FALTA DE CREATIVIDAD Y CAMPAÑA SUCIA
Ayer comenzó oficialmente la campaña electoral para la renovación parcial de los cuerpos legislativos (nacionales, provinciales y municipales) en Argentina.
Todas las evidencias indican que será una campaña por demás aburrida y opaca, donde los candidatos no exhibieran propuestas nuevas, planes de gobierno, ideas para un país mejor o demasiada creatividad.
Hasta el momento, los hechos indican que se tratará de una campaña sucia, plagada de acusaciones y de incidentes más o menos violentos.
El gobierno moverá todos sus recursos para recordarles a los votantes los peores hechos de corrupción ocurridos durante los años de kirchnerismo.
No importará tanto la concreción de condenas efectivas contra los responsables de esos hechos como el aprovechamiento mediático de los escándalos de corrupción.
La oposición kirchnerista, por su parte, apelará a su control de la calle para multiplicar la imagen de conflictividad social y rechazo al gobierno.
En especial, incrementarán las marchas de protesta en el centro de la ciudad de Buenos Aires fogueando a los docentes y potenciando cualquier conflicto laboral o salarial que surja.
También recurrirán con frecuencia al escrache sistemático para impedir u hostigar cualquier presentación pública, acto callejero o simple caminata y “timbreo” llevado a cabo por funcionarios gubernamentales o candidatos del oficialismo.
LA FRANQUICIA DE DURÁN BARBA
Es sorprendente la falta de creatividad y hasta de poder de análisis que exhibe la clase política argentina en estas elecciones.
Nadie sabe con certeza si Mauricio Macri triunfo en las elecciones de 2015 gracias a los consejos del consultor Jaime Durán Barba o pese a los consejos del ecuatoriano.
Tampoco se sabe con precisión si Macri ganó o fue Cristina Fernández de Kirchner quien hizo todo lo necesario para perder las elecciones.
¿María Eugenia Vidal habría ganado la gobernación de la estratégica provincia de Buenos Aires si el candidato del Frente para la Victoria, hubiera sido otro dirigente peronista (Florencio Randazzo u Julián Domínguez) en lugar de una figura con alta exposición y fuerte imagen negativa como lo era el entonces jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sobre el cual pesaban incluso serias sospechas de colusión con el narcotráfico y el crimen organizado?
Lo mismo puede decirse de la presencia en el binomio presidencial del entonces oficialismo secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zanini.
Tampoco ha sido correctamente dimensionado el impacto electoral algunas medidas impopulares adoptadas por el anterior gobierno. Como las retenciones impositivas al agro, el cepo cambiario, las restricciones a las importaciones, la inflación incontrolable, los largos monólogos de Cristina Fernández, cargados de soberbia e ironía, por las cadenas nacionales. Y, especialmente, el cansancio moral de la sociedad tras ver las mismas caras durante doce años en un país estancado y en decadencia.
Nada de todo esto ha sido debidamente ponderado para determinar las causas del triunfo de Cambiemos.
Sin embargo, los actos de comienzos de campaña de los distintos nucleamientos opositores abandonaron sus liturgias habituales y sus técnicas de proselitismo político para incorporar mucho de la estética, la coreografía y hasta el mercadeo empleado por Cambiemos a sugerencia de Durán Barba.
Cristina Fernández parece haber aprendido algo de sus errores de 2015. En esta ocasión ocultó las caras que la sociedad más repudia del kirchnerismo: los muchachos de La Cámpora para la liberación nacional, el piquetero y lobista de Irán, Luis D´Elia, el patotero Guillermo Moreno, la verborrágica y exaltada Hebe de Bonafini, Amado Boudou, Carlos Zanini y muchos otros impresentables “pintavotos”, como diría el General.
Cristina también abandonó el gesto soberbio y desafiante de los tiempos en que iba por todo, para adoptar el hábito modesto y el tono de un pastor evangelista, humilde y conciliador.
Habrá que esperar hasta el mes de octubre para saber si el pueblo argentino es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.
También el tándem formado por Sergio Massa y Margarita Stolbizer y el desangelado Florencio Randazzo han copiado parte de la estética exhibida, en 2015, por Cambiemos.
Solo les faltan los globos amarillos para intentar romper una polarización que amenaza con dejarlos al margen de la competencia electoral.
GUERRA DE ENCUESTAS
Un párrafo aparte merece el descarado empleo de supuestos sondeos electorales para orientar las preferencias de los votantes.
Comencemos por recordar que, en 2015, todas las encuestas difundidas -no sabemos de otras que los candidatos pueden haber encargado y que se cuidaron de no revelar por que los perjudicaban- resultaron erradas.
Estas encuestas daban ganador a Daniel Scioli en primera vuelta y a Aníbal Fernández triunfando como gobernador. Hasta las estimaciones de bocas de urnas, del día de los comicios, favorecían marcadamente a Scioli y al Frente para la Victoria hasta que se conocieron reales.
Algo similar ocurrió en los Estados Unidos en las presidenciales de 2016, cuando la mayoría de los encuestadores daban por triunfadora a Hilary Clinton y en el Reino Unido durante la votación del Brexit, en 2015.
Las encuestas que se están difundiendo en Argentina están realizadas sobre un muy reducido número de casos, empleando muestras que no son representativas del universo que pretenden relevar, su metodología y la idoneidad de los encuestadores tampoco está debidamente constatada como para que pueda otorgarse algún grado de confiabilidad a sus resultados.
Un análisis a parte debería hacerse sobre la tendencia de los encuestados a contestar con la verdad acerca de cuál es su real intención de voto.
¿Por qué se difunden estas encuestas si se sabe que no son confiables?
Porque en un país donde una parte relevante del electorado vota para impedir el triunfo de un candidato que detesta, más que para posibilitar la victoria de candidato que apoya; anunciar que alguien tiene más o menos intención de voto genera polarización en el electorado, lleva a los votantes a abandonar a los candidatos meramente “testimoniales” y les resta apoyo a los candidatos situados en tercer y cuarto lugar.
Esto convierte a la difusión de encuestas en un elemento de propaganda e impide que las mismas sean tomadas con seriedad por los analistas políticos.
Podemos decir que en Argentina las encuestas preelectorales son tan poco confiables como los pronósticos meteorológicos o las estimaciones oficiales de inflación.
En síntesis, el pronóstico es: elecciones aburridas con una estética poco creíble. Campaña sucia y ausencia total de debate de ideas o presentación de proyectos. No sea que al electorado lo espante la falta de creatividad o lo que pretenden hacer los futuros legisladores.