INTRODUCCION
La casi totalidad de los estudios dedicados al análisis de los partidos políticos argentinos se han ocupado de explorar su obra de gobierno y legislativa o sus aportes en el campo de las ideas políticas; descuidando, en esta forma, otra línea de investigación de suma importancia: la que implica el análisis de la estructura que, como fuerza política específica tienen estos partidos, es decir, analizando la mecánica institucional del partido, la metodología empleada para captar el apoyo de los votantes, la composición social de los cuadros dirigentes, el estrato social que le sirve de apoyatura y muy especialmente el uso que hacen de los recursos del Estado al alcanzar el poder. Es decir, el conjunto de funciones que pueden denominarse dinámica interna de los partidos políticos. Por lo tanto en nuestros días carecemos de una teoría general de los partidos políticos ajustada a las características específicas de nuestro país.
Esta carencia se debe, en parte, al hecho de que los partidos políticos –o las fuerzas políticas que puedan merecer tal título- se incorporan tardíamente a la vida nacional. Hasta la reforma electoral del año 1912 –que introduce el voto obligatorio, universal masculino y secreto- no podemos hablar con propiedad de partidos políticos. No obstante, algunos autores –en especial los provenientes del ámbito de la Historia- han empleado con cierta licencia esta categoría politológica, denominando “partidos” a lo que en realidad son únicamente “facciones”. Así hay quienes no dudan en hablar de un “partido morenista” en 1810 y más tarde de un partido unitario y un partido federal.
Por otra parte, este descuido es comprensible si se toma en cuenta que las débiles estructuras que constituyen nuestros partidos políticos no han sido debidamente estudiadas ni sistematizadas por los politólogos. Los escasos intentos de aplicar categorías para sus similares del hemisferio norte, debido a que estaban concebidas para una realidad histórico estructural distinta, no avanzaron más allá de una clasificación según sus orientaciones ideológicas, cuyo significado se daba así por descontado habitualmente, sobre la base de presunta familiaridad de los rótulos, y así obtuvieron una lista de categorías que tan obvia como silenciosamente se recostaba sobre la vieja división europea de “derecha” –por ejemplo: los nacionalistas de “NOS”– ; “centro” –por ejemplo: “Propuesta Republicana” o “PRO”– e “izquierda” –por ejemplo: el Partido Obrero-. Cuando la facilidad del descuento se agotaba, surgían las especies peculiares o atípicas –por ejemplo: “bonapartismo” para designar al peronismo-, pero éstas son atípicas respecto de una tipicidad que no estaba debidamente constituida, ni fundada y daban pie para una competencia realmente ilustrativa en materia de ingenio, en cuanto a bautizarlas de algún modo, otra vez familiar a nuestras concepciones extranjerizantes.
Nos encontramos así ante un problema casi insoluble: la ausencia de una teoría general aplicable a las fuerzas políticas argentinas.
El presente trabajo pretende aportar ideas para la formulación de una teoría capaz de compensar –al menos en parte- esta carencia. Así proponemos reemplazar el clásico estudio de los partidos políticos argentinos por el de los “Estilos Políticos Argentinos”, introduciendo así una nueva y original categoría politológica que juzgamos más adecuada a nuestra realidad.
A los efectos de un mejor encuadre del problema se resolvió circunscribir el estudio a un análisis de los orígenes y evolución de las primeras fuerzas políticas que alcanzaron la conducción del Estado argentino, a los efectos de comprobar la validez y el funcionamiento del modelo propuesto, de modo de sentar las bases para más profundas investigaciones.
La metodología empleada no presenta ninguna originalidad ya que no es sino una adaptación de técnicas sumamente difundidas y comprobadas en el campo de las ciencias sociales. En este caso específico dicha metodología se aplica a las fuerzas políticas con el objeto de en tratar de introducir objetividad en un dominio en el que la pasión y las percepciones distorsionas son muy frecuentes. Se trata de trazar un cuadro general de estudio, haciendo el balance a todas las cuestiones esenciales, coordinando las unas con las otras para hacer resaltar a la vez su dependencia recíproca y su importancia respectiva. Este esfuerzo de sistematización ha parecido importante, ya que la ciencia política no progresará verdaderamente en tanto que sus investigaciones conserven un carácter atomizado que revela más subjetividad que ciencia.
Por último, este trabajo trata de explicar desde las primeras observaciones –tan numerosas, variadas y extensas como ha sido posible, pero necesariamente fragmentarias o insuficientes- hipótesis susceptibles de guiar futuras investigaciones que posibiliten el avance del análisis político aplicado a los hechos históricos, comprendiendo que todo fenómeno político es naturalmente objeto de la historia, aunque no todo hecho histórico constituye un fenómeno político.
No habrá que sorprenderse de encontrar una deliberada intención de transportar la técnica de los “modelos” a la Ciencia Política, que restablece bajo apariencias el uso metódico de las hipótesis en la ciencia. Se ha tratado de construir, no mediante procedimientos matemáticos y estadísticos, sino por el empleo de todos los medios de investigación posibles, los modelos, es decir, conjuntos coherentes de hipótesis con un carácter más o menos conjetural, en los que el único valor es el de propiciar y orientar las investigaciones ulteriores, destinadas a verificarlos o destruirlos.
Para ponerlos en palabras de Max Weber: “No son más que ensayos para poner orden en el caos de los hechos que hemos incorporado al círculo de nuestros intereses, en cada ocasión sobre la base del estado de nuestro conocimiento y de las estructuras conceptuales de las que disponemos cada vez”
El principal modelo empleado es el esquema que encierra el concepto de Estilo Político. El modelo adoptado fue ideado originariamente por el doctor Carlos Strasser y expuesto en un artículo publicado en la Revista Latinoamericana de Sociología, denominado “Formaciones Político – Ideológicas en América Latina”.
En el presente trabajo el modelo concebido por Strasser se aplica con leves modificaciones y exclusivamente al análisis de la actividad de los partidos políticos en Argentina entre 1880 y 2015. En consecuencia definimos al Estilo Político, como una entidad político – histórica conformada por la sumatoria de los siguientes elementos y sus relaciones:
Una estructura burocrática de partido, más o menos articulada y destinada a situar a sus integrantes en cargos gubernamentales a través de su participación en procesos electorales.
Una propuesta político – ideológica adaptada a un momento concreto de la vida nacional.
Una modalidad de liderazgo político.
Uno o más estratos sociales de referencia que proporcionan tanto apoyo electoral como sirven de canal de reclutamiento de cuadros políticos.
Un nivel de participación política, determinado por el contexto histórico – estructural que sirve de marco a los elementos y relaciones anteriores, las que a su vez son una función de dicho contexto.
Para una mejor comprensión del modelo propuesto creemos necesaria una más precisa caracterización de algunos elementos enunciados.
Con respecto a los partidos políticos –la organización burocrática destinada a situar a sus miembros en cargos de gobierno- por ejemplo, la mayor parte de los estudios relativos a ellos se dedican sobre todo al análisis de sus doctrinas. Esta orientación se deriva de la noción liberal que considera al partido, ante todo, como un grupo ideológico. “Un partido es una agrupación de personas que profesan la misma doctrina política” escribía Benjamín Constant en 1816. Esta concepción ha originado obras interesantes y numerosas, entre las que se destaca el volumen pionero de Maurice Duverger aparecido en 1951 –quien se ocupó de un tema que hasta entonces carecía de una teoría general-, que más que estudios sociopolíticos forman parte de la historia de las ideas políticas. Pero, en el marco de un estudio de estilos y no de partidos políticos, resulta más importante describir la influencia de las doctrinas sobre las estructuras, que es por lo demás mucho menos importante de lo que pudiera creerse. David Hume observa finamente en su obra “Essay on Parties” –1760- que el programa desempeña un papel esencial, que sirve para coligar individuos dispersos, pero que la organización pasa luego al primer plano, convirtiéndose en accesoria la plataforma. Esta realidad no podría expresarse mejor con menos palabras.
Por otra parte, en estos últimos años, la concepción marxista del “partido – clase”, sucediendo a la noción liberal del “partido doctrina”, ha orientado los estudios en sentido diferente. Se han buscado las relaciones entre el nivel de vida, la profesión, la educación y la filiación política. En la actualidad no son pocos, sino casi todos, los estudiosos que señalan la relación existente entre la estratificación social y los partidos políticos, en principio general, existe y es básica. Pero muchos de esos estudiosos agregan a continuación que, sin embargo, la misma debe hacer lugar a una cantidad de refinamientos o enlaces de otro tipo, y, además, que ni siempre ni necesariamente es ella la base.
No obstante, lo uno anula lo otro. Invirtiendo el comentario, todavía nos encontramos con uno de los consensos más difundidos de la Ciencia Política, aunque se deben tener en cuenta otras variables y aun cuando se debe considerar la importancia específica de cada una, en principio y por lo general, hay una fuerte relación entre partidos políticos y estratos sociales.
Uno de los clivajes, en función de los cuales actúa la mayoría de los partidos políticos es, según queda dicho, estratificacional. El clivaje se actualiza, renueva y manifiesta ante cada emergencia o tratamiento de asuntos de interés público. Es una oposición de intereses – ideas – valores entre distintos estratos sociales. Para el período en estudio; en que tiene lugar una participación política de todos los sectores sociales, las divisiones más claras y fijas en la pirámide social corresponden a los clivajes políticos más generales y permanentes.
No obstante, la composición social de éstos, no será tampoco más que la doctrina el objeto principal de este estudio, esencialmente orientado hacia la mecánica institucional de las fuerzas políticas, la metodología empleada para captar el apoyo de los votantes – o sea, el fenómeno que los teóricos americanos denominan “la máquina” designando algunas formas que a veces revisten sus partidos y los comunistas llaman “aparato” refiriéndose a la “Organización” –con una mayúscula sintomática- y muy especialmente el uso que en cada estilo se hace del “patronazgo oficial”. Entendiendo por tal el empleo de los recursos del Estado –concesiones, créditos, empleos públicos y dádivas diversas- para favorecer a grupos sociales o individuos a los efectos de condicionar su comportamiento político.
En la conformación de un estilo político, la aptitud de liderazgo superando condiciones adversas y combinando los diversos factores para obtener determinados resultados es una condición necesaria en la producción de ciertos fenómenos políticos. En numerosas instancias ésta es una variable crucial, dependiendo la concreción de alianzas, de las estrategias y tácticas aplicadas por los líderes en sus esfuerzos de acceder al poder.
Hay que aventurarse, pues, en un terreno virgen especialmente difícil. La organización de los partidos descansa esencialmente en prácticas y costumbres no escritas; es casi enteramente consuetudinaria. Los estatutos y reglamentos interiores no describen nunca más que una pequeña parte de la realidad: raramente se los aplica de manera estricta. Por otra parte, la vida de los partidos se rodea voluntariamente de misterio: si no se obtiene fácilmente de ellos datos precisos, incluso elementales. Se esta aquí en un sistema jurídico primitivo, donde las leyes y los ritos son secretos, donde los iniciados los desnudan hurañamente a la vista de los profanos. Sólo los viejos militantes del partido conocen bien los pliegos de su organización y las sutilezas de las intrigas que anudan en ella. Pero raramente poseen un espíritu científico que les permitiría conservar la objetividad necesaria; y no hablan gustosamente de ello.
LA PERIODIZACIÓN
En cuanto a la periodización, el presente trabajo analiza los estilos políticos predominantes entre dos extremos históricos que, por análisis, también la sociología del desarrollo ha exagerado o idealizado; el “orden tradicional” y el “orden del siglo XXI”. Es decir, el momento en que comienzan a funcionar las instituciones constitucionales, tras la federalización de la ciudad de Buenos Aires y el fin de las luchas civiles, en –1880- en uno de sus límites y el final del segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en el otro.
Los cambios en que concretamente consistió la transición son ilustrados por la cantidad y el crecimiento de la población, el asiento rural o urbano de aquella, la población absoluta y relativa en las capitales, las proporciones internas y las tendencias en cuanto al crecimiento y la distribución de la población, las migraciones internas y la migración extranjera, la distribución de la población económicamente activa –estructura ocupacional-, el desarrollo del alfabetismo y la educación, los datos sobre estratificación social, la organización obrera y el sindicalismo.
El desarrollo político también guarda relación, aunque no de un modo tan directo ni paralelo, a causa de su relativa autonomía, con las transformaciones económicas y sociales, con las cuales asimismo interactúan.
A los efectos del presenta trabajo entenderemos junto a Dowse y Hughes por participación política a “aquellas actividades voluntarias mediante las cuales los miembros de una sociedad intervienen en la selección de los gobernantes y directa o indirectamente en la formación de la política gubernamental”.
El grado de participación política de la población, medido por la legislación de derechos electorales y las cifras y porcentajes de votación, ha servido de criterio más neto para determinar dentro del período establecido la existencia de cinco etapas, que coinciden –a grandes rasgos- con el predominio de un estilo político, ellas son:
Etapa de Participación Limitada (1853 – 1912)
La etapa se inicia al final de las luchas civiles, con la organización constitucional del país. En este período el Estado nacional inicia el monopolio de la fuerza a los efectos de pacificar al país, eliminando a los elementos anárquicos constituidos por aborígenes y montoneros. Su misión es ocupar y poblar el territorio nacional determinando sus límites internacionales.
Hacia la mitad del período –1880- se consolida el gobierno nacional, federalizando la ciudad de Buenos Aires organizando el aparato estatal, alcanzando un alto nivel de consenso entre los miembros de la clase dirigente que permite el desarrollo de los primeros partidos políticos propiamente dichos y la puesta en marcha de los primeros procesos electorales, aún en forma primitiva.
La actividad política se encuentra condicionada por los medios materiales disponibles en un país extenso y despoblado, el escaso nivel educativo de la población, el exiguo interés del electorado por la actividad partidaria frente al monopolio que sobre toda la actividad política ejercían los miembros de la elite tradicional.
En esta etapa la estructura política que más se aproxima a la concepción de un partido político moderno es el “Partido Autonomista Nacional” –P.A.N.- aunque, en verdad todavía constituye una poco articulada alianza electoral entre grupos de la elite porteña con las elites del interior del país. De ideología liberal y funcionamiento estacional se ponía en marcha unos meses antes del comicio y entraba nuevamente en letargo al día siguiente de las elecciones.
El P.A.N. fue hegemónicamente controlado por el General Julio Argentino Roca. Líder formal, burocrático y autoritario que controló la política argentina durante casi tres décadas –1878 / 1914, prácticamente hasta el momento de su muerte. Fue uno de los tres argentinos – los otros fueron Carlos Menem y Cristina Fernández de Kirchner- que elegidos presidente en dos oportunidades pudo concluir íntegramente ambos mandatos. Siendo el único que lo hizo en presidencia no consecutivas.
Esta es la etapa del predominio del estilo político de los notables. Empleamos la denominación de “Estilo de los Notales” para denominar a un estilo político que otros autores no dudarían en calificar de “conservadores” o del “patriciado”. Hemos preferido la denominación de “notables” sobre el de conservadores porque el conservadurismo tiene un sentido amplio que configura quizá una ubicación frente a la evolución de los problemas del mundo y, como veremos, esta no era la actitud con que los miembros de la elite tradicional se enfrentaron a las exigencias de su tiempo, sino que fueron grandes innovadores y modernizadores. Por otra parte, si bien reconocemos que tanto el término de “notables” como el de “patriciado” hacen referencia a las elites sociales tradicionales, pero el primero es el empleado por Maurice Duverger en su obra: “Los Partidos Políticos” que, como expresáramos, nos proporciona el marco de una teoría general de los partidos y por lo tanto, no creemos conveniente apartarnos innecesariamente de dicha teoría.
Etapa de Participación Ampliada (1912 – 1930)
Se prefigura a comienzos de la segunda década del siglo XX, es decir, que se inicia en la última parte de la etapa precedente y se concreta cuando el régimen establecido de inspiración liberal y formas oligárquicas, es desplazado del gobierno por un partido de orientación reformista, encabezado por un líder carismático y populista, conformando un nuevo gobierno que, aunque mantuvo la orientación liberal y los compromisos internacionales forjados en la etapa anterior, introdujo, sin embargo, en la acción gubernamental, una orientación anti conservadora y anti oligárquica.
Corresponde al momento en que la “rebelión de las masas” descripta por José Ortega y Gasset comienza a hacerse notar en la sociedad argentina.
La ampliación de la participación política responde entre otras causas a la aplicación de un conjunto de innovaciones institucionales, entre las que cabe mencionar:
La extensión de los beneficios del régimen de enseñanza estatal, común u obligatoria a los estratos medios de origen inmigratorio.
La aplicación del servicio militar obligatorio, que difundió entre los hijos de los inmigrantes el amor a la nueva patria y el desarrollo de la responsabilidad cívica.
La implementación de una reforma electoral que al transformar la participación en el acto comicial de “voluntaria” en “obligatoria” forzó a la politización de vastos sectores de la ciudadanía, en especial en los medios urbanos.
El principio mismo de una participación política ampliada, con el consiguiente incremento de las prácticas democratizadoras, acompañadas por un mayor arbitraje del Estado en todos aquellos aspectos vinculados con la mejora en las condiciones de vida y la posibilidad de ascenso social para los sectores medios urbanos, son percibidos, como conquistas legítimamente adquiridas. Estos derechos, obtenidos a través de una mayor participación política de los estratos medios no podrán ser derogados sin que el gobierno que pretenda volver atrás el reloj de la historia deba asumir, al mismo tiempo, altos costos en materia de legitimidad y paz social.
Esta fue la etapa de predominio del “Estilo Político Radical”, que se desarrollo entre 1912 y 1930. En que aparece el primer partido político con verdadero apoyo popular en la historia argentina; y el más antiguo del país: la “Unión Cívica Radical”.
Es también la época de predominio político de Hipólito Yrigoyen, “el hombre del misterio”, como denominara Manuel Gálvez. Un líder democrático, que cultivará un estilo de liderazgo permisivo y, por momentos, hasta caótico, pero no por ello menos efectivo. Yrigoyen moldeó la política argentina por casi cincuenta años –1880 / 1930- y fue arbitro absoluto de la misma desde su arribo al poder, en 1916, hasta su derrocamiento, en 1930, por el primer golpe de Estado militar exitoso desde la formación del Estado Argentino.
Etapa de Participación Tutelada (1930 – 1943)
El lapso comprendido entre los golpes de Estado de 1930 y 1943 constituye una larga década que los historiadores con simpatías radicales gustan denominar “La década infame”, como si fuera factible encontrar en la historia argentina una década más “infame” que otra. ¿Cuáles fueron más infames los años treinta con sus golpes de Estado, negociados y corrupción o los años setenta con sus golpes de Estado, su danza macabra de terrorismo y represión genocida? ¿Qué personaje histórico es más reprobable José F. Uriburu o José López Rega? Considerar a algunas décadas como “infames” y a otras como “ganadas” es realizar historiografía militantes y no científica.
Más allá de las denominaciones impactantes y las polémicas historiográficas –¿o políticas?-, cabe concluir que entre 1930 y 1943 se opera una suerte de “Restauración de los notables”, quienes afrontan los costos ya referidos en materia de legitimidad y paz social, implementaron un régimen conservador – oligárquico que solo se sustento en base al fraude electoral, la proscripción y el tácito consentimiento de las Fuerzas Armadas constituidas en el último respaldo del régimen.
Durante este breve periodo el control del Gobierno reposa, por primera vez, no en un partido hegemónico –como lo fueran el P.A.N. o la U.C.R. en los períodos anteriores- sino en una coalición de sectores oligárquicos: la “Concordancia” conformada por los restos fósiles provenientes del antiguo P.A.N. esta vez bajo la denominación de Partido Demócrata Nacional, elementos oligárquicos originariamente enrolados en el radicalismo y que con el correr del tiempo conformaron la U.C.R. Antipersonalista, a los que se sumaba el ala liberal conservadora del Partido Socialista bajo el título del Partido Socialista Independiente.
Una alianza política, como es lógico suponer, sólo podía ser conducida por otro líder formal, burocrático y autoritario que gobernaba sin apoyo popular: el General Agustín Pedro Justo, que como Roca reunía condiciones de miembro de la elite, caudillo militar y hábil político a la vez.
La Restauración de los Notables fue efímera porque, tal como afirmaba Bismarck: “las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas”. Pronto los militares dejaron de sostener un régimen oligárquico y antipopular que no satisfacía sus aspiraciones de transformación económica y política ni garantizaba una adecuada defensa nacional.
Etapa de Participación Masiva (1943 – 1989)
Esta etapa marca la directa irrupción de las masas populares en la vida nacional. Se inicia con el pleno desarrollo de la estructura sindical y la formación de una alianza de clases que une los intereses de los sectores obreros con los del empresariado industrial, merced a la existencia de un Estado dirigista e interventor que obra como arbitro en las relaciones entre ambos sectores.
Dicha alianza sólo fue posible por la convergencia de los siguientes factores:
Un incremento en la participación electoral, producto de la ampliación de los derechos electorales a la mujer y rol desempeñado por los nuevos medios de comunicación masivos –en especial la radio- en la difusión de las actividades políticas.
Entre los participantes figuran verdaderas masas urbano – populares; así numéricamente, por sus características de organización y por su concentración son “masas”, en mérito a su significación porcentual sobre los totales de la población, resultan poseedoras de un caudal electoral decisivo. Según algunos autores, ciertos rasgos psicológicos de estas masas –comprensibles por asociación con su origen migratorio provincial- son mayores determinantes de su captación por movimientos políticos populistas, nacionalistas y paternalistas.
El desarrollo de un partido político de masas, con cuadros provenientes de los sectores urbano – populares y un sistema de financiamientos claramente democrático. En la formación de este partido intervienen elementos pertenecientes a la clase política tradicional que aportan los conocimientos técnicos y la experiencia necesaria para alcanzar éxitos electorales de importancia y asegurar un eficaz desempeño de la acción de gobierno.
La aparición de un “modelo nacional” basado en la combinación de elementos populistas, desarrollistas e industrialistas.
Esta etapa política estará regida por el “Estilo Político Peronista”, que se desarrolla entre 1943 – 1955, 1973 – 1976 y 1989 – 1999. Allí la figura carismática de un líder: el General Juan Domingo Perón, quien controlará la política argentina por los siguientes treinta años hasta su muerte en 1974, alcanzará el raro privilegio de ser el único argentino electo a la presidencia en tres oportunidades. Perón creó el primer gran partido de masas de la historia argentina, conformando el sistema bipartidista que ha regido en la Argentina del siglo XX.
Etapa de Participación Total (2001 – 2015)
La participación debe considerarse total cuando la actividad política deja de ser esencialmente electoral y legislativa para trasladarse a las calles e incorporar en mayor o menor grado acciones violentas.
Esta modalidad de participación hace irrupción en Argentina en forma gradual a partir del estallido social en la localidad de Cutral-Co, en la provincia de Neuquén, en 1996. Fue el momento en que el vocabulario político incorporó el concepto de “piquetero” para designar a los activistas políticos que empleaban la interrupción del tráfico vehicular en las rutas nacionales y en los puentes internacionales como medio de participación política.
Los piqueteros retoman muchos de los elementos y prácticas de las luchas obreras de la décadas anteriores -el mismo término “piquete” fue tomado de los antiguos “piquetes de fábrica” que se organizaban en los accesos al lugar de trabajo al comenzar una huelga-. Pero esta prolongación metodológica no fue incorporada mecánicamente, sino transformándola bajo la condición de “sin trabajo”.
La lógica del obrero sindicalizado -dice Pilar Ferreyra- se basa en un tiempo y espacio dentro de su lugar de empleo. La lógica de los piqueteros es la del hombre y mujer desocupados que conservan la memoria de aquellos tiempos en que fueron trabajadores asalariados y hoy están empobrecidos debido a la falta de ingresos o la intermitente entrada y salida del mercado informal de trabajo. Sin fábricas ni oficinas y en situación de vulnerabilidad extrema, la calle se transforma en el espacio en el cual el “piquetero” se hace “visible” ante la opinión pública e interactúa con las autoridades. La clave del corte de ruta es la repercusión de una actividad política.
El corte de rutas y calles se convierte en la forma de participación de quienes no tienen más recursos que su capacidad de obstruir o interrumpir el normal desarrollo de las actividades sociales y económicas ocupando el espacio público con su presencia. En este sentido es patrimonio común de todos los pobladores excluidos de la actividad económica formal: obreros desocupados, jubilados, habitantes de barrios marginales, inmigrantes sin trabajo ni vivienda, etc.
El fenómeno de los piqueteros como forma de participación política se explica no sólo por el incremento de la desocupación y la marginalidad sino también por el incremento del clientelismo, por los errores de una política social basada en el asistencialismo a través de la distribución de “planes sociales” y “cajas del Plan Alimentario Nacional o bolsones de comida” y la “Asignación Universal por Hijo” que si bien atenúan los efectos más severos de la pobreza. No la solucionan y por el contrario la consolidan permitiendo su utilización política.
Podemos decir que los piqueteros y la protesta social endémica que vive el país, al menos desde diciembre de 2001, es en cierta medida una nueva forma de participación política más amplia e intensa que se ha consolidado como un “subproducto de la política criolla”, que ha terminado en muchos casos desbordando a sus creadores: los políticos kirchneristas.
Por último cabe mencionar, que otro elemento que en esta etapa expandió la participación tornándola total fue la incorporación a la actividad electoral a los extranjeros con residencia legal en el país para cargos municipales y provinciales, de las personas privadas de libertad a partir de un fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en 2002, la participación voluntaria de los jóvenes menores de 16 años a través de la Ley de Voto Joven – Ley 26.774, del 31/10/2012- y le voto de los argentinos residentes en el exterior (360.000 electores potenciales) facilitada por el Decreto 403/2017.
En esta etapa que transcurre desde el momento del derrocamiento del gobierno de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación que llevó a la presidencia al binomio Fernando De la Rúa – Carlos “Chacho” Álvarez, en diciembre de 2001, y el retorno del peronismo al poder a través de la presidencia de Eduardo Duhalde.
El sentimiento popular de repudio a la clase política que demandaba “Que se vayan todos” generó las condiciones para que antiguos miembros de la “Tendencia Revolucionaria” del peronismo en la década del setenta accediera al poder de la mano del matrimonio formado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner y su versión transversalista que incorporaba a algunas organizaciones sociales provenientes de la izquierda (Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el Centro de Estudios Sociales y Legales, la Agrupación H.I.J.O.S, etc.) en su “Frente para la Victoria”.
Una vez en el gobierno, el kirchnerismo fue abandonando el programa tradicional del peronismo y su alianza con la conducción sindical para establecer una relación clientelística con los sectores marginales mediante la ampliación del número de planes sociales, aumentando la distribución de alimentos, la “Asignación Universal por Hijo” y el otorgamiento de jubilaciones sin aportes a “amas de casa” y otros beneficiarios.
El liderazgo político se consolidó inicialmente en una diarquía gobernante formada por Néstor Carlos Kirchner y su esposa Cristina Fernández de Kirchner que compartían el gobierno y el poder transformándolo en la práctica en una parte de patrimonio conyugal.
A la muerte de Néstor Kirchner, 2010, la diarquía gobernante debe necesariamente reformularse y lo hace con el reemplazó del dirigente fallecido por su hijo Máximo Kirchner. En esta forma el liderazgo político que en el peronismo tradicional se trasmitía de Juan D. Perón a sus esposas (María Eva Duarte o María Estela Martínez Carta) con el kirchnerismo se hará extensiva a los hijos convirtiéndolo en una suerte de trasmisión dinástica similar al proceso político existente en Corea del Norte desde su creación como Estado al final de la Segunda Guerra Mundial.
EN SINTESIS
El propósito del presente trabajo será demostrar la validez del modelo propuesto: “El Estilo Político”, como categoría politológica aplicable al estudio del comportamiento de las fuerzas políticas argentinas, a través del análisis de esa actividad durante el período comprendido entre el comienzo del funcionamiento real de las instituciones previstas por la Constitución Nacional –1853-, recién con la llegada a la presidencia de Julio A. Roca, en 1880, y el final del segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner –2015-, es decir, durante un lapso aproximado de más de ciento treinta años.
Finalmente, se ruega no olvidar el carácter altamente conjetural de la mayor parte de las conclusiones formuladas en este trabajo. Dentro de cincuenta años, quizá, será posible describir el funcionamiento real de los estilos políticos. Por el momento, esta en la edad de las cosmogonías. Llegada a la madurez, la ciencia las juzga severamente, pero sin éstas no habría ciencia o su progreso sería lento