…el ejército a que le acompañen en los honores postreros
y asistan a las lágrimas del padre, pequeño consuelo
en un gran duelo, aunque debido a un padre infortunado.
Otros, solícitos, tejen con varas de madroño
y ramas de encina el entramado de un blando féretro, y dan sombra…
Virgilio ENEIDA Libro IX estrofa 60.
“¿Por qué llaman Ley de la Concordia a algo cuyo propósito parece ser sembrar discordia?”
En la Autopista A6, en las proximidades de un moderno centro comercial a la altura de Torrelodones, descubrí un bello madroño, crecidito, que en otoño a buen seguro dará hermosos frutos. No sé si, cuando el sol obligue, dará sombra suficiente como para sentarse bajo él. El sol que aprieta con fuerza llegará, como otras cosas, pero será un poco después; de momento no. Aunque hay cosas en España que, por mucho que llueva y salga el sol, parece que nunca pueden cambiar.
Desde donde está el madroño, se divisa el Palacio del Canto del Pico. Este palacio, arquitectónicamente bastante pastiche, hoy se encuentra en ruinas con riesgo de ser derribado. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que ese edificio viene a ser un reflejo en piedra, moho incluido, de cómo reiteradamente algunos se empeñan en cómo debemos entender nuestra memoria, convivencia y entendimiento de la historia.
El edificio fue el capricho de un hacendado aristócrata en el primer cuarto del siglo pasado, cuyo título pomposo le venía al pelo: Conde de las Almenas. Todo esto mientras España se desangraba en una absurda guerra colonial en el norte de África. Más o menos se terminó el palacio cuando se produjo el famoso desastre de Anual, donde miles de jóvenes españoles perdieron la vida sin sentido, dirigidos por los denominados militares africanistas que allí asentaron su poso reaccionario y trasnochado, tan dañino para España. Qué buena labor hubieran hecho aquellos chicos trabajando en la agricultura de sus pueblos o poniendo en marcha una necesitada industria española que nos acercara a Europa rompiendo la barrera de los Pirineos. No parece que seamos nunca capaces de vislumbrar dónde está el futuro.
El palacio fue lugar de celebración de fiestas y monterías en los cotos cercanos de la nobleza y las clases dirigentes españolas. Incluso se dice que en sus escaleras falleció el político Antonio Maura, quien fue primer ministro durante veinte años y alternó entre posiciones liberales y conservadoras. El palacio fue construido por los picapedreros locales, quienes, en condiciones precarias, mantenían a sus familias: las mujeres se ocupaban de ordeñar vacas y plantar hortalizas, mientras que los hombres picaban el granito llevándolo por los polvorientos caminos en carros de mulas. Era una España que oscilaba entre el privilegio para unos pocos y la miseria para muchos otros. Aunque no se necesitaba ser muy perspicaz para darse cuenta de que esta situación no podía perdurar y que mal terminaría.
Por ello, el palacio luego se convirtió en la sede del Mando Militar Republicano, desde donde, como privilegiada atalaya, se dice que dirigieron las operaciones militares del frente de Brunete tanto Indalecio Prieto como el General Miaja. Después de la Guerra Civil, el palacio fue regalado al General Franco, cosas del destino, quien lo utilizó como una de sus varias residencias de descanso durante cuarenta años, junto con su peculiar familia. Mientras tanto, la vida de los picapedreros no experimentó mejoras significativas, y cualquiera que afirme lo contrario está mintiendo.
La prosperidad y el crecimiento económico para la mayoria de los españoles llegó tras la muerte del dictador. Fue resultado, no por casualidad, de los fondos europeos y del cambio en las reglas del juego derivado de un exitoso proceso democrático, en el que problemas y soluciones eran objeto de negociación. Ese es el mejor camino de la concordia, fortaleciendo la democracia. De paso no viene mal y hacer memoria, recordando que el pasado que esas piedras reflejan no es el mejor.ivo político en remover el peor pasado colectivo no es parte de una guerra cultural, sino un acto de ignorancia.
Memoria y concordia deberían ir siempre juntas, no en las leyes, sino en nuestras cabezas. No debemos olvidar que solo a partir de un pasado conscientemente asumido se puede construir el futuro, y que convivir implica renunciar a ser el único protagonista de la historia, incluso de su interpretación. Volver al frente de batalla cultural para derogar las normas de reconocimiento de la memoria democrática es un juego sin sentido, agotador y una falta de respeto hacia la historia, la de todos.
Reescribir, e incluso intentar “matizar”, los posibles excesos con las mal llamadas “leyes de convivencia” es una falta de sentido político y una burla a los españoles. Esto demuestra una gran incapacidad para hacer política de verdad. Con lo que importa hoy día a las nuevas generaciones de españoles.
¿Es tan difícil entender que la historia es como es, la escriba quien la escriba y la lea quien la lea? Es como si en España optáramos por pasar de la lectura de libros de Marvel Editions a ser catedráticos de la Historia de España, pero resumida y en viñetas.
Voy a intentar ofrecer un atajo, como hacen los móviles en muchas aplicaciones. Luego, quien quiera leer, que lea.
España es, desafortunadamente, un fracaso colectivo en cuanto a convivencia desde hace mucho tiempo, y seguirá siéndolo si algunos se empeñan en ello. A veces, recordarlo es algo positivo.
No obstante, lo anterior, la II República también fue un fracaso, aunque sin duda fue el mayor y mejor intento de superar nuestras lacras históricas. Estuvo llena de buenas intenciones, esfuerzos y propósitos, pero también de ingenuidad, excesos (fruto de una época convulsa) y de sacralización de la ignorancia política. Conociendo nuestro pasado, debemos reconocer cuándo hemos alcanzado lo mejor posible, sin tener la victoria como único objetivo, recordando lo machadiano de encontrar en el contradictorio al complementario.
Lo de Franco, el franquismo, fue una dictadura. Franquismo es y solo puede ser sinónimo de dictadura. Durante ese período, muchos llenaron sus bolsillos sin reparo alguno, ni caridad cristiana. Aun así, lo peor fueron las muertes sin sentido. Aquello de vencieron, pero no convencieron de Unamuno. Lo más trágico fue el miedo y la tristeza de las personas que vivieron aquella época y que hoy son los abuelos y bisabuelos de los nuevos españoles a los que hoy se les quiere hacer, nuevamente, partícipes de una guerra y sus consecuencias que afortunadamente no vivieron.
La mejor época reciente de España, por razones obvias, ha sido la Transición democrática y el sistema político y social creado (bienestar, desarrollo, convivencia, entendimiento, etc.). Estos años no se forjaron con olvido del pasado, sino con la idea de permitir que las aguas del río fluyeran sin turbulencias para que el odio se lo llevará la corriente. Parece que algunos no lo entendieron.
Como decía Labordeta:
“Salimos adelante,
Nunca sé la razón,
Quizás como testigos,
O náufragos o heridos,
Para plasmar la voz
Del que nunca la alcanzó.”
Hoy, en 2024, aún existen quienes quieren ganar guerras que ya ganaron, y algunos otros, no me duele decirlo, intentan ganar aquellas que perdieron. ¿No hay suficientes conflictos a nuestro alrededor como para seguir luchando las viejas batallas de nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos…?
Espero que, en octubre, el madroño dé sus frutos y podamos saborearlos, dejando las ramas olvidadas para las piras funerarias de héroes guerreros de historias muy antiguas que ya no nos importan y políticos muy mediocres.
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