Desgarradora visión del futuro argentino en la visión del economista Norberto Mourad
Si bien las cuestiones económicas y su tratamiento reconocen un origen milenario, las llamadas Ciencias Económicas enraízan sus principios en el siglo XVIII, más precisamente en el año 1776 con la aparición del libro “La Riqueza de las Naciones”
Este desarrollo fue la base de un cuerpo teórico que ha evolucionado hasta nuestros días, donde teorías concurrentes, opuestas y complementarias han tratado sistemáticamente de explicar, y proporcionar herramientas, para lidiar con diversas situaciones que se han venido presentando. La salvedad es que el desarrollo mencionado se ha presentado de la mano con el Iluminismo, la República y las ideas de libertad económica y social que impulsaron la Revolución Americana y la Revolución Francesa. La primera Revolución Industrial, por otra parte, terminó de conformar el contexto adecuado para todo lo anterior.
Como podemos observar, el nacimiento de las teorías económicas reconoce un marco particular, atado al pensamiento predominante en el viejo continente y América del norte.
La pregunta obligada, entonces es, ¿deberían los principios de la teoría económica funcionar en un ámbito socio cultural diferente? Intentaremos despejar este interrogante a la luz de la situación actual de nuestro país y su historia.
El contexto semi anárquico en que vive la Argentina, no es más que un reflejo del devenir histórico que nos ha caracterizado desde el principio. “Un país, 2 culturas”, es la frase que quizás resuma mejor el común denominador de todos los avatares que nos toca atravesar. Luego de un largo período de guerras civiles y desconcierto, nuestra Nación se constituyó alrededor de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, que a su vez terminaron asimilando como propia la cultura europea del virreinato que nos dio origen. Mientras que el resto del país recepcionaba también las tradiciones locales y culturas autóctonas, las bases y principios del desarrollo económico y social se plantearon a partir de Buenos Aires.
El problema surge cuando las provincias del llamado “interior”, observan el crecimiento de ideologías y pensamientos que impulsan valores contrarios a los conceptos europeístas, aquellos que a la postre dieron forma a nuestra Constitución Nacional.
A partir de aquí, el asistencialismo, tan propio de culturas ancestrales, comenzó a plantear la profunda división en que vivimos hace años. Entiéndase bien que no hablamos del Estado de Bienestar de origen europeo, sino de un concepto mucho más arraigado, donde el favor, los lazos familiares, “la tribu” y “el señor feudal”, reemplazan a la competencia, la formación de riquezas y el mérito como fuerzas impulsoras del desarrollo de la comunidad
Ahora bien, identificado el contexto, nos queda analizar qué posibilidades tienen las reglas de una economía dinámica de funcionar en ese marco.
La respuesta más contundente a este último interrogante la dan casi cien años de historia. Nuestro país pasó del crecimiento acelerado, producto del esfuerzo individual, a una situación de indefinición que ha planteado avances y retrocesos. Así, con el supuesto afán de una industrialización acelerada, se fomentaron desde el Estado actividades ineficientes con propósitos meramente distributivos. La creación de mano de obra industrial, cumplía con el objetivo de repartir la supuesta riqueza argentina entre los seguidores de doctrinas obsoletas, como el fascismo europeo de los años treinta y sus derivados locales.
Desde la presidencia de José Félix Uriburu (1930 – 1932) en adelante, y en especial a partir del advenimiento del peronismo, las políticas pro y anti-mercado se fueron alternando al ritmo de gobiernos que respondían a uno u otro esquema de pensamiento. El problema, sin embargo, es que la enorme influencia del distribucionismo, sumado a una adhesión casi estadística al esquema democrático, ha quitado margen de maniobra a cualquier administración de gobierno independientemente de su signo. Es así como el país se ha ido deslizando lentamente lejos de su pasado y hacia una crisis de proporciones desconocidas
Vale este resumen para dirigirnos, ahora sí, a la situación que vivimos actualmente.
El país de nuestros días se debate en una gran encrucijada, a la cual las próximas elecciones, octubre de 2023, buscarán dar respuesta. Por una parte, todo el pueblo siente que el estado actual de las cosas es insostenible. Inflación galopante, economía en franca contracción, ocupación sostenida a través del empleo público, crédito internacional inexistente, situación externa casi terminal por falta de reservas y severos límites a las importaciones, gasto público desbocado en un presupuesto que asigna más del 70% de sus erogaciones al gasto social y subsidios, son solo algunas de las cosas que indican el rumbo de colisión al cual estamos lanzados. Por otra parte, sin embargo, la mayoría de los que reclaman un cambio a gritos, a poco de analizar las cosas se dan cuenta que el efecto de los mismos será devastador sobre su propia vida.
Imaginemos, por ejemplo, a la tan ponderada PYME argentina ante la puesta en valor de los servicios públicos, la apertura de las importaciones y un dólar libre. Estas son solo algunas de las medidas que deberían tomarse, a las que podemos agregar, ya como un factor positivo del cambio para estos agentes económicos, la libertad de contratación y despido y la posibilidad de fijar sueldos de acuerdo a la situación de la compañía. A poco de avanzar, podemos prever cierres de empresas y gente sin trabajo copando las avenidas y ministerios.
Los políticos, que saben esto, llegan entonces a una conclusión sombría: para llegar al poder hay que mentir – hipocresía – y para permanecer en él hay que “moderar”. Conclusión: se vuelve al viejo esquema por el miedo o la violencia.
¿Cuáles son las posibilidades de que la sociedad acepte la situación sin condicionamientos? En economía tenemos una definición para esto que resulta relevante también en este ámbito: cuando el beneficio marginal del cambio supera el costo marginal de emprenderlo. O sea que el beneficio que traen aparejadas las reformas es superior al costo que acarrea perder mi posición en el esquema actual. Este, sin embargo, es un estadio difícil de alcanzar.
Desgraciadamente, el punto de ruptura de una sociedad para aceptar los cambios depende de multitud de variables. En el caso argentino, la primera es nuestra capacidad de supervivencia en medio del riesgo y el desconcierto. La segunda, los medios con que se cuenta para “pilotear las crisis” – muchos individuos en nuestro país poseen alguna reserva monetaria para sortear adversidades – Se agrega a esto las amplias posibilidades que se presentan para los argentinos en el exterior, los cuales logran muchas veces generar fondos que permiten vivir con holgura en un país “bonito y barato”, donde además están sus raíces. Estas y otras cuestiones han llevado el punto de quiebre a niveles elevados, pero todos intuyen que el “espejismo” está llegando a su fin
La única posibilidad, entonces, parece ser algún político que en las próximas elecciones logre adhesión diciendo la verdad, explicitando sin tapujos las medidas a tomar y sin temor al rechazo popular a la hora de ser terminante. Como hemos visto, las reglas del libre mercado son las únicas que aseguran crecimiento vigoroso a largo plazo, pero solo funcionan en un contexto político y social determinado. La primera tarea a acometer, por lo tanto, es asegurar ese marco para permitir la evolución económica
Actualmente, es muy difícil saber qué ocurrirá en el futuro cercano con nuestro país. Las encuestas no dan un claro ganador, y las cuatro fórmulas con posibilidades presentan dudas a la hora de evaluar sus condiciones y promesas políticas. Bullrich – Petri surge como la más prometedora, aunque su capacidad de maniobra parece acotada. Milei Villarruel se ha desdibujado últimamente en medio de escándalos y revelaciones, mientras que Larreta Morales junto a Massa Rossi no parecen representar el cambio, o al menos tener el carácter necesario para salir del “acuerdo cómodo”
Se ha dicho infinidad de veces que la Argentina está al borde de un abismo que nunca llega. Veremos si en los próximos días comienzan a aclararse algunas cuestiones o tomamos impulso definitivo hacia el precipicio.