Hace ochenta años del golpe de Estado nacionalista que puso fin a la Argentina liberal conservadora y gestó al peronismo.
Los prolegómonos
El presidente Roberto M. Ortiz se presentaba, como un dirigente liberal, inclinado hacia los aliados, con una interpretación matizada de la neutralidad, y con una franca decisión de favorecer la “legalidad democrática”. Eso condujo a los nacionalistas a la crítica, pues al antiimperialismo británico de figuras tales como los hermanos Rodolfo u Julio Irazusta, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz se habían sumado ya el antiimperialismo norteamericano de los seguidores de Manuel Ugarte y Raúl Haya de la Torre[i] que formaban parte de F.O.R.J.A. –Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina-. Por un lado, el nacionalismo era antinorteamericano neutralista -aunque esta vez el neutralismo era en sentido opuesto al del presidente favorable al Eje- porque las potencias del Eje luchaban contra la democracia y el comunismo, porque la neutralidad consistía en una tradición coincidente con modelos como el de Francisco Franco en España o armonizaba con los aspectos más destacados de la política exterior de Hipólito Yrigoyen.
En las Fuerzas Armadas -especialmente en el Ejército- predominaba una actitud favorable a Alemania que se debía a varios factores concurrentes: la admiración profesional hacia la disciplina y la eficacia de la Wermarch. Debe recordarse la presencia de los expertos militares alemanes en la modernización del ejército argentino, y tenerse presente el entrenamiento de buena parte de los oficiales superiores en Alemania. A ese factor profesional deben añadirse la influencia ideológica del nacionalismo de derecha y la creencia en que la derrota británica podía convenir a los intereses argentinos en el campo económico.
Mientras los argentinos dividían ostensiblemente sus simpatías y la tensión de la guerra ganaba sentimientos y trincheras ideológicas, la posición del presidente era razonablemente firme, aunque la situación europea introducía factores que tendían a complicarla. Pero la enfermedad de Ortiz hizo crisis en julio de 1940 y el día 3 de ese mes se vio precisado a delegar el poder en el vicepresidente.
A partir de ese momento, se puso de manifiesto que la situación de relativo equilibrio que en medio de las presiones mantenía el gobierno nacional, había dependido del presidente.
En septiembre de 1940, cuando Castillo se hizo cargo de la presidencia por delegación de Ortiz y designó al nuevo gabinete, su posición era débil. Eso explica la transitoria formación de un gabinete ministerial satisfactorio, al mismo tiempo, para el radicalismo y para la “Concordancia” de Justo. La coalición pretendía recobrar el apoyo de derecha, sin enajenarse la del radicalismo antipersonalista que había acompañado a Ortiz.
Pero, la verdadera intención de Castillo era ganar tiempo, reforzar su posición y mantener la neutralidad argentina impidiendo que cayese en la esfera de influencia norteamericana. En todo caso, seguiría una línea de restauración conservadora tanto o más rígida que la Justo, con apoyo del nacionalismo y contra toda posibilidad de retorno radical. Por otro lado, Castillo no estaba dispuesto a permitir el retorno a la presidencia de Justo, por lo tanto, comenzó a debilitar los apoyos del general – ingeniero dentro del Ejército, desplazando a los mandos que le eran adictos por militares nacionalistas.
Las elecciones en Santa Fe y en Mendoza, en diciembre de 1940 y enero de 1941, demostraron un retorno al fraude de como sistema político y provocaron el alejamiento del sector más liberal de la “Concordancia” simbolizado por la renuncia de los ministros Pinedo y Roca en protesta por el fraude.
Hacia fines de 1941 el gobierno de Castillo se estaba debilitando. El presidente debió implantar el estado de sitio y cerrar el Consejo Deliberante por presiones militares, que consideraban a esta institución un centro de corrupción donde imperaban los “negociados”. Entre los radicales, que aún protestaban contra el fraude electoral, había partidarios de conseguir apoyo militar para un golpe democrático. Con la deserción del ala liberal de la “Concordancia” el Gobierno ya no era una reunión de notables, sino una herramienta de los conservadores del interior, como Castillo, y de figuras ultramontanas como Ruiz Guiñazú. Incapaz de superar la oposición del Congreso, Castillo recurrió a gobernar por decreto, usando el ataque japonés contra Pearl Harbor como pretexto para establecer el estado de sitio y para tomar medidas policiales contra los disidentes. Pero la autoridad de Castillo estaba decayendo. Al no tener capacidad de maniobra política para frenar la oposición y ampliar su base de apoyo, el presidente se vio obligado a depender de la buena voluntad de los militares, e intentar conseguir el apoyo de los generales mediante contactos personales y pródigos banquetes.
Castillo recibió un inesperado alivio a su situación en 1942, debido a que ese año murieron, con diferencia de tres meses, Alvear y Ortiz, y antes de terminar el año Julio A. Roca, hijo. La U.C.R. se quedaba sin un líder nacional -pues el liderazgo de Amadeo Sabattini en Córdoba no habría de alcanzar nunca proyección nacional- y en las fuerzas armadas rivalizaban tres tendencias: la “justista”, la “nacionalista” y la “profesionalista”. Pero, muy pronto el propio general Justo habría de salir del escenario cuando el 11 de enero de 1943 un inesperado derrame cerebral terminase con su vida.
El 17 de febrero de 1943, mientras las potencias del Eje iban siendo derrotadas y el panorama internacional prometía traer complicaciones a la política exterior argentina, el doctor Castillo cumpliendo con sus compromisos políticos anunciaba la candidatura presidencial del senador salteño Robustiano Patrón Costas, un poderoso industrial azucarero, líder indiscutido de los conservadores el interior del país. La fórmula oficialista del Partido Demócrata Nacional se completaba con un representante del radicalismo antipersonalista de Santa Fe, el doctor Manuel Iriondo.
La candidatura de Patrón Costas provocó más malestar que sorpresas. Su plantación azucarera “San Martín del Tabacal”, presentada por sus seguidores como modelo del paternalismo capitalista, estaba asociada, en la opinión pública, con un estereotipo de terratenientes “a la latinoamericana”, explotadores y señores de orca y cuchillo. En este y otros obrajes las compañías pagaban a los trabajadores con vales solo canjeables ante el almacén de ramos generales propiedad de la misma empresa donde los precios eran elevados y los productos de calidad inferior. También se cuestionaban las condiciones de vida y de trabajo de los peones, tal como retratara Horacio Quiroga en su relato “El mensú”.
Patrón Costas era un hombre muy rico. Siendo muy joven heredó una gran fortuna y en vez de malgastarla como hicieron otros hombres de su generación, como el célebre Fabián Gómez y Anchorena[ii], se dedicó a incrementarla. Al mismo tiempo que construía un importante emporio agroindustrial trabajando y viviendo en plena selva salteña encontraba los medios para intervenir en la política de su tiempo.
En 1914 participó en la fundación del Partido Demócrata Progresista. Fue el primer gobernador de Salta electo con aplicación de la Ley Sáenz Peña. Senador en las décadas del veinte y del treinta, presidió el primer Comité nacional del Partido Demócrata Nacional y desempeño un papel protagónico en la formación de la Concordancia y en los comicios de 1931. Tenía importantes apoyos dentro de las filas conservadoras, en especial en Córdoba y en Mendoza, contando con el firme apoyo del presidente del Partido Demócrata nacional, el senador mendocino Gilberto Suárez Lago.[iii]
Las ideas políticas de Patrón Costas eran más bien escasas y estaban al lado de los Aliados, pero sin perder las buenas relaciones con la embajada alemana. También estaba claro que apoyaba sin restricciones las prácticas fraudulentas en las elecciones. Mientras en el periódico que él financiaba se reflejaba su opinión contraria al voto secreto de los jornaleros de “El Tabacal”, el candidato defendía métodos electorales fraudulentos atacando “un fraude mucho más pernicioso que el otro: las actividades demagógicas de los partidos que engañan al pueblo con falsas promesas”. La candidatura de Patrón Costas era absolutamente inaceptable para la mayoría de los argentinos.[iv] No obstante, la oposición carecía de líderes manifiestos y de fuerzas para neutralizar la maquinaria electoral oficialista. El presidente Castillo no parecía temer demasiado a la interferencia militar. Sin embargo, el candidato oficialista convocaba a la oposición de los nacionalistas y de los oficiales proaliados y, naturalmente, de los radicales y socialistas.
En marzo de 1943, mientras tanto, se había constituido formalmente la logia militar cuyo papel sería decisivo, en los sucesos críticos del 3 y 4 de junio de ese año: el G.O.U -Grupo Obra de Unificación, tal como parece ser la traducción más acertada de esas siglas. Compuesta en su mayoría por oficiales jóvenes -mayores y tenientes coroneles- su ideología se reducía a cierto número de ideas fuerza: nacionalismo, catolicismo, profesionalismo, anticomunismo, soberanía económica, etc.
El detonante del movimiento militar del 4 de junio fue el intento por parte del presidente Ramón S. Castillo de desprenderse de su ministro de Guerra, general Pedro Pablo Ramírez, a quien atribuía la intención de aceptar la candidatura presidencial de la Unión Cívica Radical.
Según María Sáenz Quesada[v] a fines de mayo de 1943 circuló en altas esferas del gobierno la información de que un grupo de radicales estaba en conversaciones con el ministro de Guerra, general Pedro Pablo Ramírez, para ofrecerle encabezar la fórmula partidaria que competiría con la oficial en los comicios de septiembre. Ramírez fue tentado por el sector radical del diputado Juan I. Cooke y de Juan Carlos Vázquez, como posible candidato a la presidencia, con la idea de que a un general no se le haría fraude.
La reunión fue el 26 de mayo en la casa de Mario Castex, presidente de la Comisión de Guerra y Marina de la Cámara de Diputados. El teniente coronel González, ayudante de Ramírez y miembro del GOU, que estuvo presente, a fin de concretar el ofrecimiento volvió a invitar a dirigentes radicales de peso, como Laurencena, Cantilo y Boatti, para hablar de la candidatura.
La intriga llegó a oídos de Patrón Costas, quien lo habló con el Presidente. Castillo que hasta entonces pensaba que tenía a los militares “en el bolsillo del chaleco”, se lo tomó con calma; quizá Ramírez obraba de buena fe y era víctima de una maniobra radical.
Por su parte, Ramírez les habría dicho a los dirigentes radicales: “El viejo no se da cuenta de nada”. Pero Castillo volvió a convocarlo y le exigió que desmintiera el rumor, El ministro cumplió a desgano la orden en un comunicado que apareció con letras pequeñas en los diarios del 1° de junio de 1943, poco satisfactorio. Dos ministros del gabinete le pidieron que revelara con quienes conversaba. Ramírez se negó, consciente de que, si hablaba, los radicales relatarían todo lo acontecido. Por su parte, Castillo cometió la imprudencia de decirle a un periodista: “Mañana lo destituyo”. De esa manera selló su suerte, la de su gobierno y marcó el fin del predominio de los notables en el poder.[vi]
Pero las verdaderas motivaciones son más profundas y deben buscarse en el estado de ánimo imperante en las fuerzas armadas por esos años. El Ejército no temía tanto que el gobierno tomara partido en el conflicto mundial, sino que consideraba que la precaria situación interna y externa de la nación requería una conducción política más eficiente de la que parecía auspiciar el conservador Patrón Costas.
Al mismo tiempo otros factores de carácter profesional, vinculados a la defensa nacional, contribuyeron a movilizar políticamente a las fuerzas armadas hacia el año 1943: la rápida obsolescencia del material bélico disponible frente a los cambios tecnológicos incorporados por la guerra europea. El escaso realismo de la política exterior argentina que había cerrado las puertas al reequipamiento en los Estados Unidos y en especial a los beneficios del sistema de “Préstamo y Arriendo” del material bélico, en tanto que Brasil -el siempre temido rival- lo aprovechaba para convertirse en la primera potencia militar de América del Sur. La dependencia industrial del país como producto de su papel primario – exportador en la división internacional del trabajo, que se hacía sentir sobre la capacidad militar del mismo. La mala distribución del producto bruto que originaba la existencia de grandes sectores de la población carentes de una adecuada alimentación y asistencia médica, afectando considerablemente el potencial humano de la nación. Por último, el aparente avance de los movimientos políticos de izquierda -especialmente el Partido Comunista- que les hacía temer por el frente interno en una contienda. Todo llevaba, pues, a que el nudo gordiano del régimen fuera cortado por la espada.
El levantamiento militar
El 4 de junio era la fecha elegida por el oficialismo para que la convención del Partido Demócrata Nacional proclamara la fórmula Patrón Costas – Iriondo con vistas a las elecciones presidenciales del mes de septiembre. El acto había sido cuidadosamente preparado por el presidente del partido, el senador Suárez Lago. Estaba reservado el salón “Príncipe Jorge”, sito en la intersección de las calles Sarmiento (Hoy J. D. Perón) y Talcahuano; los asientos asignados y la nómina de oradores establecida.
Las versiones sobre una conspiración en marcha no fueron suficientes para alarmar a las autoridades partidarias. Se sabía que el ministro de Guerra había perdido la confianza del Presidente y sería reemplazado a la brevedad; que los radicales habían pedido ayuda a los jefes militares para que estos convocaran a comicios limpios, y que los nacionalistas también apostaban a los militares para fundar un orden nuevo. Dadas las circunstancias, nada mejor que mostrarse sólidos ante la sociedad, supuso la cúpula del Partido Demócrata Nacional.
Cuando el general Ramírez supo que tenía los días contados como ministro de Guerra, acudió en busca de ayuda a su amigo, el general Arturo Rawson, y le informó de las maniobras que se realizaban en la Casa Rosada para asegurar un nuevo fraude electoral. Rawson consideró que no quedaba otra alternativa que derrocar al Presidente y terminar con el continuismo conservador.
El historiador y asesor de la Agency Central de Inteligencia, Robert A. Potash señala que “El movimiento militar del 4 de junio no fue el resultado de un plan elaborado cuidadosamente por el GOU, o siquiera por cualquier otro grupo de oficiales. No fue tampoco un movimiento inspirado por Estados Unidos, como creyeron inmediatamente los círculos simpatizantes del Eje en todo el mundo, ni un golpe anticipado y promovido por la embajada alemana en Buenos Aires, como afirmaron otros después. Más bien fue una rápida improvisación cuyos participantes apenas concertaron acuerdos en relación con objetivos específicos, fuera del derrocamiento del presidente Castillo.”[vii]
Los conspiradores designaron al teniente coronel Leopoldo R. Ornstein para sondear al coronel Elbio C. Anaya, jefe del acantonamiento de Campo de Mayo, quien se plegó al movimiento y se comprometió en buscar las adhesiones de los demás jefes de la guarnición.
En la noche del 3 de junio, a las 21.00 horas, se reunieron los jefes convocados en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, Rawson bosquejó el plan: derrocar al gobierno como única solución viable, para reemplazarlo por una Junta Militar que asumiría provisoriamente la dirección del país. Requerido por los presentes, señaló que se cumplirían lealmente los pactos de Río de Janeiro, para lo cual se romperían de inmediato las relaciones con los países del Eje; que se devolverían al pueblo las libertades cívicas, depurando los partidos políticos y asegurando comicios sin fraude, y que se llevaría a juicio a todos los complicados en los negociados últimamente denunciados.
Estuvieron en la reunión el coronel Anaya, jefe del Acantonamiento; el coronel Eduardo J. Ávalos, director de la Escuela de Artillería; el coronel Emilio Ramírez, director de la Escuela de Suboficiales, y los tenientes coroneles Ornstein, director de la Escuela de Caballería, Héctor V. Nogués, de la Escuela Antiaérea, Aníbal Imbert, de la Escuela de Comunicaciones, Antonio G. Carosella, jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo; Rodolfo Rozas y Belgrano, director interino de la Escuela de Infantería, teniente coronel Romualdo Aráoz, jefe del décimo regimiento de caballería, teniente coronel Indalecio Sosa, jefe del octavo regimiento de caballería, que había llegado desde la guarnición de Liniers. Otros jefes se sumaron al grupo entre abrazos y aplausos, en un clima de euforia y camaradería.
En la madrugada del 4 de junio de 1943, las tropas iniciaron la marcha desde Campo de Mayo hacia la Capital Federal rodeados de una intensa niebla invernal. Se trataba de una fuerza de 10.000 hombres, que constituían la totalidad de las Guarniciones de Campo de Mayo y Liniers, a las órdenes de sus mandos naturales y que se desplegaron en tres columnas con un trayecto diseñado para evitar encuentros con las unidades emplazadas en El Palomar y en el Colegio Militar para evitar enfrentamientos.
El único incidente armado se produjo en torno de las diez de la mañana cuando la columna revolucionaria avanzaba por la actual Avenida del Libertador, entonces Blandengues, frente a la Escuela de Mecánica de la Armada. Hubo un intercambio de palabras entre el jefe de la ESMA, capitán de fragata Fidel Anadón, y el coronel Ávalos, quién lo invitó a sumarse al movimiento. Como Anadón no aceptó, Ávalos lo amenazó con tomar la escuela. La reacción no se hizo esperar, se produjo un intenso combate que dejó un saldo indeterminado de muertos y heridos (entre 25 y 70 muertos según las versiones) incluso civiles que viajaban en dos colectivos que se vieron involucrados en el incidente.[viii]
El general Arturo Rawson entró en la Casa Rosada a las 14.30 y salió al balcón tres horas después, habló brevemente y, aunque no expresó nada en concreto, fue ovacionado, luego difundió dos proclamas, declaró disuelto el Congreso Nacional y la vigencia de la ley marcial.
El incendio de colectivos y tranvías de la Corporación de Transporte en los alrededores de Plazas de Mayo, en las primeras horas de la noche, fue obra de grupos comunistas.
La renuncia del Presidente Castillo
El presidente Castillo se trasladó con sus ministros al rastreador Drummond a las 13.00, del 4 de junio, desde allí dirigió un telegrama a la Corte Suprema de Justicia para comunicarle que había trasladado la sede de su gobierno a la escuadra de río, donde “he izado la insignia de comandante en jefe ante la rebelión, que tendrá condigno castigo. Hago saber a ese Supremo Tribunal que desde aquí se resguarda la autoridad nacional para restablecer el orden”. Los jueces de la Corete acusaron recibo y se retiraron a su casa.”[ix]
Esta primera actitud de resistir apoyado en la fuerza naval da la idea de que Castillo contaba con la lealtad de la Armada. Pero pronto se enteraron de que el jefe de la Flota de Mar, vicealmirante Benito Sueyro, se había pasado al bando revolucionario. Tenía razones contundentes, ya que su hermano, el contralmirante Sabá Sueyro, sería el vicepresidente de facto del nuevo gobierno.
Llegado el Drummond a Colonia, algunos ministros desembarcaron para dejar espacio libre al Presidente, cuya mala salud requería cuidados. Permanecieron junto a Castillo su hijo Horacio y los ministros Fincati y Culaciati. Esa noche sin esperar a los demás pasajeros, el barco soltó amarras y enfiló al solitario puerto de Ensenada, adonde arribó al mediodía del 5 de junio. Allí los aguardaba el comandante del II Cuerpo de Ejército que se había negado a colaborar con la represión del alzamiento. De allí fueron al Regimiento 7 de Infantería, donde Castillo saludó a la guarnición y conversó con los jefes que le exigieron la dimisión y así lo hizo en un texto dirigido al “Señor Comandante de las Fuerzas Militares”. La renuncia tenía carácter de indeclinable. Luego Castillo se retiró a su domicilio particular. El orden constitucional se derrumbó rápidamente sin que nadie lo defendiera.
El nuevo presidente de facto, vestido con su uniforme, concurrió al Jockey Club en su sede de la calle Florida. Quiso reunirse con sus contertulios de los miércoles, con quienes almorzaba “en rueda”, como se decía entonces. Se encontraban entre ellos los veteranos políticos: José María Rosa (padre) y Horacio Calderón, que no estaban al tanto de la trama conspirativa, pero aceptaron los ministerios de Hacienda y Justicia, respectivamente. Como vicepresidente, Rawson nombró al contralmirante Sabá Sueyro, cuyo hermano, Benito, de comandante de la Flota de Mar a ministro de Marina; en el ministerio de Guerra no hubo cambios, seguiría Ramírez. El almirante Storni a Interior, el general Martínez a Relaciones Exteriores, el general Mason a Agricultura y el general Pistarini a Obras Públicas completando el gabinete.
Rawson le indicó a Calderón que hiciera importantes gestiones en su nombre ante la Corte, donde conversó con su presidente, Roberto Repetto, quien se comprometió a dar una acordada favorable si el gobierno revolucionario se comprometía a respetar al Poder Judicial.
Al conocerse la conformación del gabinete comenzaron las disputas en el seno del Ejército, tanto por diferencias ideológicas como por ambiciones personales. Bajo la escusa de remover a los miembros civiles del gobierno, el coronel Anaya le hizo un planteo al flamante presidente y como este se negó a las exigencias de los jefes de la guarnición de Campo de Mayo, Rawson debió dejar el cargo.
La renuncia se firmó en la madrugada del 6 de junio, después de muchas discusiones. El efímero presidente provisional se marchó a su casa de Melo y Callao. Su carrera militar y política había concluido. No obstante, siguió concurriendo a los actos oficiales, aceptó ser embajador en Brasil y sostuvo con declaraciones públicas el proyecto revolucionario.
En esta forma llegaron al poder los verdaderos artífices del golpe de Estado del 4 de junio de 1943: el general Pedro Pablo Ramírez y los militares que conformaban la logia Grupo Obra de Unificación o simplemente “El GOU”.
Pedro Pablo Ramírez, de 59 años, nacido en La Paz, provincia de Entre Ríos, era hijo del jefe de Policía local y nieto de un pequeño propietario rural. Ingresó al Ejército en el arma de caballería; otros dos hermanos suyos siguieron el mismo camino, lo que les permitió adquirir una buena educación y salir del pueblo. Disciplinado, habido lector y buen jinete. Pedro Pablo hizo carrera. Como era costumbre en el Ejército argentino en esos tiempos, se formó en Alemania en el Regimiento de Húsares. Algo similar ocurrió con otro general golpista: el teniente general José Félix Uriburu a quien sus camaradas germanos bautizaron como “von Pepe”.
Ramírez se graduó en la Escuela de Guerra como Oficial de Estado Mayor, en 1930 tomó parte en el golpe de Estado de Uriburu, se desempeñó como Agregado Militar en Roma y comando el Arma de Caballería, antes de ser nombrado ministro de Guerra de Castillo. Se le atribuían ideas nacionalistas y buenos contactos entre los radicales unionistas.
Casado con María Inés Lobato, una vasca de fuerte personalidad con quien tuvo cuatro hijos. En los años cuarenta, Ramírez llevaba una vida familiar calma en el departamento de la avenida Santa Fe, atendido por dos mucamas. Practicaba equitación, era un fumador consumado que gustaba de jugar al truco y entrenar palomas mensajeras. Como muchos oficiales de su tiempo, vivía austeramente y concurría regularmente a la Iglesia y escuchaba con frecuencia la opinión de su confesor.
Su aspecto físico delgado y erguido le ganó el apodo de “Palito”. Vestido de uniforme, luciendo botas altas siempre bien lustradas, severo el gesto, rígida postura, todo un militar impasible que no revelaba sus emociones ni sus ambiciones. Como buen político si alguien hablaba con él, salía convencido de sus coincidencias con el general, sin embargo, podía decirle lo opuesto al siguiente visitante, pues solía esperar el desarrollo de los acontecimientos antes de fijar su posición.
Sus discursos reflejan una concepción tan simplista como sincera del Ejército y de la patria. Afirmaba que el Ejército se había movido para dar solución a la angustiosa situación en que se hallaba la masa trabajadora y para resolver la angustiosa situación en que se hallaba la masa trabajadora y para restablecer la Constitución Nacional. Por eso, los militares en actividad nombrados en cargos políticos renunciaron a sus sueldos, aunque pronto se les asignaron viáticos acordes con sus nuevas funciones.
Con Ramírez en la presidencia, el general Edelmiro J. Farrell, un hombre sujeto a las influencias de Perón y de total confianza para los militares del GOU. La secretaria de Guerra quedó en manos del coronel Juan D. Perón; otros miembros del GOU ocuparon posiciones de poder claves, el coronel González ocupó la estratégica secretaría de la Presidencia: el teniente coronel Filippi, la Secretaría Privada de su suegro, el Presidente: el coronel Emilio Ramírez, la jefatura de Policía, el coronel Aníbal Imbert recibió el Correo Argentino.
Pero con el correr de los días, la revolución fue devorando a sus hijos. El presidente Ramírez perdió su cargo nueve meses más tarde, el 25 de febrero de 1944 a manos del general Farrell. Pero, el verdadero triunfador en la guerra de intrigas que caracterizaría a este régimen de facto sería el coronel Juan Domingo Perón, que fue acumulando sucesivamente cargos dentro del gobierno: ministro de Guerra, secretario de Trabajo y Previsión y finalmente vicepresidente de la Nación.
El torpe intento de destitución de octubre de 1945 no hizo más que proyectarlo a un lugar central en la política argentina que no abandonaría por los siguientes treinta años hasta su muerte.
[i] RAÚL HAYA DE LA TORRE: (1895 / 1975) Fundó, en 1924, la Alianza Popular Revolucionaria Americana –APRA- durante su exilio mejicano. Retornado al país, la dictadura del general Manuel Odria lo obligó a refugiarse en la embajada de Colombia en Lima entre 1950 y 1954. Regresó a Perú en 1957, gracias al apoyo que sus partidarios prestaron al presidente Manuel Prado en las elecciones de 1956. En las elecciones presidenciales del 10 de junio de 1962 resultó elegido por una ligera mayoría, pero el Ejército impidió que se hiciera cargo del poder. Candidato nuevamente en las elecciones de 9 de junio de 1963 fue derrotado por Fernando Belaúnde Therry. En 1978 triunfó en las elecciones generales, al frente del APRA. Presidiría la Asamblea Constituyente que tuvo la misión de elaborar la nueva Carta Magna de Perú. Fue un brillante intelectual que contó con el respeto de todos los grandes líderes mundiales e influyó notablemente en otros líderes iberoamericanos con sus adaptaciones de la teoría marxista a la realidad del propio contexto.
[ii] LUSARRETA, Pilar de: Cinco dandys porteños Ed. Peña Lillo. Bs. As. 1999. Pág. 39 a 100.
[iii] GUINAGA, Carlos E. Y Roberto A. AZARETTO: Ni década ni infame, del 30 al 43 Ediciones Jorge Baudino. Bs. As. 1991. Pág. 261.
[iv] FRASER, Nicholas y Marisa NAVARRO: Eva Perón. Ed. Bruguera. Bs. As. 1982. Pág. 57.
[v] SÁENZ QUESADA, María: 1943. El fin de la Argentina liberal. El nacimiento del peronismo. Ed. Sudamericana. Bs. As. 2019. P. 317
[vi] SÁENZ QUESADA, María: Op. Cit. P. 318.
[vii] POTASH, Robert A.: El ejército y la política en la Argentina 1928 – 1945 de Yrigoyen a Perón. Ed. Sudamericana. 7ma Edición Octubre 1981. P. 276,
[viii] SÁENZ QUESADA, María Op. Cit. P. 331.
[ix] LA NACIÓN, 5 de junio de 1943, citado en SÁNEZ QUESADA, María: Op. Cit. P. 330