En el siglo XX, durante los años de la Guerra Fría (1947 – 1991), solía decirse que los “espías llegaban del frío”, es decir, del otro lado del Telón de Acero. John Le Carré inmortalizó la expresión en la que posiblemente sea la mejor novela de espionaje: “El hombre que vino del frío”.
Los espías de la Guerra Fría trataban, por lo general, de obtener secretos militares. Como los denominados “espías atómicos” Julius y su esposa Ethel Rosenberg que, por formar parte de la red de agentes soviéticos que robaron el secreto de fabricación de la bomba atómica, fueron ejecutados el 19 de junio de 1953 en la prisión de Sing Sing. Corrían los más oscuros años del macartismo, esa fue la primera ejecución de civiles por espionaje en la historia de los Estados Unidos.
En el siglo XXI, por el contrario, los espías no provienen del extinto Bloque Socialista sino de China (al igual que ciertos virus mortales) y no tratan de obtener secretos militares sino información científica y tecnológica, por lo cual tampoco interesan por infiltrarse en el Pentágono o la CIA ni por reclutar a militares o agentes secretos.
Su blanco preferido en estos días son las universidades, centros de investigación y empresas tecnológicas occidentales, especialmente aquellas que cuentan con sofisticados laboratorios de investigación y desarrollo donde llevan a cabo programas de avanzada.
También el perfil de los espías ha cambiado. James Bond y su “licencia para matar” han pasado a la historia. Los nuevos espías son científicos jóvenes, con doctorados y sólidas carreras académicas que los capacitan para reconocer un avance tecnológico y les permiten comunicarse de igual a igual con otros científicos occidentales en capacidad de obtener ese cualquier momento un premio nobel.
Generalmente adoptan el perfil de un estudiante de posgrado especialmente dotado o de un joven y promisorio académico. Obtiene becas universitarias o un contrato en empresas tecnológicas de alto nivel donde roban secretos de producción o reclutan a sus colegas ofreciéndoles importantes ganancias llevando sus descubrimientos a empresas chinas.
Tal fue el caso del profesor chino Hao Zhang arrestado por el FBI, en 2015, en California cuando asistía a una conferencia internacional.
Zhang, quién obtuvo un doctorado en ingeniería eléctrica en la University of Southern California, en 2006, luego comenzó a trabajar para Skyworks Solution Inc., con sede en Woburn, Massachusetts, y Avago Technologies Ltd, con sede en San José.
El ingeniero chino se especializó en el diseño de “filtros” para aislar señales parásitas en equipos de telefonía celular y otros componentes, un problema cada día más acuciante debido a la multiplicación de dispositivos inalámbricos.
Trabajando en Avago, Hao Zhang conoció a otro “científico” chino llamado Wei Pang. Juntos decidieron aprovecharse de los desarrollos estadounidenses que tenían al alcance de su mano.
Regresaron a China donde inmediatamente obtuvieron plazas de profesores en la prestigiosa Universidad de Tianjin. Mientras tanto gestionaron patentes para diversos avances tecnológicos robados que luego vendieron a una firma con sede en el paraíso fiscal de Islas Caimán.
Un caso similar más reciente es el Zaosong Zheng, detenido por el FBI este 28 de enero, en el aeropuerto de Boston cuando se disponía a viajar a China.
Zheng, que se desempeñaba como investigador sobre el cáncer en la Universidad de Harvard, robo 21 viales (pequeños recipientes estériles de vidrio) conteniendo células del Hospital Beth Israel. Zheng admitió ante las autoridades estadounidenses que pensaba emplear el material biológico sustraído para impulsar su carrera en China publicando los resultados de la investigación a su nombre.
Los servicios de inteligencia occidentales investigan cientos de casos de robos de propiedad intelectual por parte de profesores visitantes en Universidades y centros de alta tecnología.
Los sospechosos,en la mayoría de los casos, son ciudadanos chinos o descendientes de chinos que luego de una estadía en Occidente regresan al país asiático donde patentan desarrollos que son productos del esfuerzo y la inversión de universidades y empresas occidentales o abren laboratorios en China, donde duplican de forma clandestina los estudios realizados en otros países.
Según el Departamento de Justicia de los Estados Unidos más del 90% de los juicios por espionaje económico que se llevaron a cabo desde 2011 han estado vinculados con China.
En muchas ocasiones este robo de tecnología es organizado por los servicios de inteligencia chinos pero en la mayoría de los casos son producto de la iniciativa privada. Es cierto que el gobierno chino crea las condiciones y permite que esta práctica ilícita suceda, pero en muchas ocasiones no controla en forma directa la actividad de robo de propiedad intelectual occidental sino que es producto del accionar de firmas chinas y de investigadores científicos chinos que ven la oportunidad de obtener rápidamente grandes ganancias y méritos académicos con el trabajo de años y las inversiones de otros.
En esta forma, China se mantiene en la avanzada tecnológica del mundo con una inversión infinitamente menor que la están obligados a realizar los Estados Unidos o la Unión Europea.
El espía de Harvard
El caso más emblemático de la actividad del espionaje chino se produjo el pasado 29 de enero cuando agentes del FBI se dirigieron a la prestigiosa Universidad de Harvard para detener y esposar al presidente del Departamento de Química y coordinador de las investigaciones que esa área realiza en conjunto con el Departamento de Biología Química y la División de Ingeniería y Ciencia Aplicada, el Dr. Charles Lieber.
Lieber, de sesenta años, era una superestrella de Harvard y su principal experto en nanotecnología ahora es también el primer espía tecnológico no chino detenido por robar propiedad intelectual estadounidense para China.
Durante su prolongada y prolífica carrera como docente e investigador en Harvard Lieber ha publicado como coautor 275 trabajos en prestigiosas revistas científicas, además contaba con 25 patentes en los Estados Unidos y había fundado su propia empresa de nanotecnología NanoSys.
En 2003, Lieber ganó el premio World Technology Award para materiales y era un claro aspirante al Premio Nobel.
Lieber era docente e investigador en Harvard desde 1991 y en 2017 se le otorgó un título doctoral que solo 26 profesores en el mundo ostentan.
El equipo de investigadores de Harvard que Lieber coordinaba tenía un contrato con el Instituto Nacional de Salud y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos que le permitió disponer, desde 2008, de un financiamiento de quince millones de dólares.
El trabajo de este equipo consistía en desarrollar “nano cables”, de un diámetro miles de veces menor al de un cabello humano que podían emplearse tanto el campo médico como en el desarrollo de baterías de iones de litio para ser empleadas en automóviles eléctricos inteligentes.
Hoy Lieber enfrenta cargos penales por realizar “declaraciones falsas, ficticias y fraudulentas” a las autoridades federales con respecto a sus actividades en centros de investigación de China.
Según el FBI, Lieber recibió de los chinos un salario mensual de U$S 50.000, más U$S 158.000 para viáticos y un premio de U$S 1.500.000 dólares estadounidenses por montar un laboratorio dentro del Programa de los Mil Talentos. Los pagos al Dr. Lieber se ingresaban a una cuenta bancaria en China a su nombre y, en ocasiones, cuando visitaba la ciudad de Wuhan (la misma donde se inició el brote de coronavirus) recibía el dinero en efectivo.
El Programa de los Mil Talentos pretende captar científicos occidentales para que enseñar e investiguen en China formando recursos humanos y efectuando desarrollos tecnológicos en centros académicos del país asiático.
En 2012, el Dr. Charles Lieber junto a cinco colegas chinos creó el University Technology of Wuhan – University of Harvard Joint Nano Key Laboratory mediante un contrato para el Programa de Mil Talentos.
El contrato suscripto por el Dr. Lieber establecía que el científico estadounidense debía publicar “artículos de alto nivel” en prestigiosas revistas científicas y organizar conferencias internacionales “en nombre de la Universidad Tecnológica de Wuhan”, y que guiaría a jóvenes académicos y estudiantes de doctorado, ayudándolos a publicar en revistas internacionales de prestigio.
En enero de 2013, Lieber firmó un contrato por cinco años formalizando la cooperación de la Universidad de Harvard con el laboratorio conjunto y obligando a la universidad estadounidense a alojar investigadores de la Universidad Tecnológica de Wuhan durante dos meses al año. Las autoridades de Universidad de Harvard afirmaron que el Dr. Lieber carecía de autoridad suficiente para suscribir dichos contratos.
Mientras se comprometía con los chinos, Lieber presentó una declaración jurada en los Estados Unidos asegurando que la Universidad Tecnológica de Wuhan empleaba el logotipo de Harvard sin su conocimiento y consentimiento.
Actuando como un agente mercenario, Lieber vendió secretos tecnológicos y capacitación a los chinos por aproximadamente un total de siete millones de dólares a lo largo de los ocho años que estuvo a su servicio. Ahora nunca ganará el Premio Nobel, ni gastar el dinero que le pagaron los chinos solo le espera una fría celda en una prisión estadounidense.
El caso de Dr. Lieber muestra que los tiempos del “Superagente 86”, Maxwell Smart y su “zapatófono” han quedado muy atrás. La principal arma de los nuevos espías es el conocimiento. Como dice el sociólogo estadounidense Alvin Toffler de las tres formas de poder existentes: la fuerza, el dinero y el conocimiento. Este este último el más importante de todos y las superpotencias compiten con todos los medios a su alcance para apropiarse de él.