto de su deseo y paraíso de mi satisfacción. El tiempo si es líquido, se solidificó en mi cerebro, paulatinamente el resto de mi hasta terminar en un abismal sueño.
Los quejosos rayos de sol, tras la tormenta, penetraban por la abierta ventana y golpearon directamente en mis cansadas pupilas sacándome del letargo. Alargue el brazo entre las mojadas sabanas. Comprobé que bajo ellas se encontraba un cuerpo liviano que al librarle del lienzo de raso mostraba la desnudez frágil y lechosa. Un desmadejado cabello negro encrespado y fuerte que acaricié despacio. Incorpore torso y cabeza para mirar por encima de la suya. Una boca de sonrosados labios estaba semiabierta y permitía ver unos blancos dientes. Respiraba profunda y acompasadamente marcando una sonrisa seductora pero dura. Acerque mi cuerpo al suyo introduciendo mano y brazo bajo su torso aferrando su busto ardiente y poderoso. Oí un suspiro a la par que buscaba un intenso espasmo de placer. Ni una palabra, ni un sonido que no fuera el frotar de las confundidas, sudorosas cortezas de los cuerpos que ardían con voluptuosidad. Minutos que deseaba eternos y que terminaron por agotar mis sentidos.
Un golpe en la puerta me hizo saltar de la cama al comprobar que introducían el llavín en la cerradura y gritaban ¡Mucama! . Tire de la colcha y la puse alrededor de mi desnudez, mientras sólo acertaba a gritar:
-No, no, no.
La puerta se cerró y mire mi reloj comprobando que pasaba de las diez. La cama, la habitación estaba vacía, el baño también. Me frote los ojos y abrí el grifo; deje correr el agua hasta estar lo suficientemente fría para echarla con violencia sobre la cara. Salí al balcón, el sol golpeaba con fuerza el mar centellando desde el firmamento al horizonte. Baje la cabeza comprobando que en el jardín las mesas estaban aun ocupadas por los huéspedes que tomaban el desayuno. Percibí el ridículo de mi atuendo y entre rápido para ducharme, vestirme y hacer mi equipaje.
-Señor, la hora del desayuno terminó, pero si quiere le puedo poner un café y un pedazo de queque artesano. Asentí con la cabeza y mire a mi alrededor, sin saber bien lo que buscaba. La lingüista, la misteriosa dama, a ambas o las dos eran producto de mi imaginación o de una mala combinación entre vino y ginebra.
Pague la factura del hotel con los comerciales por parte del recepcionista espero que el caballero disfrutara de su estancia, esperamos verle pronto por aquí . Sinceramente no sabía que contestar, para ambas preguntas sólo tengo una respuesta positiva. La mucama que pasaba un plumero remató la jugada al decir:
-Deseamos que la próxima vez el señor venga acompañado pues esta vez se le ha visto muy solo en un sitio tan lindo como este.
Cuando introducía la maleta en el coche salió corriendo un mozo que gritaba mi nombre precedido del gentil “Don”, han dejado esto para Usted.
Dí las gracias y un billete de mil pesos. Era un sobre del hotel que rasgue con fuerza en un lateral. Dentro había un llavero que de uno de sus extremos pendía un “pen-drive” nacarado en un verde intenso y en el centro con letra clásica tres iniciales JNC y una pequeña nota manuscrita con una femenina y segura letra que ponía: “Lindo español, haber escuchado mis cuentos y ver la admiración en sus ojos, ha sido lo mejor que últimamente he vivido, por ello merece ser el único lector de mis escritos. Cariños. P.D. Alguna vez quizás nos volvamos a ver”.
Antes de partir recorrí los alrededores por si acertaba a ver a alguna de las dos mujeres. Nada. Baje a la playa con el coche y me acerque a la orilla en un afán tan obsesivo como absurdo. Volví a entrar en el coche para iniciar mi regreso, al retroceder gire la cabeza al frente y vi a una delicada mujer embutida en un largo y vaporoso vestido blanco que me observaba y sonreía sentada en un banco de madera. Pisé el freno bruscamente y descendí del coche corriendo hacia ella. Varias voces gritaron ¡el auto, el auto se va, se va . No había puesto el freno de mano y el pesado coche caía por la cuesta. Regresé rápido saltando dentro de la cabina cuya puerta incluso deje abierta con las prisas, pisando el freno en el mismo momento que la parte delantera golpeaba contra una roca. Retrocedí estacionando y parando el coche sin preocuparme de los desperfectos. Levanté la mirada…, el balcón estaba vacío. Mire a derecha e izquierda y corrí a un lado y otro pero nada…, había desaparecido. Sobre el banco sólo había una pequeña flor cortada de un arbusto cercano. La tomé en mi mano y volví a emprender el camino de regreso a Santiago. Estaba deseoso de llegar para ver lo que el pen contenía.