En este sentido, debemos comenzar por recordar que estos caudillos dieron origen a los dos grandes partidos políticos que en Argentina reúnen la mayoría de las preferencias electorales: la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista.
Desde la aparición del peronismo como partido político en 1945 todos los gobiernos constitucionales del país fueron implementados por alguno de estos dos grandes partidos, ya sea en forma independiente o conformando alianzas con otras agrupaciones políticas minoritarias. Así como Perón decía que en la Argentina de su tiempo se nacía conservador o radical, desde su aparición en la escena política nacional en nuestro país las grandes mayorías nacionales son radicales o peronistas.
Las similitudes no se agotan en este punto ambos llegaron en más de una oportunidad a la presidencia de la nación – Perón es el único argentino electo tres veces a la presidencia- por el voto libre de los ciudadanos. Ambos hicieron una primera presidencia considerada como muy buena y no pudieron completar su segundo período porque un golpe de Estado militar se lo impidió.
Tras su derrocamiento ambos debieron soportar calumnias y proscripciones. Ambos estuvieron detenidos en la isla de Martín García. Y a su muerte fueron despedidos con dolor por el mismo pueblo que los había amado en vida y apoyado en las urnas.
Aunque de indudable vocación democrática los dos participaron de golpes de Estado: Yrigoyen tomó parte de la Revolución del Parque en 1890 y organizó la Revolución Radical de 1905, en ninguno de estos casos tuvo éxito. Perón fue más afortunado como golpista. En 1930, participó del derrocamiento de Yrigoyen –aunque después se arrepentiría de esta intervención- y, en 1943, fue un actor principal en el derrocamiento del gobierno de Ramón S. Castillo.
Ambos contribuyeron a consolidar el sistema democrático ampliando la participación política. Yrigoyen impulso el voto secreto y a abrió la participación política a los estratos medios. Perón estableció el voto femenino y abrió la participación a los sectores populares. Tanto Yrigoyen como Perón fueron capaces de imponer como sucesores a políticos menores sin ningún apoyo electoral: Marcelo T. De Alvear y Héctor J. Cámpora.
Ambos fueron líderes populistas que consideraron a los sectores del poder oligárquico como sus principales antagonistas. Hablaron mucho de una “revolución”, pero se limitaron a introducir tibias reformas y correcciones a las instituciones democráticas. No obstante, una cosa es evidente y conviene reiterarla; la Argentina no fue la misma después de su paso por el poder.
Pero, más allá de estos aspectos que los identifican muchos otros los diferencian.
Yrigoyen era un idealista que se guiaba por una férrea moral derivada de la filosofía krausista. Aunque se enriqueció con su esfuerzo y trabajo en la actividad privada murió pobre en medio de la mayor austeridad y pobreza. Aunque, en verdad no exhibió la misma honestidad cuando tuvo que emplear los recursos del Estado en favor de algún “correligionario” necesitado. El populismo siempre termina derivando en clientelismo y corrupción.
Era un hombre recto que por sobre todo honraba su palabra y que consideraba que un apretón de manos era suficiente para sellar un compromiso. El líder radical fue circunspecto e introvertido, le gustaba rodearse de un aura de misterio, jamás habló en público y su oratoria era pobre y compleja.
Compensaba sus deficiencias como orador con un particular magnetismo personal que imponía en los contactos directos cara a cara con sus interlocutores. Sabemos que cursó estudios universitarios y que fue profesor de filosofía. Pero sus alumnos lo recordaban como un mal profesor, no dejó ningún libro escrito, odiaba mantener correspondencia y los textos de sus discursos y escritos son de escaso valor literario, ideológico o político. Como se ha dicho anteriormente, nunca salió del país, ni mostró interés por los adelantos científicos, más bien tenía cierto rechazo hacia las innovaciones de su tiempo tales como el teléfono o el avión.
Perón era un pragmático que no se guiaba por principios filosóficos o políticos rígidos, sino que tomaba las ideas que mejor le servían según las circunstancias. Aunque no los citaba su accionar parecía guiado por una muy particular combinación de los principios de conducción militar de Clausewitz y los consejos políticos de Maquiavelo.
Aunque Perón no era pobre tampoco poseía una gran fortuna pero es evidente que dejó el gobierno con más dinero que el que tenía cuando ingresó y a su muerte su herencia fue considerable. Incluso llegó a considerar al poder político y al gobierno como una suerte de bien conyugal que podía trasmitir a sus esposas. Para desgracia de los argentinos, dejo la presidencia en herencia a su tercera esposa, María Estela Martínez Carta, la mayor nulidad política que ha ocupado el “sillón de Rivadavia”.
Perón era extrovertido, un orador consumado que podía crear un vínculo especial tanto con sus auditorios como en las entrevistas particulares. Para ello acomodaba sus argumentos recurriendo a simplificaciones, exageraciones o pequeñas inexactitudes. Acompañaba sus discursos con gesticulaciones, sonrisas cautivadoras y guiños cómplices. En ocasiones, frente a las masas, podía perder el control recurrir a improperios e incluso incitar a la violencia.
Sus únicos estudios fueron esencialmente de carácter militar, pero los completó con intensas lecturas. Esta formación no sólo le permitió convertirse en profesor de la Escuela de Guerra, sino también dejar gran cantidad de libros no sólo doctrinarios, sino también estudios históricos y de estrategia militar. Al mismo tiempo, produjo otros escritos y dejó una frondosa correspondencia entablada con distintas personas. Durante su exilio forzado recurrió a la grabación de discos y videos para difundir sus ideas que son importantes testimonios históricos.
Perón era un hombre de mundo abierto a todas las innovaciones y cambios. Antes de llegar a la presidencia Perón había vivido en Chile como diplomático y recorrido la Europa del período previo a la Segunda Guerra Mundial. Después de su derrocamiento, vivió diecisiete años fuera de la Argentina. Durante este exilio residió brevemente en Paraguay, Panamá, Venezuela, Santo Domingo y, en forma más prolongada en su residencia “17 de Octubre”, en el barrio madrileño de Puerta de Hierro, en España. Mostró siempre un especial interés en el futuro. Una de sus sentencias predilectas era augurar que el año 2000 encontraría a la América Latina unida o dominada.
También se diferenciaron en su vida privada. Yrigoyen no se casó nunca, sin embargo, tuvo diversas parejas y varios hijos a los cuales no reconoció. Pero, como cubrió su intimidad con un manto de reserva y hasta secreto, no fue cuestionado por ello. Sin embargo, su entorno siempre fue familiar. De joven contó con el apoyo de su tío Leandro Alem y luego del afecto de su hermano Martín y de su hija Elena quien lo acompañó hasta sus últimos momentos.
Perón, por el contrario, se casó en tres oportunidades y enviudó dos veces, pero no tuvo hijos. Al ser más abierto y haber convertido a sus esposas en personalidades políticas sufrió múltiples ataques por su vida privada, en especial por su predilección por las mujeres de menor edad que él.
Puede decirse que era un hombre solitario, distanciado por razones profesionales de su entorno familiar. Su círculo íntimo se fue modificando con el tiempo y con sus sucesivos matrimonios. Sus últimos días, lo encontraron rodeado de un muy particular entorno conformado por su tercera esposa María Estela Martínez Cartas y un personaje siniestro: su secretario y Ministro de Bienestar Social, José López Rega. Un ex cabo de la Policía Federal, de inclinaciones exotéricas, a quien sus íntimos llamaban “hermano Daniel”.
Tal es el paralelo que podemos establecer entre los hombres que forjaron la cultura política de los argentinos a lo largo del siglo XX y cuya herencia aún hoy está presente en su pueblo.