Negociar, dialogar, hablar, es el “huaca” donde parece que todos debemos encaminarnos en este momento. Fui alumno de los profesores Fisher y Ury, directores del Harvard Negotiation Project, en sus magistrales lecciones explicando su método de negociación lo iniciaban con unos rotundos presupuestos de partida: “Lo que se puede hacer simple no puede convertirse en complejo”, “no irse por las ramas” y tres, “si uno quiere realmente negociar no puede utilizar la dilación para engañar a la otra parte”. El modelo lo denominaron: “negociación basada en principios” al considerarlos imprescindibles para negociar de manera positiva. Una negociación no es un juego de tahúres o ventajistas. Es la búsqueda honesta de un proceso de entendimiento, es una palabra de un alto valor con la que no se juega.
Primer problema. En todo proceso de negociación hay que distinguir nítidamente dos partes. El gobierno “en defensa del orden constitucional”, cuenta inequívocamente con el PSOE y ha aceptado para ello abrir la mesa parlamentaria de reforma constitucional. Por tanto se ofrece una parte con capacidad y voluntad negociadora. Llegando incluso a la reforma constitucional. Hay parte y hay oferta.
El nacionalismo está proyectando dos, sino más, modelos ideales que parecen bastante antagónicos de lo que quieren para Cataluña. Lo único que parece claro, más que su voluntad de negociar, es en “europeizar el conflicto” para que un tercero medie en la solución como si de un conflicto internacional se tratase, quieren apelar a la doctrina ONU sobre mediación de conflictos[1]. Impensable cuando se trata de un problema entre el gobierno de un estado democrático y una institución que también es estado y que por tanto se rige por las normas del derecho constitucional interno. En consecuencia si hay voluntad se podrán negociarse desde ya acciones políticas, económicas o jurídicas para llegar a un acuerdo sin innecesarias mediaciones.
Dicho esto debemos decir que el gobierno y el parlamento catalán perdieron toda su legitimación negociadora ninguneando a las fuerzas políticas de oposición en las sesiones del seis y siete del pasado septiembre. La petición de negociación de Puigdemont, en su oferta negociadora del 10 de octubre, esta al igual que su “siquenoque” declaración de independencia llena de ambigüedades y falsas manifestaciones de voluntad. Para pensar en una negociación es imprescindible la legitimación plena de ambas partes y la voluntad de ambas de encontrar una solución acordada.
Negociación es interacción, es lograr enfocar el problema sin perder en cuenta las percepciones emociones y compartir finalmente cómo se va contando lo que va sucediendo en el transito negociador. No es imprescindible coincidir en valores, ni en intereses claro está, pero si saber cifrar con nitidez que es lo que de cada parte espera. Lo grave es cuando, como sucede con el nacionalismo catalán, esos valores han permitido construir un ideario monolítico que llegan a anular los intereses que se dicen defender. El nacionalismo en este momento ha conseguido que toda voz que se escuche se convierta en un eco invertido: “opción independencia versus opción unidad”. Y de ahí al eternidad. ¿Es una estrategia o un fin en sí mismo?
Además si el nacionalismo albergase el objetivo de negociar y volver al orden constitucional con una posición reforzada, no hubiera sido tan alegre al sacar a los suyos constantemente a la calle con: “independencia o nada”. Lo que tenía como un elemento positivo se le va volver en contra. Ahora en la calle están todos, se ha perdido el miedo y ya no vale como baza negociadora, salvo que se utilice de forma violenta. Eso ya es otro cantar.
Negociar es generar un territorio para fomentar la confianza y la comprensión con la otra parte, establecer una relación positiva para llegar a un final ventajoso. Hasta ahora, por el contrario se ha subido alegra mente los escalones de tensión eso evidencia que hasta este momento no se ha pensado seriamente en una posible negociación. La relación entre las partes se ha enredado con el problema y ya es complejo saber si discutimos de las personas o del problema. Y eso puede predicarse de ambos bloques.
El gobierno de la Nación tiene margen para corregir los errores cometidos. El gravísimo error primigenio de haber despreciado la situación que en Cataluña tras la sentencia del Estatuto y el no haberse percatado como partido político (PP) que los golpes de pecho de nacionalismo español tenían redito electoral en otros lugares de España pero se convertía en bomba de relojería en Cataluña.
En segundo lugar, cuando el conflicto ha ido a más la única palabra que se oía del liderazgo de Rajoy era “Unidad”, cuando realmente un dirigente debe cuidarse mucho de avivar conflictos identitarios. Lo realmente grave es que el nacionalismo lo que está queriendo romper es el orden constitucional, que es lo que nos une. Se ríen de la Carta Magna de los españoles, que buena o mala, reformable y mejorable sin duda, es de todos y se cambia sólo conforma a la ley. El incumplimiento de la ley no te hace independiente, te hace delincuente. Ser separatista no.
Y más recientemente, el Gobierno debió dejar bien claro ante el envite secesionista cuál era su hoja de ruta jurídico-política, mucho antes del referéndum desde el mismo día de su convocatoria. En esta, el artículo 155 de la Constitución Española era y es la esencia, por eso está en la C.E. Hemos dejado que la ignorancia opinadora que nos rodean hiciera sus lecturas, a favor y en contra, y con ellas pusieran a los carros de combate por la Diagonal. El citado precepto es un instrumento jurídico político de claridad meridiana, para nada significa la suspensión del autogobierno catalán sino la actuación ante incumplimientos constitucionales adoptando medidas que pueden ser revisables por los tribunales. No haber mantenido la “dialéctica jurídica” como principio donde la controversia había de dirimirse (el Derecho es esencialmente un procedimiento ordenado de resolución de conflictos) va a tener coste para todos y será un escollo para un acuerdo pues parece que el cumplimiento del Derecho ha quedado al libre albedrío.
Negociación y comunicación van unidas de la mano. La comunicación se ha utilizado, hasta el momento, penosamente, en defensa del orden constitucional. En lo grave: se ha aireando al mundo que ha habido 900 heridos por “represión policial” y no se ha reaccionado ante las cancillerías de manera inmediata negando la mayor, y en lo más anecdótico: Llevar a la policía en el barco de “Piolín” no tiene por dónde cogerlo. La comunicación en el nacionalismo catalán secesionista ha estado manejada de formas muy alejadas de la democracia y el pluralismo. Ha mentido descaradamente en las causas y las consecuencias de la separación. Ahora de cara a lo que nos ocupa hay que preguntarse si los datos que pongan sobre la mesa serán los reales o los comunicados. Hemos asistido a la teatralización de un conflicto en lugar de transmitir informaciones veraces que pudieran llevar seriamente la atención sobre el malestar sentido por dos millones de ciudadanos. Proyectar una imagen de pueblo oprimido, ocupado y vejado no tiene una fácil reconstrucción para ahora sentarse en una mesa para negociar intereses y agravios tangibles políticos o económicos.
Cualquiera que haya trabajado sobre situaciones de conflicto o procesos de negociación podría concluir que en esta coctelera hay de todo menos elementos para negociar. Al Estado le ha costado tiempo encontrar su lugar pero ahora lo tiene: Vuelta a la constitucionalidad y posibilidad de reforma constitucional sin condiciones. La propuesta del Gobierno y del PSOE ofrece un campo de juego. Pero en el otro lado, siguen jugando a la “sogatira” con España, con la ley, con el mundo (pretenden) y lo peor, entre ellos mismos. Tirar de la cuerda de tantos sitios ya se sabe lo que pasa.
Solución, llamar al electorado catalán a que se pronuncie para ver cuál es su decisión tras los sucesos de las últimas semanas y ver qué es lo que quiere. El resto de España ya lo hará después. Solo así se podrá negociar ya veremos con quien.