Los políticos en general (especialmente en épocas de campaña electoral) suelen disimular y hasta ocultar sus reales opiniones y propósitos con frases generales más cercanas a los intereses del electorado o, al menos, lo que las encuestas le indican que representan esos intereses.
El historiador Juan B. Yofre suele denominar a estas actitudes como “operaciones de velo y engaño”.
Alberto Fernández, el candidato presidencial del kirchnerista Frente de Todos, es un político y se encuentra en campaña. Por lo tanto, no suele decir lo que realmente piensa hacer si llega a la presidencia tan sólo brinda la versión de un kirchnerismo edulcorado, moderado y hasta por momentos (sólo por momentos) democrático.
Pero, en ocasiones Alberto no puede con su genio y se le escapan definiciones tales como que el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela es tan sólo “autoritarios” pero en modo alguno constituye una “dictadura”.
Parece que Fernández no ha leído el informe presentado por la ex presidente de Chile Michelle Bachelet, Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos que menciona el asesinato de 5.287 personas por las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) tan sólo en 2018, además de los 1.569 opositores torturados y asesinados en los cinco primeros meses de 2019. Tampoco debe haber escuchado los testimonios y opiniones de algunos de ocho millones de venezolanos que han debido exilarse para huir de la represión y el hambre en el país.
El candidato kirchnerista también pasa por alto a los 3,7 millones de desnutridos y 1.557 muertos en los cuatro primeros meses de 2019 por falta de medicamentos en Venezuela.
Pero donde Alberto Fernández su mayor hipocresía es con respecto a sus futuros planes económicos. El candidato kirchnerista que sabe que en la campaña electoral tienen gran peso las expectativas del electorado de que el futuro gobierno otorgue algún alivio en la apremiante situación económica de los sectores de clase media y baja. Por lo cual evita, en lo posible, dar definiciones sobre sus futuros planes económicos.
Así, en sus declaraciones o las de sus voceros autorizados en el tema, se acumulan las imprecisiones y contradicciones. El 21 de agosto, en su intervención en el Seminario Democracia y Desarrollo, organizado por el Grupo Clarín, Fernández afirmó: “La Argentina no tiene posibilidad de caer en default si soy presidente”. Pero al mismo tiempo, en otras declaraciones tanto Fernández como sus principales voceros económicos hablan de lo que imprecisamente llaman un “refinanciamiento”, “perfilamiento”, o incluso “de un período de espera” y hasta insinuó la posibilidad de una “quita” con respecto al pago de la deuda.
Una semana más tarde, reuniéndose con los técnicos del FMI acompañado de sus principales asesores económicos (Santiago Cafiero, Guillermo Nielsen y Cecilia Todesca Bocco) el candidato del Frente de Todos responsabilizó al FMI por la crisis argentina y amenazó a los funcionarios del organismo internacional con financiarse a través de un generoso préstamo que le habría ofrecido Beijing si este organismo no aceptaba una negociación de la deuda argentina.
En un comunicado de prensa emitido después de la reunión el equipo económico kirchnerista señaló: “desde la celebración de aquel acuerdo (con el FMI) la economía cayó 1,7%, la deuda pública subió 29 puntos porcentuales del PBI, el desempleo aumentó al 10,1%, la pobreza creció a más del 32% y la inflación se disparó al 53,9% […] La situación macroeconómica de la Argentina se ha deteriorado significativamente”.
El resultado de la reunión fue inmediatamente leído por los mercados como una señal de que un futuro gobierno kirchnerista llevaría al país a un default y el dólar se disparó hasta tocar los $60 y el riesgo país llegó a los 2.000 puntos.
En esta forma Alberto Fernández reaccionaba a la marcha macrista autoconvocada del sábado 24 que movilizó a medio millón de personas a todo lo largo del país y llenó la Plaza de Mayo con el mensaje de que no todo estaba perdido y de que aún falta la elección del 27 de octubre.
Al mismo tiempo, el candidato kirchnerista lanzó un guiño a los sectores duros de su propio partido, en especial La Cámpora, el Movimiento de Trabajadores Excluidos y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular que conduce el intempestivo amigo del papa Francisco, Juan Grabois, las Madres de Plaza de Mayo que responden a Hebe de Bonafini, etc., que no olvidan las fuertes críticas que Alberto Fernández realizó contra su “Jefa”, Cristina Kirchner.
Indiferentes a las condiciones imperantes en la economía internacional: el fuerte viento en contra, los bajos precios de las materias primas, la guerra comercial entre Estados Unidos y China y los pronósticos de los economistas y las consultoras de riesgo sobre la inminencia de una recesión global, los economistas que rodean a Alberto Fernández sueñan con el apoyo del papa Francisco y de la Conferencia Episcopal Argentina para imponer un “pacto social, político y fiscal” que congele salarios, precios y tarifas por un par de años que contenga la inflación.
Todo ello en el marco de una economía dirigista y estatista con precios máximos, bajas tasas de interés y restricciones a la libre comercialización de divisas.
Cuentan con que la autoridad moral de Francisco contendrá los reclamos sindicales, las demandas de los gobernadores de las provincias pobres y las protestas de los movimientos sociales al menos por un tiempo.
Sobre la necesidad de esta pacto social habló la misma Cristina Fernández de Kirchner, durante la presentación de su libro “Sinceramente”, en la Feria del Libro, el pasado 9 de mayo. En esa ocasión realizó la apología del ministro de economía José Ber Gelbar. Aunque se cuidó mucho de mencionar que esa desastrosa experiencia de 1973 culminó, en 1975, con el “Rodrigazo”, la primera crisis hiperinflacionaria de la Argentina que disparó la pobreza a niveles nunca visto y del cual el país nunca se recuperó totalmente.
Los kirchneristas, que se han quedado fijados en la década de setenta cuando intentaron sin éxito realizar una revolución castrista en Argentina, ahora pretenden sacar al país de la crisis recesiva que vive desde hace siete años con una receta de hace cincuenta años y que en su momento fracasó estrepitosamente.