La idea que tienen algunas personas sobre el debate es que son libres de decir lo que quieran, pero si alguien les replica, entonces se sienten ultrajados (1943). Dicha frase se le atribuye, como tantas, al longevo y prolífico Winston Churchill.
La democracia televisiva hoy pasa indefectiblemente por los debates públicos entre los diferentes candidatos que es tanto como las diferentes opciones políticas llamadas a gobernar.
Hoy no hay proceso electoral que se precie en el que no se celebren debates, las viejas excusas de que los debates electorales los rehúyen los que se sienten ganadores y los piden los que saben que en las encuestas van en una situación de desventaja, es un anacronismo.
Los debates deberían haber pasado ya de ser excepción a ser habituales. En las infocracias adquieren una especial relevancia. Es el único acto en el cual los candidatos buscan con sus propuestas dirigirse directamente al público, a sus posibles electores, y demostrar que sus capacidades, conocimientos y simpatía es mayor que la de su contrincante. Con ello ganar, sin duda, el favor del público. Eso permite poder optar por aquello que nos parece mejor para nosotros y para nuestra sociedad. Permite que sea sin intermediarios, en una sociedad donde la información es el todo, donde se configura nuestra forma de pensar. Esto es la clave.
Los debates corales, fruto de la ruptura del bipartidismo, terminan siendo un galimatías, donde la oportunidad de colocar la frase que los estrategas electorales consideran que es la determinante (la frase feliz) termina llegando a destiempo y sin contexto, como aquella que le obligó a soltar el ínclito Redondo a Ángel Gabilondo en las elecciones autonómicas madrileñas de 2021, “Pablo (Iglesias) tenemos 12 días para ganar las elecciones” que convirtió a un creíble y centrado candidato en un guiño al servicio de una cuestionable estrategia electoral.
En estos días nos están contando muchas leyendas urbanas sobre los debates. Por ejemplo, que el primer debate electoral televisado fue el celebrado entre Nixon y Kennedy en 1960 en USA. No es así antes se habían televisado debates electorales en Suecia, Alemania y Noruega.
También que aquel debate significó un cambio en la forma de entender la política en la época mediática. No es cierto, el siguiente debate en Estados Unidos se celebró 16 años después cuando la presidencia se la disputaban Gerard Ford y Jimmy Carter. El hecho de que republicanos y demócratas tardaran tanto en celebrar un debate ante las cámaras, en el país de la televisión, no fue otro que el miedo que les generó a unos y a otros después de la manifiesta incapacidad de Nixon para responder a su adversario.
Lo cierto es que en las últimas décadas sí se han americanizado los debates electorales en todas las democracias europeas. Hecho totalmente incomprensible cuando el sistema mediático, político y electoral norteamericano no tiene absolutamente nada que ver. Hoy en día en Estados Unidos es una cuestión regulada y obligatoria. En España todavía no, aunque hay un partido político que sí se plantea trasladar a la Ley Orgánica del Régimen Electoral General la obligatoriedad y condiciones de los debates electorales. Esperemos que eso llegue pronto. Los debates deberían prescindir de la parte de espectáculo de que se les viene dotando y constituir un verdadero elemento de comunicación política electoral democrática, más aún cuando las redes sociales les están haciendo un flaco servicio a la democracia. No es una cuestión de estrategias electorales es un verdadero servicio público a la ciudadanía y cuyo formato tendría que ser mucho menos rígido, no apelando a bloques temáticos encorsetados, y propiciar más el dialogo entre los candidatos manifestándose sobre lo que van a pretender hacer si gobiernan, cómo y con quién.
La celebración de un solo debate entre los dos candidatos, a mi modo de ver lo único que viene a decir es que existe una cierta precariedad argumental o debilidad dialéctica de aquel que se niega a realizar más debates (Feijoo). Mejor dicho, en este caso lo que deja entrever es que su propio equipo no cree en su candidato y eso ya supone una debilidad de partida.
En segundo lugar, un considerable error estratégico, pues en caso de que al día siguiente los medios, como tienen por costumbre, asignen ganador o perdedor y lo den como perdedor, no va a tener una segunda oportunidad de levantarse de la lona y remontar el combate. Ello visto desde la mirada del espectáculo; desde la racionalidad democrática rechazar un debate y hurtar a los electores la oportunidad de observar el contraste de las opciones, supone un cuestionable entendimiento de lo que es la democracia.
Con motivo de este debate se ha recordado que el primer debate electoral en España se celebró hace 30 años en el mismo escenario de Antena 3 entre Felipe González, presidente, y Aznar, candidato. Todos ponen de relieve como aquel primer encuentro fue ganado sin discusión por el aspirante al título. He oído versiones para todos los gustos, desde los que han dicho que González desconocía el formato y se dejó llevar por su idea de debate parlamentario en el que sin duda era casi imbatible hasta el preparador de Aznar, Miguel Ángel Rodríguez que ha dicho que esa suficiencia del entonces presidente le llevó a no prepararse el debate, mientras su contrincante dedicó, mucho tiempo al entrenamiento lo que posibilitó que a los pocos minutos “el Gran González” estuviera pronto fuera de juego. En la siguiente oportunidad, una semana después, dice Rodríguez ya se había preparado el combate, por ello sacó a relucir toda la fortaleza de su gancho de izquierda y sobre todo su sonrisa cautivadora hasta para los menos partidarios. La falta de preparación fue por tanto la clave, y para la historia (de los debates) quedó que el ganador fue el aspirante. Y aun así en el 96 Aznar se negó a que hubiera de nuevo un debate entre los dos. Recuerdan aquello que dijo Felipe González, después de perder aquellas elecciones por 300.000 votos, “nos han faltado una semana más y un debate”.
Hace unas semanas participando en el programa Espejo Publicó, que conduce Susana Griso, el veterano periodista Graciano Palomo al hilo de hablar del Falcón y su uso por Pedro Sánchez refirió que Felipe González para asistir a los mítines electorales usaba aviones que le alquilaba el partido. Cierto.
Recordó que, durante la campaña del 93, sufrió un serio percance que pudo terminar en tragedia. El pequeño reactor perdió la presión en cabina al abrirse una puerta, justo donde iba sentado el presidente, estando a punto de caer el aparato sobre las frías aguas atlánticas. El vuelo traía al presidente desde Las Palmas a Madrid. En su interior iban, además de los dos pilotos, 6 personas más. Una vez controlado el abrupto descenso el piloto entró en la pequeña cabina del pasaje y dijo al presidente que regresaba a Las Palmas a muy baja altura, pegados al mar. En tierra repararían el avión y se podría reanudar el vuelo. En la más de media hora de viaje nadie abrió la boca, todos en sus propios pensamientos, la mente en cualquier cosa que les distrajera del momento, o en sus seres queridos, o rezando; es lo propio. Una vez en Las Palmas, el presidente, les dijo, riendo, a todos sus acompañantes que les eximia de volver si alguno no se sentía seguro. El vuelo retomó la marcha con los mismos ocupantes, llegando a Madrid sobre las cinco de la mañana. Nadie habló, nadie durmió, nadie leyó nada.
Graciano, me miró y me dijo que si yo recordaba aquel suceso. Le respondí que perfectamente, yo era uno de los que iban en aquel vuelo.
Al día siguiente, se celebró el referido primer debate electoral televisado en España. Todos decían lo mal que había estado Felipe González. A mí me pareció excepcional, una de las mejores intervenciones que le recuerdo. Yo hubiera sido incapaz de tener en la cabeza nada, salvo pensar que en la inmensa suerte que tenía de estar viendo aquel debate, el más importante de mi vida.
Con el tiempo pensé en la fortaleza del presidente, cuya cabeza debió estar ocupada toda la noche dando vueltas, como la mía, pensando en mis hijos y en los míos.
Él en aquel debate estuvo donde debía estar, pensando en los suyos… en aquel momento eran todos los españoles, cumpliendo con su obligación, diciéndoles lo que ambicionaba para ellos en el futuro próximo.
Por cierto, siempre he creído que el presidente del gobierno de España (el que sea) debe volar en medios seguros. No obstante, con él volamos un poquito todos.
Publicado por gentileza de lahoradigital.com