La democracia ha pasado a ser un sistema de gobierno que, de tanto manosearlo, terminamos solemnizando obviedades. Como se suele decir, advertir que el agua moja es como explicar que el sol brilla: técnicamente cierto, pero innecesario. Es como esa gente que te avisa de que te estás quedando sin gasolina justo cuando se enciende la reserva. Ahora, al hablar de los gobiernos y sus asuntos, nos pasamos el día en ese juego pernicioso. Lamentable sensación.
La democracia es un sistema de gobierno basado en la participación de los ciudadanos y en la representación de sus intereses. ¿Cierto? En este contexto, el parlamento y el presupuesto, como bien sabemos, juegan roles fundamentales para garantizar la estabilidad, la transparencia y la rendición de cuentas en la gestión pública. ¿Estamos convencidos de ello?
Primera obviedad: El parlamento es el órgano legislativo de un país, encargado de crear, modificar y derogar leyes. Su función principal es representar la voluntad del pueblo y actuar como un contrapeso al poder ejecutivo, y, por tanto, controlar su acción en todo momento. “El parlamento es el corazón de la democracia, donde se debate y se construye el consenso necesario para la convivencia pacífica” (Juan Linz, “Transiciones a la democracia”, 1990). Esta afirmación resalta la importancia del parlamento no solo como lugar de toma de decisiones, sino también como espacio de diálogo y deliberación.
La segunda gran tarea del parlamento es la responsabilidad de fiscalizar al gobierno. Cuestionar y supervisar las acciones del ejecutivo es esencial para prevenir abusos de poder. Hasta una recalcitrante conservadora como la primera ministra británica Margaret Thatcher decía: “El parlamento debe ser el lugar donde se confrontan las ideas y se defienden los intereses de la nación” (Thatcher, 1988). Es, por tanto, una obviedad señalar que la confrontación de ideas es vital para asegurar que las políticas públicas reflejen las necesidades y deseos de la ciudadanía. Por lo menos en la vieja política. Nadie puede tener otra interpretación sobre esto.
El presupuesto es otro componente crucial en el funcionamiento de una democracia. Es lo que permite la implementación de políticas públicas; no es un acto declarativo, sino la expresión de lo que un gobierno tiene que hacer. Ahora bien, esa asignación de recursos no es un acto de liberalidad: refleja las prioridades del gobierno, pero también es el instrumento de rendición de cuentas ante el parlamento. No olvidemos que el presupuesto debe ser elaborado de manera transparente y participativa, permitiendo que los ciudadanos comprendan cómo se utilizan sus recursos. En una democracia avanzada, la elaboración del presupuesto debe ser un proceso inclusivo, donde se escuchen las voces de diferentes sectores de la sociedad, no solo de los partidos políticos.
La economista Mariana Mazzucato, tan valorada por los socialdemócratas europeos, indica que “un presupuesto participativo es una forma de empoderar a la ciudadanía, permitiéndoles influir en las decisiones que afectan sus vidas” (Mazzucato, 2018). Esto es especialmente importante para contrarrestar la creciente desconfianza hacia las instituciones.
Es obvio decir que la relación entre el parlamento y el presupuesto es intrínseca. El parlamento no solo tiene la responsabilidad de aprobar el presupuesto, sino que también debe asegurarse de que este refleje las prioridades y necesidades de la población. Ningún gobernante democrático puede apelar, ni por error, a que puede prescindir del parlamento. La capacidad del parlamento para debatir y modificar el presupuesto es un indicador de la salud democrática de un país. Las políticas públicas que requieren fondos públicos, ya sea para bicicletas o para vehículos eléctricos, por ejemplo, no tienen valor alguno hasta que el parlamento decide si ese es el camino por seguir. Un parlamento que no tiene poder sobre el presupuesto es un parlamento que no puede ejercer su función de representación.
Además, el proceso de aprobación del presupuesto debe ser transparente y accesible. La falta de claridad en la gestión presupuestaria puede llevar a la corrupción y al mal uso de los recursos públicos. La transparencia en el presupuesto permite a los ciudadanos y a los medios de comunicación ejercer un control efectivo sobre el gobierno. Es el mejor antídoto contra la corrupción y contribuye a una democracia más robusta, una estrategia clara para combatir las noticias falsas.
Parlamento y presupuesto hacen que una democracia funcione eficazmente. Para ello, es fundamental que los ciudadanos estén informados y comprometidos, no por un tuit o un mitin partidario. Una ciudadanía educada políticamente es más propensa a participar activamente en el proceso democrático, a exigir rendición de cuentas y a involucrarse en los asuntos públicos. Sin duda, esta es la mejor estrategia para combatir el auge de la extrema derecha y los valores reaccionarios que lleva consigo.
La democracia no son solo campañas electorales, elecciones o encuestas de opinión para saber qué se hará el día que llamen a votar. En las juventudes de los respectivos partidos donde se han formado los actuales gobernantes, y en las escuelas de formación de cuadros, tal vez no les explicaron que el parlamento y el presupuesto son dos instituciones esenciales en la organización política moderna y la gobernabilidad democrática. Sin ellos, lo demás es solo aderezo de la democracia.
El sistema de pesos y contrapesos en una democracia, asegurando que el gobierno actúe bajo los límites financieros previamente establecidos por el parlamento, previene los riesgos de que un gobierno actúe sin un control parlamentario adecuado. Obliga también a que la alternativa configurada en la oposición se dedique a ello y no a ser el estribillo machacón de la canción del verano.
No hay gobernante en democracia que pueda prescindir del parlamento, ni siquiera en sus sueños más húmedos, ni gobernar sin presupuestos. La prórroga presupuestaria es una excepcionalidad temporal contemplada en el artículo 134.4 de la Constitución Española. Si un gobierno no puede aprobar sus presupuestos, no le queda otra que la convocatoria de elecciones. No hay más.
La historia nos da lecciones. La falta de control parlamentario sobre el presupuesto ha provocado importantes crisis políticas. En Inglaterra, la Revolución Gloriosa de 1688 depuso al Rey Jacobo II y resultó en la Declaración de Derechos de 1689, que garantizaba que el rey no podía recaudar impuestos sin la aprobación del parlamento. De forma similar, en Francia, los excesivos gastos de la monarquía y la falta de control del Tercer Estado sobre el presupuesto contribuyeron a la Revolución Francesa de 1789, que terminó con la monarquía.
El respeto al control parlamentario sobre el presupuesto sigue siendo clave en muchas democracias, con casos recientes de tensiones por su falta. En Estados Unidos, los repetidos cierres de gobierno (shutdowns) debido a la falta de aprobación del presupuesto por parte del Congreso paralizan la administración, afectando negativamente a la población. En Hungría, el gobierno de Viktor Orbán ha sido duramente criticado internacionalmente por aprobar presupuestos sin suficiente debate, consolidando su poder y debilitando la democracia.
Me gustaría hacer una reflexión final que es todo menos obvia. El parlamento es clave para la izquierda, especialmente para la socialdemocracia, como el espacio donde se expresan las demandas populares y se logran consensos en políticas equitativas. Dos grandes teóricos socialdemócratas de épocas muy distantes como Eduard Bernstein y Ralph Miliband insistían en la relevancia del parlamento y en la gestión presupuestaria como única forma de impulsar reformas progresistas. Sin presupuesto, no nos engañemos ni que nos engañen: no hay herramienta para redistribuir riqueza y financiar servicios públicos. Los compromisos deben llevarse al parlamento y dotarlos de la correspondiente partida presupuestaria. Recientemente, el intento de evadir este control parlamentario fue clave en Brasil bajo el mandato de Bolsonaro.
Tal vez sea muy obvio lo que digo, pero hay que preparar mejor las intervenciones. Las genialidades siempre han estado en el campo de la derecha y de la extrema derecha.
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