El Cardenal Richelieu, el estadista francés del Siglo XVII, acuñó una afirmación, hoy más vigente que nunca. Venía a decir que los Estados no tienen principios, sino solo intereses. A veces nos olvidamos de que los Estados no son entes neutrales, los intereses que representan y defienden los estadistas no dejan de ser una proyección de los que poseen determinados grupos de poder y aunque en democracia estos intereses no debieran ser otros que los de la mayoría de los ciudadanos sin menos cabo de los de las minorías, la realidad viene siendo otra.
La ciencia que estudia cómo y por qué se mueven los intereses de los Estados es lo que se denomina “geopolítica”.
Las publicaciones al respecto son numerosas; corporaciones y Estados utilizan estos estudios como hoja de ruta. Otros muchos políticos desoyen lo que dicen, sus guías son el “olfato político” y la intuición. Ello termina en meras ocurrencias y sus consecuencias. Trump puede ser un buen ejemplo de esto, aunque hay más.
Al inicio del año estaría bien que por lo menos tuviéramos presente lo que tenemos por delante. No un profuso estudio, pero sí una aproximación de lo que se nos avecina. No por ser el menos halagüeño de los últimos años, sino incluso el más preocupante. Sobre todo, si la política termina convirtiéndose solo en filosofía y prescinde de tener una dirección concreta, conjugando fines y medios.
En todos los análisis es obligado comenzar por “el amigo americano”. Donald Trump terminó el año con la fatídica ocurrencia del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, que, salvo satisfacer al lobby judío norteamericano, lo único que ha conseguido es introducir una bomba más en el complicado escenario de Oriente Medio. Trump renuncia al tradicional multilateralismo estadounidense, que con sus contradicciones era un factor de estabilización política y económica. Además, es una nueva bofetada a la Unión Europea a la que se sumará la intención de Estados Unidos de aplicar disposiciones fiscales y aduaneras que protejan la industria estadounidense en detrimento de las exportaciones europeas.
La estrategia de la ocurrencia de Trump está consiguiendo que, pese a los peligrosos perfiles personales de los líderes chino y ruso (Xi Jinping y Putin), los países con economías agresivas y numerosa población ven en estas dos potencias históricas, reconfiguradas como nacionalismos comerciales e ideológicamente neutros, unos interesantes aliados. Nuevos mercados para la venta (armamento incluido) y la compra, especialmente de materias primas.
Estamos inmersos en una nueva guerra fría comercial y tecnológica, de momento, en un escenario de total desorden. Cualquier movimiento de piezas va a significar una tensión creciente una “mini crisis de los misiles” permanente, entrando en un juego pernicioso de acción-reacción. Los pequeños y los no tan pequeños siempre buscan la protección del más fuertote y USA ya no lo es, chinos y rusos quieren ese papel y trabajan concienzudamente para ello, en una cada vez más explícita alianza estratégica, de momento no en lo militar pero sí en el campo comercial y tecnológico.
Como en las películas de gánsteres, son capaces de repartirse el protectorado de antagonistas históricos como Pakistán (China) e India (Rusia), que cada día están más lejos de los EE. UU. Ambos, esponsorizados por sus aliados preferentes, han pasado a formar parte en el 2017 de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una comunidad con actividades en el orden comercial, económico, seguridad y cultura que incorporar 1.800 millones de habitantes y dentro de poco también la veremos convertida en una Alianza Militar. Estrategias sin contenidos ideológicos más que aumentar el poder y librarse del baldón del pasado.
América Latina sigue tan perdida como siempre, malgastando su gran potencial, encerrada en debates fronterizos intestinos, y dejando pasar sus oportunidades (reflejo de su cultura hispana). Ha dejado de contar para los Estados Unidos que se debaten entre mirar hacia dentro o hacia Asia, azuzando las peligrosas tonterías de Kim Jong-un. Ni un paso para avanzar en una mayor integración regional, comercial e industrial (actividad hoy innata). Con una galopante crisis de confianza democrática (descendiendo 9 puntos en cinco años), con denuncias generalizadas de corrupción de los partidos políticos, el fenómeno Odebrecht se ha extendido por toda la región. Para colmo entre 2018 y 2019 en un 90% los países se verán envueltos en procesos electorales muy tensos. América Latina no cuenta en la agenda europea salvo para algunas empresas que paulatinamente irán abandonando la región ante la disminución de sus beneficios. Una pena, pero España hace tiempo que renunció a ser punta de lanza desaprovechando el factor idiomático. Venezuela será lo único que centre el interés, pero por seguir desangrándose (un 54% de los niños están en estado crítico de desnutrición).
África sigue sin tener fecha en el calendario. Ha mejorado sus capacidades para el emprendimiento económico, pero sigue faltando seguridad jurídica y sobrando corrupción, dificultando el desarrollo económico y social. Lo determinante seguirá siendo el interés chino por las materias primas africanas, a pesar de las reticencias iniciales los chinos son mejor vistos como socios estratégicos que americanos y europeos.
En este proceso de recomposición o descomposición, aún está por ver, Europa puede continuar lacerándose por las oportunidades perdidas y por haber visto deteriorada su capacidad de ser un operador internacional solvente o volver a encontrar su rumbo. El Brexit tal vez haya sido más remedio que enfermedad y esté provocando una reacción positiva de volver a tomar en serio el proyecto de unión superando dinámicas nacionalistas y visiones mercantilistas del sistema de relación entre sus miembros. Haber sentido en sus entrañas el resurgir del más rancio nacionalismo populista y haberle frenado en las urnas, no sin harta dificultad, es razón suficiente para ponerse las pilas y volver a ser un “Supra-estado” convincente para los ciudadanos europeos y para el resto de operadores internacionales siempre y cuando sea capaz de hacer valer un modelo de libertad, convivencia y cohesión social que muchos consideran ya periclitados, y como señaló Jean-Claude Juncker al Parlamento Europeo en su discurso sobre el estado de la Unión, que Europa deje de ser un menú a la carta. La cuestión no es fácil. Una Alemania con dificultad de encontrar su gobierno, el euroescepticismo tiene voceros en todos los países que no hace falta que utilicen ciberataques para minar la débil moral europeísta de los europeos. Polonia, República Checa, Bulgaria, Rumanía parecen no sentirse a gusto en el marco de la Unión, no dejando de aportar más problemas que soluciones y no van a dejar que el avance sea lo rápido que sería necesario. Es más, parecen añorar su abandono del extinto imperio soviético y contemplan a Rusia con menos resquemores que en el pasado. Por ello, solamente la fortaleza francesa, alemana, italiana y española, y de los cuatro solo Francia parece tener las ideas claras, con Italia pendiente de unas complicadas elecciones y España…, bueno de esta hablaremos la próxima semana.
En todo este desconcierto la amenaza yihadista sigue siendo el elemento más preocupante y alarmante para la seguridad. La pérdida de territorio por el yihadismo en Siria e Irak en la guerra convencional les hará pronto intentar recuperar protagonismo con nuevos atentados terroristas aquí y allá de gran impacto que nos haga recordar que su guerra continúa.
En definitiva, no hay un panorama mundial esperanzador para este año. Solamente una alta capacidad política y una visión de que es posible mejorar la situación y esforzarse para ello, nos puedo hacer evitable seguir pendiente abajo. El problema es que tienen que coincidir tantos y tantos al mismo tiempo que se antoja difícil.
No he citado ni una vez la palabra medioambiente o deterioro grave del ecosistema. No es casual. Ese es el problema, pero es para no sentirme totalmente desilusionado con los dirigentes mundiales a los que ni les ocupa, ni les preocupa.