El Monopoly es el juego de mesa más famoso del mundo; con múltiples versiones y diseños según países y épocas. La infancia de muchos está señalada por partidas interminables con amigos y familiares. El objetivo es conocido por todos… el ganador se queda con todo.
España y Catalunya llevan tiempo jugando en versión on-line. El problema es que, en un rasgo más de locura patriótica, algunos combinan el juego con el parchís pretendiendo comer las fichas de los otros colores y contarse 20. ¡Demasiada hambre de poder!
El nuevo Presidente Catalán tanto por lo que dice, dijo y dicen de él, nos lleva de nuevo, indefectiblemente, a la misma casilla de salida. Si es así, nadie cobrará el premio por pasar por ella. Ahora bien, llega el minuto de dejar de permanecer en la sinrazón y encontrar, por fin, soluciones. Eso depende de todos.
En principio, parece que Quim Torra pretende perseverar en los errores ya cometidos por su antecesor, convertirse en su vicario sin derecho a despacho. Así las cosas, el problema no dejará de caminar hacia un destino cada vez más sombrío para todos, en España y en Cataluña. La cuestión es putrefacta y cansina. Hay que apelar, a pesar de las referencias conocidas, a su conciencia, inteligencia, incluso al humanismo cristiano que exhibe el nuevo President.
Esperar que sea consciente que la vía independentista ha sido frustrada por el 155. Que el precepto constitucional permanece en el ordenamiento en caso de querer volver a las andadas. Piense, ahora que tiene las más altas responsabilidades políticas en Cataluña, que la vía independentista supone, no sólo vulnerar la legalidad, sino ignorar la voluntad de la mitad de la sociedad catalana y que la división, si se aviva, termina siendo enfrentamiento. Si la Generalidad, como institución representativa del autogobierno catalán, entra en bucle en la casilla de salida, terminará por ser inútil y prescindible. Fomentando el radicalismo antisistema, que un burgués acomodado como él, no es pensable que idealice y dando cobertura a un anti-autonomismo latente.
Por el contrario, si es capaz de hacer uso de la inteligencia, que todo humano tiene, una vez destilada la verborrea, debería hacer que la realidad catalana regrese a la política. Ello, sin duda, dejaría al margen el uso de las reglas de resolución de conflictos como el 155 y la vía judicial. Eso sería inteligente. Comenzar a gobernar la cotidianidad de las cosas del comer, sentándose con el presidente del Gobierno y con el resto de las fuerzas políticas, todas ellas legitimadas por el pueblo catalán, iniciando un proceso de diálogo sincero y realista de cómo llegar a restablecer la institucionalidad y la gobernabilidad de los asuntos públicos.
Reiterar en el desafuero es un error; una falta de conocimiento reflexivo de a qué punto han llegado las cosas, una constatación de que no se ha aprendido, entendido, ni razonado cual es la realidad en la que está viviendo la sociedad catalana y el daño que se está causando a la misma y a la española. Demostrando que, hasta ahora, no se han tomado decisiones sensatas, buscando avanzar solventado y no retroceder empeorando. En definitiva, sería un sin dios carente de todo, una apostasía para un ultra religioso.
Por ello, habría que tirar los dados pensando en lo racional. La aceptación del orden constitucional y el dialogo para el regreso al sistema democrático es la vía más rápida para posibilitar la excarcelación de sus compañeros y su regreso al Parlament. Todos conocen, Europa incluida, lo que la partida jugada da de sí, por ello merece ahora iniciar una nueva, cumpliendo las reglas marcadas. Políticamente el juego de querer comerse todas las fichas como está intentando hacer con actitud torera Alberto Rivera (¿Riverita?) es lo que menos ayuda a encauzar. Rivera creerá inocuo iniciar su narración en la socialdemocracia, pasar al liberalismo y terminar recalando, pues ello cree le da un plus en su aparente imparable carrera al triunfo absoluto, en una dialéctica joseantoniana new wave, pero no lo es. El fundamentalismo dialectico en poco ayuda y es peligroso.
La Cuestión Catalana necesita soluciones, no arrimar ascuas a las sardinas demoscópicas. No es sólo eso que se llama visión de Estado, es responsabilidad. El separatismo catalán ha demostrado que no quiere pasar de nuevo por las urnas, volviendo a medir la fortaleza del unilateralismo, por ello ha optado por un presidente situado en el más rancio “agitprop”. Esperemos que sea un dato de aceptación bronca de la realidad. Era necesario un Gobierno en Cataluña ahora, aunque no nos guste, lo hay y desde la fortaleza del Estado es obligado intentar volver a tejer. No es fácil, pero es obligado. Dejando atrás, si así ellos lo quieren, a los cortoplacistas que tan sólo pretenden fundamentar en el problema su crecimiento electoral. Esa no sólo es vieja política, es mala política.