Al inicio de las campañas electorales hay un hito obligado que es la presentación del programa electoral por los distintos partidos.
Desde un planteamiento teórico, ¡muy teórico!, sería el hecho más importante de un proceso electoral, junto sin duda con el proceso de selección de candidatos. Este último caso adquiere valor si esta (la selección) se hiciera de una forma abierta, transparente y participativa… pero no es el caso. Esto quedará para una fase posterior de la necesaria reforma democrática.
El Programa Electoral debería ser la carta de compromiso entre representados (los ciudadanos) y los designados para representar. Esta carta debería tener casi un carácter contractual de alto significado. ¿Cuál? Lo que cada partido pretende llevar a cabo y cómo, incluso en qué tiempo y cuantificando el número de beneficiados y el coste económico. Debería.
La Fundación Transforma España, presidida por Eduardo Serra, hace unos años ofreció unos datos demoscópicos significativos sobre los programas electorales. Según el estudio, sólo 4 de cada 10 votantes confiesa leer los programas electorales antes de votar. Yo diría que de esos 4, uno miente y otro confunde haberlo visto con haberlo leído. Suele pasar. En todo caso, un solo programa, en ningún caso una lectura comparativa. Sin embargo, aquel estudio decía que más del 80% considera que los programas son muy importantes. Incluso llegan a decir (50,3%) que “el programa” es el elemento decisorio de su voto. Lo bueno es que tan solo el 0,2% de los preguntados cree que las promesas electorales se cumplen.
Enrique Tierno Galván, el emblemático alcalde de Madrid, con su lenguaje socarrón e irónico, en su obra autobiográfica Cabos Sueltos, decía que “los programas electorales estaban hechos para no cumplirse”. El incumplimiento de los compromisos electorales deteriora la confianza y la relación en electores y elegidos. En ello está de acuerdo todo el mundo (93%). Aunque lo que más deteriora es no dar cuenta de por qué no se hizo. Para todo siempre hay razones y los incumplimientos no suelen ser casuales, pero sí explicables.
Los electores compartirían fácilmente que los programas electorales deberían ser evaluados de manera independiente, asegurando la transparencia y viabilidad de los proyectos que se proponen por los partidos antes de someterlo al mercado electoral. El problema sería, el de siempre, encontrar personas de contrastada independencia y solvencia que fueran aceptados por “los otros”. También será cuestión de apuntar esto en la agenda de la democracia del futuro, lo mismo que la evaluación de todas las políticas públicas que puedan ser formuladas fuera de los periodos electorales. Para conseguir la calidad, transparencia y viabilidad de los proyectos de gobierno es imprescindible su evaluación. Lo que no se evalúa se devalúa.
Así las cosas, de momento, los electores no votan, aunque digan otra cosa, porque el contenido del programa les satisfaga. Por ello, los programas pueden contener lo que sea y sacar las propuestas a pasear a conveniencia.
En el 23J23 de las cuatro grandes fuerzas políticas en presencia hay sólo una que puede empezar a poner sobre la mesa propuestas imaginativas que incluso susciten algún debate, como es el caso de la herencia universal. Sumar es la única fuerza política que puede intentar afianzar a su potencial electorado regresando, en definitiva, a los orígenes discursivos de IU con su “programa, programa, programa…”. Por ello, habrá, sin duda, más espectaculares propuestas estos días. Eso sí, correrán el riesgo de que estén fuera del universo de lo posible y antes de terminar de formular la propuesta, sea borrada del mapa por adversarios y expertos opinadores del todo y la nada. Es también parte del juego.
El Partido Socialista no lo tiene tampoco fácil pues creo que estarán escarmentados sus estrategas con los precedentes recientes. En la anterior campaña actuar como buhoneros programáticos, no midiendo las consecuencias de las propuestas realizadas fue totalmente contraproducente. En todo caso, la estrategia programática socialista debería recuperar la que ya les sirvió en 1986 y envolvieron en un eslogan de campaña que rezaba ¨Para seguir avanzando por buen camino”. Explicar lo complejo de los cuatro años anteriores y cómo se continuaría en ello. Dejando muy patente la existencia de un proyecto de futuro para España. A los socialistas no les fue mal y volvieron a renovar la mayoría absoluta de que disponían.
No me refiero por mera casualidad a estas elecciones de 1986 y consciente del tiempo transcurrido desde entonces. Llamo a releer lo que decía hace 37 años el preámbulo del programa electoral de la Coalición Popular de los conservadores, liderada por Alianza Popular: “La libertad es la capacidad de elegir. …En España se vienen deteriorando…los ciudadanos que andan por la calle, no pueden hacer muchas cosas…se ven obligados e impedidos… en España se está erosionando de forma progresiva la seguridad de los ciudadanos …dan prueba… las experiencias cotidianas de todos …la reforma socialista…trata de politizarlo e intervenirlo, sometiéndolo a la mayoría mecánica…a la discrecionalidad administrativa. En España se han seguido políticas inadecuadas. Políticas que intervienen innecesariamente la vida del individuo y de la sociedad. Políticas irresponsables…Políticas de concentración de poder, …y de arrogancia resultar amenazantes para el propio equilibrio constitucional…Existe una ALTERNATIVA: la política de Coalición Popular “.
Cualquier elector reflexivo caerá en la cuenta de que música y letra son bastante coincidentes con la actual, tan sólo cambia el estribillo. En esta ocasión el jingle es “derogar el sanchismo”. Tampoco son nuevas las ansias derogatorias, se pueden encontrar en diferentes programas conservadores a lo largo de su historia electoral de las últimas décadas.
Finalmente debemos referirnos a VOX. El partido que está liderando la reacción política. Es el único que directamente deja claro que su relación con los programas no es equívoca. En las recientes elecciones municipales y autonómicas su propuesta electoral era literalmente igual para toda España, para cada uno de sus municipios y las diferentes Comunidades Autónomas, da lo mismo el mar o la montaña, la agricultura, el turismo o la industria. El motivo no es de vaguería, desinterés o desconocimiento, que podría ser, VOX es un artificioso producto político-ideológico.
La periodista Alicia Gutiérrez publicaba recientemente un artículo donde ponía de relieve las distintas conexiones de los dirigentes reaccionarios que han pasado a ocupar puestos institucionales, con organizaciones ultracatólicas, antiabortistas y homófobas. La pretensión de Santiago Abascal es, como ha prometido, “hacer España grande otra vez”. Su neoliberalismo económico es irrelevante, su estrategia es sustituir al centro derecha conservador como guía espiritual de la derecha española. Su intención programática es tan simple como alarmante, ya lo manifestaron en la campaña del 2019 con su “¡Que comience la batalla!” Con tales argumentos es fácil resolver pronto posibles pactos de gobierno. El objetivo es un enquistamiento en el poder institucional para condicionar todas las políticas que puedan influir en el pensamiento de los ciudadanos.
En el caso de Nuñez Feijóo, por su debilidad argumental, esta influencia puede ser determinante. Quizás sea Nuñez Feijóo, en el caso de gobernar, quien empiece a no dormir por las noches. No es consuelo, para la mayoría de españoles, también, va a ser necesario el uso de algún ansiolítico para conciliar el sueño, pues la política en lo que sí influye es en nuestras vidas.
Por intentar dejar una conclusión sobre los programas a los electores reflexivos les diría que no le dediquen mucho esfuerzo a la lectura y comparación de los programas electorales. Vamos como siempre, esta vez también va a ser irrelevante, lo importante será el día después.
Compruebe, no lo que van diciendo los distintos candidatos, ponga más atención en la credibilidad de sus palabras, en la sinceridad que de sus ojos se pueda desprender, ejerza de padre cuando su hijo le dice: ¡De verdad Papá, Mamá volveré pronto a casa!
En todo caso, lo mejor responderse uno mismo a una pregunta: ¿De todo, ¿qué es lo que menos quiero?
Yo puedo asegurar que ya creo que lo sé.
¿Y, tú?
Publicado por gentileza de lahoradigital.com