Por Álvaro Frutos Rosado
Desde hace tiempo se han levantado voces diciendo que la democracia no estaba en sus mejores momentos. Algunos no se han cortado en decir que estaba en peligro.
Las voces, unas más fundamentadas que otras, han venido desde los diferentes lugares del conocimiento social: filósofos, sociólogos y un largo etcétera que no hace al caso reseñar. El problema se plantea cuando estas se empiezan a oír desde el embarrado terreno de la política diaria. ¡Eso es más preocupante! Más cuando la advertencia se termina convirtiendo en acusaciones cruzadas de unos a otros.
Sobre todo, cuando actitudes personales y valoraciones, igualmente personales, empiezan a calificarse como atentados a la democracia o como dice el filósofo de la modernidad Byung-Chul Han, se quiere hacer ver en ello la necesidad de “la expulsión de lo distinto”. Negar al otro, pues supone una amenaza a nuestra zona de confort, zonas que necesariamente no son las mismas para todas.
Entre aquellos que han advertido sobre los riesgos actuales a la democracia, son legión los que han cifrado estos riesgos en el surgimiento de los llamados credos populistas, de izquierda y derecha. En la simplicidad del combate político han vuelto a identificar a unos y a otros con caducas y terribles ideologías, salidas del arcón de la Historia, como el comunismo y el fascismo.
La ligereza del lenguaje propicia lanzarlo como insulto facilón al adversario, y así los convertiremos indefectiblemente en enemigos. A ellos hay que combatirlos y expulsarlos. No hay pudor en llamar nazis, fascistas, estalinistas y más rosarios de viejunas reprobaciones ideológicas, a las primeras de cambio.
Hablemos de España. Es una excepcionalidad democrática convocar manifestaciones contra los gobiernos, y en concreto su presidente, pidiendo echarle(s) de las instituciones, ¡remarco el termino de instituciones! Lo es, manifestar que se está de acuerdo en pactar políticas con el gobierno, pero cuando sea otro el que esté al frente. Tanto da si lo que se hace es utilizar la universidad para que unos jóvenes se enfrenten a otros y se crucen los consabidos “fascista” y “comunista”, por una decisión, acertada o no, tomada por la institución competente. ¿Tenemos, sencillamente, perdido el sentido de la Historia? Pues perdido es, a las primeras de cambio, catalogar de fascistas a los jueces o a los miembros de los cuerpos de Seguridad del Estado…
Perder el sentido de la Historia es, si o si, retroceder y estar abocados a caer en un agujero negro. Hablando de Historia, sin duda, sería bueno que se reforzará su estudio, con carácter general, mejor impartirla en español, ya sea castellano, catalán, euskera o gallego, que en inglés como se hace en algunos centros por aquello de avanzar en un esnobista bilingüismo.
En todo caso, el conocimiento de la Historia de España debía ser asignatura obligatoria para poder dedicarse a la política. así, tendrían conocimiento del tortuoso y patético siglo XIX español, lleno de enfrentamientos estériles, despropósitos políticos y guerras civiles. Seguido, del no menos tortuoso, siglo XX que aún no hemos conseguido interiorizar. Un siglo donde casi la mitad fue una cruel guerra, tres de combate y el resto de ocupación. Esa tragedia es el estigma de un gran fracaso colectivo que como advertía el dirigente socialista Juan Simeón Vidarte, muerto en el exilio, en su obra “Todos fuimos culpables”: Son los hombres jóvenes …en España, los que han de marcar su destino” …y estarán sometidos a una constante y permanente necesidad de elegir, quisiéramos que el conocimiento y la enseñanza de lo que fue la Segunda República Española, les ayudase a una certera elección”.
Ojo, no estoy diciendo que estemos como dicen algunos voceros callejeros para avivar el fuego nacional que estamos ante un nuevo 36. ¡Dios me valga! Lo que señalo es que, estamos a una distancia cósmica de aquello y, por ello, hay términos que deberían seguir guardados en el polvoriento armario de los malos recuerdos.
La calle se ocupa para pasear o para defender los derechos, como la sanidad pública, por ejemplo, ¡porque no! no para tumbar gobiernos, eso se hace en las urnas y mediante una operación matemática, la de sumar más votos que los otros.
Eso es la democracia, ¡pero es mucho más! Es el respeto institucional a quien ejerce el legítimo poder, sea quien sea, nos guste más o menos, y esperar, si es menos, a las nuevas elecciones para poder cambiarle. También es que cuando las leyes, producto humano, salen mal y sus consecuencias son peores de lo que se trataba de evitar, se cambien y se arreglen. “No hay caso, no se fusila al amanecer”. Eso es democracia, sistema basado en el imperio de la ley y si esta no funciona hay un procedimiento para corregirla.
No vendría de más que, junto a la historia, hubiera un cierto conocimiento de lo que es el sistema jurídico, ello evitaría mucha tontería y dislate. Salvo que ello que se haga con una intención no muy confesable, como es la de pretender manipular una sociedad que repara poco en cerciorarse si lo que escucha es cierto o no. Eso por no hablar de las redes sociales las cuales no por ellas sino por sus sofisticados usuarios está constituyendo una espada de Damocles para la democracia a nivel mundial.
Lo más grave, como coste democrático es la magnificación del enfrentamiento en lugar de considerar que el acuerdo, que incluye siempre renuncias, es lo que hace crecer a las sociedades. Al no estar todo eternamente sometido a la viciosa practica de revisar lo que ha hecho el anterior. ¡Cuando gobernemos lo primero que haremos es derogar esto o aquello! En definitiva, nos sometemos a un constante trantrán hasta conseguir consolidar un avance social. Algo, en todo esto, tiene que ver la frivolización del lenguaje, unas veces haciéndonos razonamientos que nos hacen creer que piensan que somos tontos, y no recordamos lo que se nos dijo ayer. Que por cierto fue otra cosa. En otras ocasiones, que nos hagan ver imágenes que pretenden inducirnos a que pensemos que ante nosotros tenemos seres de condición superior. Y finalmente, por no referirnos, a aquellos que se ofrecen como paladines en la defensa de trágicos hechos históricos, para a renglón seguido no privarse de hacer chistes con personajes de esos mismos sucesos.
Con lo dicho, no se equivoque nadie, no quiero ofrecer, parafraseando al poeta, un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden. Yo creo que estamos ante un momento que hay que tomar partido … hasta mancharse…pero esencialmente a favor de la democracia. Eso obliga a no considerar que la democracia es una adquisición de boletos (electorales), una tómbola donde el preciado premio del osito piloto se gana abriendo más sobres.
Que cada cual ponga nombres y apellidos y saque sus propias conclusiones. Los hooligans, por favor que no dejen de menear las banderas, eso es lo que da luz y color.