Tras su fracaso en modificar la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Costo -conocida como ObamaCare- debido al voto adverso de tres senadores de su propio partido, el presidente Trump decidió castigar al establishment desplazando al jefe de Gabinete, Reince Priebus, un ex presidente del Comité Nacional Republicano que oficiaba de enlace entre el presidente y los republicanos.
Esto llevó a una profunda remodelación de su equipo de gobierno.
Para forzar la renuncia de Priebus, Trump designó como director de comunicaciones al intempestivo y soez Anthony Scaramucci, un oportunista “tiburón” financiero de Wall Street.
La llegada de Scaramucci precipitó la renuncia, primero, del secretario de Prensa, el también controversial Sean Spicer y más tarde de su mentor Reince Priebus.
Priebus presentó la renuncia luego de un feroz ataque de Scaramucci, quien en una turbulenta conversación telefónica con el periodista Ryan Lizza, de la revista New Yorker, describió al jefe de Gabinete como un “paranoico esquizofrénico” responsable de filtrar información del gobierno a la prensa. Incluso predijo que el presidente se disponía a desplazarlo.
La difusión de la conversación, y la falta de reacción del presidente Trump al conocerse la misma, causó un escándalo en Washington.
Por lo cual, el nuevo jefe de Gabinete, el general de la Infantería de Marina, John Kelly, antes de aceptar el cargo, solicitó al presidente libertad de acción para reorganizar el staff de la Casa Blanca.
Precisamente, la primera víctima de esa remodelación fue precisamente el verborrágico Anthony Scaramucci.
Por el momento, no ha trascendido quién ocupará el cargo de director de Comunicaciones de la Casa Blanca.
Mientras tanto, la prensa se pregunta cuál será la suerte del asesor presidencial e ideólogo de la derecha alternativa, Steve Bannon, el asesor económico nacional Gary Cohn y la asesora adjunta Dina Powell.
También está en duda cuando tiempo resistirá la hostilidad presidencial, el Fiscal General Jeff Sessions, a quien Trump reprocha que se halla inhibo de intervenir en su favor en la llamada “trama rusa” que investiga la colusión entre miembros de su equipo de campaña y funcionarios rusos para alterar el resultado de las elecciones presidenciales de 2015.
Incluso, algunos observadores temen que Trump incluso intente destituir al fiscal especial Robert Mueller, para obstaculizar o incluso intentar detener la investigación recurriendo a algún artilugio. Pero, en verdad esto parece muy poco probable.
El hecho que realmente causa vértigo es la forma en que Trump descarta a sus colaboradores más cercanos. Personalidades prestigiosas, de reconocida trayectoria, tras unos pocos meses -o incluso días- en el gobierno se ven forzados a dejar sus cargos en el mayor desprestigio.
Otra cuestión evidente, es que el presidente estadounidense hasta el momento no ha podido conformar un equipo gubernamental para gestionar eficazmente al país y sigue provocando funcionarios, aparentemente con escaso éxito.
Probablemente, la designación de un militar con experiencia de comando en estructuras complejas -fue jefe del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos- como John Kelly introduzca orden en una Casa Blanca sumida en el caos.
Sólo resta saber si el presidente Donald Trump y su influyente entorno familiar se lo permiten.