Con la selección argentina fuera del mundial de futbol, el país vive un “final de fiesta” en que como canta Joan Manuel Serrat “vuelve el rico a sus riquezas y el pobre a sus miserias”.
Es decir, a preocuparse por un dólar a casi treinta pesos, que ha subido el 63% en los últimos seis meses consumiendo 14.000 millones de dólares de las menguadas reservas del país. La misma suma que otorgó el cuestionado FMI para el primer tramo del crédito puente.
El alza ininterrumpida del dólar está provocando ajustes en las tarifas de los servicios públicos y en particular en el precio de los combustibles.
Estas alzas sumadas a los nuevos costos laborales que implican el reacomodo de los convenios colectivos sujetos a paritarias. Los aumentos salariales seguramente pasaran de un 15 a un 25%.
El cóctel de ajustes impactará directamente sobre la inflación y el bolsillo de los consumidores.
El gobierno en un arranque de optimismo ha proyectado una inflación anual en torno al 30%, pero las estimaciones privadas sitúan la pauta ligeramente por encima del 40%.
Pero, como están las cosas nadie sabe con certeza cuál será ni el número final ni el porcentaje de arrastre inflacionario que llegará al 2019.
Mientras tanto el país ha entrado en recesión por quinta vez en los últimos diez años. La industria, en el último mes, cayó un 3,3% y las ventas en los supermercados 2,2%. Han comenzado los despidos de personal en las empresas privadas y en el Estado.
En la zona sur del Gran Buenos Aires, el Polo Obrero y otras organizaciones piqueteras han comenzado a exigir a las grandes cadenas de supermercados la entrega de alimentos. Es conocido que esta suele ser la metodología que precede a los saqueos.
En un arranque de optimismo esperamos que tanto lo que resta del clima futbolero como el inminente comienzo de las vacaciones de invierno nos permitan concluir en calma el mes de julio.
Pero luego vendrá agosto, el reinició de las clases, los paros docentes, etc. y no habrá atenuantes. El gobierno de Macri debe encontrar la forma de retomar la iniciativa y controlar las variables económicas: dólar, tarifas, inflación, dólar, etc.
No vamos a seguir por mucho tiempo bailando sobre la cubierta del Titanic.
En octubre de 2017, después del resultado de las elecciones, parecía que teníamos Macri para otros cuatro años, ahora, muchos están pensando, aunque teman decirlo si el presidente llegará a diciembre.
Nadie pretende ser golpista, mucho menos pedir que vuelva la troupe de delincuentes, “valijeros” y “coimeros” que se fueron, después de saquear al país, en diciembre de 2015.
Pero, así tampoco se puede seguir. La mitad de los argentinos votamos y apostamos por un cambio. Sin embargo, este no parece ser el cambio que votamos. Podemos hacer sacrificios, pero no suicidarnos.
Además, debemos admitir que la otra mitad de los argentinos o bien no voto por el cambio o no quería este tipo de cambio y su opinión también cuenta.
Aún hay tiempo para rectificaciones. El presidente Macri está en “cuartos de final” donde cada error puede sacarlo del juego.
Debe considerar que no esta sólo en el campo de juego y el otro equipo también juega. En su faz agonal, la política consiste en que la oposición aprovecha cualquier oportunidad para desplazar al oficialismo del gobierno y es legítimo que así lo haga. Que otra cosa fue sino lo que hizo en España el socialista Pedro Sánchez al jubilar a su amigo Mariano Rajoy.
Afortunadamente, la política también cuenta con una faz arquitectónica destinada a construir consensos. Quizá sea el momento oportuno para consensuar un “cambio” que contemple las necesidades de todos los argentinos y no sólo de un sector.
Ha llegado la ocasión para que Macri demuestre si es el Director Técnico que muchos votamos porque este partido lo podemos perder por goleada todos los argentinos. ¿O será cierta esa maldición de que a nuestro país sólo lo pueden gobernar con estabilidad los peronistas?