“Hay más problemólogos que solucionólogos”, decía el gran Quino.
Deberían de apartar del tenso debate nacional el conflicto de Palestina y más de las instituciones autonómicas y locales, pensar y fundamentar lo que se dice. Buscar una posición común española consensuada en el Parlamento. El respecto a los millares de víctimas y sobre todo contribuir entre todos en evitar más muertes inocentes.
Isabel Díaz Ayuso le espetaba a Mónica García “Ud. no está a favor de la causa palestina, sino que es profundamente antisemita”. Ni la una ni la otra ostentan cargos relevantes en la política internacional española o europea, ¡menos mal! ¡Vaya nivel! ¿Qué sentido tiene enzarzarse en esas broncas en la Asamblea de Madrid, con todos los temas que se olvidan?
Creo que es significativa esta frivolidad discursiva. Aquí todo el mundo opina sin mucho fundamento de un gravísimo problema transgeneracional, incluso se insultan. ¿Sabrán que semitas son tanto los israelís como los palestinos, ¿O por qué tildan a los judíos de sionistas, como un reproche, cuando el sionismo judío y el nacionalismo catalán, por ejemplo, tienen poca diferencia? Lo mejor es cuando, los que se autoproclaman como activistas, de lo que sea, sacan su chuleta de Wikipedia para fijar criterio común. La cosa es más seria, y requiere rigor se sea político, periodista o activista.
Walter Benjamin, el filósofo del lenguaje, el que decía aquello de “El hombre se comunica en el lenguaje, no por el lenguaje” y que por cierto, su condición de judío marcó su vida y sobre todo su muerte (se suicidó en Portbou antes de caer en manos de la Gestapo); en sus escritos de los años treinta y ante el fatal riesgo que veía en el nazismo insistía en una idea: “parece haberse perdido una facultad que cabía considerar inalienable: la de intercambiar experiencias”; y apostillaba “la cotización de la experiencia ha bajado”; ahora los criterios y argumentos son “más pobres en cuanto a experiencia comunicable…”
Algo de esto está pasando con la guerra en Gaza. No por clamar que las muertes, destrozos y barbarie paren ya y no solo unos días, ¡definitivamente! Este grito de indignación, sin duda, lo debemos elevar todos, por consideración a los que sufren y pedir a los gobernantes que actúen. Manifestar públicamente la indignación no está reservado para aquellos que tienen capacidad de poder influir en los que se sienten distantes e insensibles ante la guerra, pero no es imprescindible, ni necesario tomar posición a favor de unos u otros. Más cuando se toca el violín de oído.
La baja cotización de la experiencia, la pobreza de las existentes o mejor dicho la impostura y falta de criterio libre o independiente nos lleva a una retórica mitad frívola y mitad sectaria que nos está dejando solo bullicio, sin capacidad para responder seriamente a lo que pasa.
No somos conscientes de que convirtiendo todo en un espectáculo mediático nos hacemos partícipes de la barbarie. Está en el libreto de toda tragedia.
Los asesinos de Hamas grabaron sus horribles crímenes no por casualidad. Las imágenes siempre aportan una crueldad muy superior al frío y simple número de víctimas, aunque hablemos de millares. El propósito no es sólo matar, es horrorizar, atemorizar a los demás, a los que quedan con vida. Por ello, el gobierno israelí, por su parte, se ha ocupado de hacer pases exclusivos y restringidos a la prensa internacional, mejor que mil palabras para poder decirnos: sólo estamos respondiendo a la barbarie, “hoy somos nosotros mañana irán a por vosotros”. Eso sí mientras y tanto responden con la misma barbarie.
Tal vez, si los dirigentes europeos se hubieran ahorrado su impulso verbal del primer instante diciendo que Israel tenía derecho a responder. Animar a defenderse a quien vive su vida en permanente estado de supervivencia tiene un grave riesgo.
Exijamos seriedad. Estamos ante una situación muy crítica y trágica, de muy difícil solución. La negación a la posible solución de un conflicto es tanto como pretender negar la existencia del problema como ha pasado durante años, ofrecer soluciones imposibles es lo mismo que negarlo. Estamos ante un conflicto que afecta a la seguridad de toda la Comunidad Internacional, por ello hay muchos errores que no deberían cometerse. El mayor, trasladar la cuestión a los debates internos con alto sesgo electoral. El conflicto palestino-israelí ha terminado por ser el conflicto transgeneracional sin solución, agravado con el tiempo y con un destino real no exento de extenderse más allá de Oriente Medio.
Han transcurrido setenta y cinco años desde que David Ben-Gurión, en Tel-Aviv, proclamó la independencia del Estado de Israel. A pesar del tiempo trascurrido desde aquello hay algunas cosas que no se deben olvidar para no hacer creer que estamos en el principio del fin, cuando se lleva años dando vueltas a lo mismo.
El Estado de Israel se proclamó como estado independiente en base a la desgraciadamente famosa Resolución 181 de las UN (1947). Todo ello ante la displicente mirada de las potencias surgidas tras la II Guerra Mundial que estaban huyendo de allí a escape. EE. UU. y la URSS votaron a favor, mira qué cosas. Nada es casual. El Reino Unido, que fue el verdadero responsable del problema se abstuvo, como si no fuera con ellos. Los Estados árabes, algunos independientes apenas un año antes al finalizar el desastroso mandato del protectorado británico, iniciaron contra Israel, la misma noche de su creación, una guerra cuya única finalidad era que aquel Estado no se creara. Estado que había sido bendecido por las incipientes Naciones Unidas al igual que lo había sido el Estado Palestino. Los países árabes, no dieron ni tiempo a sus hermanos para proclamar el Estado Palestino, no tenían la más mínima intención de que esto pudiera producirse.
Aquella guerra, la primera, escondía, sin duda, la voluntad de los árabes, no querer que de nuevo los occidentales repartieran aquel endiablado territorio, ocupado consecutivamente por otomanos y posteriormente británicos a sangre y fuego. Es fácil entrever que, como siempre, las razones económicas estaban detrás de todo.
Desde aquella guerra, en la cual la capacidad militar árabe quedó muy en entre dicho, las que le sucedieron, como sabemos, a los árabes no les fue mejor. Guerra tras guerra iban perdiendo pedazos de territorio (Sinaí, Altos del Golán…) y paulatinamente iba creciendo el número de incómodos refugiados palestinos en sus países.
Hay un dato que tampoco se puede olvidar. Durante décadas este conflicto ha sido el conflicto que ha reportado, con una imparable carrera armamentística en la zona, muchos beneficios para las empresas occidentales. La caída de la Unión Soviética en la última década del pasado siglo también supuso, el fin de la ayuda militar soviética a diferentes países árabes, aunque esta clientela había ido cayendo mucho, a excepción de Siria. En resumidas cuentas, los palestinos cada vez han estado más abandonados de sus hermanos árabes y han acudido bien al terrorismo, incluso con niños y mujeres bomba en algunos casos o bien a manifestaciones (piedras contra fusiles) que siempre han terminado con muertos de manera que no nos escandalizo.
Los Acuerdos de Oslo en 1993 dio luz al nacimiento de la Autoridad Palestina, que iba a ser, por fin, el germen de un futuro estado palestino. Ha sido el único momento para la esperanza. La paz parecía más cerca que nunca, sobre todo cuando el 4 de mayo de 1994 se ratificaban en El Cairo la puesta en marcha de la Autonomía Palestina con el traspaso de amplias competencias, incluida la seguridad interior.
Ese ha sido el único momento donde se ha visto cercano, eso que ahora parece el mantra salvador que se creara el Estado Palestino. La creación de la Autoridad Palestina era el primer paso para la viabilidad de un Estado Palestino. Crear un Estado no se hace de la noche a la mañana.
La efervescencia y auge del yihadismo islamista en diferentes países árabes y especialmente en la Franja de Gaza, el surgimiento de Hamas y su penetración política en la Franja, la guerra civil Palestina entre Hamas y Fatah y por otro lado, la falta de compromiso israelí de hacer abandonar los asentamientos ilegales en territorios ocupados, abortó la solución de los dos Estados.
Hay dos hechos que agravan más aún la cuestión. Los dirigentes israelís partidarios de la existencia de dos Estados, que además pudieran convivir en armonía, en este momento no existen, los que hay son minoría. Paralelamente está la debilidad de la derecha tradicional israelí representada por el Likud al cual le han florecido en su extremo derecho una serie de partidos radicales que unen ortodoxia religiosa extrema e ideologías totalitarias, Estos partidos no sólo niegan la posibilidad de la existencia de un Estado Palestino, sino la de los propios palestinos.
A Netanyahu esta situación descontrolada y de extrema locura le está reforzando y evitando ser procesado. La contestación en la calle ahora es por mayor seguridad y que negocie con Hamas solo para posibilitar la liberación de los rehenes, luego le pedirán que termine con ellos, no seamos ingenuos. Salidas hay pocas con las cartas que hay ahora encima de la mesa.
Acabar con Hamas es un imposible, pero extremar al máximo su actuación le da réditos internos y sin duda hay quien fuera de Israel no vería con malos ojos proseguir la campaña de extinción. Hamas de momento se ve complacida con la liberación de sus presos, es su legitimación ante los palestinos, dado que elecciones no hay en el horizonte. Hamas no quiere un Estado, no nos equivoquemos, por ilusorio y bárbaro que parezca quieren hacer el mayor daño posible a Israel y a Occidente. Eso no justifica el asesinato de millares de personas y regar el vivero de futuros terroristas.
Los palestinos, no islamistas extremos, han sido incapaces de solidificar un Estado Palestino. La Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 67/19 de 29 de noviembre de 2012 concedió a Palestina la condición de «Estado observador no miembro» de la ONU. Tienen el reconocimiento de más de 180 Estados. ¿Por qué los que proclaman la exigencia de su existencia no lo han hecho? Un problema no menor, la Autoridad Nacional Palestina que, en estos años, ha evidenciado y dejado caer sobre ella el baldón, poco refutable por otra parte, de ser una administración rezumante de corrupción.
En definitiva, imposible intentar encontrar, de momento, un sendero de racionalidad y seguridad, por mucho que se organicen, una tras otras, conferencias internacionales. Los dirigentes israelitas, por tiempo, van a ser incapaces de poder admitir que la paz es una dura tarea de renuncias, de unos y otros. Ahora creen que a ellos no les toca ser compasivos y los palestinos, por su parte, son incapaces de organizar un Estado.
Los otros árabes llevan mucho tiempo viviendo en su propio conflicto interno de Estados frustrados o/y despóticos y además con muchísimas tensiones religiosas que pueden desbordarse. Lo único que históricamente que de vez en cuando les ponía de acuerdo era terminar con el Estado de Israel. Ya no, salvo para Irán y sus grupos acólitos. Muchos de estos estados árabes, como los occidentales, saben que sus relaciones económicas con Israel son estratégicas.
Es el momento de reflexionar, encontrar soluciones donde no haya ni perdedores, ni víctimas y donde si exista un futuro cierto. Mientras y tanto hay que evitar que sean los inocentes los que paguen los errores políticos. Es lo mismo, que sean israelíes o palestinos.