Cuando Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como “Lenin”, preparaba la toma del poder en Rusia llegó a la conclusión que para llevar a cabo una Revolución comunista triunfante era necesario contar con un partido político de características nuevas.
Esto lo llevó a escribir un célebre opúsculo, titulado “¿Qué hacer?”. En este texto se explicitaban las bases para la creación de un partido revolucionario. Dicho partido debía contar con una vanguardia de “revolucionarios profesionales”, dedicados en cuerpo y alma a la causa del proletariado y al mismo tiempo sujetos a una férrea disciplina partidaria que unificara esfuerzos y eliminara cualquier tipo de disidencia interna o línea política opositora a la conducción del mismo.
Lenin se cuidó mucho de evidenciar el carácter dictatorial de este tipo de conducción -que lógicamente sería ejercida por él- disfrazándolo bajo la denominación de “centralismo democrático”.
La adopción del principio de “centralismo democrático” demandaba que una vez que la conducción del partido establecía una determinada línea política -en abierta discusión honesta y democrática, por supuesto- la misma debía ser acatada y defendidas con convicción por todos los miembros del Partido. En esta forma se eliminaba toda posibilidad de disidencia interna.
En la práctica las decisiones solían ser establecidas por la dirección del partido sin real intervención de las bases del mismo. Pero esto era un aspecto secundario. Cómo el partido nunca se equivocaba, cualquier disidencia o crítica de un miembro a la línea del partido constituía un error, era una falla de conciencia revolucionaria, o lo que era peor, quien la formulaba era en realidad un “enemigo del pueblo”, un traidor oculto entre las filas de los proletarios a quien se debía desenmascarar y castigar para evitar que continuara saboteando a la Revolución.
En esta forma toda disidencia interna culminaba en la expulsión de todas las voces críticas. Con el tiempo el principio del centralismo democrático se constituyó en la piedra basal de todos los partidos comunistas del mundo.
Muerto Lenin, el liderazgo del PCUS cayó en manos de Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, ?más conocido como Iósif Stalin?, quien aplicó el centralismo democrático en forma aún más estricto. Cualquier expresión de disidencia o la menor crítica podía terminar en un “juicio” público a los “enemigos del pueblo” y su casi inmediata condena a muerte o a largos períodos en el infame Gulag, cuando no se saldaba simplemente con un disparo en la nuca.
Hoy el centralismo democrático es aplicado arbitrariamente como instrumento para consolidarse en el poder por parte del Secretario General del partido español “Unidos Podemos”, Pablo Iglesias.
Iglesias, politólogo y catedrático, combina el populismo de corte latinoamericano -al mejor estilo de Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales o Cristina Kirchner- con lo mejor del marxismo decimonónico.
En su accionar partidario, Pablo Iglesias se muestra como un aventajado discípulo de Iósif Stalin en el empleo de la “purga permanente” como instrumento para acumular poder y eliminar a sus rivales dentro de Podemos.
En febrero de 2017, Iglesias aprovechó su ventaja en la “Asamblea Ciudadana de Vistalegre II”, para suprimir a la facción que respondía la número dos del Partido, Iñigo Errejón, quien perdió la Secretaría Política del Partido y el cargo de portavoz en el Congreso de Diputados, posición que pasó a ocupar Irene Montero, una dirigente vinculada sentimentalmente a Iglesias.
Otros partidarios de Errejón resultaron también “purgados” de sus posiciones de poder dentro del Partido como ser: José Manuel López, quien perdió su posición de portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid o Sergio Pascual hasta entonces Secretario de Organización de Podemos.
Ahora, quien ha resultado purgada por expresar algún tipo de disidencia, es la dirigente gallega Carolina Bescansa, una de las fundadoras de Podemos, en 2014, junto a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero.
Bescansa, una experta en derecho constitucional ocupaba como vocal la representación de Podemos en la Comisión Constitucional de la Cámara de Diputados. Ahora ese cargo será ocupado por la diputada Irene Montero.
Hace unas semanas, en una reunión del Grupo Parlamentario de Unidos Podemos, la diputada expresó su preocupación por que la estrategia de su partido en Cataluña pudiera restarle apoyos en el resto de España.
Bescansa cuestionaba que Pablo Iglesias llevaba a Podemos a secundar la línea “comprensiva” con el separatismo catalán, lideraba por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
“Declarar mañana la independencia de Cataluña es ilegitimo y una gran irresponsabilidad, no justificable ni con la ominosa actitud de Rajoy”, sentenció Bescansa hace unos días, por medio de las redes sociales.
La réplica de Iglesias no se hizo esperar, siguiendo las directivas del grupo parlamentario Unidos Podemos-En Comú Podemos. En Marea, desplazó a la dirigente disidente de su principal posición parlamentaria.
Bescansa parece haber asimilado el castigo y se muestra pronta a dar la batalla interna contra la dirección autocrática ejercida por Iglesias. Replicó declarando: “A mí me gustaría un Podemos que le hablase más a España y a los españoles y no sólo a los independentistas”.
Pero no dejó el tema allí, también se lamentó del hecho que Podemos carezca de “un proyecto político para España.”
La pregunta del millón es hasta cuándo podrá Iglesias manejar autocráticamente a Podemos sin que su electorado lo abandone o los dirigentes purgados organicen un eficaz movimiento interno de resistencia.
Pero, por ahora, parece que el Secretario General Pablo Iglesias puede seguir aplicando el centralismo democrático y las prácticas estalinistas sin sufrir mayores consecuencias.