En España, es difícil que suceda algo que no esté sujeto a la bronca pública. Podríamos decir que el pueblo español ha desarrollado una gran tolerancia hacia todo lo que proviene de la política, sin distinguir entre colores partidistas o medios de comunicación, incluso con aquello que ocurre en nuestra vida cotidiana. Es una cuestión de identidad; tenemos una irresistible predisposición a discutir lo obvio con la mayor vehemencia, respaldados por incontestables razones.
La inusual carta del presidente del gobierno español a los españoles no iba a ser menos. Como decía alguien hoy, no recuerdo quién, Pedro ha puesto a España, a todos, frente al espejo.
En “Alicia a través del espejo” (Lewis Carroll), hay una significativa conversación entre Alicia y el huevo con características humanas, Humpty Dumpty:
Alicia: “No puedo entenderlo. ¡No importa cuánto trate, simplemente no puedo entenderlo!”
Humpty Dumpty: “¿Te has esforzado lo suficiente? Eso es muy importante, por supuesto, pero cuando yo uso una palabra, significa exactamente lo que quiero que signifique, ni más ni menos.”
Este mundo absurdo e ilógico que Alicia encuentra a través del espejo, y que siempre es bueno releer, subvierte y desafía constantemente las reglas convencionales de la lógica y el lenguaje.
¿Es la política ilógica? ¿Son los ciudadanos españoles, quienes son ilógicos?
Recuerdo que no es casual que Humpty Dumpty sea representado por un huevo. Lo es porque, si se cae, se rompe fácilmente. Viene a representar la fragilidad, la inevitabilidad del destino y la dificultad de reparar algo una vez que se ha roto.
Cuando el huevo de los españoles se cae, lo cual ocurre con frecuencia, no se rompe, la historia nos lo demuestra. Los españoles son como el acero: cuanto más se les golpea, más resistentes se vuelven.
La política tampoco se rompe, ni mucho menos, y siempre es igual, como los humanos. Aunque ahora parezca tener unas características diferentes, no es así y, al igual que Alicia, no importa cuánto tratemos de hacerlo (esforzarnos), ¡simplemente no podremos entenderla! Si los humanos no hacemos que la política cambie, esta no cambiará.
La política dejó de ser hace tiempo un ejercicio estratégico de racionalidad democrática y se convirtió en pura táctica. Como dijo Isaac Asimov, lo que es lógico no siempre es táctico y lo que es táctico no siempre es lógico. El presidente Sánchez, al ponerse frente al espejo, ha vuelto a ver al ciudadano Sánchez y con él al ciudadano/a González, Rodríguez, Pérez, Gómez… y tampoco ha podido entenderlo, como les pasa a los otros ciudadanos. Y me parece, como les gusta decir ahora a todo el mundo, un hecho histórico.
Podría el espejo responderle, como les gusta a muchos políticos decir: ¡Es la política! Y si, es la política, pero convendrán conmigo en que la política no debería de ser así.
Hace más de dos mil años, Cicerón expuso en su obra “De officiis” (Sobre los deberes) su visión sobre la ética en la política, argumentando que los líderes deben actuar de manera justa y moral, priorizando el bien común sobre sus propios intereses personales. Cicerón, en su ingenuidad literaria, creía que todos los gobernantes debían ser personas virtuosas, comprometidas con el servicio público y la búsqueda del bienestar de sus conciudadanos. A esto él unía la importancia del diálogo y el consenso en la toma de decisiones políticas. Hace dos mil años de esto. En sus múltiples discursos y escritos, abogó por el uso de la razón y la persuasión para resolver conflictos y alcanzar acuerdos que beneficiaran a la comunidad en su conjunto. Es, tal vez, la visión más idílica de la política que podemos leer y más por alguien al que finalmente “por la política” se le dio a elegir entre la cicuta o la espada del centurión. Sus lecturas poco han ayudado a cambiar. Todo lo contrario, como vemos no es alternancia es machacar al humano que político lleva dentro.
Es reiterativo decirlo estos días, pero es bueno recordarlo: El acoso despiadado contra diversos líderes y gobernantes españoles ha sido una constante en la política española. Una evidencia que puebla las hemerotecas: recordemos que las mayorías absolutas del PSOE llegaron a “desesperar a la derecha”; no solo a la política también a la mediática y económica. No entendieron que las mayorías o minorías de gobierno sólo se cambian por las urnas.
No vieron forma electoral de alejar del gobierno a Felipe González y recurrieron al acoso mediático. “Había que terminar con Felipe González, ésa era la cuestión. Al subir el listón de la crítica se llegó a tal extremo que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado. Eso es verdad. Tenía razón González cuando denunció ese peligro…, pero era la única forma de sacarlo de ahí”, declaró Luis María Ansón, exdirector del periódico ABC y académico de la Lengua, en una entrevista concedida a la revista semanal TIEMPO en febrero de 1998. No voy a hacer un correlato de todos los intentos de minar la moral de los líderes políticos desde Adolfo Suárez hasta el actual, estos días lo han recordado hasta la saciedad. No solo los liderazgos políticos nacionales sino también los regionales, como bien recordaba el otro día Emiliano García-Page y cualquier liderazgo que surja en cualquier orden.
Las informaciones falsas que afectan a los entornos familiares auspiciadas por medios de comunicación no son un hecho novedoso o destacable, aunque brujuleadores de la opinión como José Miguel Contreras digan que “nunca como ahora”. El paso del tiempo no nos debería de hacer olvidar, ahora se cualifica con la facilidad de la propagación, por tanto, este tipo de acoso ni es nuevo, ni es nacional, ni desgraciadamente tiene color político.
“La justicia no solo debe ser imparcial, sino que también debe ser percibida como tal por todos. No debemos temerle, sino confiar en que nos protege por igual, sin importar nuestra posición o estatus.”
El problema es ahora mayor cuando todos llevamos en el bolsillo un difusor de noticias falsas y un captador de ruido. Tampoco es un fenómeno exclusivo de España, aunque aquí si se tiene una cierta querencia en machacar al otro. Recuérdese el proverbio popular ingles: “An Englishman speaks well of another Englishman, a Frenchman speaks ill of a German, and a Spaniard speaks ill of another Spaniard.”
Es evidente y constatable que siempre ha sido la derecha la que ha sido más receptiva a usar el bulo y el ataque personal para anular al adversario. Nunca la ha importado en España generar un clima de opinión asfixiante. Desgraciadamente, la política de la polarización y el bloqueo, imperante, ha llevado a que la izquierda asuma estrategias parecidas, aunque ya se habrá dado cuenta que sin la capacidad y los medios necesarios para que le resulte efectiva, como a la derecha.
Bret Easton Ellis, en su novela “American Psycho” (1991), haciendo una magistral descripción sobre la naturaleza cínica y sin escrúpulos de la política y todo aquello que la rodea, pone en uno de sus personajes una frase muy descriptiva de lo que hablamos: “nunca esperes gratitud de la política“.
La política no es literatura, ¡no!, aunque lo que domine hoy día sea el relato y no el discurso político. La política no solo es ingrata, sino también cruel. Y aquellos que dan el paso para convertirla en su forma de vida a veces no son conscientes de que con ello no solo implican a sí mismos, sino que también arrastran a toda su familia. Y lo peor de todo es que es inevitable.
Me permito hacer un comentario trágico sobre la historia. Cuando los bolcheviques asesinaron al Zar Nicolás II, también hicieron lo mismo con su mujer y sus cinco hijos. Lenin, Stalin y otros dirigentes comunistas mantuvieron el relato, que perduró por mucho tiempo, de que era un acto de justicia revolucionaria necesario para eliminar cualquier posibilidad de restauración de la opresión zarista o de cualquier amenaza contra el gobierno comunista; era un paso necesario para establecer un nuevo orden socialista en Rusia. Lo despiadado siempre encuentra argumentos.
Hoy podemos conformar una política de mayor calidad. Un sistema democrático debe tener unas reglas del juego político que eviten el ataque gratuito a mujeres, novios, hijos, cuñados, sobrinos… por el simple hecho de serlo. Humanizar la política no eximirla de responsabilidad. Si las reglas no funcionan, hay que cambiarlas y mejorarlas. No todo debe valer.
La gran fortaleza que tiene el Estado democrático es el Derecho, la normativización de las relaciones de la política con la vida para evitar la discrecionalidad, el agravio o el descrédito para anular al otro. No se trata de burocratizar, sino de ordenar.
Hacer normales y transparentes las relaciones. No olvidemos nunca que los jueces se limitan a aplicar la ley; esa es su función. Cuanto menos discrecional sea la aplicación y más garantista sea para evitar que el ejercicio de la justicia se convierta en otra cosa, como a veces se cree. De igual manera, no es aceptable que las filtraciones de trámites de procedimiento judicial o policial terminen estando en los periódicos; la tentación humana hacia el mal no se puede evitar, pero sí se puede imponer un castigo ejemplar. Lo mismo que regular con rigor los regímenes de incompatibilidades y responsabilidades, no solo de los representantes políticos sino, en casos determinados, de sus allegados.
El caso Noos es un buen ejemplo de ello, al igual que los casos del Rey Emérito que nunca fueron aclarados. En una democracia, la oscuridad debe ser una excepción y la transparencia debe ser la regla.
En todo caso, hay una cuestión que, si debemos mirar en el espejo, es obligada: hacernos la pregunta de cuál es la política democrática que queremos, lo que vale y lo que no. Saber a qué atenernos al transitar los complejos territorios del mundo actual. Ahora bien, lo que no podemos ignorar es que la democracia son procedimientos reglados que deben ser cumplidos por todos. No hay excepciones, eso hace que todos seamos miembros contingentes del sistema.
No estamos ante cosas de buenos y malos, sino que las acciones censurables, las haga quien las haga, deben ser impedidas y denunciadas; nunca responder con la misma moneda, pues convertirse en iguales es un serio problema democrático.
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