José Luis Leal, un significativo personaje prototipo de la transición española, ya que de ser militar en el Frente de Liberación Popular (FELIPE) pasó a ser Ministro de Economía con Adolfo Suarez, me decía hace algunos años que lo grave de esta época que nos estaba tocando vivir es que “los que tenían que pensar se han ido de vacaciones”. Así es, además, “El Libro de las respuestas posibles” se agotó, sólo nos quedan preguntas. De aquel comentario a la situación actual las cosas no han hecho más que empeorar, en mi modesta opinión.
Hace unos años hubo quienes ponían el dedo en la llaga del fracaso de la socialdemocracia y ahora, sin duda, hacia el liberalismo, por su fatal deriva hacia el neoliberalismo incapaz de resolver problemas de la mayoría. Claro está que estos aparentemente debates ideológicos quedan muy lejos del ciudadano de a pie, sólo preocupado por lo próximo e inmediato, como es lógico. No es un problema español, todos los europeos viven por igual las mismas incertidumbres. Nos hemos homologado en este caso para bien y para mal al continente.
Este proyecto común europeo tiene la encomienda de dar perspectiva a la sociedad y salvar las muchas incertidumbres e inseguridades que están penetrando en los ciudadanos.
La salida tiene una visión optimista que viene a pensar que una vez inmunizados todos, por vacunación o por rebaño, es cuestión de no mucho tiempo, volver a la situación anterior. Es más, el otro día escuché a un reputado analista decir que llegado ese momento se producirá una remembranza de los años veinte del siglo pasado, expansión y crecimiento. Un consumo desorbitado, todos a viajar como si no hubiera día siguiente en plan Phileas Fogg. Además, los fondos europeos nos volverán a colocar a la cabeza del pelotón mundial, los más ecológicos, cibernéticos y sociales.
Los pesimistas no lo creen así; es más piensan seriamente que estamos cometiendo el peor de los engaños que es el que nos hacemos nosotros mismos.
La cuestión es que se empeñan en que vivamos el día a día sin reflexionar, como si fueran una serie de televisión de capítulo diario. A este docudrama le quedan pocos capítulos
En todo caso, por si la vista de los optimistas/voluntaristas no fuera tan buena, y sin perjuicio que la de los pesimistas/derrotistas tampoco lo sea, habría que hacer volver, de sus ya muy largas vacaciones, a los que tienen capacidad de pensar y atisbar en el horizonte, comprobando si donde vamos es donde queremos ir o donde es más conveniente dirigirse. Hay que estar prevenidos ante esas explosiones de optimismo o de fatalismo, son igualmente dañinas.
Si vinieran los pensadores, los caminantes que no estamos acostumbrados a reflexionar y tampoco a saber elegir sin pensar que estamos engañados, viviríamos más seguros. En definitiva, tendríamos la tranquilidad de que los mejores lo hacen por nosotros. ¡Importante! los capitanes de barco no deben seguir moviendo el timón sin escuchar a los pilotos y sin saber interpretar la cartografía. No vale buscar respuestas de salida si los que tienen que ponerlas en práctica están poseídos por la verdad absoluta. Recuerdan aquello de: El Titanic, el mejor barco del mundo y el iceberg.
La pandemia debería haber enseñado que somos vulnerables y de comportamientos contingentes y por tanto no hay nada absoluto. En España, a estos efectos, no existe tanta homologación con los europeos no meridionales. Nuestro componente racial, católico, hispánico (catalanes y vascos incluidos) y sobre todo la voluntad de interpretar la historia a conveniencia nos impide saber mirarnos con humildad a nosotros mismos y averiguar quiénes somos realmente y de qué somos capaces.
Vamos, España, para empezar, es un país que tiene bastante limitadas sus capacidades de eficiencia y emprendimiento en su actividad económica y administrativa (la gestión de lo público). Esto, claro está, nunca dicho en términos absolutos, pero sí muy relevantes, lo suficiente como para lastrarnos en una encrucijada como la actual. Ahora no nos vamos a olvidar de que, en el pasado muy reciente, el mayor crecimiento del PIB y del empleo estuvo relacionado con la burbuja inmobiliaria y la inmigración. ¡Ahora es un escenario distinto! Aquí no caben los milagros.
Los acontecimientos diarios nos hacen pensar que están fallando los cimientos, no sabiendo interpretar esta estrategia de futuro. No errar en el rumbo no depende de un solo partido político, ni siquiera de la política, es una tarea totalmente colectiva que requiere unidad, no uniformidad, y exige no creer que la forma de afrontar los problemas es igual al pasado.
España y Europa, también, deben dejar atrás la idea de que hay que vivir en una permanente campaña electoral (no se es menos democrático por ello, todo lo contrario); ni que solo con imágenes se va a determinar la nueva realidad; las redes sociales no cambian la cultura cívica, ni generan opinión con fundamento en la mayoría de la ciudadanía. Una sociedad sin criterios terminará siendo un grave problema. Lo público, lo colectivo y organizado institucionalmente no debe hacer una deidad de la comunicación, el objetivo del Estado es asegurar el bienestar de los ciudadanos.
En un interesantísimo estudio reciente de Torres y Carrera con la UCM sobre La Génesis de la Posverdad (Proyecto Culebra), se dice taxativamente que: “Los Estados deben poner en marcha más herramientas que refuercen la democracia, convirtiendo la desinformación en categoría de reto de Estado… La desinformación en la sociedad es un arma poderosísima…”
Hoy la democracia española debe asumir un compromiso institucional global de fortalecerse, no ponerse chinitas, ni hablar de imperfecciones, cuestionamiento de derechos y libertades y una variada suerte de cansinos comentarios que saltan de la realidad a los tuits o de los tuits a “una vacua realidad”.
Lo cierto es que, a esa juventud que tanto nos preocupa que pierda sus referencias, no podemos hacerles creer que su futuro se defiende principalmente ocupando las calles. Y es importante diferenciar jóvenes de vándalos, pues mal haríamos en confundirlo. A esta juventud, como a las anteriores, no se les gana tan solo con palabras. Como siempre, los jóvenes quieren hechos ciertos y expectativas alcanzables. Los mayores también.