La industria bélica nunca gozó de tanto poder como el que tiene actualmente. Entre las causas de su éxito se combinan los nuevos conflictos originados tanto en Medio Oriente como en África. Las carreras armamentísticas que se producen en Asia, la cual alberga a seis de los diez mayores importadores de armamento y un mayor apoyo político por parte de las potencias occidentales como la disminución de las barreras legales y políticas que en otro tiempo restringían la venta de armas a países enemigos.
Esta industria es un negocio de tipo global que comprende la fabricación de armas, de municiones, de tecnología y de diferentes tipos de equipos militares. Incluye a la industria comercial dedicada a la investigación, desarrollo, producción y servicio de material equipos e instalaciones militares. Las empresas productoras de armas, también conocidas como contratistas de defensa o de la industria militar, producen armas principalmente para las fuerzas armadas de los estados. Existiendo también dependencias de gobiernos que también operan en esta industria de producción de armamentos, su compra y venta, tanto de municiones como de otros artículos militares. Los productos incluyen todo tipo de armas de fuego, municiones, misiles, aviones militares, vehículos de combate, barcos, sistemas electrónicos, entre otros. Y como es una industria que constantemente se desarrolla utiliza importantes departamentos de investigación y adelanto de nuevos productos dado que desde que nació en la antigüedad la lanza para atacar se creó el escudo para defenderse, esta evolución e innovación militar nunca paro.
Se estima que aproximadamente los últimos años se pagan más de 1.500.000 millones de dólares en gastos militares en todo el mundo, siendo el equivalente a un 2,7% del PBI mundial. Parte de estos consumos se destinan a armas y equipamiento militar. Las ventas totales de las cien mayores empresas productoras de armamentos ascendieron a 315.000 millones de dólares en el 2016.
Para poner estas cifras en perspectivas, basta con señalar que la firma estadounidense Lockheed Martin, la mayor industria bélica del mundo, opera anualmente por un monto de 34.000 millones de dólares, esa cifra es superior al PBI de 97 países y es cinco veces el presupuesto que la Organización de Naciones Unidas (ONU) destina para sus misiones de paz.
Muchos países industrializados poseen fabricación nacional de armas para abastecer las necesidades de sus propias fuerzas armadas. Algunos estados también tienen un comercio nacional legal e ilegal sustancial de armas para uso civil y deportivo. El comercio ilegal de armas pequeñas es frecuente en muchas naciones y regiones afectadas por problemas de gobernabilidad.
Empresas como Northrop Grumman, BAE Systems, Raytheon, Boeing Defense, Almaz Antei, Airbus y otras grandes industrias bélicas se preparan para batir récords en la venta de armas mientras continúan las fusiones y adquisiciones que dan lugar a imperios cada vez más influyentes en la cúspide de organismos internacionales, gobiernos, bancos y medios de comunicación en todo el mundo. Las victorias de las industrias bélicas se basan en sus capacidades de inteligencia económica y sus aparatos de relaciones públicas y propaganda.
La industria bélica es un área económica exclusiva que se rige por normas diferentes de otros sectores. Los fabricantes de armas son en general entidades privadas, aunque algunas pueden ser estatales o mixtas, que venden la casi totalidad de su producción a gobiernos de todo el mundo. Estas corporaciones operan de la mano del Estado a la hora de exportar armamentos y de diseñarlos, puesto que es el erario público quién financia la mayor parte de los proyectos de innovación militar que dan lugar a las tecnologías cada vez más letales. Se trata de un negocio redondo en el que los fondos públicos sirven, para financiar el diseño y la adquisición de barcos, aviones, tanques, radares, fusiles, etc.
“Cada vez hay vínculos más estrechos entre los gobiernos, militares y ejecutivos de esta industria […] los puestos van rotando”, explica Linda Åkerström, directora de Desarme de la Sociedad Sueca de Paz y Arbitraje, la organización global especializada en la resolución de conflictos más antigua del mundo que, en 2010, logró la prohibición de las bombas de racimo.
Åkerström afirma que “incluso países con grandes problemas económicos siguen invirtiendo en armas, un sector libre de problemas”, y cita el caso de Grecia.
Poco antes de recibir el primer rescate financiero, en 2010, el gobierno alemán de la socialdemócrata Ángela Merkel activó una línea de financiación especial para que las autoridades helenas pudieran pagar sus pedidos de armamento alemán.
Así, la República Federal de Alemania, uno de los países que más presión ejerció para que Grecia (República Helénica) aplicara duros recortes en la ayuda y subsidios que proporcionaba a la población menos favorecida de su país, era también el principal proveedor de armamentos a ese país, que destinaba el 4% de su PBI a gastos militares, mientras que la media de los países de la OTAN era solo del 2,5%.
Otros países, con economías en serios problemas, los gastos militares se han incrementado a despecho de sus respectivas crisis. Son el caso de la República Popular China (+ 170%); la Federación Rusa (+108) y la República Federativa de Brasil (+48%), según datos recopilados por el Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
Los intercambios de personal (altos directivos) entre empresas bélicas, empresas de prestación de servicios militares (mercenarios altamente calificados), universidades, institutos de investigación sobre seguridad y defensa y puestos en la administración pública son cada vez más evidentes.
“Usan lobbies oficiales e ilegales, en Bruselas capital del Reino de Bélgica, para organizar cenas y conferencias, e invitar a políticos y miembros de la OTAN”, explica desde Barcelona, Jordi Calvo, investigador del Centro de Estudios por la Paz. Incluso las democracias más sólidas y antiguas del planeta padecen esta vieja enfermedad: en Francia, por ejemplo, la familia Dassault, fabricante de los famosos aviones de caza “Dassault Rafale”, ocupa escaños del Partido “Les Répúblicans” (el refundado partido conservador de Nicolás Sarkozy) en el Parlamento, y, además dirige medios de prensa como Le Figaro, L´Express y otras setenta publicaciones regionales. A sus 91 años y con la quinta mayor fortuna de Francia, el patriarca Serge Dassault ocupa un puesto en el Senado galo desde 2004, mientras que su hijo Oliver, presidente del Consejo Ejecutivo de la empresa familiar, es diputado desde 1988.
En Estados Unidos, las donaciones en las campañas políticas provenientes de empresas militares son vitales para alcanzar la Casa Blanca. Medios informativos como The Wall Street Journal y la cadena CNN tildaron de “secuestro” los recortes de la Administración del ex presidente Barack Obama sobre el presupuesto militar de 2013. Ese mismo año, los fabricantes de armas desembolsaron más de 137 millones de dólares para obtener el favor de los congresistas estadounidenses, según el Centro de Políticas Responsables, con sede en Washington.
Gracias a su discreto poder de influencia en el ámbito académico, político – militar y económico, las industrias bélicas siembran inestabilidad y cosechan contratos millonarios. Un caso reciente es el de la venta de armas a la República de China (Taiwán) que Washington aprobó en diciembre de 2015. El contrato, estimado en 1.690 millones de dólares, no servirá para mejorar la seguridad de la isla sino para desestabilizar su delicada relación con la República Popular China. Con el precio del petróleo en baja y tras varios años de conflicto, las empresas bélicas temen que las ventas militares a Medio Oriente alcancen un techo en los próximos años.
Poco a poco los países del continente asiático se convierten en un mercado atractivo para las grandes corporaciones de armamentos. En consonancia de esto, el Estado de Japón suprimió la ley que impedía a sus fuerzas armadas tomar parte en conflictos fuera de sus fronteras, en la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte), su inefable líder Kim Jong-un, lanza amenazas de todo tipo mientras prueba misiles y realiza ensayos nucleares. Al mismo tiempo, las disputas por el Archipiélago de las islas Paracelso y la creación de islotes artificiales en el sur del Mar de China, incrementan las tensiones entre Taiwán, Vietnam, Corea del Sur, China, Japón y los Estados Unidos.
Åkerström admite que “armas a un país es la forma perfecta para crear conflictos”, y añade que “los países productores de armamento hablan de crear empleo y apoyar la paz y la seguridad […] facilitan armas y después, cuando los clientes no van en la dirección marcada, los despachan”. Bajo esta lógica los productores europeos y estadounidenses mantienen sus exportaciones a países como el Reino de Arabia Saudí o China, que desde 1987, están bajo un embargo europeo que prohíbe el envío de armas, aunque en realidad ninguno lo respeta.
En los últimos años, los gobiernos de las grandes potencias occidentales volvieron a poner sus cuerpos diplomáticos al servicio de los contratistas militares para amortiguar la reducción de sus presupuestos de defensa. Un ejemplo del éxito de esta medida es el reciente viaje del actual presidente de los Estados Unidos Donald Trump a Arabia Saudí de donde regresó con un jugoso contrato de venta de armamentos por un monto de nada menos que 100.000 millones de dólares.
En noviembre de 2015, menos de 48 horas después de los atentados yihadistas en París, el gobierno francés empleó doce aviones navales Rafael (Dassault Rafale) para bombardear Raqqa, capital del Estado Islámico en Siria, un gesto que permitió mostrar por primera vez la efectividad letal de los cazas franceses aumentando su atractivo para futuros compradores.
“La industria pide reiteradamente el apoyo gubernamental para poder vender afuera”, reconoce Eva Cervera, directora de Edefa, la mayor publicación mundial de habla hispana especializada en temas de defensa. Durante su gestión como ministro de Defensa de España, Pedro Morenés, un alto ejecutivo de empresas españolas de armamentos que llegó a ministro, este país incrementó en 37 nuevas agregadurías militares su presencia internacional para impulsar la venta de armamentos.
Todo un ejemplo de cómo los intereses corporativos de las empresas bélicas orientan en muchos casos la política exterior de los Estados.