Jair Bonsonaro, un ex capitán de paracaidistas de 62 años es diputado federal desde 1991. Después de ganar siete elecciones consecutivas como diputado, sumando veinticinco años como legislador, período en que presentó pocos proyectos de ley y no logró que fuera aprobado ninguno, ahora se presenta como candidato presidencial con grandes posibilidades de triunfar, si finalmente Luis Inacio “Lula” da Silva termina siendo inhabilitado y obligado a cumplir una condena de siete años de cárcel que tiene pendiente.
Bonsonaro carece de un programa político, pero en sus frecuentes presentaciones públicas, en entrevistas periodísticas, o en sus intervenciones a través de las redes sociales no duda en mostrarse como un nacionalista xenófobo y autoritario, un racista homofóbico, misógino y partidario de la mano dura contra el delito.
Jair Bonsonaro parece odiar y despreciar a todo el mundo: a los izquierdistas, a los gay y lesbianas, a los inmigrantes, a los negros, a los indígenas, al Movimiento de Campesinos Sin Tierra, etc.
Se propone terminar con la delincuencia distribuyendo un arma en cada casa del Brasil, imponiendo la pena de muerte, reduciendo la edad de imputabilidad y hasta aplicando la tortura para hacer confesar a los presuntos criminales.
Por muy bizarro que parezca este discurso político ha calado profundamente en la baja clase media muy afectada por la delincuencia y de ideas ultraconservadoras.
No es extraño que Bonsonaro, después de migrar por varios partidos políticos brasileños, haya recalado en el Partido Social Cristiano dirigido por pastores evangélicos.
Si bien, Bonsonaro hoy carece de una estructura partidaria a nivel nacional para impulsar su candidatura, no debe menospreciarse el poder de las iglesias evangélicas para orientar el voto de sus feligreses.
También es muy probable que, si Bonsonaro finalmente se perfila como un candidato con reales posibilidades de triunfar en las elecciones presidenciales de 2018, algunos políticos brasileños comenzaran a rodearlo y a apoyar sus aspiraciones.
El fenómeno Bonsonaro lleva a los politólogos a interrogarse acerca de los factores que hacen que en los últimos tiempos adquieran protagonismo expresiones políticas de este tipo.
Resulta evidente que las crisis económicas o los mega escándalos de corrupción, como el “Mani Pulite” en Italia, en “Lava Jato” en Brasil o el “caso Odebrecht” en diversos países latinoamericanos suelen llevar a renovaciones sustanciales dentro de la clase política de los países que los padecen.
Estos suelen ser los escenarios políticos ideales para que afloren nuevos actores políticos, en muchos casos con un provocador discurso marcadamente antisistema e incluso políticamente incorrecto.
Suele tratarse de outsiders con capacidad para desarrollar una nueva forma de hacer política.
En muchos casos consiste en políticos hasta entonces marginales o de figuras populares en otros ámbitos, personas exitosas en el deporte, el espectáculo o el mundo de los negocios.
Estos personajes suelen aprovechar su celebridad y la imagen de éxito que proyectan para abrirse camino en el campo político.
Quizás el precursor de este tipo de políticos fue el ingeniero peruano Alberto Fujimori. Recordemos que en sus comienzos era tan solo rector de la Universidad Nacional Agraria y luego, Presidente de la Asamblea Nacional de Rectores, que hacía campaña recorriendo el país en un tractor.
Este insólito candidato logró ingresar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del Perú, en 1990, con tan sólo el 20% de los votos, para finalmente derrotar al escritor Mario Vargas Llosa hasta entonces el triunfador de la primera ronda y favorito en las encuestas.
Luego vendrían otros candidatos similares. El empresario tabacalero Horacio Carles en Paraguay, el también empresario Pedro Pablo Kuczynski en Perú y hasta Lenin Moreno en Ecuador, otro empresario devenido en presidente.
Tampoco faltaron otros empresarios que primero buscaron popularidad a través de los medios de comunicación, los realities televisivos y el mundo del deporte. En esta lista se sitúan Silvio Berlusconi, Donald Trump y Mauricio Macri.
Estos “neopolíticos” que terminan triunfando sobre los políticos profesionales de corte tradicional suelen ser hombres carismáticos, que dominan las técnicas de la comunicación televisiva, saben cómo conducirse frente a una cámara o en una entrevista periodística, comprenden la importancia de las redes sociales y saben como aprovecharlas.
Son hábiles para organizar equipos y administrar organizaciones, pero suelen carecer de preparación política.
La clave de su éxito suele radicar en que son diferentes de los políticos que están.
Suelen carecer de una clara orientación ideológica. Intuitivos y pragmáticos suelen despreciar los planteos ideológicos o programáticos. Se manejan en función de estrictos cálculos de costo – beneficio. No se aferran a ideas, a planes preestablecidos o personas.
Si deben retroceder, cambiar de idea o desprenderse en un estrecho y fiel colaborador que está siendo cuestionado por la opinión pública no dudan un instante en hacerlo.
No son ni buenos, ni malos, son los estadistas que las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información y la imagen del siglo XXI han generado.