“Es muy lamentable que haya personas que pidan la expulsión de González y Guerra del PSOE, a ellos que son los artífices de su refundación y consolidación”.
En junio se cumplieron 30 años de la última victoria electoral de Felipe González (1993). Las cuartas ganadas por el PSOE lideradas por él, las primeras que no fueron ganadas por mayoría absoluta, se quedó a 17 escaños de revalidarla, los 18 obtenidos por IU hubieran sido suficientes para lograr la investidura en primera vuelta, pero no lo consiguió.
En aquel momento, la izquierda comunista era más partidaria de estrechar lazos con el Partido Popular. González necesitó los votos de catalanes y vascos para la investidura. Ahora bien, no es de eso de lo que quiero hablar. Se trata de una anécdota personal relacionada con este hecho que al recordárselo a una buena amiga me animó a escribirla, pues tiene su actualidad.
La convocatoria anticipada de aquellas elecciones tuvo muchas explicaciones; la más argumentada fue la crisis económica que empezaba a afectar a España, aunque en realidad la verdad lo que escondía era la ruptura interna, desencuentro sería un eufemismo, que estaba sufriendo el partido del gobierno desde la salida de su vicepresidente Alfonso Guerra en enero de 1991. Su sustituto en dicho puesto, Narcís Serra, pretendió intentar ejercer el control del partido, con escaso éxito, y para ello llevó a cabo varias reuniones con los que pasaron a denominarse «renovadores» que situaron a Felipe González como líder único e indiscutible.
Como todo en esta vida, cuando se crea una parte, enfrente surge otra. Los autodenominados guerristas situaron como líder, que no alternativa, al exvicepresidente y vicesecretario general del partido, puesto que mantuvo hasta la salida del propio Felipe González en 1996.
El Partido Socialista parecía como esas familias en las cuales Papá y Mamá deciden un día tirarse los trastos a la cabeza ante la mirada expectante de los hijos que no acaban de entender lo que está pasando. Todos te obligan a pronunciarte con quién estás, mientras los platos vuelan por la cocina. Las broncas familiares son las más dolorosas y también las más crueles pues son imposibles de racionalizar. El PSOE tenía aún fresca otra dura herida familiar, igualmente cruel y deterioradora de la imagen y capacidad socialista como fue el choque entre el partido (PSOE) y el sindicato (UGT).
En el enfrentamiento entre los líderes socialistas muchos tendieron a ver profundas diferencias ideológicas de fondo, o formas distintas de entender y ejercer el poder. Yo creo que tuvo que ver más con algo más prosaico como una ruptura personal entre dos personas que habían conducido desde principios de los años sesenta: primero la refundación del partido socialista, trayéndolo desde el exilio a gobernar durante casi 15 años España y ser los protagonistas, siempre con sus luces y sombras como todos, de la vertebración institucional de un país imposible como es el nuestro. Sin duda, en aquella ruptura mucho tuvieron que ver los círculos de interés que rodean al liderazgo. Lo cierto es que el hasta aquí hemos llegado fue pronunciado por los dos. Al cansancio político se sumó el hartazgo personal. Una de las visiones directas de todo esto se puede leer en uno de los libros de memorias de Alfonso Guerra, Una página difícil de arrancar.
“En estas últimas semanas Felipe y Alfonso, González y Guerra, han vuelto a aparecer de forma profusa en los medios de comunicación”.
Las elecciones del 93 fueron el punto de no retorno de la relación. Hasta las elecciones hubo el manteniendo de una aparente cordialidad. Ambos primaron no perder la compostura y la coherencia política, fueron conscientes de la responsabilidad que tenían con España y con el PSOE, y el intento de que los entornos lo perdieran.
La situación era tal que el director del Gabinete de la Presidencia y a su vez vicecoordinador del Comité Electoral (Roberto Dorado) decidió, a pesar de mi juventud e insignificancia institucional y partidaria que actuara de “casco azul” durante aquella campaña en todos los movimientos del presidente.
Los actos los organizaba el partido bajo la batuta de su coordinador, Alfonso Guerra, a ellos llegaba el presidente González acompañado de un equipo mínimo (escolta, médico y José María Maravall que se había erigido como asesor y que fue apodado “el griego”). Mi misión era aparentemente muy sencilla: procurar la mínima relación entre partido y presidente. La complejidad llegaba cuando lo que rodeaba aquello eran ministros, exministros, diputados, presidentes autonómicos y una multitud de cargos orgánicos llenos de medallas y galones, caras totalmente desconocidas para mí. Todos queriendo demostrar su poderío. A ustedes les parecerá simple pero no era tanto. ¿Cómo reservar un sitio junto al presidente para el expresidente del TC Francisco Tomás y Valiente en lugar de Mari Carmen, la de los muñecos? Cuando unos quieren una cosa y otros otra y una la pide un ministro y la otra un presidente de Comunidad.
Afortunadamente la coincidencia de aquellos dos portentosos personajes, cargados de sus egos y dignidades, no tenía que producirse, se evitaban. Como ha reconocido Alfonso Guerra, la relación había pasado de ser intensa y presencial a telefónica y en ese momento ya sólo era epistolar. Como la matrimonial dejándose notas en la nevera: “A ver si hoy te acuerdas de recoger a los niños a las 4”.
No tenía que producirse salvo al final del todo, el día electoral. Me indicaron que yo estuviera en el Hotel Palace desde las 8 de la tarde y “En cuanto llegue Felipe te lo subes a la suite y allí hay un cuartito para que espere, ¡que no entre nadie! Alfonso llegará después con nosotros y ya les rodeamos para bajar grados al ambiente”.
Así fue; llegó el presidente y yo le acompañé al lugar previsto, me pidió un cigarrillo y yo encendí otro. Los resultados eran sorprendentes: la prevista derrota se había convertido en una holgada victoria. Mi sorpresa era aún mayor habiendo conocido pueblo a pueblo, en vivo y en directo, cuál era el patio y la tensión y desencuentro existente. En esto oí un: “¡Buenas noches!” a mis espaldas, la voz inconfundible era de Alfonso Guerra. Me fui a saludarle y a duras penas pude articular palabra. Ambos se cruzaron un lacónico “¡Hola!”. Guerra se sentó en el sillón de la estancia más lejano a González y ante mi sorpresa y desgarro no se cruzaron palabra, ni una felicitación, nada. Yo pedía que llegara alguien más. Pudieron pasar cinco minutos, a mí me parecieron horas y llegó Txiqui Benegas, fui a recibirle a la puerta y tomó asiento al lado de Guerra lo que me permitió abandonar mi pose de muñeca bailarina entre ambos líderes, como no queriendo parecer si eres del uno o del otro. A renglón seguido, empezaron a llegar más personas y aquello sí empezó a parecerse a una fiesta.
Yo abandoné mi “importante” cometido y bajé las escaleras hacia el hall para encontrarme con mi mujer. Mientras saltaba de escalón en escalón, pensé que aquella idílica relación entre dos personajes, tan admirados para algunos y odiados para otros, estaba totalmente muerta. No creía que habría nada que pudiera volver a hacerlos reencontrarse por una causa común. ¡Una pena!
«Me alegra profundamente que en su ancianidad Felipe y Alfonso recuperen no sólo su amistad perdida, sino su compromiso con la historia»
En estas últimas semanas Felipe y Alfonso, González y Guerra, han vuelto a aparecer de forma profusa en los medios de comunicación. Bien en entrevistas o repicando lo dicho. Están anunciado la presentación del último libro de Alfonso Guerra (La rosa y las espinas), el cual será presentado por su antiguo amigo y camarada en el difícil proceso del paso de la Transición a ser uno más de los Estados del Bienestar europeos. Eso hay que pensarlo. Los octogenarios Felipe y Alfonso han suscitado durísimas críticas y descalificaciones por haber vuelto a hacer públicos sus posicionamientos, nuevamente semejantes, ante un momento que se está viviendo públicamente con mucha tensión política. Esto ha propiciado que no solo ellos sino otros más no duden en manifestar su opinión. Tamaña herejía.
Para mí es un hecho muy significativo que ambos recuperen un discurso común, para nada desleal y menos imperativo, no habría lugar. Muy lamentable que haya personas que desde dentro o desde fuera pidan su expulsión del PSOE, a ellos que son los artífices, con otros, de su refundación y de su consolidación como fuerza política determinante e imprescindible en la democracia española. El feroz capitalismo nos hace que la palabra clave sea: amortizados.
Ambos supieron leer la historia de España y como siempre les advertía el histórico presidente del PSOE, Ramón Rubial, con muchos años de cárcel a su espalda, él sí sabía lo que era el fascismo, que no se cometieran los errores cometidos durante la II República Española. Esencialmente que el consenso, buscando el entendimiento con los adversarios, era la pieza clave para que la izquierda pudiera llevar a cabo su objetivo transformador, “a través del Boletín Oficial del Estado”, con un escrupuloso cumplimiento de la ley. No sería fácil y la derecha siempre se pone de perfil, pero no quedaba otra. Lo otro sería un camino de fracaso, como ya lo fue.
Felipe y Alfonso, Gonzalez y Guerra, hoy le han pedido a su presidente del Gobierno, al secretario general de su partido que no pierda la dimensión histórica que el proyecto socialista tiene y que cuando tenga que decidir piense primero en España, luego en el PSOE y en que una investidura no merece todo. La democracia siempre ofrece otros caminos.
No se puede quebrar el valor cívicamente democrático y de progreso que el socialismo tiene.
Me alegra profundamente que en su ancianidad Felipe y Alfonso recuperen no sólo su amistad perdida, sino su compromiso con la historia.
Respétenlos y escúchenlos.
Luego hagan lo que quieran.