PALABRA DE MUJER
En 2010, en Panamá, durante un encuentro de escritoras, conocí a la poeta uruguaya Tatiana Oroño. Hablamos mucho de las escrituras, de las escritoras, de las experiencias femeninas en la escritura: la maternidad, la familia, las separaciones, los exilios. Luego, leyó su ponencia, una personal exposición que en ese momento estaba inédita y a la que provisoriamente había titulado “La literatura desde el cuerpo de las mujeres”. Decía que: “El texto deja filtrar alusión al óvulo (óvulo/huevo), el germen vital […] triunfe la capacidad de reapropiación identitaria de cada una, del cuerpo de cada una en cada cuerpo textual. Triunfe el principio de ovulación –sangrados y frutos- como estrategia de autoconstrucción en pie de palabra”.
Esas palabras, el ritmo que les daba con su respiración, la cadencia de las oraciones que era como una canción de cuna, los recuerdos, tan vívidos, me permitieron volver sobre el tema que me interesaba –y me interesa-: desde qué lugar escriben las mujeres, cómo hacen para que sus producciones literarias sean producciones “femeninas”; es decir que en ellas aparezcan las escrituras y las experiencias ‘de las mujeres’ en la escritura: la maternidad, la familia, las separaciones, los exilios. La experiencia corporal de las mujeres que se opone a los modelos falogocéntricos y a las metáforas que desde esos modelos se constituyen. Por lo tanto, son experiencias vividas por mujeres y puestas en palabras por mujeres. Pero además, cómo hacer para que todo eso sea dicho desde ese lugar de interpelación que las mujeres vienen reclamando desde el siglo XVIII respecto de los derechos; en el siglo XX respecto del trabajo y del dinero y en relación con sus cuerpos y sus libertades y la fundación de un discurso que revele una toma de posición personal. Es decir, mujeres que escriben como mujeres y, sobre todo, en tanto que mujeres.
Anteriormente, mi interés por la escritura de las mujeres, había dado como resultado un texto ensayístico –Las otras miradas: Historias de las mujeres-. Si bien allí analizo en la obra literaria de ciertas escritoras argentinas algunos de los elementos discursivos diferenciadores y, por eso mismo considerados los fundadores de un modo particular de decir, trabajé sobre tópicos generales y, en algunos casos, incluso, cristalizadores de “la temática femenina”, por eso no pude reconocer los procedimientos textuales por los que la escritura de las mujeres busca poner en un lugar de interdicción a los cuerpos femeninos y sus experiencias siempre plurales y diferentes.
Cuando las mujeres -militantes, teóricas, artistas- se visibilizaron en el escenario público fueron activistas feministas enfrentadas a luchas reales: los problemas étnicos en Latinoamérica; los raciales en USA, los de las dictaduras militares y las luchas de las madres y abuelas por la recuperación de hijos y nietos. El enunciado “lo privado es político” no solo subrayaba el reclamo público sino que ponía en evidencia las diferencias entre las mujeres que no pueden ser consideradas como un colectivo sino como “mujeres en situación”; y, por eso mismo, diversas.
Para las mujeres argentinas la realidad política y social de los años 60 y 70 juega un rol importante que les permite romper con los esquemas fijos de la sociedad patriarcal porque coloca en primer plano a mujeres que legitimadas dentro del espacio limitado de la casa y en la relación cerrada que, durante mucho tiempo, fue ámbito propio y casi exclusivo del género femenino que es la familia, salen, piden, pelean, se rebelan contra la autoridad. Y si las relaciones sociales determinan los roles de sus miembros, esas mujeres que son “madres” y “abuelas” (porque así se las llama, así se las reconoce y así se las instituye en el discurso del relato social), transgreden esas normas y manifiestan que desde ese lugar social que ocupan y desde donde se las define y juzga fundan un discurso que evidencia la misma transgresión porque ellas hacen.
RELACIONES DE FAMILIA: LA LENGUA MADRE
En las relaciones de parentesco, las determinaciones simbólicas de los sujetos (madres, hijas, abuelas, nietas, hermanas, etc.) están claramente ceñidas al régimen patriarcal cuya organización tiene su núcleo en torno a la figura del padre a partir de la cual se despliegan todas las otras representaciones que implican desigualdades: madre, hija, nieta, abuela, etc. En este punto subrayo lo enunciado por Nora Domínguez y Ana Amado, que la familia es contención que cobija pero también lazo que aprieta, retiene y ahoga. Entonces, volví a los textos producidos por escritoras en Argentina en los siglos XX y XXI. Busqué en sus textos cómo ‘son dichos’ sus vínculos familiares.
La novela Lengua madre de María Teresa Andruetto se presentó entonces, lúdicamente, como una síntesis de todas las obras leídas. Porque en Lengua madre convergen personajes, temas, relaciones, metáforas y retóricas atravesadas por una mirada de mujer. El texto propone una narración en la que se entrelazan la Historia nacional a partir de 1975 y las historias íntimas de tres mujeres emparentadas. La abuela, la madre y la hija; ellas son Ema, Julia y Julieta respectivamente. De modo que esas tres mujeres resultan ubicadas en ese rol familiar determinado tanto por el aspecto relacional como por la representación sexual y el género que encarnan. Sin embargo, a esas relaciones se le suman otros personajes: la hermana, el abuelo, el padre, las amigas y los compañeros de militancia por lo que además, esas relaciones son utilizadas para polarizar situaciones de la experiencia femenina que interpelan tanto la función materna como el poder –el del “logos” forzosamente alejado de las mujeres durante mucho tiempo-.
A partir de esas relaciones Ema, la abuela, es quien asume y cumple el rol materno para la madre y la hija. Dice el texto: “…ella sabe que tuvo una abuela que hizo de madre y que la madre que tuvo fue de algún modo su hermana, hasta que llegó el día en que una madre enfermó hasta morir y después enfermó la otra y ella devino para siempre huérfana…”
Julia, la madre, es militante guerrillera y Julieta, la hija, es una intelectual que vive en Europa. En la historia de esas tres mujeres maternidad, política y pensamiento se cruzan para configurar la idea de las mujeres donde el cuerpo y la palabra, por fin, se reúnen. Es por ello que en esta novela, Andruetto hace algo más que plantear una relación intrafamiliar problemática que comienza en el proceso militar en Argentina y abarca los treinta años que le siguen. Porque aunque en el texto se cuestionan los roles familiares, sobre todo los vínculos entre las mujeres, se pone en discurso otro problema a través de la voz de esas mujeres y es, justamente, el poder de esa voz de las mujeres que, finalmente, se pluraliza y señala diversos lugares de poder.
Así, la presencia femenina se manifiesta a partir de sus voces escritas, inscriptas en el papel. La escritura de la novela de María Teresa Andruetto está atravesada por la vida de esas mujeres, su experiencia vital y también sus palabras. La autora elige, para ello, un tipo textual familiar, intimista -las cartas personales- que permite poner en evidencia esa cotidianeidad de la experiencia. Se trata de las cartas que Julia, la madre ahora muerta, deja a Julieta para que esta lea: “… cuánto de sí está encontrándose consigo en esas cartas que lee, en esas palabras que le llegan desde el pasado, que la traen a un aquí tan sólido como una roca…”
A través de las cartas y en una narración en tercera persona que alterna con esas cartas –además de algunas fotos y otros tipos textuales que aparecen a lo largo de la novela- se rompe el orden cronológico y así se genera un resquebrajamiento en la historia y en el texto que permite vislumbrar la noción de empoderamiento de la palabra por parte de las mujeres. Ya que esta ruptura promueve una composición narrativa sin pretensión de dar cuenta de la Historia rescatando los grandes hechos según el orden lógico (cronológico) que la sociedad falogocéntrica les ha otorgado sino que se pretende conocer –recordar, revalorizar, hacer visibles- los acontecimientos mínimos que hicieron a esas vidas, porque sabe que: “…nada informa mejor de un país que esas cartas familiares, esas vidas sencillas dando cuenta de sí…”
Es entonces que en la novela Lengua madre, se traman dos historias que, al abismarse, crecen: se escribe acerca de las relaciones familiares haciendo foco en las mujeres y se da un papel fundamental a esa palabra “femenina” que claramente se reconoce como el pronunciamiento de las mujeres. Ello se refuerza en el nivel para textual ya que la novela se abre con cuatro epígrafes de cuatro escritoras. Una de ellas es uno de los personajes de la novela, se trata de Doris Lessing y es acerca de quien Julieta, la joven intelectual, está escribiendo su tesis doctoral cuya temática consiste en la escritura de mujeres. En esos epígrafes, una vez más, Andruetto da la palabra a unas mujeres, sus colegas, y así plantea el tema de la novela en toda su expresión y extensión. En consecuencia, en el texto se redobla la apuesta ya que no solo la hija se transforma en la lectora de su madre y, por carácter transitivo, en la lectora de su abuela como madre de su madre (dice la novela: “…Trenzadas las tres, como ella siente que ahora están trenzadas las palabras de las cartas. Las que su abuela le escribió un día a su madre y que ella lee ahora. Las que su madre dejó, y en las que ella espía ahora la vida de las tres…”, sino que la hija es una especialista en Letras y está trabajando –leyendo y escribiendo- acerca de la escritura de mujeres. En la novela se trata de mujeres que leen a las mujeres y de la posibilidad o no de compartir con sus congéneres las experiencias “femeninas”: la maternidad, la pasión, la ideología, los deseos, la escritura, la muerte. Explica el texto que: “Un modo paciente y arduo de conocer, un modo de tener a su madre en la mente, de tener la mente misma en ella […] piensa, yo misma soy historia y política y vida. No tengo necesidad de registrarlas como un fenómeno exterior a mí […] No se trata de que ella haya cejado en sus preocupaciones individuales, lo que sucede es que empieza a creer que es necesario dar sentido y potencia a la experiencia […] ¿Cuánto que creía propio le fue transmitido, sin palabras o con ellas, desde su nacimiento? Con una escritura más indeleble que la hecha con tinta, le fue transmitida.”
Entonces, el texto se repliega sobre sí mismo, se abisma no solo sobre la temática sino sobre el mismo proceso escritural. La protagonista tiene un proyecto: “…saber si existe algo femenino, en el modo de escribir de las mujeres […] Sabrá algo más sobre escritura cuando termine. O tal vez, y ahora le parece que es lo que le importa, algo más sobre las mujeres…”
Qué dicen, qué escriben, desde dónde y hasta dónde pueden hacerlo las mujeres. Pero también cómo leen. Dice la novela, acerca de la lectura que Julieta, la hija, hace de una carta que ella misma le escribió a su madre siendo niña: “…Puestas así, sobre el papel, leídas ahora por ella, resultan ajenas esas palabras…” Esa noción de alienación planteada a partir de la lectura se revierte cuando el proceso se completa; es decir que a partir de la escritura es posible pensar en el reconocimiento de la subjetividad propia, apropiándose de la palabra y sus sentidos.
Es en esa instancia que el texto comienza a explicarse y, de una historia ficcional se pasa a un planteo teórico acerca de la escritura producida por las mujeres; dice el texto: “¿Existe la literatura femenina? […] Sabe que las mujeres que escriben buscan una respuesta a esa pregunta…” Y esa búsqueda se desarrolla en la escritura. En la historia narrada en Lengua madre, Julieta, la hija, (a quien podemos considerar la protagonista en tanto que es la única que está viva en la historia) fue criada por sus abuelos maternos porque su madre debió permanecer oculta durante la dictadura y su padre partió al exilio. Es allí, en la ausencia del padre (como representación de la Ley) donde Andruetto plantea la posibilidad de constituir la escritura femenina.
Cuenta la novela a propósito de la representación del padre: “…Trató de imaginar la vida de su padre en Suecia, pero otra vez no pudo. No logra que su retina capture los haces de luz y de sombra que conforman a un padre […] poco puede hacer para construir a un padre…” Para Julieta, el padre “no es”; carece de representación de él, por lo tanto no lo concibe como una imposición social. Por eso, el padre no representa para ella –en tanto que hija, en tanto que mujer- la Ley, según plantea Lacan. Para Julieta, la hija, la mujer, la ley es la lengua, en ella encuentra la identidad. Y esa lengua está claramente vinculada con la madre y con la escritura de esos sujetos que la madre intencionalmente deja y revela en las cartas escritas para ella, en esas palabras donde la madre es.
Nuevamente, el texto de Andruetto debe considerarse en esta investigación como la síntesis de lo trabajado en cada uno de los capítulos que siguen, en cada texto seleccionado de cada una de las escritoras porque en ellos, se cruzan el poder de las palabras -en el sentido que aplica Andruetto-, como dadoras de identidad, por tratarse de un poder conferido por el otro elemento en cuestión, el poder de la familia, o en todo caso, el poder de las relaciones familiares donde los estereotipos se sostienen o refundan pero donde se abisma, en el sentido de que se refleja, la construcción de la identidad femenina a partir de esas relaciones.