¡CONVERTIRÉ A TU PERRO EN KEBAB!
Rachida Dati, así se llama la impetuosa ministra francesa de Cultura de verbo lisonjero. No es poca cosa ser ministra de cultura de la República Francesa… La de Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Anatole France, Simone de Beauvoir y Malraux, incluso este último fue ministro. Los más leídos tendrán conocimiento del polifacético y controvertido Jack Lang, también fue ministro de Cultura en diferentes ocasiones; se le recuerda por exitosas iniciativas, pero sobre todo por acercar el mundo de la cultura a la ciudadanía. Era cuando se hablaba de la posibilidad de que pudiera existir una cultura europea, plural y en sí misma dinamizadora del proyecto europeo. ¡Qué lejos queda todo! Nada que ver aquel ministro, con la gastro-zoología-escatológica literaria de los mensajes de la actual. No se le recuerda a Lang que espetara a algún compañero de Gabinete que era un pedazo de mierda, ya fuera Michel Rocard, Lionel Jospin o Jacks Delors. Tal vez la causa fuera que no había WhatsApp, y no una cuestión de nivel o entidad personal de aquellos dirigentes y estos otros, ¡Tal vez!
Sin duda los cambios tecnológicos tienen mucho que ver. Entonces, para decirse las cosas, las más gruesas e inconvenientes, había que mirarse a la cara, enfilar unos ojos con otros para poder decir lo de: eres un pedazo de mierda; o eso de os vamos a triturar; o cualquier otra lindeza. Aunque no sé qué es mejor, verse, o no verse, como ahora, para que las manos se queden quietas.
Es una pena que en el momento que más falta nos hacen, los que tienen que pensar se hayan cogido año sabático, pues realmente necesitaríamos imperiosamente que alguien nos ofreciera caminos de salida. El consuelo de que las formas se han perdido también en un lugar democráticamente tan solvente como Francia, no es tal. Además, en democracia, forma y fondo son indistinguibles. Que se pierdan en Francia, o que de momento se empiecen a perder, no hagamos de un hecho una categoría general, es porque el nocivo pus de la intolerancia política está empezando a recorrer Europa como aquel fantasma.
En España nos hemos acostumbrado a vivir con la infección a cuestas. Es cansino hablar y hablar de como se ha ido incrementando la acción dramática en el relato. La tensión ha subido mucho, pero puede hacerlo aún más. A veces la capacidad de aguante de una sociedad es insospechada. Aunque nadie se sorprenda si la cuerda se empieza a romper por la tensión o lo hace de golpe. Incluso por algún fenómeno colateral no pensado.
¿Cabe esperanza de que esto cambie? Algún dirigente político de la izquierda ha puesto el dedo en la llaga: esto no es política, es necesario rebajar la tensión. Tan acierto como lo que ha dicho el de derechas, lo mismo. Ambos a continuación fueron rotundos y coincidentes: la culpa es de los otros y tienen que ser ellos los que deben cambiar de rumbo. Más patético que trágico. Ambas respuestas obedecen a estrategias políticas coincidentes, premeditadas y asumidas como línea de actuación prioritaria para la consecución de un objetivo que no es más que electoral. El único objetivo que se esconde tras la tensión, polarización o como se le denomine, es un viejo método de acción política que tiene su cuna y exponente en el populismo político de izquierdas y derechas. Puede verse al detalle en “La lógica del populismo: Conceptos y teorías” de Ernesto Laclau. No es muy original, lo que sí es llamativo es su utilización por partidos socialdemócratas o liberal conservadores. Eso de poner a la ciudadanía (electoral) en contra del adversario para así ponerlo de la nuestra. Es efectivamente poco político, pero electoralmente rentable. Con ello, primero se fideliza “a los propios parroquianos” y después a los que se puedan pescar en las iglesias vecinas, que hay cada vez más apóstata deambulando por las calles esperando encontrar la nueva fe verdadera. Lo peor de lo dicho es que eso me convierte en equidistante para unos, y para otros directamente en resentido.
En medio de la turbulencia, la equidistancia no puede ser admisible. ¿Cómo se puede mantener realmente una posición neutral? ¡Inentendible! Es evidente quiénes son los malos, los dañinos democráticamente, y por tanto los otros son los buenos. Por tanto, no hay que asustarse; todos convienen en que la polarización no es casual, es buscada y es beneficiosa para los intereses políticos de los instigadores. Así que no hay que exigir responsabilidades, sino contemplar quién es el más ducho y eficaz en hacerlo. Aquí el problema es no tomar partido, como decía Chaves Nogales, que no era francés, pero huyó a Francia. Lo que hay que hacer, como decía Sartre, que sí era francés, es tomarlo hasta poder decir: “Yo tengo las manos sucias, hasta los codos. Las he hundido en la mierda y en la sangre. ¿Y qué?”
Para algunos, “la equidistancia política” significa que en los malos momentos se busque y encuentre un terreno común donde las diferencias puedan ser reconciliadas y los conflictos resueltos de manera pacífica.
Yo soy de los que piensan que esa es la única forma de recuperar la política, la de verdad. La política es lucha de poder y por el poder, ahora y siempre; solo desde el poder se cambian las cosas. El poder no es la mera ocupación del espacio.
Cuando lo que se pretende es la exclusión del otro y aparentemente su eliminación, es ahí, donde el sentido democrático decae. Es una suerte de escenografía tragicómica que supera el esperpento valleinclanesco en el que se ha convertido el Parlamento y sus aledaños. La obra se escribe día a día a golpes de la ocurrencia del exabrupto.
Por ello, cualquier gesto de equidistancia, de rechazo a que sus señorías griten y bailen como máxima expresión de su pensamiento, cualquier disentimiento de la tendencia mayoritaria no es un error ni cobardía, es directamente una traición, además de ignorancia. ¡Hombre, la política es así! Sin duda, la suya sí, les aseguro que la mía y la de muchos laicos que profesan mi credo democrático, no.
La equidistancia política puede ser un antídoto contra la polarización extrema y la demonización del otro. Yo lo creo, y además aspiro a que cada vez se practique más.
El sociólogo Zygmunt Bauman (2010) sostenía que la equidistancia política puede ser un antídoto contra la polarización extrema y la demonización del otro. Yo lo creo, y además aspiro a que cada vez se practique más y les haga ver a los que tienen la batuta que en esto se equivocan.
Lo malo es que conozco a demasiada gente ilustrada, inteligente, capaz y leída que prefiere tirarse de cabeza a la trinchera. Aún no sé si por comodidad o porque esperan alguna gabela.
Lo de los medios de comunicación es cosa aparte; son aparatos ideológicos pendientes de cuentas de resultados. Los que ponen la cara en ellos son meros asalariados. Los hay que lo hacen además por convicción, tanto mejor para ellos. Ahora bien, no pueden pedir sosiego político y pedir que se apaguen los fuegos a la par que tiran la botella de gasolina. Les está pasando, tal vez por contagio, como a la clase política que piensan que ellos son élite y la sociedad, imbécil.
Ahora que vivimos tiempos tan guerreros, no dejemos que junto a la fatiga de combate de los soldados crezca la fatiga política de los ciudadanos. Como es Semana Santa, no vamos a estar permanentemente enfadados como el tal Aznar, que mucho tiene que ver con la importación a España de la anticultura política de la polarización como estrategia electoral. La pena es que la izquierda democrática quiera seguir y sumarse a la misma senda. Es mi opinión. Y por terminar con algo francés, también, recordaré a Georges Brassens en su magistral “La mala reputación”:
En el mundo pues no hay mayor pecado
que el de no seguir al abanderado
Y a la gente no gusta que
uno tenga su propia fe…
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