El gobierno parece en estas elecciones un boxeador a punto del nocaut que no encuentra la forma de protegerse adecuadamente y de contragolpear.
Antes del escándalo de Olivos el kirchnerismo sabía que en las elecciones legislativas de mitad de término iban a constituir una prueba difícil de superar.
En 2021, el Frente de Todos ya no podía contar a su favor con el “voto castigo” que algunos sectores de la clase media y el campo, en especial, aplicaron a Mauricio Macri en 2019 negándole la reelección.
Además, los 110.000 muertos por la pandemia, los vacunatorios vips, la falta de vacunas, la devaluación del peso frente al dólar blue (de 67 a 183 pesos), los dieciséis nuevos impuestos, la fuga de empresas nacionales y multinacionales, el cierre de 90.700 locales y 41.200 pymes, la pérdida de 1.500.000 empleos formales, el incremento desmesurado de la pobreza y la persistente recesión económica constituían una pesada mochila que el oficialismo debería cargar para competir en estos comicios.
Sin embargo, el kirchnerismo no calculó que el panorama se le complicaría aún más por una mezcla de inmoralidad, imprudencia e impunidad fallida del presidente Alberto Fernández en el manejo de sus visitas a la Residencia Presidencial de Olivos, que desato una ola de indignación sin precedentes en el grueso de la población.
Si algún plan tenía hasta entonces el oficialismo para lograr el apoyo del electorado, a partir de la difusión de las fotos sobre el festejo del cumpleaños de la compañera del Presidente, Fabiola Yáñez, en abril de 2020, cuando imperaba el aislamiento social; obligatorio debió descartarlo y recalcular el rumbo de la campaña.
No fue tarea fácil, el Presidente paso de negar la veracidad de la foto jurando por su hijo a aceptar que era cierta pero responsabilizando a su compañera, para luego admitir que era el único responsable del hecho. Finalmente, el Gobierno terminó dando a conocer un vídeo de la reunión para evitar que el periodismo lo hiciera.
Todo el affaire constituyó una suerte de comedia de enredos a alto nivel que hizo palidecer de envidia a Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Además, el kirchnerismo al parecer contaba con insistir en culpar al expresidente Mauricio Macri de todos los males que enfrentaba el país. Pero, advertido de la maniobra, Macri, al menos por el momento, se auto marginó de la campaña y hasta de la formación de las listas de candidatos de Juntos (antes Juntos por el Cambio) sacándole al oficialismo su mejor argumento.
No se puede basar una campaña electoral en atacar a un rival que no es candidato, no interviene en la misma y tampoco ocupa un cargo partidario significativo en el partido opositor.
Entonces, el kirchnerismo decidió cerrar filas y concentrar todos sus esfuerzos en defender su principal base territorial: la provincia de Buenos Aires. Abandonando la ciudad de Buenos Aires donde el peronismo no gana una elección desde hace décadas y donde gobierna con éxito la oposición y dejar a cada gobernador peronista a cargo de la defensa de su propio territorio.
El problema adicional es que en la provincia de Buenos Aires el Frente de Todos presenta una sola lista por lo cual el debate debe centrarse necesariamente en confrontar con la oposición y que la primera candidata Victoria Tolosa Paz tiene escasa experiencia en contiendas electorales y su mayor mérito político es ser la pareja del mejor amigo del Presidente, quien hasta diciembre de 2019 le prestaba el departamento de Puerto Madero donde vivía.
Es cierto que presente el perfil de una mujer aguerrida, segura de sí misma y de gran verborragia, a la que los periodistas en las entrevistas no logran sacar del relato kirchnerista, ni logran razonar con ella. Pero, no ofrece nada más en materia de propuestas que aumentar los impuestos y responsabilizar a los medios de prensa y al periodismo en general por magnificar los errores del gobierno y llevar a cabo una campaña de odio.
Por lo tanto, el kirchnerismo se ha concentrado en movilizar a su electorado a través de actos masivos de campaña protagonizados como oradores por sus principales figuras: Cristina Fernández de Kirchner, Alberto Fernández, Máximo Kirchner. Sergio Massa y Axel Kirchner y donde sus candidatos a diputados nacionales y concejales forman parte del decorado.
Para colmo de males, estos actos se han convertido en el escenario propicio para que afloren las diferencias entre la jefa y referente del espacio y su presidente delegado. En el acto de ayer en La Plata, pudo verse a la Vicepresidente que con gesto adusto interrumpió el discurso de su Presidente y le reclamó el micrófono para hacer sus acotaciones y luego hasta lo censuró por tomar agua del pico de la botella, ante la mirada azorada del resto de los oradores incluido su hijo Máximo.
Ante este panorama, pareciera que lo único que puede salvar al oficialismo de una aplastante derrota es su poderosa red de puntero barriales. Hombres duchos en el control de los votantes y la “fiscalización” de los comicios.
No puede sorprender entonces que todas las encuestas den por ganador a la coalición Juntos en la provincia de Buenos Aires. Los sondeos de las consultoras más oficialistas solo se atreven a anunciar un empate técnico entre el Frente de Todos y Juntos.
De confirmarse estos pronósticos, en noviembre al gobierno kirchnerista le restarán dos años de gestión aún más azarosos que los primeros dos. Por eso, muchos analistas políticos se preguntan si luego de una marcada derrota electoral y un retroceso en la cantidad de escaños en la Cámara de Diputados, el gobierno debilitado aún será capaz de llevar a cabo un fuerte ajuste económico, requisito necesario para un acuerdo con los organismos financieros internacionales.
También temen que ante la debilidad del gobierno y las crecientes demandas de los sectores más empobrecidos de la sociedad y de las organizaciones piqueteras de izquierda, el país vuelva a vivir un diciembre caliente.