Una nueva invasión inglesa dominó por casi 36 horas una porción del territorio argentino correspondiente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con total impunidad por la colaboración de las autoridades del gobierno porteño.
El músico británico Paul McCartney el sábado 23 de marzo por la noche, en el predio de la cancha Nro. 1 del Campo Argentino de Polo, brindó un espectáculo musical ante gran cantidad de público, que abonó el alto precio de sus entradas.
Para llevar a cabo el evento, los organizadores, en absoluto misterio, lograron “levantar” la clausura del predio, que lo había sido, por superar los niveles de sonido admisibles en otro realizado el 9 de marzo. No sólo eso, sino que desde viernes 22 de marzo, lograron también que se redujera sensiblemente la circulación vehicular y peatonal en calles y avenidas adyacentes, cercanas al lugar, coartando así la posibilidad y libertad de circular libremente a los ciudadanos y vecinos, tal como nuestra Constitución Nacional, prescribe y tutela.
Consecuentemente se bloqueó y complicó el tránsito en la zona comprendida por las avenidas del Libertador, Dorrego y Cerviño, y calles aledañas; con el agravante que a unos 150 metros del Campo Argentino de Polo, funciona una importante clínica y maternidad, con el consiguiente inconveniente para acceder a pacientes de urgencias, ambulancias; así también los sufrientes internados por la contaminación ambiental debido, en principio a las bocinas de los automóviles, antes, durante y después de la función. Y el segundo motivo, el excesivo volumen del sonido del espectáculo que afectó abusivamente a las viviendas varias cuadras a la redonda.
También se colocaron vallas con planchas de madera que conformaban largos pasillos para la circulación e ingreso de los asistentes en las arterias mencionadas, que más allá de la decadente imagen de esos bretes, los mismos carecían de salidas de emergencias para una mínima seguridad que merecía el público.
La fantasmal Policía de la Ciudad (fantasmal porque se sabe que existe, pero nunca nadie los ve), obviamente, una vez más con firme coherencia, brilló por su ausencia. Salvo, recién su breve e ineficiente aparición, sobre la avenida del Libertador durante la presentación del artista el día 23, dejando dos patrulleros con las balizas encendidas para así, ingenuamente mostrar al mundo su presencia; el personal policial de los mismos, siempre atentos a sus celulares, o en otros momentos conversando animadamente con los agentes de tránsito (especialmente con los femeninos), olvidándose que estaban allí destacados para controlar y organizar los inconvenientes de tránsito mencionados. Inconvenientes que los automovilistas pudieron resolver por sí, gracias a la paciencia y vocación social de los maltratados moradores de ese barrio palermitano al igual que otros porteños.
Tal ausencia policial permitió, otra vez más, que otro emprendimiento privado también copara dispositivamente las calles de los alrededores para el negocio del estacionamiento en manos de los folclóricos e impunes “trapitos”. Como toda organización “espontánea” impone, los mencionados ocuparon disciplinadamente, desde horas tempranas y en número de dos o tres por cuadra (según los lugares a ofrecer), para ejecutar su negocio ilegal.
Realmente un simpático ejemplo de trabajo social. Especialmente para que ningún vecino burgués pueda negar que los trabajadores, aunque sean ilegales, comienzan a trabajar temprano. Calificaciones generalizadas y otorgadas a los vecinos por algunos en las redes sociales, con términos más soeces y que fueron publicadas en algunos matutinos.
Así entonces, así fue que durante casi más de 36 horas, el súbdito británico Sir Paul McCartney y sus vasallos comerciantes, dominaron esa porción el territorio capitalino con total impunidad, y lo más grave, con plena anuencia y tangible obsecuencia del Gobierno de la CABA a través de sus funcionarios.
Funcionarios que permitieron, una vez más, a organizadores y productores privados, hacer negocios de pingües ganancias en lugares inadecuados para mega eventos, sin importarle, y eludiendo la obligación de tutelar la calidad ambiental, la necesidad de paz y tranquilidad de los vecinos como declaman en las propagandas institucionales del gobierno porteño. Ese es su concepto de “una ciudad mejor”.
Pero en la práctica obvia, cabe aclarar que el gobierno sólo tiene en cuenta a los vecinos damnificados cuando les demanda ser buenos contribuyentes de las tasas e impuestos. Y sin tampoco importale si a veces, debe conculcar sus derechos constitucionales (del latín “pisotear”, etimología nunca tan apropiada), para hacer un evento como el que se ha descripto.
Asimismo vale recordar un detalle no menor que ayudará a entender el negocio de los eventos y espectáculos en el predio en cuestión. Porque el año pasado (2018), el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Defensa, y sin consultar a los mandos del Ejército Argentino, sibilinamente cedió a la Asociación Argentina de Polo (AAP), por varios años el usufructo de ambas canchas del Campo Hípico Militar (también sede del Comando de Remonta y Veterinaria). De ahí la explotación abusiva de la Cancha Nro. 1 con sus tribunas y espacios bajo las mismas, con todos los perjuicios a la zona que se han explicado. De ahí el desmedido uso y alquiler para espectáculos masivos, esencialmente antes de la llegada del invierno, por parte de los flamantes concesionarios; por lo tanto, no hay ningún secreto para entender el porqué de la cuestión.
Si, en cambio, parece que hay secreto en lo siguiente. Porque como detalle de sano interés ciudadano, puede aseverarse la gran dificultad de hallar documentación en los organismos que administran bienes del Estado, que respalde y transparente públicamente, dicha cesión de bienes a una entidad privada. Tampoco pudo saberse si la AAP paga o pagará un canon y de cuánto sería. El lector sacará sus conclusiones.
Consecuentemente con lo antedicho, y en honor al efímero Señor de Palermo, el inefable McCartney nunca más oportuno recordar “The Tragedie of Hamlet, Prince of Denmark", que en un trágico episodio de la obra de Shakespeare se originó la frase "algo huele mal en Dinamarca", con la que en la política se designan las cosas que no marchan bien en un país por causa de la corrupción.
Finalmente, lo antedicho hasta aquí pone en indiscutible evidencia, que la CABA continúa la lenta, pero constante marcha para convertirse en una “región sin ley”. Por la ausencia de poder efectivo de las autoridades, salvo para permitir negocios de mayores magnitudes, como el que nos ocupó.