POR ÁLVARO FRUTOS · 18 ABRIL, 2018
Ha habido múltiples comparaciones de Mariano Rajoy con Chauncey Gardiner, alias Míster Chance, personaje protagonista de la última película de Peter Sellers (Bienvenido Mr. Chance), en la que los dirigentes del Partido Conservador norteamericano ven, en este jardinero, el ideal para candidato a la presidencia por la simplicidad de sus expresiones, basadas en los anuncios de televisión, único punto de conexión con la vida real que este absurdo tipo, salido de la nada, tiene.
Ahora bien, ha llegado el momento de que los demás dejemos de ser absurdos y de reírnos de las jocosas ocurrencias de nuestro Presidente pensando, quizás, que lo mejor es que nos gobierne un tonto y laso antes que alguien que tenga ideas propias. Rajoy ha terminado siendo un personaje más listo de lo que nos creemos y un avezado alumno del cinismo filosófico que se fundamenta en la creencia de que la sinceridad humana no existe, por ende la bondad. Nada es verdad y los principios son falaces; así, la ironía, el sarcasmo y la burla son las mejores pautas de comportamiento para quien dirige la sociedad.
El cinismo político ha sido la pauta de actuación de Rajoy y con él de todos aquellos que le rodean y ensalzan. Lo peor para los demás es que esta forma de pensamiento y acción ha encontrado un caldo de cultivo frondoso en una sociedad perdida.
Rajoy llegó al Gobierno burlándose, desde la oposición, de las actuaciones del gobierno para salir de la crisis económica. En ningún momento tuvo el más mínimo interés en apoyar al anterior partido gobernante y colaborar en la salida de la crisis. Distinto es el respaldo que ahora solicita para sus presupuestos. Construye su discurso en lo fatal que lo hacen los otros gobernantes y esa es cantinela constante; acomete la gestión de la crisis de la manera más simple: que los más débiles paguen las consecuencias; fundamenta sus logros en una descarada utilización de datos, dándole lo mismo lo que diga la sociedad insignificante, que en las calles manifestará su malestar con demandas sanitarias, pensiones, educativas…; dejó crecer el populismo para luego decir que él era el único capaz de combatirlo; su desinterés hizo que estallara el problema catalán con su mayor acritud y virulencia, sin levantar un dedo para impedirlo, y ahora espera que los jueces o la Guardia Civil le resuelvan el problema, aunque sea a costa de profundizar en la crisis política y alejándose cada vez más las posibilidades de solución.
De todo, lo peor es que ha propiciado la degeneración del sistema democrático, dudo, cada vez más, que crea en él, solo en su formalidad. ¡Ello le va bien mientras siga gobernando! Ha ido por múltiples acciones, y todas las omisiones pensables, dejando hacer creer que toda la sociedad está igualmente podrida y ante este hecho, él es el mejor garante de tranquilidad y aparente felicidad. Recuerden las broncas a aquellos que se han atrevido a criticar, lo que fuera, tildándoles de agoreros y antipatriotas. Dejémonos de tonterías, los casos de corrupción que le han rodeado hubieran hecho dimitir a cualquier dirigente político mundial, varias veces. Él responde con ironía y sarcasmo.
Oírle decir ante todos: “Consejos vendo que para mí no tengo”, es el colmo del cinismo político. Intentar utilizar a los medios afines (afinidad no gratuita) para rebuscar en la vida de los oponentes y no resolver los problemas institucionales creados por el uso deliberado y consciente de la mentira, trasladando la carga del hecho felón a los demás. Es una forma que utiliza de manera reiterada para exculpar la responsabilidad propia. Es ya cansino, cuando la realidad nos descubre otra cosa, hacer creer a una sociedad compleja y desmotivada que la mentira está en los otros, más aún forzar a otros a mentir por ti y falsificar documentos para cubrir la incredibilidad de unas explicaciones hechas sin pruebas de convicción, con arrogancia y prepotencia. Es una vieja y eterna cuestión, el gobierno es el único que tiene derecho a marcar con su sello las mentiras políticas.
La seudología (o mentira patológica) política es consustancial al cinismo político y ambos son claramente la marca de identidad del Presidente del Gobierno y de su alumna, matriculada o no, Cifuentes. Convertir su falta de escrúpulos en problema del otro es inmoral. No es nuevo, ni inocuo. Salvando las distancias de tiempo y consecuencias, Göering no dudó en incendiar el Reichstag y culpabilizar de ello a los comunistas para fundamentar su ilegalización y la suspensión de derechos fundamentales.
Las declaraciones y actitud de Rajoy sobre “la trama Cifuentes”, y los propios hechos conocidos, son una clara llamada de atención de que estamos ante una situación de emergencia democrática. Da lo mismo que todo esto lleve a hundir electoralmente al PP. Es irrelevante que ya tengamos callo de que siempre, ante cualquier hecho, los malos sean los que lo denuncian. Es absurdo que intenten crear miedo a la ciudadanía con el “que vienen, que vienen”; llueve sobre mojado “el todos son iguales”.
No hay capacidad patria para más cinismo, más sarcasmos, más burla a una sociedad. Es el momento, como ciudadanos, de dejar de estar impasibles, pues lo que pasa está pasando.