El pasado domingo tuvo lugar el tercer debate presidencial en Argentina entre el populista kirchnerista Sergio Massa y el liberal Javier Milei. Un debate falto de ideas y propuestas que probablemente nada cambiara en las preferencias del electorado.
El domingo por la noche millones de argentinos se situaron frente a la pantalla de sus televisores para presenciar el tercer y último debate presidencial obligatorio de las elecciones generales de 2023.
Un debate por momentos aburrido donde los candidatos demostraron una ausencia total de ideas y una asombrosa carencia de propuestas concretas para sacar al país de la mayor crisis de su historia.
Solo se pueden rescatar dos momentos memorables. El primero cuando Javier Milei acusando de mentiroso a Sergio Massa dijo: “si fueras Pinocho ya me hubieras pinchado un ojo”.
El segundo hecho curioso se produjo espontáneamente cuando Massa afirmó que no tenía “amigos empresarios” y, en el auditorio, los asistentes propios y ajenos estallaron en una carcajada ante la hipocresía del candidato oficial.
Durante el debate los candidatos dialogaban entre sí ignorando al electorado. De esta forma el debate se transformó en un impiadoso intercambio de ironías, chicanas y carpetazos donde tomó ventaja el candidato oficial Sergio Massa, un político profesional con más de treinta años de experiencia como funcionario y que en 2015 participó de otro debate presidencial.
Un candidato con grandes recursos financieros, el apoyo de los importantes intereses económicos que están sacando provecho de la crisis y que, para este evento, contó con la asistencia de un equipo de campaña muy sólido dirigido por el español Antoni Gutiérrez-Rubí al que se ha agregado recientemente un grupo de asesores brasileños que condujeron a Luis Inacio “Lula” da Silva al triunfo sobre Jair Bolsonaro.
Ese equipo armó el discurso de Massa y lo adiestró en el empleo de múltiples trucos y gestos: como bajar la vista para evitar que la inquietud de sus ojos delatase su nerviosismo, tomar agua para ocultar su rostro en momentos en que Milei lanzaba sus acusaciones más severas o fingir toser, acompañado de un sector del auditorio, cuando su oponente estaba exponiendo sus argumentos centrales para intentar ponerlo nervioso.
Todas estas artimañas y su discurso muy estructurado le restaron espontaneidad acentuando ante los espectadores su perfil de poco auténtico y mañoso.
En esta forma el encuentro del domingo en el aula magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pronto se convirtió en una batalla de David contra Goliat, donde, sin embargo, ambos contendientes mostraron sus carencias.
Sergio Massa más allá de su mejor aprovechamiento y preparación para el debate evidenció no tener ni un proyecto para el país ni un plan de corto plazo, más allá de su difusa propuesta de convocar a un “gobierno de unidad nacional” cuyas características e integrantes en ningún momento definió.
El electorado que esperaba conocer que hará Massa si asume como presidente el 10 de diciembre se ha quedado con las ganas.
Javier Milei, en este sentido, tampoco fue muy preciso. El libertario evidenció que no tiene una propuesta educativa, de salud y de seguridad muy elaborada e innovadora. Una vez más, como en anteriores debates, se mostró impreciso, dubitativo y repetitivo al tratar estos temas.
Algo similar ocurrió al discutir su propuesta de política internacional donde le faltaron respuestas para contraatacar las falencias de su contrincante sobre los acuerdos secretos con China, las relaciones del gobierno con países que violan los derechos humanos como Cuba, Irán, Nicaragua o Venezuela, por no hablar del ofrecimiento a Vladimir Putin de que la Argentina se convierta en la puerta de entrada de Rusia en América Latina. Milei tenía todos estos argumentos a la mano, pero no supo o no quiso emplearlos.
Mientras que Sergio Massa, desde un inicio, descaradamente asumió el rol de un profesor examinando a un alumno, Milei en todo momento se dedicó a dar explicaciones sobre lo que pensaba hacer e incluso pidió perdón por sus calificativos despectivos y agraviantes hacia el Papa Francisco I.
Massa punzante aprovechó cuanto golpe bajo tuvo a su alcance. Como en el momento en que cuestionó la estabilidad emocional de Milei haciendo una referencia poco clara al motivo de porqué no le renovaron una pasantía de estudiante en el Banco Central hace treinta años. Nada demasiado trascendente, ni concreto.
En síntesis, un pobre debate donde los candidatos no se sacaron ventajas y que probablemente no incidirá demasiado en las preferencias del electorado indeciso hacia uno u otro lado.
De alguna manera podría decirse que ambos candidatos resultaron ganadores. Javier Milei porqué demostró ser un político racional y estructurado capaz de soportar duras críticas y tensiones extremas sin alterarse ni exaltarse. Es decir, que podrá ser visto como un “loco” antisistema, como quieren algunos de sus seguidores, pero no tanto como para no ser confiable al electorado moderado.
Por su parte, Sergio Massa logró atravesar por el debate sin pagar los costos de su desastrosa gestión al frente de la economía ni quedar expuesto como el socio de los muy desprestigiados Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
En otras palabras, muy hábilmente Massa ocultó su condición de ministro de Economía y candidato oficial de lo que sin duda es el peor gobierno de los cuarenta años de democracia.
Ahora, restan los últimos cuatro días de la campaña electoral más transcendente desde 1983, donde el electorado argentino deberá elegir entre el populismo demagógico y autoritario y el cambio posiblemente doloroso y peligroso que lleve a la Argentina de regreso a la racionalidad de la democracia liberal.