El problema de la inmigración irregular se ha convertido en “el tema” en toda Europa. Ya no es solo un debate político, sino que ha calado profundamente en la ciudadanía, como demuestra el último estudio del CIS. Los españoles lo perciben como el principal problema.
Tanto la derecha como la izquierda han caído en su propia trampa de frivolización, transformando su manido relato en un intercambio de propuestas simplistas. Esto ha derivado en un discurso polarizado y, casi siempre, falto de rigor.
Aclarando mitos
Mientras las redes sociales y los medios de comunicación muestran una Europa idealizada, con promesas de una vida mejor, los jóvenes en países en vías de desarrollo, especialmente en África y Oriente Medio, ven en la emigración la única oportunidad no solo para escapar de la pobreza y la violencia, sino también de la falta de oportunidades que sus tierras les ofrecen. Este es, sin duda, el verdadero “efecto llamada”, lo que impulsa a muchos a arriesgar sus vidas para cruzar el Mediterráneo o las frías aguas atlánticas.
La frivolización del problema.
Uno de los principales problemas en el debate político es la falta de propuestas serias y fundamentadas; ni las políticas de Meloni ni las de los griegos parecen ser soluciones efectivas, y la inmigración circular tampoco. La derecha suele centrarse en medidas de control fronterizo más estrictas, deportaciones masivas y la construcción de barreras físicas, todas probadas en los últimos años. Estas medidas adquieren popularidad entre quienes no comprenden el fenómeno como un aspecto consustancial a la historia de la humanidad, ni lo que implica vivir en la permanente carencia. A estos sectores de la población es imposible explicarles las causas profundas de la inmigración. Nunca fueron pobres ni piensan serlo; los conflictos armados les quedan lejos y creen que, si otros viven bajo dictaduras, es porque se lo merecen. En cambio, resulta sencillo contribuir a la criminalización de los inmigrantes con la información recibida en “X”, donde la clase política dice las cosas importantes. Alimentar la percepción de que son una amenaza y exacerbar la xenofobia es echar gasolina a un gran problema sin hacer nada por resolver lo que realmente lo causa.
Por otro lado, la izquierda tiende a adoptar una postura “más humanitaria” en su discurso, abogando por políticas de fronteras abiertas unos días, o por la regularización masiva de inmigrantes. Otros días hablan de regular y ordenar el proceso, estableciendo los flujos de entrada y salida según necesidades laborales. Como si por decirlo, o escribirlo en el BOE, se lograra. Desde un pensamiento de izquierdas, está fuera de toda duda que es importante garantizar los derechos humanos de los inmigrantes y ofrecerles un trato digno. Sin embargo, la falta de una estrategia sostenible para integrar a grandes cantidades de inmigrantes en las economías y sociedades europeas genera, cada día más, tensiones sociales y económicas. La integración efectiva requiere políticas de empleo, educación y vivienda que vayan más allá de la mera regularización de su estatus legal, algo muy complejo cuando también es difícil satisfacer las necesidades de los que ya están. Las políticas no solo se anuncian; hay que gestionarlas.
Ambas posturas tienden a simplificar un problema extremadamente complejo y a convertirlo en un mero frente de batalla en busca de rédito electoral. La inmigración irregular no es solo una cuestión de control fronterizo o derechos humanos, sino que también, y fundamentalmente, está intrínsecamente ligada al desarrollo económico y social de los países de origen, donde la corrupción política y la expoliación de recursos por parte de las multinacionales son el pan de cada día.
La juventud y el “efecto llamada”.
La falta de expectativas para la juventud en sus países de origen es uno de los factores más relevantes que impulsan la inmigración. La globalización y la expansión de las redes sociales han permitido que los jóvenes en África, América y otras regiones subdesarrolladas vean constantemente imágenes de una vida en Europa “de brillantina”. El acceso a las redes sociales, la televisión y otros medios de comunicación occidentales crea una percepción de que Europa es una tierra de fáciles oportunidades y éxito, donde cualquiera puede prosperar con menos esfuerzo que el que exige, en sus países de origen, a veces la mera supervivencia. Esta idealización, sin embargo, ignora las dificultades reales que los inmigrantes suelen enfrentar una vez que llegan a Europa, incluyendo la discriminación, la falta de empleo de calidad y las barreras culturales.
El “efecto llamada” no solo está impulsado por la percepción de una vida mejor en Europa, sino también por las fallas de los gobiernos en los países de origen. En muchas de estas regiones, la educación es deficiente, el desempleo juvenil es alarmantemente alto, y los sistemas políticos y económicos son corruptos y disfuncionales. Sin oportunidades en casa, la migración se convierte en una opción atractiva, por mucho que implique peligros significativos.
Políticas europeas frente a la inmigración.
La Unión Europea (UE) ha intentado abordar el problema de la inmigración irregular mediante una combinación de medidas de control fronterizo, acuerdos bilaterales con países de origen y tránsito, y planes de desarrollo económico. El Pacto Europeo sobre Migración y Asilo (mayo de 2024) es uno de los más recientes intentos de la UE para crear un enfoque más coordinado y equitativo hacia la inmigración, aunque ha sido criticado, acertadamente, por su énfasis en la externalización de las fronteras y la falta de mecanismos de solidaridad entre los Estados miembros.
Uno de los pilares de la política migratoria europea ha sido la colaboración con países del norte de África y Oriente Medio para frenar los flujos migratorios antes de que lleguen a las costas europeas. A través de acuerdos como los firmados con Turquía o Libia, la UE ha intentado externalizar el control migratorio, algo que ha generado controversia por las condiciones de derechos humanos en estos países y ha mostrado resultados muy pobres.
Además, la UE ha impulsado varios programas de desarrollo económico en África y otras regiones para abordar las causas profundas de la migración. Programas como el Fondo Fiduciario para África (2019) buscan mejorar las condiciones de vida en los países de origen mediante la creación de empleo, el fortalecimiento de las instituciones y la mejora de la seguridad. Sin embargo, los resultados de estos programas han sido mucho menos exitosos de lo que se esperaba. Si bien han tenido cierto éxito en mejorar las condiciones en algunas áreas, no han sido suficientes para contrarrestar los problemas estructurales que enfrentan muchos de estos países. Además, la implementación de estos planes a menudo ha sido lenta y ha estado plagada de problemas de corrupción y mala gestión.
En conclusión, tanto la derecha como la izquierda deberían pensar antes de hablar. Ambas han fallado en ofrecer soluciones viables y a largo plazo para el problema de la inmigración irregular. Ni las políticas de mano dura que ignoran las causas de la migración, ni la idealización de una solución basada únicamente en la acogida y regularización, sin prestar atención a los problemas de integración y sostenibilidad, son efectivas. Ninguna de las dos posturas resuelve la falta de expectativas de los jóvenes en los países de origen, que es uno de los principales motores de la migración.
Lo que se necesita es una política integral que combine un control fronterizo eficaz con políticas de integración en los países receptores, así como un enfoque de desarrollo sostenible en los países de origen. Solo mediante una cooperación internacional real y un enfoque basado en el respeto a los derechos humanos y las oportunidades económicas se podrá encaminar este problema.a inmigración es un fenómeno que requiere una reflexión seria y una estrategia bien pensada, consensuada y explicada a la ciudadanía, no eslóganes vacíos ni propuestas populistas que solo agravan el problema en lugar de resolverlo.
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