En estos días muchos anuncian su abandono de la red X y su mudanza a otra. Es muy simple culpar a las redes sociales e incluso a los motores de búsqueda como Google de muchos de los problemas que afectan a nuestra sociedad: superficialidad del conocimiento, desinformación sobre temas importantes, disputas malintencionadas por cuestiones triviales y, por supuesto, de la victoria de Trump.
¿Hay personas medianamente inteligentes que piensen que abandonar la red social “X” va a cambiar en algo la situación? Es tan absurdo como hacer boicot a los productos catalanes para combatir “el proces“. ¿Creen que se va a contener con ello el aumento de la extrema derecha o la influencia del relato anarcocapitalista de los Trump, Musk, Milei y otros? Igual lo creen. Permítanme otro enfoque
La culpa no es de Google ni de X; siempre es del Cha-cha.
La verdadera raíz de estos problemas radica, como tantos otros, no tanto en las herramientas tecnológicas que utilizamos, sino en cómo las empleamos y, sobre todo, en la falta de pensamiento crítico y reflexivo para discernir la información y aprender de ella. Es como culpar a la pistola del crimen.
Vivimos en una era en la que el conocimiento está a un clic de distancia, pero el acceso a este conocimiento no garantiza su comprensión ni su correcta aplicación. Por ello, la educación, dirigida a las generaciones jóvenes y a los más pequeños que nacen rodeados de tecnología, debe ir más allá de transmitir datos o habilidades técnicas: debe formar seres humanos capaces de cuestionar, reflexionar y actuar éticamente. Salvemos el futuro, por lo menos.
La educación en la era digital será, sin duda, el gran reto para nuestra sociedad. El rol de padres, maestros y de la sociedad en general y de sus iconos en particular es fundamental en este nuevo tiempo. Tener hijos y formar a una nueva generación no debería ser solo un acto de reproducción biológica; es, ante todo y más que nunca, un compromiso social y ético que implica renuncias, incluida la comodidad y, a veces, nuestros propios proyectos personales. La crianza no se limita a elegir la ropa u obsesionarse con la dieta de los niños, es una labor compleja y constante orientada a preparar a los hoy niños para vivir en un mundo cambiante y lleno de incertidumbres.
Educar es mucho más que prepararse para saber construir un proyecto de vida, es hacerlo basándose en el conocimiento como herramienta para navegar una realidad llena de encrucijadas e incertidumbres. No debe reducirse a ser un recurso para la competencia en el mercado laboral, como parece ser hoy en día. En la medida en que se delega el proceso de conocimiento a Google, la responsabilidad educativa no desaparece, sino que se vuelve aún más exigente y más cercana.
La facilidad con la que obtenemos respuestas a nuestras dudas cotidianas —desde preguntas triviales hasta cuestiones profundas— corre el riesgo de sustituir la verdadera curiosidad, el hambre de conocer y el esfuerzo intelectual necesario para construir una comprensión sólida del mundo en transformación. Como afirma Nicholas Carr en su ensayo Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, el acceso instantáneo a la información puede debilitar nuestra capacidad de pensamiento profundo, ya que “las búsquedas rápidas nos acostumbran a un conocimiento superficial, que se va tan rápido como vino”.
No nos equivoquemos, Google, al igual que otras plataformas de información, es esencialmente una herramienta poderosa que puede potenciar la educación y la investigación, siempre y cuando se utilice de manera consciente y crítica. Su impacto será aún mayor cuando la inteligencia artificial esté integrada en todos los procesos de obtención y organización de datos. Alguien puede leer la Wikipedia sobre un tema científico y aprender aspectos básicos, pero difícilmente desarrollará una comprensión profunda sin estudios sistemáticos, discusiones y lecturas especializadas. La inmediatez de las respuestas no debe sustituir la capacidad de preguntarnos “¿por qué?”, y “¿para qué?”.
Lamentablemente, vemos a diario cómo numerosos opinadores y activistas-tertulianos sin criterio propio nos engañan con supuestas reflexiones profundas, consultadas apenas minutos antes en Google. Esto se vuelve especialmente crítico en el caso de los jóvenes y niños, quienes, en muchos casos, encuentran en Google su primera y principal fuente de información. Sin una orientación adecuada, pueden desarrollar una relación pasiva con el conocimiento, limitándose a recibir datos sin procesarlos ni entender su contexto y relevancia. Como decía el pensador brasileño Paulo Freire: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Esto implica que el papel de los padres y educadores es esencial para inculcar la importancia de la curiosidad intelectual y el valor del esfuerzo mental.
Uno de los problemas subyacentes que amplifica el uso irresponsable de herramientas tecnológicas es la falta de pensamiento crítico y autocrítico. La vida, como proceso de resolución de problemas, requiere una actitud activa hacia la información y los desafíos. Sin embargo, en muchos casos, las personas han caído en un estado de comodidad mental en el que simplemente aceptan la primera respuesta que encuentran en línea o siguen compulsivamente informaciones falsas y absurdas en redes sociales. Esta actitud no fomenta una sociedad capaz de pensar por sí misma o de cuestionar lo que se le presenta. De ello se aprovecha el liderazgo político.
El conocimiento no es algo que simplemente se recibe; es algo que se construye a través de la duda, la pregunta y la confrontación de ideas. Esto exige, en primer lugar, que tanto padres como educadores asuman un papel activo en fomentar esta capacidad. La sobreabundancia de información —el llamado infocalipsis (como lo denomina Byung-Chul Han en su libro Infocracia 2022)— puede ser desorientadora para quienes no han sido educados para diferenciar fuentes confiables de las que no lo son, o para comprender que no todo lo que se lee en internet es necesariamente cierto, ni lo que se dice en televisión tampoco.
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